Magisterio de la Iglesia
Sacra virginitas
Carta Encíclica
PÍO
XII INTRODUCCIÓN La santa virginidad
en la Iglesia de Cristo Por eso los Santos Padres afirmaron que la virginidad perpetua es un bien excelso nacido de la religión cristiana. Y con razón notan que los paganos de la antigüedad no exigieron de las vestales tal género de vida sino por un tiempo limitado(1), y si en el Antiguo Testamento se mandaba guardar y practicar la virginidad, era solo como condición preliminar para el matrimonio(2). Añade San Ambrosio(3) : Leemos, sí, que también, en el templo de Jerusalén hubo vírgenes. Pero, ¿qué dice el Apóstol? Todo esto les acontecía en figura(4) para que fuesen imágenes de las realizaciones futuras. Ciertamente, ya desde la época de, los apóstoles vive y florece esta virtud en el jardín de la Iglesia. Cuando en los Hechos de los apóstoles(5) se dice que las cuatro hijas del diácono Felipe eran vírgenes, se quiere significar, más bien, un estado de vida que la edad juvenil. Y no mucho después San Ignacio de Antioquía, al saludar a las vírgenes de Esmirna, refiere(6) que, a una con las viudas, constituían una parte no pequeña de esta comunidad cristiana. En el siglo segundo -como atestigua San Justino son muchos los hombres y mujeres, educados en el cristianismo desde su infancia, que llegan completamente puros hasta los sesenta y los setenta años(7). Poco a poco creció el número de hombres y mujeres que consagraban a Dios su castidad, y al mismo tiempo fue adquiriendo una importancia considerable el puesto que ocupaban en la Iglesia, como más ampliamente lo expusimos en nuestra constitución apostólica Sponsa Christi(8). También los Santos Padres como San Cipriano, San Atanasio, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y otros muchos, escribiendo sobre, la virginidad, le dedicaron las mayores alabanzas. Está doctrina de los Santos Padres, desarrollada al correr de los siglos, por los Doctores de la Iglesia y por los maestros de la ascética cristiana, contribuye mucho para suscitar en los cristianos de ambos sexos el propósito, de consagrarse a Dios en castidad perfecta y para confirmarlos en él hasta la muerte. No se puede
contar la multitud de almas que desde los comienzos de la, Iglesia hasta,
nuestros días han ofrecido a Dios su castidad, unos conservando intacta
su virginidad, otros consagrándole para siempre su viudez, después de la
muerte del esposo; otros, en fin, eligiendo una vida totalmente casta
después de haber llorado sus pecados; mas todos conviniendo en el mismo
propósito de abstenerse para siempre, por amor de Dios, de los deleites
de la carne. Sirvan a todos estos las enseñanzas de los Santos Padres
sobre la excelencia y, él mérito de la virginidad, de estímulo, de sostén
y de aliento para perseverar inconmovibles en el sacrificio ofrecido y
para no volver a tomar ni la más pequeña parte del holocausto ofrendado
ante el altar de Dios. A todos y cada uno de estos amadísimos hijos nuestros, que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo, y su alma, nos dirigimos con corazón paterno y los exhortamos con el mayor encarecimiento posible a mantenerse firmes en su santa resolución y a ponerla en práctica con diligencia. No faltan hoy día quienes, apartándose en esta materia del recto camino, de tal manera exaltan el matrimonio, que llegan a anteponerlo prácticamente a la virginidad y, por consiguiente, a menospreciar la castidad consagrada a Dios y el celibato eclesiástico. Por eso la conciencia de nuestro oficio apostólico nos mueve hoy a declarar y sostener ante todo la doctrina de la excelencia de la virginidad y defender esta verdad católica contra tales errores.
PRIMERA PARTE Castidad perpetua Pareciendo a los discípulos muy pesados los vínculos y las obligaciones del matrimonio, que el Divino Maestro les manifestara, le dijeron: Si, tal es tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta el casarse(12). Y Jesús les respondió que no todos eran capaces de comprender está palabra, sino solo aquéllos a quienes se les ha concedido; porque algunos son inhábiles para el matrimonio por defecto físico de nacimiento, otros por violencia y malicia de los hombres; otros, en cambio, se abstienen de él espontáneamente y de propia voluntad, y eso por amor del reino cielos. Y concluyó Nuestro Señor diciendo: Quien sea capaz de tal doctrina, que la siga(13). Con estas palabras el Divino Maestro no trata de los físicos del matrimonio, sino de la resolución libre y voluntaria de abstenerse para siempre de él y de los placeres de la carne. Al comparar a los que renuncian espontáneamente al matrimonio con los que se ven obligados a tal renuncia o por la naturaleza o por la violencia de, los hombres, no es verdad que el Divino Redentor nos enseña que la castidad, para ser perfecta, tiene que ser perpetua? Por otra parte como los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia enseñan, la virginidad no es virtud cristiana sino cuando se guarda por amor del reino de los cielos(14), es decir, cuando abrazamos este estado de vida para poder más fácilmente entregarnos a las cosas divinas, alcanzar con mayor seguridad la eterna bienaventuranza y, finalmente, dedicarnos con más libertad a la obra de conducir a otros al reino de los cielos. No pueden, por
tanto, reivindicar para sí, el honorífico título de la virginidad
cristiana los que se abstienen del matrimonio o por puro egoísmo o, como
advierte San Agustín(15), para eludir las cargas que él impone, o tal
vez para jactarse farisaicamente de la propia, integridad corporal. Por lo
cual, ya el Concilio de Gangres reprobaba que la virgen o el continente se
apartasen del matrimonio por reputarlo cosa abominable y, no por la
belleza y santidad de la virginidad(16). |
NOTAS
(21) S. Bonav.: De perfectione evangelica, q. 3, a. 3, sol. 5.(volver) (22) Cfr. San Cipriano: De habitu virginum, c. 20; P.L. IV 459 (volver) (23) Cfr. San Atanasio: Apol. Ad Constant., 33; P.G. XXV, 640 (volver) (24) S. Ambrosio: De virginibus, lib. I. C. 8; n. 52; P.L. XVI, 202 (volver) (25)) Cfr. Ibid., lib. III, cc. 1-3, nn 1-14; De institutione virginis, c. 17 nn. 104-114; P.L. XVI, 219-224, 333-336 (volver) (26) Cfr. Sacramentarium Leonianum, XXX; P.L. LV, 129; Pontificale Romanum: De benediotione et consecratione virginum. (volver) (27) Cfr. S. Cipriano: de habitu virginum, 4 et 22 ; P.L. IV, 443-444 et 462 ; S. Ambrosio: De virginibus, lib. I e 7, n. 37 ; P.L. XVI, 199. (volver) (28) S. Agustín: De sancta virginitate, cc. 54-55; P.L. XL, 428 (volver) (29) Pontificale Romanum: De benedictione et consecratione virginum (volver) |