Magisterio de la Iglesia

Miranda Prorsus
Carta Encíclica

PARTE GENERAL

4. La "difusión" en la Doctrina Cristiana

   Antes de ocuparnos separadamente sobre las cuestiones relativas a los tres grandes medios de difusión -y bien sabemos que la cinematografía, la radio y la televisión constituyen, cada una por sí un hecho cultural con propios problemas artísticos, técnicos y económicos -nos parece oportuno exponer los principios que deben regular la difusión de los bienes destinados a la comunidad y a cada uno de los individuos: entendida la difusión en el sentido de comunicación realizada en gran escala.

   Dios, Sumo bien, que difunde incesantemente sus dones, concede generosamente al hombre, que es objeto de particular solicitud, además de los beneficios materiales también los espirituales, subordinando los primeros a los segundos, como la perfección del cuerpo se subordina a la del alma: a la cual antes de comunicarse Él mismo en la visión beatífica, se comunica en la fe y en la caridad que "se ha volcado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado"(14).

   Deseoso de encontrar en el hombre el reflejo de las propias perfecciones(15), Dios lo ha asociado a su obra de donación de los valores espirituales llamándolo a ser portador y dispensador de ellos en beneficio del perfeccionamiento individual y social. Pues el hombre, por su misma naturaleza, comunicó desde un principio los bienes espirituales a su prójimo por medio de signos sensibles, que siempre procuró ir perfeccionando. Desde los grabados y escritos de los tiempos más remotos hasta las técnicas contemporáneas, deben todos los instrumentos de comunicación humana realizar el elevado fin de manifestar que los hombres, también en este campo, están al servicio de Dios.

5. Nombra Patrono a San Gabriel Arcángel

   Y para que la actuación del plan divino a través del hombre consiga un éxito más seguro y eficaz, hemos declarado, con nuestra autoridad apostólica, celestial Patrono del telégrafo, del teléfono, de la radio y de la televisión a San Gabriel Arcángel «que ha traído al género humano... el tan deseado anuncio de la Redención»(16). Nuestro intento era hacer caer en la cuenta de la nobleza de su vocación a cuantos tienen en sus manos los benéficos instrumentos(17) que permiten difundir en el mundo los grandes tesoros de Dios, como buenas semillas, destinadas a producir centuplicado el fruto de la verdad y del bien.

6. La difusión del mal

   Considerando la finalidad tan elevada y noble de los medios técnicos de difusión, nos preguntamos frecuentemente: ¿cómo es que también sirven para el mal? "¿Cómo es, entonces, que hay cizaña?"(18).

   Ciertamente el mal moral no puede provenir de Dios, perfección absoluta, ni de las mismas técnicas que son dones suyos preciosos, sino solamente del abuso que de ellas hace el hombre, dotado de libertad, el cual perpetrándolo y difundiéndolo a sabiendas, se pone de parte del príncipe de las tinieblas y se hace enemigo de Dios: "Un hombre enemigo es el que ha hecho esto"(19).

7. Libertad de difusión del bien

   Como base de cuanto arriba hemos expuesto, la verdadera libertad consiste en el acertado uso de la difusión de los valores que contribuyen al perfeccionamiento humano.

   La Iglesia, depositaria de la doctrina de la salvación y de los medios de santificación, tiene por sí el inalienable derecho de comunicar las riquezas que se le han confiado por disposición divina. A tal derecho corresponde el deber de parte de los poderes públicos de hacerle posible el acceso a las técnicas de difusión.

   Los fieles, que conocen el inestimable don de la Redención, deben desplegar todo esfuerzo para que la Iglesia pueda valerse de los inventos técnicos y usarlos para la santificación de las almas.

   Al afirmar los derechos de la Iglesia, no queremos ciertamente negar a la sociedad civil el derecho de difundir las noticias y las informaciones que son necesarias o útiles al bien común, la posibilidad de contribuir al enriquecimiento espiritual de los demás, valiéndose de las técnicas existentes.

8. Errores acerca de la libertad de difusión

   Pero es contrario a la doctrina cristiana y a las mismas finalidades superiores de las técnicas de difusión la actitud de quienes tratan de reservar el uso exclusivo de ellos para fines políticos y propagandísticos, o los consideran como un mero negocio económico.

   Asimismo no se puede aceptar la teoría de los que a pesar de los desastres morales y materiales causados en el pasado por semejante doctrina, sostienen la llamada «libertad de expresión» no en el noble sentido indicado antes por Nos, sino como libertad para difundir sin ningún control todo lo que a uno se le antoje, aunque sea inmoral y peligroso para la fe y las buenas costumbres.

   La Iglesia, que protege y apoya la evolución de todos los verdaderos valores espirituales -así las ciencias como las artes la han tenido siempre como Patrona- no puede permitir que se atente contra los valores que ordenan al hombre respecto de Dios, su último fin. Por consiguiente, ninguno debe admirarse de que también en esta materia ella tome una actitud de vigilancia, conforme a la recomendación del Apóstol: "Examinadlo todo: lo que es bueno tenedlo, pero absteneos de toda especie de mal"(20).

   Ha de condenarse así a cuantos piensan y afirman que una determinada forma de difusión puede ser usada, avalorada y exaltada, aunque falte gravemente al orden moral con tal de que tenga renombre artístico y técnico. «Es verdad que a las artes -como hemos recordado con ocasión del V centenario de la muerte del Angélico- para ser tales no se les exige una explícita misión ética o religiosa». Pero «si el lenguaje artístico se adaptase, con sus palabras y cadencias, a espíritus falsos, vacíos y turbios, es decir, no conformes al designio del Creador; si, antes que elevar la mente y el corazón hacia nobles sentimientos, excitase las pasiones más bajas; hallaría con frecuencia resonancia y acogimiento, aun sólo en virtud de la novedad, que no es siempre un valor, y de la parte exigua de realidad que contiene todo lenguaje. Sin embargo, un arte tal se degradaría a si mismo, haciendo traición a su aspecto primordial y esencial, ni seria universal-perenne, como el humano espíritu, a quien se dirige»(21).

   La autoridad civil está obligada a vigilar los medios de difusión, mas tal vigilancia no puede limitarse a la defensa de los intereses políticos y eximirse, sin grave culpa, del deber de salvaguardar la moralidad pública, cuyas primeras y fundamentales formulaciones son normas de la ley natural que esta escrita en todos los corazones y habla en todas las conciencias(22).

   La misma vigilancia del Estado no puede considerarse como una injusta opresión de la libertad del individuo, porque se ejercita, no en el círculo de la autonomía personal, sino sobre una función social cual es esencialmente la difusión.

   «Es muy verdadero que el espíritu de nuestro tiempo -como hemos dicho en otra ocasión-, que no sufre más de lo justo la intervención de los poderes públicos, preferiría una defensa que partiese directamente de la colectividad»(23); pero esta intervención, en forma de autocontrol, ejercida por los mismos grupos profesionales interesados no suprime el deber de vigilancia de parte de las autoridades competentes, aun en el caso de que pueda prevenir laudablemente la intervención de éstas, haciendo prevalecer la observancia del orden moral en la fuente misma de la obra difusiva.

   Sin menoscabar las competencias del Estado, nuestro Predecesor, de feliz memoria, y Nos mismo hemos alentado las intervenciones preventivas de los grupos profesionales. Solamente un interés solidario y positivo por las técnicas de difusión y por su recto uso, así de parte de la Iglesia como del Estado y de los profesionales, permitirá a las mismas técnicas llegar a ser instrumentos constructivos de formación de la personalidad de quien goza de ellas, mientras que si se dejan sin control o dirección precisa, favorecerán el descenso de nivel cultural y moral de las masas.

9. Características de la "difusión" a través de las técnicas audiovisuales

   Entre las diversas técnicas de difusión, ocupan hoy un puesto de particular importancia -como hemos dicho al comienzo de este documento- las técnicas llamadas «audiovisuales» que permiten comunicar un mensaje en grandes proporciones a través de la imagen y del sonido.

   Tal forma de transmisión de los valores espirituales es perfectamente conforme con la naturaleza del hombre: «Es natural para el hombre llegar por lo sensible a lo inteligible; porque todo conocimiento nuestro comienza por los sentidos»(24). Más aún, el sentido visivo, siendo más noble, más digno que los otros sentidos(25), conduce más fácilmente al conocimiento de la realidad espiritual.

   Las tres principales técnicas audio-viuales de difusión: el cine, la radio y la televisión, no son por consiguiente simples medios de recreación y de entretenimiento (aunque gran parte de los auditores y de los espectadores los consideren preferentemente bajo este aspecto), sino de verdadera y propia transmisión de valores humanos, sobre todo espirituales, y por tanto pueden constituir una forma nueva y eficaz de promover la cultura en el seno de la sociedad moderna.

   Bajo ciertos aspectos, las técnicas audio-visivas, más que el libro, ofrecen una posibilidad de colaboración y de intercambio espiritual, instrumento de civilización común entre todos los pueblos del globo; perspectiva tan que ida para la Iglesia, que siendo universal, desea la unión de todos en la posesión común de valores auténticos.

   Para realizar tan elevada finalidad el cine, la radio y la televisión deben servir a la verdad y al bien.

   Deben servir a la verdad para estrechar mis fuertemente los lazos entre los pueblos, la mutua comprensión, la solidaridad en las pruebas, la colaboración entre los poderes públicos y los ciudadanos. 

   Servir a la verdad significa no solamente apartarse de la falsedad y del engaño, sino evitar también aquellas actitudes tendenciosas y parciales que podrían fomentar en el público conceptos erróneos de la vida y del comportamiento de los hombres.

   Ante todo debe considerarse como sagrada la verdad revelada por Dios. Más aún, ¿no sería la más elevada vocación de las técnicas de difusión hacer que todos conozcan «la fe en Dios y en Cristo, aquélla fe que es la única que puede dar a millones de hombres la fuerza para soportar con serenidad y fortaleza las indecibles pruebas y angustias de la hora presente?»(26)

   A la tarea de servir a la verdad debe unirse el esfuerzo de contribuir al perfeccionamiento moral del hombre. Las técnicas audiovisuales pueden contribuir en tres importantes sectores: la información, la enseñanza y el espectáculo.

   Toda información, con tal que sea objetiva, como decíamos al Comité de Coordinación para la información pública de la ONU, tiene un fundamental aspecto moral: "el aspecto moral de toda noticia hecha pública no puede ser descuidado, puesto que la más objetiva relación implica apreciaciones y sugiere decisiones. El informador digno de este nombre no debe oprimir a nadie sino que ha de tratar de comprender los sucesos y aun los errores cometidos. Explicar no quiere decir necesariamente excusar, sino que es sugerir ya el remedio y hacer, por consiguiente, obra positiva y constructiva"(27).

   Con mayor razón se puede decir lo mismo de la enseñanza, a la cual el film didáctico, la radio y más aún la televisión escolar, ofrecen posibilidades nuevas e inesperadas, no sólo para los jóvenes, mas también para los adultos. Sin embargo, el uso en la enseñanza de estos nuevos y prometedores medios técnicos, no debe estar en desacuerdo con los imprescriptibles derechos de la Iglesia y de la familia en el campo de la educación de la juventud.

   En particular quisiéramos esperar que las técnicas de difusión, ya en manos del Estado, ya confiadas a las iniciativas privadas, no se hagan reas de una enseñanza sin Dios.

   Por desgracia sabemos que en ciertas naciones, dominadas por el comunismo ateo, los medios audio-visuales son usados hasta en las escuelas para propaganda contra la religión. Esta forma de opresión de las conciencias juveniles, privada de la verdad divina, liberadora de los espíritus(28), es uno de los aspectos más innobles de la persecución religiosa.

   En cuanto depende de Nos, deseamos que en la enseñanza católica sean oportunamente empleados los medios audio-visivos para completar la formación cultural y profesional y «sobre todo... la formación cristiana; base fundamental de todo progreso auténtico»(29). Más aún queremos expresar nuestra satisfacción a cuantos, educadores y maestros, emplean acertadamente el film, la radio y la televisión para un fin tan noble.

   Finalmente, el tercer sector, en el cual las técnicas audio-visivas de difusión pueden servir poderosamente a una causa del bien, es el del espectáculo.

   El espectáculo generalmente comprende también elementos de información y de instrucción. Nuestro Predecesor, de feliz memoria, no ha dudado en llamar al cine «escuela viva»(30). Mas el espectáculo añade a estos elementos una presentación en figuras y sonidos y una trama que se dirige no solamente a la inteligencia sino a todo el hombre, subyugando sus facultades emotivas, e invitándolo a una participación personal en la acción presentada.

   Aun utilizando los diversos géneros de espectáculos hasta ahora conocidos, la cinematografía, la radio y la televisión ofrecen nuevas posibilidades de expresión artística y por esto un específico género de espectáculo, destinado no ya a un grupo escogido de espectadores, mas a millones de hombres, diversos en edad, ambiente, cultura.

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