Magisterio de la Iglesia

Sacra virginitas
Carta Encíclica

PÍO XII
Sobre la sagrada virginidad
25 de marzo de 1954

INTRODUCCIÓN

La santa virginidad en la Iglesia de Cristo

   La santa virginidad y la castidad perfecta, consagrada al servicio divino, se cuentan sin duda entre los tesoros más preciosos dejados como en herencia a la Iglesia por su Fundador.

   Por eso los Santos Padres afirmaron que la virginidad perpetua es un bien excelso nacido de la religión cristiana. Y con razón notan que los paganos de la antigüedad no exigieron de las vestales tal género de vida sino por un tiempo limitado(1), y si en el Antiguo Testamento se mandaba guardar y practicar la virginidad, era solo como condición preliminar para el matrimonio(2). Añade San Ambrosio(3) : Leemos, sí, que también, en el templo de Jerusalén hubo vírgenes. Pero, ¿qué dice el Apóstol? Todo esto les acontecía en figura(4) para que fuesen imágenes de las realizaciones futuras.

   Ciertamente, ya desde la época de, los apóstoles vive y florece esta virtud en el jardín de la Iglesia. Cuando en los Hechos de los apóstoles(5) se dice que las cuatro hijas del diácono Felipe eran vírgenes, se quiere significar, más bien, un estado de vida que la edad juvenil. Y no mucho después San Ignacio de Antioquía, al saludar a las vírgenes de Esmirna, refiere(6) que, a una con las viudas, constituían una parte no pequeña de esta comunidad cristiana. En el siglo segundo -como atestigua San Justino son muchos los hombres y mujeres, educados en el cristianismo desde su infancia, que llegan completamente puros hasta los sesenta y los setenta años(7). Poco a poco creció el número de hombres y mujeres que consagraban a Dios su castidad, y al mismo tiempo fue adquiriendo una importancia considerable el puesto que ocupaban en la Iglesia, como más ampliamente lo expusimos en nuestra constitución apostólica Sponsa Christi(8).

   También los Santos Padres como San Cipriano, San Atanasio, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y otros muchos, escribiendo sobre, la virginidad, le dedicaron las mayores alabanzas. Está doctrina de los Santos Padres, desarrollada al correr de los siglos, por los Doctores de la Iglesia y por los maestros de la ascética cristiana, contribuye mucho para suscitar en los cristianos de ambos sexos el propósito, de consagrarse a Dios en castidad perfecta y para confirmarlos en él hasta la muerte.

   No se puede contar la multitud de almas que desde los comienzos de la, Iglesia hasta, nuestros días han ofrecido a Dios su castidad, unos conservando intacta su virginidad, otros consagrándole para siempre su viudez, después de la muerte del esposo; otros, en fin, eligiendo una vida totalmente casta después de haber llorado sus pecados; mas todos conviniendo en el mismo propósito de abstenerse para siempre, por amor de Dios, de los deleites de la carne. Sirvan a todos estos las enseñanzas de los Santos Padres sobre la excelencia y, él mérito de la virginidad, de estímulo, de sostén y de aliento para perseverar inconmovibles en el sacrificio ofrecido y para no volver a tomar ni la más pequeña parte del holocausto ofrendado ante el altar de Dios.

   Esta castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen el estado religioso
(9); la misma se exige a los clérigos de la Iglesia latina para las órdenes mayores(10) y también a los miembros de los institutos seculares(11). Pero florece asimismo entre muchos que pertenecen al estado laical; ya que hay hombres y mujeres que, sin pertenecer a un estado, público de perfección, han hecho el propósito o el voto privado de abstenerse completamente del matrimonio y de los deleites de la carne para servir más libremente al prójimo y para unirse más fácil e íntimamente a Dios.

   A todos y cada uno de estos amadísimos hijos nuestros, que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo, y su alma, nos dirigimos con corazón paterno y los exhortamos con el mayor encarecimiento posible a mantenerse firmes en su santa resolución y a ponerla en práctica con diligencia.

   No faltan hoy día quienes, apartándose en esta materia del recto camino, de tal manera exaltan el matrimonio, que llegan a anteponerlo prácticamente a la virginidad y, por consiguiente, a menospreciar la castidad consagrada a Dios y el celibato eclesiástico. Por eso la conciencia de nuestro oficio apostólico nos mueve hoy a declarar y sostener ante todo la doctrina de la excelencia de la virginidad y defender esta verdad católica contra tales errores.

PRIMERA PARTE
NATURALEZA, EXCELENCIA Y VENTAJAS,
DEL ESTADO DE VIRGINIDAD

Castidad perpetua

   En primer lugar, debemos advertir que lo esencial de su doctrina sobre la virginidad lo ha recibido la Iglesia de los mismos labios de su Divino Esposo.

   Pareciendo a los discípulos muy pesados los vínculos y las obligaciones del matrimonio, que el Divino Maestro les manifestara, le dijeron: Si, tal es tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta el casarse(12). Y Jesús les respondió que no todos eran capaces de comprender está palabra, sino solo aquéllos a quienes se les ha concedido; porque algunos son inhábiles para el matrimonio por defecto físico de nacimiento, otros por violencia y malicia de los hombres; otros, en cambio, se abstienen de él espontáneamente y de propia voluntad, y eso por amor del reino cielos. Y concluyó Nuestro Señor diciendo: Quien sea capaz de tal doctrina, que la siga(13).

   Con estas palabras el Divino Maestro no trata de los físicos del matrimonio, sino de la resolución libre y voluntaria de abstenerse para siempre de él y de los placeres de la carne. Al comparar a los que renuncian espontáneamente al matrimonio con los que se ven obligados a tal renuncia o por la naturaleza o por la violencia de, los hombres, no es verdad que el Divino Redentor nos enseña que la castidad, para ser perfecta, tiene que ser perpetua?

   Por otra parte como los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia enseñan, la virginidad no es virtud cristiana sino cuando se guarda por amor del reino de los cielos(14), es decir, cuando abrazamos este estado de vida para poder más fácilmente entregarnos a las cosas divinas, alcanzar con mayor seguridad la eterna bienaventuranza y, finalmente, dedicarnos con más libertad a la obra de conducir a otros al reino de los cielos.

   No pueden, por tanto, reivindicar para sí, el honorífico título de la virginidad cristiana los que se abstienen del matrimonio o por puro egoísmo o, como advierte San Agustín(15), para eludir las cargas que él impone, o tal vez para jactarse farisaicamente de la propia, integridad corporal. Por lo cual, ya el Concilio de Gangres reprobaba que la virgen o el continente se apartasen del matrimonio por reputarlo cosa abominable y, no por la belleza y santidad de la virginidad(16).

   Además, el Apóstol de las gentes, inspirado por él Espíritu Santo, advierte: El que no tiene mujer, anda solícito, de las cosas del Señor, y en que ha de agradar a Dios... Y la mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del Señor para ser santas en cuerpo y alma
(17). Éste es, por lo tanto, Este es por tanto el fin primordial y la razón principal de la virginidad cristiana: el tender únicamente hacia las cosas divinas, empleando en ellas alma y corazón; el querer agradar a Dios en todas las cosas, pensar solo en El, consagrarle totalmente cuerpo y alma.

Cuerpo y alma consagrados a Dios

   De este modo interpretaron siempre los Santos Padres las palabras de Jesucristo y la doctrina del Apóstol de las gentes: desde los primitivos tiempos de la Iglesia entendieron ellos la virginidad como una consagración del cuerpo y del alma a Dios. Así, San Cipriano exige de las vírgenes el que ya no quieran adornarse ni agradar a nadie sino al Señor, puesto que se han consagrado a Cristo y, apartándose, de las concupiscencias de la carne, se han entregado a Dios en cuerpo y alma
(18). El Obispo de Hipona va más adelante cuando afirma: No es que se honre a la virginidad por ella misma, sino por estar consagrada a Dios... y no alabamos a las vírgenes :porque lo son, sino por ser vírgenes consagradas a Dios por medio de una piadosa continencia(19). Los príncipes de la sagrada teología, Santo Tomás de Aquino(20) y San Buenaventura(21), apoyados en la autoridad de San Agustín, enseñan que la virginidad no goza de la firmeza propia de la virtud, si no nace del voto de conservarla siempre intacta. Y sin duda los que más plena y perfectamente ponen en práctica la enseñanza de Cristo sobre la perpetua renuncia al matrimonio son los que se obligan con voto perpetuo a guardar continencia; ni se puede afirmar con fundamento que es mejor y más perfecta la resolución de los que quieren dejar una puerta abierta para poder volver atrás.

Una suerte de matrimonio espiritual

   Este vínculo de perfecta castidad lo consideraron los Santos Padres como una especie de matrimonio espiritual, mediante el cual el alma se une con Cristo; y por eso algunos llegaron hasta comparar con el adulterio la violación de esta promesa de fidelidad
(22). San Atanasio escribe que la Iglesia católica acostumbra llamar esposas de Cristo a quienes poseen la virtud de la virginidad(23). Y San Ambrosio, escribiendo sobre la santa virginidad, se expresa con esta concisa frase: Virgen es quien se desposa con Dios(24). Más aun, según aparece en los escritos del mismo doctor de Milán(25), el rito de la consagración de las vírgenes ya en el siglo IV era muy semejante al que usa hoy la Iglesia en la bendición nupcial(26).

   Por esa misma razón, los Santos Padres exhortan a las vírgenes a amar a su Divino Esposo con más afecto que el que tendrían a su propio marido, si estuviesen, unidas en matrimonio, y a conformar sus pensamientos y actos a la voluntad de El
(27). San, Agustín, dirigiéndose a ellas, escribe: Amad con todo vuestro corazón al más hermoso entre los hijos de los hombres: libre está para ello vuestro corazón; desligado se halla de todo lazo conyugal... Si, pues, caso de estar casadas, hubierais debido tener grande amor a vuestros maridos, cuánto más no deberéis amar a Aquel por quien habéis renunciado a tener marido? Quede clavado por entero en vuestro corazón el que por vosotras quiso estar clavado en una cruz(28). Tales son, por lo demás, los sentimientos propósitos que la Iglesia misma exige a las vírgenes en el día de su consagración a Dios, invitándolas a pronunciar estas palabras rituales: He despreciado el reino del mundo y todo el ornato de este siglo por amor de Nuestro Señor Jesucristo, a quien vi, de quien, me enamoré, en quien puse mí confianza, a quien quise, con ternura(29). Lo que mueve, pues, suavemente a la virgen a consagrar totalmente su cuerpo y su alma al Divino Redentor no es otra cosa sino, el amor a El, como San Metodio, Obispo de Olimpo, lo hace expresar hermosamente a una de ellas: Tú, oh Cristo, eres para mi todas las cosas. Para Ti me conservo, oh Esposo(30). Sí, el amor de Cristo es el que persuade a la virgen a encerrarse para siempre entre los muros de un monasterio para contemplar y amar más libre y fácilmente a su celestial Esposo, El es el que la incita fuertemente a practicar con todas sus fuerzas hasta su muerte las obras de misericordia en servicio del prójimo.

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NOTAS

  • (1) Cfr. S. Ambros.: De virginibus, lib. I, c. 4, n.15; De virginite, c.3, n. 13; P.L. XVI, 193, 69. (volver)

  • (2) Cfr. Ex., XXII, 16-17; Deut., XXII, 23-29; Eccli, VLII,9 (volver)

  • (3) S. Ambros.: De virginibus, lib. I, c. 3, n. 12; P.L. XVI, 192. (volver)

  • (4) I Cor X, 11 (volver)

  • (5) Act., XXI, 9 (volver)

  • (6) Cfr. S. Ignat. Antioch.: Ep. ad Smyrn., c.13; ed. Funk-Diekamp: Patres Apostolici, vol. I p. 286  (volver)

  • (7) S. Iustin: Apol. I pro christi, c.15; P.G. VI, 349 (volver)

  • (8) Cfr. Const. Apost. Sponsa Christi; A.A. S. XLIII, 1051, pp. 5-8 (volver)

  • (9) Cfr. C.I.C. can. 487 (volver)

  • (10) Cfr. C.I.C. can. 132 §1  (volver)

  • (11)  Cfr. Const. Apost. Provida Mater, art. III § 2; A.A.S. XXXIX, 1947, p. 121 volver)

  • (12) Mt 19, 10 (volver)

  • (13) Ibid., 19, 11-12 (volver)

  • (14) Mt. 19, 12  (volver)

  • (15) S. Agustín: De sancta virginitate, c. 2, P.L. XL, 407 (volver)

  • (16) Cfr. Can. 9; Mansi: Coll., II, 1.096. (volver)

  • (17)  1 Cor 7, 32-34. (volver)

  • (18) S. Cypr.: De habitu virginum, 4; P.L. IV, 443. (volver)

  • (19) S. Agustín : De sancta virginitate, cc. 8,11; P.L. XL, 400, 401. (volver)

  • (20)  S. Tomás, Suma Teológica, II-II, q. 152, a. 3, ad. 4.  (volver)  

  • (21) S. Bonav.: De perfectione evangelica, q. 3, a. 3, sol. 5.(volver)

  • (22) Cfr. San Cipriano: De habitu virginum, c. 20; P.L. IV 459 (volver)

  • (23) Cfr. San Atanasio: Apol. Ad Constant., 33; P.G. XXV, 640 (volver)

  • (24) S. Ambrosio: De virginibus, lib. I. C. 8; n. 52; P.L. XVI, 202 (volver)

  • (25)) Cfr. Ibid., lib. III, cc. 1-3, nn 1-14; De institutione virginis, c. 17 nn. 104-114; P.L. XVI, 219-224, 333-336  (volver)

  • (26)  Cfr. Sacramentarium Leonianum, XXX; P.L. LV, 129; Pontificale Romanum: De benediotione et consecratione virginum. (volver) 

  • (27) Cfr. S. Cipriano: de habitu virginum, 4 et 22 ; P.L. IV, 443-444 et 462 ; S. Ambrosio: De virginibus, lib. I e 7, n. 37 ; P.L. XVI, 199. (volver) 

  • (28) S. Agustín: De sancta virginitate, cc. 54-55; P.L. XL, 428 (volver) 

  • (29) Pontificale Romanum: De benedictione et consecratione virginum (volver) 

  • (30) S. Metodio Olympi: Convivium decem virginum orat. XI c. 2; P.G. XVIII, 209 (volver)