Magisterio de la Iglesia

Orientales Omnes Ecclesias
Encíclica

PÍO XII
23 de diciembre de 1945

Sobre la unión de la Iglesia Rutena con la Romana con motivo
de los 350 años transcurridos desde su unión con la Iglesia
 
 

INTRODUCCIÓN

1. Solicitud y amor de la Santa Sede a la Iglesia Oriental. 

Todas las iglesias orientales -como enseña la historia- han sido siempre amadas con tiernísimo afecto por los Romanos Pontífices, y por eso éstos, soportando difícilmente su alejamiento del único redil, e impulsados no ya por humanos intereses, sino sólo por la divina caridad y por el deseo de la común salvación(1), las invitaron con repetidas instancias a retornar lo antes posible a aquélla unidad de la que desgraciadamente se habían alejado. Porque los mismos Sumos Pontífices saben bien por experiencia la abundancia de frutos que derivan de esta unión, felizmente reintegrada a toda la sociedad cristiana y de modo particular a los mismos orientales. En efecto, de la plena y perfecta unidad de todos los cristianos no puede menos de derivarse un gran incremento al Cuerpo Místico de Jesucristo y a cada uno de sus miembros. 

   A este propósito es de notar que los orientales no tienen que temer de modo alguno el ser constreñidos, por el re torno a la unidad de fe y de gobierno, a abandonar sus legítimos ritos y usos; cosa que Nuestros predecesores declararon abiertamente más de una vez. No hay razón para dudar de que a Nos o Nuestros sucesores quitaremos nada de vuestro derecho, de los privilegios patriarcales y de los usos rituales de cada iglesia(2).

   Y si bien todavía no se ha llegado al día feliz en el que Nos sea dado abra zar con paternal afecto a todos los pueblos de Oriente, vueltos al único redil, vemos, sin embargo, con alegría que no pocos hijos de estas regiones, habiendo reconocido la Cátedra de SAN PEDRO como la roca de la unidad católica, perseveran con suma tenacidad en la defensa y establecimiento de esta misma unidad.

I. - HISTORIA DE LA UNIÓN DE LA IGLESIA
RUTENA A LA SEDE APOSTÓLICA

   A este efecto Nos complacemos en recordar hoy los méritos singulares de la Iglesia rutena, no sólo porque se distingue por el número de sus fieles y por el celo de conservar la fe, sino también porque ahora se cumplen tres cientos cincuenta años de la fecha en que retornó felizmente a la comunión de la Sede Apostólica. Fausto acontecimiento que, si conviene que sea celebrado con grato ánimo especialmente por aquellos a quienes toca, estimamos oportuno recordar también a la memoria de todos los católicos, para que rindan a Dios perennes gracias por este singular beneficio y para que le supliquen con Nos que alivie benignamente y mitigue las presentes angustias y ansiedades de este dilectísimo pueblo y que defienda su santa religión, sostenga la constancia y conserve intacta la fe.

2. La unión y San Vladimiro

   Creemos, pues, Venerables Hermanos, que no carecerá de utilidad recordar sucintamente tales sucesos en esta Encíclica, según los testimonios de la historia. Y hace falta comenzar poniendo de relieve cómo aun antes de que con felices auspicios se firmara en Roma la unión de los rutenos con la Sede Apostólica en los años 1595 y 1596, y fuese ratificada en la ciudad de Brest, muchas veces miraron estos pueblos a la Iglesia romana como a la única madre de toda la sociedad cristiana, prestándole la debida obediencia y veneración con forme a la conciencia del propio deber. Así, por ejemplo, SAN VLADIMIRO -aquel eximio príncipe que es venerado por casi innumerables pueblos de la Rusia como autor y fautor de su conversión a la fe cristiana-, aunque tomó de la Iglesia oriental los ritos litúrgicos y las sagradas ceremonias, no solamente acordándose del propio deber perseveró en la unidad de la Iglesia Católica, sino que tuvo diligente cuidado de que entre la Sede Apostólica y su nación existiesen relaciones amistosas.

   No pocos de sus nobles descendientes, aun después que la Iglesia de Constantinopla se había funestamente separado, recibieron con los debidos honores a los legados de los Romanos Pontífices, permaneciendo unidos con vínculos de fraterno amor con las otras comunidades católicas.

3. Isidoro, Metropolita de Kyjiw y de Rusia

   Tampoco obró de modo disconforme con las tradiciones históricas de la Iglesia rutena ISIDORO, Metropolita Kyjiw y de Rusia, cuando el año 1439, en el Concilio Ecuménico de Firenza, suscribió con su propio nombre el decreto por el que la Iglesia griega se unió solemnemente a l a latina. Sin embargo, de vuelta del Concilio, aunque fue recibido con gran alegría en la sede de su dignidad, en Kyjiw, fue poco después encarcelado en Moscú y obligado a huir de su territorio.

   No se extinguió, sin embargo, del todo en el curso de los años el recuerdo de esta feliz unión de los rutenos con la Sede Apostólica, aunque, atendidas las tristes condiciones de los tiempos,  ocurrieron varias causas para hacerlo fracasar del todo. Así sabemos que el año 1458 GREGORIO MAMMAS, Patriarca de Constantinopla, consagró en esta alma ciudad a un cierto GREGORIO, Metropolita de los rutenos, entonces súbditos del gran duque de Lituania. Y sabemos también que alguno que otro de los sucesores de dicho Metropolita se esforzó por establecer el vínculo de unidad con la Iglesia romana, aunque las adversas circunstancias no permitieron que se hiciese la solemne promulgación de esta unidad.

4. A fines del siglo XVI. El príncipe Constantino y la declaración episcopal.

   A fines del siglo 16 apareció a todos cada vez más manifiesto que no podía esperarse la deseada reforma de la Iglesia rutena, oprimida por graves males, sino renovando la unión con la Sede Apostólica. Hasta los mismos historiadores disidentes narran y confiesan abiertamente el estado infelicísimo de esta Iglesia. Y la nobleza rutena, reunida en Varsovia el año 1585, al exponer al Metropolita sus quejas con palabras acerbas y violentas, afirmó que su Iglesia estaba vejada con tales males como nunca habían pasado antes ni serían posibles en el porvenir.

   Y no titubearon en acusar y con graves reproches culpar al mismo Metropolita, a los Obispos y superiores de los monasterios; y en esta causa, habiéndose rebelado contra la jerarquía algunos seglares, parecía que los vínculos de la disciplina eclesiástica se habían relajado no poco.

   N o es, pues, de maravillarse si final mente los mismos obispos, después de haber intentado inútilmente varios re medios, coincidieran en que la última esperanza de la Iglesia rutena estaba en procurar su vuelta a la unidad católica. En aquel tiempo el príncipe CONSTANTINO DE OSTROH  -el más potente entre los rutenos- favorecía este retorno, con la condición de que toda la Iglesia oriental se uniese a la occidental; pero en seguida, viendo que tal proyecto no se iba a cumplir como él deseaba, se opuso firmemente a esta unión. No obstante lo cual, el 2 de diciembre de 1594 el Metropolita y seis obispos, después de deliberar, hicieron una declaración pública, en la que se decían prontos a promover la deseada concordia y unidad, y escribían:

   "Venimos a esta decisión consideran do con nuestro inmenso dolor cuántos obstáculos tienen los hombres para la salvación sin esta unión de las Iglesias de Dios, en la que nuestros predecesores, comenzando por Cristo nuestro Salvador y por sus santos apóstoles, perseveraron profesando ser uno sólo el Sumo Pastor y primer Obispo en la Iglesia de Dios en la tierra -como abiertamente testifican los concilios y los cánones-, y que este Pastor no era otro que el santísimo Papa romano, y que le obedecían en todo, y que mientras esto duró unánimemente en vigor hubo siempre en la Iglesia de Dios orden e incremento del culto divino"(3a).

5. La unificación. 

   Pero antes de que pudiese llevarse felizmente a la práctica tan laudable proyecto se interpusieron largas y dificilísimas negociaciones. Finalmente, después de una nueva declaración del mismo género, hecha en nombre de todos los obispos rutenos el 22 de mayo de 1595, al fin de septiembre el asunto había avanzado hasta tal punto que CIRILO TERLETSKY, Obispo de Luck y Exarca del Patriarca de Constantinopla, e igualmente HIPAZIO POTIJ, Obispo de Vladimir, como pro curadores de todos los demás obispos, pudieron emprender su viaje a Roma, llevando consigo un documento en el que se proponían las condiciones con las que todos los obispos rutenos estaban prontos a abrazar la unidad de la Iglesia: Recibidos con gran benevolencia los legados, Nuestro predecesor de feliz memoria CLEMENTE VIII encomendó el documento recibido de ellos a una comisión de cardenales para que fuese diligentemente examinado y aprobado. Las negociaciones, inmediatamente iniciadas, tuvieron finalmente el éxito feliz y deseado, porque el 23 de diciembre de 1595 los mismos legados admitidos a la presencia del Sumo Pontífice, después de haberle presentado en solemne audiencia la declaración de todos los obispos, hicieron en su nombre y en el nombre propio una solemne profesión de la fe católica, prometiendo la debida obediencia y el debido honor.

6. Documento de la Santa Sede con motivo de la unión

   El mismo día Nuestro predecesor CLEMENTE VIII, con la Constitución Apostólica "Magnus Dominus et laudabilis nimis"(3b), comunicó -congratulándose de ello- a todo el mundo la noticia de este alegre acontecimiento. Con cuánto gozo y con cuánta benevolencia abrazó además la Iglesia romana a los rutenos vueltos a la unidad del redil aparece en la Carta Apostólica "Benedictus sit Pater", del 7 de febrero de 1596, con la cual el Sumo Pontífice informa al Metropolíta y demás obispos rutenos de la unión felizmente llevada a cabo de toda su Iglesia con la Sede, Apostólica.

   En esta carta el Romano Pontífice, después de haber narrado brevemente cuanto en Roma se había hecho tratado en torno a esta causa, y después de haber puesto de relieve con grato ánimo el éxito obtenido finalmente por la misericordia divina, declaró que se podían conservar intactos los usos y los legítimos ritos de la Iglesia rutena. Por vuestros ritos y ceremonias, que no impiden la integridad de la fe católica y nuestra mutua unión, por el mismo motivo y del mismo modo como fue ron permitidos por el concilio floren tino, también nosotros permitimos que los retengáis(4). Asegura, además, haber pedido al augusto rey de Polonia que no sólo tome bajo su patrocinio a los obispos con todo cuanto a ellos pertenece, sino que los honre también ampliamente y los admita en el Senado del Reino, según sus deseos. Finalmente, exhorta fraternalmente a aquellos obispos a que reúnan cuanto antes todo el país en un concilio general para ratificar la unión obtenida de los rutenos con la Iglesia católica. En este concilio, celebrado en Brest, participaron no sólo todos los obispos rutenos y muchos otros eclesiásticos, juntamente con los regios legados, sino también los obispos latinos de las diócesis de Leó poli, Luck y Cholm, que representaban a la persona del Romano Pontífice, y si bien los obispos de Leópoli y de Peremislia se volvieron atrás del consentimiento dado, sin embargo el 8 de octubre de 1596 fue felizmente confirmada y proclamada la unión de la Iglesia rutena con la católica. De esta conciliación y asociación, que respondían tan grandemente a las necesidades del pueblo rumano, todos esperaban con unánime consentimiento abundantes frutos.

7. Dificultades después de la proclamación de la unión

   Pero vino el ene migo y sembró la cizaña en medio del trigo(5); porque sea por ambición de algunos hombres poderosos, sea por enemistades políticas, sea, en fin, por la negligencia tenida en la instrucción y educación del clero y el pueblo en torno a esta materia, se siguieron vehementísimas controversias y continuas desventuras, de modo que parecía deberse temer que esta obra de la unión iniciada con óptimos auspicios fracasara miserablemente.

   Que esto no ocurriera desde el principio por las persecuciones e insidias tendidas no sólo por los hermanos disidentes, sino también por algunos católicos, fue obra sobre todo de los dos Metropolitas HIPAZIO POTIJ y JOSÉ VE LAMINO RUTSKYJ, los cuales, con incansable diligencia, trabajaron por defender y hacer progresar esta causa; y de modo especial se dieron a procurar que los sacerdotes y los monjes se formasen según la sagrada disciplina y las buenas costumbres, y que todos los fieles fuesen educados según los rectos dictámenes de la verdadera fe.

   No muchos años después esta comenzada obra de conciliación se consagró con la sangre de un mártir, por que el 12 de noviembre del año 1623, JOSAFAT KUNCEVYC, Arzobispo de Polock y de Vitebsk, preclarísimo por la santidad de vida y el ardor apostólico, e invicto defensor de la unidad católica, amenazado de muerte por los cismáticos con acerbísima persecución, fue herido de bala y muerto de un golpe de hoz. Pero la sagrada sangre de este mártir vino a ser en cierto sentido semilla de cristianos, porque los mismos parricidas, con una sola excepción, arrepentidos del delito cometido y abjurado el cisma, antes de ser castigados con la pena capital detestaron su propio hecho. Igualmente MELECIO SMOTRYTSKYJ, acérrimo competidor de JOSAFAT en la aspiración a la sede de Polock, volvió el año 1627 a la fe católica, y aunque por algún tiempo vaciló entre las dos partes, defendió después con valeroso ánimo hasta la muerte la vuelta de los rutenos al gremio de la Iglesia católica; cosa que parece deberse atribuir también al patrocinio de este santísimo mártir.

8. La actitud contraria de los reyes de Polonia, y la firmeza y labor de los Obispos rutenos

   Sin embargo, con el andar de los años aumentaban las dificultades de todo género que se oponían a esta conciliación felizmente comenzada. Entre las más graves estaba el hecho de que los reyes de Polonia, que al principio parecía que habían querido promover la cosa con su protección, después, bien obligados por la fuerza de los enemigos exteriores, bien por las enemistades de las facciones internas, habían cedido cada vez más a los adversarios de la unidad católica, que ciertamente no faltaban. Es tas fueron las razones de que en breve tiempo esta santísima causa llegase a tal punto, según confesaron los mismos obispos rutenos, que no quedaba otro sostén que la ayuda de los Romanos Pontífices, los cuales mediante la expedición de cartas llenas de afecto y la concesión de los auxilios que les eran posibles, especialmente por medio del Nuncio apostólico en Polonia, defendieron a la Iglesia rutena con fuerte y paternal corazón.

   Cuanto más tristes eran los tiempos tanto más resplandecía el celo de los santos Prelados rutenos, los cuales se esforzaron no sólo por instruir a la población ruda en la doctrina cristiana, sino por promover a los sacerdotes no suficientemente cultos a un grado más alto de ciencia sagrada y, finalmente, por llenar de renovado ardor por la Regla y de deseo de perfección a los monjes, allí donde su conducta había languidecido y decaído. Y no perdieron el ánimo cuando el año 1632 los bienes eclesiásticos fueron en gran parte asignados a la jerarquía de los hermanos disidentes poco antes de constituida, y en los pactos estipulados entre los co sacos y el rey de Polonia fue decretada la disolución de la unión comenzada entre los rutenos y la Sede Apostólica; y a pesar de todo continuaron defendiendo con constancia y tenacidad los rebaños a ellos confiados.

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