Magisterio de la Iglesia

Mystici Corporis Christi
Carta Encíclica

 Pío XII
Sobre el Cuerpo Místico de Cristo
29 de junio de 1943

   La Doctrina sobre el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia(1), recibida primeramente de labios del mismo Redentor, por la que aparece en su propia luz el gran beneficio (nunca suficientemente alabado) de nuestra estrechísima unión con tan excelsa Cabeza, es, en verdad, de tal índole que, por su excelencia y dignidad, invita a su contemplación a todos y cada uno de los hombres movidos por el Espíritu divino, e ilustrando sus mentes los mueve en sumo grado a la ejecución de aquellas obras saludables que están en armonía con sus mandamientos. Hemos, pues, creído Nuestro deber hablaros de esta materia en la presente Carta encíclica, desenvolviendo y exponiendo principalmente aquellos puntos que atañen a la Iglesia militante. A hacerlo así Nos mueve no solamente la sublimidad de esta doctrina, sino también las presentes circunstancias en que la humanidad se encuentra. Nos proponemos, en efecto, hablar de las riquezas encerradas en el seno de la Iglesia, que Cristo ganó con su propia sangre(2) y cuyos miembros se glorían de tener una Cabeza ceñida de corona de espinas. Lo cual ciertamente es claro testimonio de que todo lo más glorioso y eximio no nace sino de los dolores, y que, por lo tanto, hemos de alegrarnos cuando participamos de la pasión de Cristo, a fin de que nos gocemos también con júbilo cuando se descubra su gloria(3).

   2. Ante todo, debe advertirse que, así como el Redentor del género humano fue vejado, calumniado y atormentado por aquellos mismos cuya salvación había tomado a su cargo, así la sociedad por El fundada se parece también en esto a su Divino Fundador. Porque, aun cuando no negamos, antes bien lo confesamos con ánimo agradecido a Dios, que, incluso en esta nuestra turbulenta época, no pocos, aunque separados de la grey de Cristo, miran a la Iglesia como a único puerto de salvación; sin embargo, no ignoramos que la Iglesia de Dios no sólo es despreciada, y soberbia y hostilmente rechazada, por aquellos que, menospreciando la luz de la sabiduría cristiana, vuelven misérrimamente a las doctrinas, costumbres e instituciones de la antigüedad pagana, sino que muchas veces es ignorada, despreciada y aun mirada con cierto tedio y enojo, hasta por muchísimos cristianos, atraídos por la falsa apariencia de los errores, o halagados por los alicientes y corruptelas del siglo. Hay, pues, motivo, Venerables Hermanos, para que Nos, por la obligación misma de Nuestra conciencia y asintiendo a los deseos de muchos, celebremos, poniéndolas ante los ojos de todos, la hermosura, alabanza y gloria de la Madre Iglesia, a quien después de Dios debemos todo.

   Y abrigamos la esperanza de que estas Nuestras enseñanzas y exhortaciones han de producir frutos muy abundantes para los fieles en los momentos actuales, pues sabemos cómo tantas calamidades y dolores de esta borrascosa edad que acerbamente atormentan a una multitud casi innumerable de hombres, si se reciben como de la mano de Dios con ánimo resignado y tranquilo, levantan con cierto natural impulso sus almas de lo terreno y deleznable a lo celestial y eternamente duradero y excitan en ellas una misteriosa sed de las cosas espirituales y un intenso anhelo que, con el estímulo del Espíritu divino, las mueve y en cierto modo las impulsa a buscar con más ansia el Reino de Dios. Porque, a la verdad, cuanto más los hombres se apartan de las vanidades de este siglo y del desordenado amor de las cosas presentes, tanto más aptos se hacen ciertamente para penetrar en la luz de los misterios sobrenaturales. En verdad, hoy se echa de ver, quizá más claramente que nunca, la futilidad y la vanidad de lo terrenal, cuando se destruyen reinos y naciones, cuando se hunden en los vastos espacios del océano inmensos tesoros y riquezas de toda clase, cuando ciudades, pueblos y las fértiles tierras quedan arrasados bajo enormes ruinas y manchados con sangre de hermanos.

   3. Confiamos, además, que cuanto a continuación hemos de exponer acerca del Cuerpo místico de Jesucristo no sea desagradable ni inútil aun a aquellos que están fuera del seno de la Iglesia Católica. Y ello no sólo porque cada día parece crecer su benevolencia para con la Iglesia, sino también porque, viendo como ven al presente levantarse una nación contra otra nación y un reino contra otro reino y crecer sin medida las discordias, las envidias y las semillas de enemistad; si vuelven sus ojos a la Iglesia, si contemplan su unidad recibida del Cielo -en virtud de la cual todos los hombres de cualquier estirpe que sean se unen con lazo fraternal a Cristo-, sin duda se verán obligados a admirar una sociedad donde reina caridad semejante, y con la inspiración y ayuda de la gracia divina se verán atraídos a participar de la misma unidad y caridad.

   Hay también una razón peculiar, y por cierto gratísima, por la que vino a Nuestra mente la idea de esta doctrina, y en grado sumo la receta. Durante el pasado año, XXV aniversario de Nuestra Consagración Episcopal, hemos visto con gran consuelo algo especial, que ha hecho resplandecer de un modo claro y significativo la imagen del Cuerpo místico de Cristo en todas las partes de la tierra. Hemos observado, en efecto, cómo, a pesar de que la larga y homicida guerra deshacía miserablemente la fraterna comunidad de las naciones, Nuestros hijos en Cristo, todos y en todas partes, con una sola voluntad y caridad levantaban sus ánimos hacia el Padre común que, recogiendo en sí las preocupaciones y ansiedades de todos, guía en tan calamitosos tiempos la nave de la Iglesia. En lo cual ciertamente echamos de ver un testimonio no sólo de la admirable unidad del pueblo cristiano, sino también de cómo mientras Nos abrazamos con paternal corazón a todos los pueblos de cualquier estirpe, desde todas partes los católicos, aun de naciones que luchan entre sí, alzan los ojos al Vicario de Jesucristo, como a Padre amantísimo de todos, que con absoluta imparcialidad para con los bandos contrarios y con juicio insobornable, remontándose por encima de las agitadas borrascas de las perturbaciones humanas, recomienda la verdad, la justicia y la caridad, y las defiende con todas sus fuerzas.

   Ni ha sido menor el consuelo que Nos ha producido el saber que espontánea y gustosamente se había reunido la cantidad necesaria para poder levantar en Roma un templo dedicado a Nuestro santísimo Antecesor y Patrono Eugenio I. Así, pues, como con la erección de este templo, debida a la voluntad y ofertas de todos los fieles, se ha de perpetuar la memoria de este faustísimo acontecimiento, así deseamos que se patentice el testimonio de Nuestra gratitud por medio de esta Carta encíclica, en la cual se trata de aquellas piedras vivas que, edificadas sobre la piedra viva angular, que es Cristo, se unen para formar el templo santo, mucho más excelso que todo otro templo hecho a mano, es decir, para morada de Dios por virtud del Espíritu(4).

   4. Nuestra pastoral solicitud, sin embargo, es la que Nos mueve principalmente a tratar ahora con mayor extensión de esta excelsa doctrina. Muchas cosas, en verdad, se han publicado sobre este asunto; y no ignoramos que son muchos los que hoy se dedican con mayor interés a estos estudios, con los que también se deleita y alimenta la piedad de los cristianos. Y este efecto parece que se ha de atribuir principalmente a que la restauración de los estudios litúrgicos, la costumbre introducida de recibir con mayor frecuencia el manjar Eucarístico, y por fin el culto más intenso al Sacratísimo Corazón de Jesús, de que hoy gozamos, han encaminado muchas almas a la contemplación más profunda de las inescrutables riquezas de Cristo que se guardan en la Iglesia. Añádase a esto que los documentos publicados en estos últimos tiempos acerca de la Acción Católica, por lo mismo que han estrechado más y más los lazos de los cristianos entre sí y con la jerarquía eclesiástica, y en primer lugar con el Romano Pontífice, han contribuido sin duda no poco a colocar esta materia en su propia luz. Mas, aunque con justo motivo podemos alegrarnos de las cosas arriba señaladas, no por eso hemos de ocultar que no sólo esparcen graves errores en esta materia los que están fuera de la Iglesia, sino que entre los mismos fieles de Cristo se introducen furtivamente ideas o menos precisas o totalmente falsas, que apartan a las almas del verdadero camino de la verdad.

   5. Porque, mientras por una parte perdura el falso racionalismo, que juzga absolutamente absurdo cuanto trasciende y sobrepuja a las fuerzas del entendimiento humano, y mientras se le asocia otro error afín, el llamado naturalismo vulgar, que ni ve ni quiere ver en la Iglesia nada más que vínculos meramente jurídicos y sociales; por otra parte, se insinúa fraudulentamente un falso misticismo, que, al esforzarse por suprimir los límites inmutables que separan a las criaturas de su Creador, adultera las Sagradas Escrituras.

   Ahora bien: estos errores, falso y opuestos entre sí, hacen que algunos, movidos por cierto vano temor, consideren esta profunda doctrina como algo peligroso y por esto se retraigan de ella como del fruto del Paraíso, hermoso, pero prohibido. Pero, a la verdad, no rectamente: pues no pueden ser dañosos a los hombres los misterios revelados por Dios, ni deben, como tesoro escondido en el campo, permanecer infructuosos; antes bien, han sido dados por Dios, para que contribuyan al aprovechamiento espiritual de quienes piadosamente los contemplan. Porque, como enseña el Concilio Vaticano, la razón ilustrada por la fe, cuando diligente, pía y sobriamente busca, alcanza con la ayuda de Dios alguna inteligencia, ciertamente fructuosísima, de los misterios, ya por la analogía de aquellas cosas que conoce naturalmente, ya también por el enlace de los misterios entre sí con el último fin del hombre; por más que la misma razón, como lo advierte el mismo santo Concilio, nunca llega a ser capaz de penetrarlos a la manera de aquellas verdades, que constituyen su propio objeto(5).

   Pesadas maduramente delante de Dios todas estas cosas; a fin de que resplandezca con nueva gloria la soberana hermosura de la Iglesia; para que se de a conocer con mayor luz la nobleza eximia y sobrenatural de los fieles, que en el Cuerpo de Cristo se unen con su Cabeza; y, por último, para cerrar por completo la entrada a los múltiples errores en esta materia, Nos hemos juzgado ser propio de Nuestro cargo pastoral proponer por medio de esta Carta encíclica a toda la grey cristiana la doctrina del Cuerpo místico de Jesucristo y de la unión de los fieles en el mismo Cuerpo con el Divino Redentor; y al mismo tiempo sacar de esta suavísima doctrina algunas enseñanzas, con las cuales el conocimiento más profundo de este misterio produzca siempre más abundantes frutos de perfección y santidad.

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