Magisterio de la Iglesia

In multiplicibus curis*

 Pío XII
24 de octubre de 1948
Ordena nuevamente públicas preces  para lograr la paz en Palestina

   Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

1. Preocupación preferente del Papa por la guerra en Palestina. 

   En medio de las múltiples preocupaciones que en la impronta actual de los tiempos —de los cuales nacerán condiciones futuras de suma importancia para la familia humana— Nos hacen sentir el peso del gravísimo cargo del Supremo Pontificado. Nos preocupa especialmente aquella que se centra sobre la guerra que va ensangrentando los venerables lugares de Tierra Santa. Con toda verdad Nos os podemos asegurar, Venerables Hermanos, que ni la gozosa ni la triste vicisitud de las cosas puede aliviar Nuestro acerbísimo dolor que con vehemencia Nos angustia al pensar que esa región en que Cristo Jesús derramó su sangre para redimir a todo el género humano, se está inundando aún de sangre de hermanos; y que allí donde resonó, en medio de las tinieblas de la no che el primer pregón angélico de paz para iluminar los corazones, luchen pueblos entre sí, aumente día a día la miseria de los pobres, crezca el horror de los aterrorizados, mientras, desterrados y prófugos, desplazados por millares de su tierra, vagan lejos buscando el pan y un seguro refugio.

2. Dolor por los daños causados en Lugares Santos mismos

   Nos sentimos también pena y tristeza por el motivo peculiar de que Nos informaron que en no pocos edificios religiosos y de beneficencia que cerca de los Lugares Santos existen, fueron causados considerables estragos por lo cual ha de temerse que los mismos Lugares sagrados de Palestina y especialmente de Jerusalén —santificados por el nacimiento, vida y muerte de nuestro divino Redentor— corran la misma deplorable suerte.

   Demás está que os señalemos, Venerables Hermanos, que en las actuales circunstancias las que parecen anunciar aún mayores males para el porvenir no podemos encerrar el dolor en el silencio de Nuestro Corazón sino que debemos empeñarnos con todo ahínco, como lo permitan los medios, en que se aplique, a medida de las fuerzas, el remedio oportuno.

3. Solución del Papa dada a conocer a los Príncipes árabes. 

   Pues sabéis, que antes del estallido del conflicto, al conceder una entrevista a los príncipes árabes que deseaban rendirnos su homenaje, les dirigimos sentidas palabras en las que revelamos Nuestra preocupación por la paz en Palestina, y clara y positivamente afirmamos que la paz, que efectivamente merecía tal nombre, no se obtendría por las armas sino por la verdad y la justicia, por el mutuo respeto de los derechos bien asegurados de cada uno, por la observancia de las costumbres heredadas de los mayores, especialmente en todo lo que atañe a la Religión, y por el debido acatamiento de ambas partes a las obligaciones mutuamente contraídas.

4. Las gestiones papales después de estallado el conflicto. 

   Cuando empero ya había estallado la conflagración, Nos, por el apostólico Ministerio que desempeñamos, Nos elevamos en todo tiempo sobre los conflictos de la sociedad humana, colaborando intensamente con suma, como pudimos, ecuanimidad, para que la concordia y tranquilidad, unidas a la justicia, triunfaran en Palestina y permaneciesen allí incólumes e inviolados los Lugares Santos.

   Y aunque casi de todas partes acude con sus súplicas toda clase de hombres indigentes a esta Sede Apostólica, a pesar de esto, las veces que pudimos, Nos hemos esforzado en prestar ayuda a todos los que por la guerra habían sufrido daño, y lo hicimos, allegando auxilios tanto por Nuestros Legados en Palestina, el Líbano y Egipto como también estimulando con corazón paternal a los fieles cristianos de otras naciones a fin de que colaboraran al mismo propósito e iniciativa.

5. La pacificación más que del es­fuerzo humano depende de la oración.

   Pero por cuanto comprendemos perfectamente que los medios humanos son insuficientes para componer este asunto difícil   y escabroso,  Nos confiamos ante todo en las plegarias que se eleven al príncipe divino de la paz; y así por la Carta Encíclica "Auspicia Quaedam"(1) sólo hace poco  publicada  os exhortábamos para que vosotros y los fieles confiados a vuestra solicitud paternal hiciereis públicas oraciones por las cuales, intercediendo la  Santísima Virgen María, se obtenga siquiera que en los asuntos... arreglados con equidad en Palestina, vuelva a reinar felizmente la concordia y la paz.

6. Éxito de la invitación a la oración y nueva invitación

   Supimos con gran consuelo del alma que no resultó vana Nuestra invitación; supimos también que, al tiempo que Nos, unidos a todos los que son Nuestros hijos en todo el mundo, con súplicas y gestiones, Nos esforzamos en que los asuntos de Palestina se arreglaran feliz y ordenadamente, no faltaban hombres valerosos que, sin escatimar sacrificios y sin atemorizarse ante los peligros trabajaron por alcanzar el mismo objetivo, cuyos nobles esfuerzos place reconocer y ensalzar públicamente.

   Mas al presente, como la guerra no cesa ni se aquieta y como las pérdidas y ruinas que de allí resultan, aumentan atrozmente, creemos oportuno renovar Nuestra invitación, del todo confiados en que no sólo vosotros, Venerables Hermanos, sino también todos los cristianos la recibáis con ánimo bien dispuesto y activo.

7. Parece increíble que la furia de la guerra no respete los Lugares Santos

   Y como el 21 de junio pasado. en la Audiencia que concedimos al Sacro Colegio de los Padres purpurados, declaramos abiertamente que Nuestro corazón estaba por esta razón inquieto y preocupado, Nos parece del todo increíble que toda la comunidad cristiana se conforme fácilmente o vea con estéril indignación que esas tierras santas que era dulce visitar y besar con sobrecogido corazón y encendido amor, sean devastadas a hierro y fuego por los soldados y destruidas y asoladas por aviones que arrojan sus bombas incendiarias; por demás increíble Nos parece que sea posible que aquellos lugares sagrados y el mismo sepulcro de Jesucristo sean temerariamente derruidos.

8. Esperanza de éxito para sus propias gestiones y las de otras personas respetables.

   Al contrario, alentamos la firme confianza de que las preces que los cristianos de todo el orbe eleven por este motivo al omnipotente y misericordiosísimo Dios y los nobilísimos anhelos de tantos hombres que desean la verdad y el bien, logren, realmente que los que empuñan las riendas de los pueblos, encuentren un camino menos áspero y menos arduo que conduzca al restablecimiento de la justicia y de la tranquilidad en Palestina; y que asuntos se puedan componer allí de tal modo que —por mutuo consentimiento y esfuerzo unido de todos los los interesados— tanto se garantice la seguridad pública y privada de ambas partes como se mantengan tales condiciones espirituales y sociales de vida que contribuyan a la auténtica prosperidad que merezca tal nombre.

9. Invocación del derecho "internacional" para la protección de los Lugares santos

   Igualmente confiamos en que las preces ordenadas y los votos nobilísimos de tales hombres probos —los cuales ponen de manifiesto cuánto estima esos lugares la casi íntegra sociedad humana— persuadan íntimamente a todos los que en las reuniones supremas se ocupan de la  gravísima causa de restituir la paz a los pueblos, de que es, pues, oportuno que se conceda a Jerusalén y sus alrededores donde se conservan los venerables monumentos un régimen estatuído y consolidado por el derecho ''internacional" el cual en las actuales circunstancias en forma suficiente y apta parece poder proteger esos monumentos sagrados.

10. Garantía que ha de dar el derecho "internacional" al libre acceso a los Lugares Santos y para el culto allí.

   Por ese mismo derecho será igualmente oportuno consolidar la seguridad de visitar los Lugares Santos y de permanecer firme e inconcusa la libertad del culto divino y de conservar incólumes el carácter y las costumbres heredadas de los mayores.

11. Votos por la pronta solución.

   Quiera Dios que tan pronto como sea posible amanezca el día en que los cristianos puedan volver a emprender sus piadosas peregrinaciones, y los que meditan los testimonios del amor de Jesucristo quien entregó su vida por la salvación de los hermanos, comprendan más gloriosamente cómo los hombres y los pueblos, una vez arreglados en paz sus asuntos y relaciones, puedan vivir unidos.

12. Recomendación y Bendición Apostólica. 

   Nos con vosotros, Venerables Hermanos, con vuestra grey y con todos los que de buen grado reciben Nuestra exhortación, ciframos en eso Nuestra esperanza, y como auspicio de las gracias celestiales y testimonio de Nuestra benevolencia, gustosísimo en el Señor, os impartimos la Bendición Apostólica.

   Dado en Castel Gandolfo, cerca de Roma, a 24 de Octubre del año 1948, décimo de Nuestro Pontificado.

Pío XII

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