Magisterio de la Iglesia
Sacra virginitas
Carta Encíclica
SEGUNDA PARTE
Esta doctrina, que establece las ventajas y excelencias de la virginidad y del
celibato sobre el matrimonio, fue puesta de manifiesto, como lo llevamos dicho,
por nuestro Divino Redentor y por el Apóstol de las Gentes; y asimismo en el
santo Concibo Tridentino(57)
fue solemnemente definida como dogma de fe divina
y declarada siempre por unánime sentir de los Santos Padres y doctores de la
Iglesia. Además, así nuestros Antecesores, como también Nos, siempre que se
ha ofrecido la ocasión, una y otra vez la hemos explicado y con gran empeño
recomendado. Sin embargo, puesto que no han faltado recientemente algunos que
han atacado, no sin grave peligro y detrimento de los fieles, esta misma
doctrina tradicional en la Iglesia, Nos, por deber de conciencia, hemos creído
oportuno volver sobre el asunto en esta Encíclica y desenmascarar y condenar
los errores, que con frecuencia se presentan encubiertos bajo apariencias de
verdad. Como muy atinadamente advierte Santo Tomás, la tendencia que en nosotros está más profunda es la mira a la conservación propia; la inclinación que brota de las potencias sexuales ocupa el segundo lugar. Y a más a la iniciativa y dirección de la razón humana, que privilegio singular de nuestra naturaleza, pertenece regular esta clase de estímulos e instintos íntimos y ennoblecerlos con su acertada dirección(58). Desgraciadamente es verdad que nuestras potencias corporales y nuestras pasiones perturbadas por el primer pecado de Adán, no solo intentan dominar los sentidos, sino también el alma, entenebreciendo la inteligencia y debilitando la voluntad. Pero la gracia de Jesucristo se nos da en los sacramentos principalmente para que, viviendo la vida del espíritu, reduzcamos el cuerpo a servidumbre(59). La virtud de la castidad nos exige que no sintamos el aguijón de la concupiscencia sino más bien que la sujetemos a la recta razón y a la ley de la gracia, tendiendo denodadamente a lo que es más noble en la vida humana y cristiana. Para lograr con perfección este
imperio del espíritu sobre los sentidos del cuerpo, no basta abstenerse tan
solo de los actos directamente contrarios a la castidad sino que es necesario en
absoluto renunciar gustosa y generosamente a todo lo que pueda ser más o menos
remotamente adverso a esta virtud; porque así el alma podrá reinar de lleno en
el cuerpo y desarrollar su vida espiritual con paz y libertad.
¿Quién hay, pues, entre los que admiten los principios de la religión
católica, que no vea que la castidad perfecta y la virginidad, lejos de
oponerse al crecimiento natural del hombre o de la mujer lo acrecienta y
ennoblece en sumo grado?
c) "La ayuda mutua" y "La
soledad de corazón" Por esta razón sabiamente piensa la Iglesia que hay que conservar el celibato de los sacerdotes; pues sabe que es y será fuente de gracias espirituales, que los unirá cada vez más estrechamente con Dios.
d) Sobre el apostolado Ciertamente, no es nuestro propósito
decir que los esposos católicos, dando ejemplo de vida cristiana, donde quiera
que vivan y en cualquiera circunstancias en que se hallen, no puedan producir
abundantes y saludables, frutos con el ejemplo de su virtud. Pero el que por
esta razón aconseja preferir el matrimonio a la vida consagrada totalmente a
Dios, sin duda invierte y trastorna él recto orden de las cosas. A la verdad,
Venerables Hermanos, grandemente deseamos que se enseñe convenientemente a
quienes han contraído matrimonio o piensen contraerlo, el grave deber que les
incumbe, no solo de educar bien y diligentemente a los hijos que tienen o tendrán,
sino también de ayudar a los demás, según su posibilidad, con el testimonio
de su fe y el ejemplo, de su virtud. Pero, como, lo exige la conciencia de
nuestro deber, no podemos menos de condenar en absoluto a todos los que trabajen
por apartar a los, jóvenes del ingreso en el seminario o en las órdenes y
congregaciones religiosas y de la emisión de los santos votos, y les den a
entender que, siendo padres o madres de familia y profesando públicamente a la
vista de todos una vida cristiana, podrán lograr un fruto espiritual mayor.
Mejor y más cuerdamente obrarían tales personas exhortando a los casados con
el mayor empeño posible que cooperasen con sus talentos en las obras del
apostolado seglar, que no trabajando por alejar de la virginidad a los jóvenes,
desgraciadamente hoy día no muy numerosos, que deseen consagrarse al divino
servicio. A este propósito escribe muy bien San Ambrosio: Siempre ha sido
propio de la gracia sacerdotal echar la simiente de la castidad y excitar el
amor a la virginidad(65).
TERCERA PARTE Venerables Hermanos, a las consecuencias de esta doctrina de la Iglesia
acerca de la excelencia de la virginidad se deducen para la vida práctica. También se ha de
advertir que Dios no impone a todos los cristianos la virginidad, según
enseña el Apóstol San Pablo en estas palabras: En orden a las vírgenes,
precepto del Señor, yo no tengo sino que, doy consejo(68). Por lo
tanto, un consejo es lo que nos mueve a abrazar la castidad perfecta,
por ser un medio capaz de conducir con mayor seguridad y facilidad a
quienes les ha sido concedido(69) alcanzar el término, de sus
anhelos, la perfección evangélica y el reino de los cielos, por lo
cual, como bien nota San Ambrosio: la castidad se propone, no se
impone Por consiguiente, todo el
que emprenda este camino difícil, si por experiencia se siente
demasiado débil en este punto, oiga con humildad el consejo del Apóstol
San Pablo : Si no tienen el don dé la continencia, cásese. Pues, más
vale casarse que abrasarse(79). Para muchos, efectivamente, la
continencia perpetua sería un peso demasiado grave y no se les puede
aconsejar. Lo sacerdotes que tienen el cargo importante de ayudar con
sus consejos a aquellos jóvenes que sienten inclinación hacia el
sacerdocio o la vida religiosa, deben exhortarlo a pensarlo con madura
consideración y no meterse por un camino que no tengan fundada
experiencia de poder recorrer hasta el fin con seguridad y éxito feliz.
Examinen prudentemente la capacidad del joven y oigan, cuando lo estimen
oportuno, el parecer de los peritos. Y si todavía queda alguna duda
seria, sobre todo por la experiencia de la vida pasada, interpongan su
autoridad para que desistan de abrazar el, estado de castidad perfecta o
para que no sean admitidos a las órdenes sagradas o a la profesión
religiosa. VIGILANCIA Y ORACIÓN Los medios que el Divino Redentor nos recomendó para salvaguarda eficaz de nuestra virtud son la asidua, vigilancia para hacer con diligencia cuanto esté en nuestra mano, y la oración constante para pedir a Dios lo que, por nuestra debilidad no podemos alcanzar: Velad y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es flaca[84] . Esta vigilancia en todos los momentos y en todas las circunstancias de nuestra vida nos es absolutamente necesaria: Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu las tiene contrarias a las de la carne[85]. Si alguno fuere indulgente, aun en cosas mínimas, con las seducciones del cuerpo, fácilmente se sentirá arrastrado hacia aquellas obras de la carne que el Apóstol enumera[86] y que son los vicios más torpes y repugnantes de los hombres. Por esta razón es menester ante todo velar sobre los movimientos de las pasiones de los sentidos, refrenarlos con una vida voluntariamente austera y con las penitencias corporales, para someterlos a la recta razón y a la ley de Dios. Los que son de Cristo tienen crucificada su carne con los vicios y pasiones[87]. El mismo Apóstol de las gentes confiesa de sí mismo: Castigo mi cuerpo y lo esclavizo no sea que predicando a los demás venga yo a ser reprobado[88]. Todos los santos velaron con empeño sobre los movimientos de sus sentidos y sus pasiones, y los refrenaron, a veces, con violencia, según la palabra del Divino Maestro: Yo os digo: cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón. Que sí tu ojo derecho es para ti , ocasión de pecar, sácalo y arrójalo fuera de ti; pues mejor te está el perder uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno[89]. Con esta advertencia, como es claro, nuestro Redentor pide ante todo de nosotros que no consintamos jamás en pecado, ni aun mentalmente, y que alejemos de nosotros con energía todo lo que puede manchar, aun levemente, esta hermosísima virtud. En esta materia toda diligencia es poca, ninguna severidad es excesiva. Si la salud débil u otras causas no permiten a alguien realizar grandes austeridades corporales, en ninguna manera le dispensan de la vigilancia y de la mortificación interna. En este punto conviene, además, recordar lo que enseñan los Santos Padres[90] y los Doctores de la Iglesia[91]: que más fácilmente podremos superarlos atractivos del pecado y las seducciones de la pasión huyendo de ellos con todas nuestras fuerzas que combatiéndolos de frente. Para defender la castidad, según la expresión de San Jerónimo, es preferible la huida a la batalla en campo abierto: "Huyo para no ser vencido"[92]. Consiste ésta huida en evitar diligentemente la ocasión de pecar, y principalmente en elevar nuevamente y nuestra alma a las cosas divinas durante las tentaciones, fijando la vista en Aquel a quien hemos consagrado nuestra virginidad. Contemplad la belleza de vuestro amante Esposo, nos aconseja San Agustín[93]. |
NOTAS
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