Magisterio de la Iglesia
Sacra virginitas
Carta Encíclica
AL CLERO EN PARTICULAR Esta huida y esta continua vigilancia para alejar de nosotros las ocasiones de pecar las han considerado siempre los santos como el mejor medio de luchar en esta materia; hoy día, sin embargo, no todos aceptan esta doctrina. piensan algunos que todos los cristianos, y principalmente los ministros sagrados, no deben ser segregados del mundo, como en tiempos pasados, sino ,que deben estar presentes en el mundo, y por, tanto tienen que afrontar el riesgo y poner a prueba su castidad, para que se manifieste si son o no capaces de resistir: véanlo todo los Jóvenes clérigos, para que se acostumbren a contemplar todo con ánimo sereno y se inmunicen contra cualquier género de turbaciones. Les conceden fácilmente que puedan sin sonrojo mirar todo lo que a sus ojos se ofrece, frecuentar espectáculos cinematográficos, aun los prohibidos por la censura eclesiástica; hojear cualesquiera revistas, aun obscenas, y leer las novelas puestas en el índice o prohibidas por el mismo derecho natural. Y esto lo permiten con el pretexto que hoy día son muchos los que se sacian de tales espectáculos y lecturas, y es necesario entender su manera de pensar y sentir para poderlos ayudar. Es fácil, ver lo falso y desastroso de ese modo de educar al clero y prepararlo a conseguir la santidad propia de su misión. El que ama el peligro, perecerá en él[94]; y viene aquí muy oportuno el consejo de San Agustín: No me digáis que tenéis el alma pura, si tenéis ojos impuros; porque el ojo impuro es mensajero de un corazón impuro[95]. Sin duda, este funesto método se funda en una grave confusión. Porque Jesucristo Nuestro Señor afirmó, sí, de sus Apóstoles: Yo los he enviado al mundo[96]; Pero antes había dicho de del mundo, ellos mismos: No son del mundo, como ni yo tampoco soy del mundo [97], y a su Divino Padre había orado con estas palabras: No te pido que los saques del mundo sino que los preserves del mal[98]. La Iglesia, que se apoya en tales principios ha dado sabias y oportunas normas para alejar de los sacerdotes los peligrosos atractivos que fácilmente pueden influir en cuantos se hallan en medio del mundo[99], y procura por medio de ellas poner la santidad de la vida sacerdotal al abrigo de los cuidados y diversiones propias de los seglares. GRADUAL PREPARACIÓN DEL CLERO JOVEN PARA LA LUCHA Con mayor razón conviene apartar del tumulto mundano al clero joven, para formarlo en la vida espiritual y prepararlos a alcanzar la perfección sacerdotal o religiosa, antes que entre en el combate. Manténgaselo en los seminarios o estudiantados largo espacio de tiempo, y reciba una formación, diligente poco a poco y con prudencia se le vaya iniciando en los problemas de nuestros tiempos, según las normas que Nos hemos prescrito en la exhortación apostólica "Menti Nostrae"[100]. ¿Qué jardinero expondrá jamás a las tempestades una planta de valor, pero aun tierna para una robustez que todavía no posee? Los seminaristas y los jóvenes religiosos deben ser tratados como plantas tiernas y delicadas, que aun hay que proteger y preparar gradualmente para la resistencia y la lucha. EL PUDOR Los educadores de la juventud clerical harían obra mejor y más útil inculcando en las, almas de los jóvenes los principios del pudor cristiano, que tanto ayuda para conservar incólume la virginidad y que bien puede llamarse la prudencia de la castidad. El pudor adivina, el peligro, impide ponerse en él y hace evitar las ocasiones a que algunos menos prudentes se exponen. El pudor no gusta de palabras torpes o menos honestas, y aborrece aun la más leve inmodestia; evita la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, infundiendo en el ánimo la debida reverencia al cuerpo que es miembro de Cristo[101] y templo del Espíritu Santo[102]. Quien posee el pudor cristiano tiene horror a cualquier pecado de impureza y se retira apenas siente despertarse la seducción. Además, el pudor sugiere
y suministra a los padres y educadores expresiones aptas para instruir
las conciencias de los jóvenes en la castidad. Por lo cual -como
lo advertimos no hace mucho en una alocución tal recato no se ha de
entender de manera que equivale a un absoluto silencio, hasta excluir en
la formación moral aun el modo reservado y prudente de hablar[103]. Sin embargo, en nuestros tiempos algunos maestros y educadores, más
veces de lo que fuera menester, han creído ser oficio suyo iniciar a niños
inocentes en los secretos de la procreación de un modo que ofende su
pudor. En este asunto conviene usar la justa medida y moderación que
exige el pudor cristiano. RECURSO A LOS MEDIOS SOBRENATURALES Otra cosa hay que tener presente: que para conservar intacta la castidad no bastan la vigilancia y el pudor hay que recurrir también a los medios sobrenaturales: a la oración a Dios, a los sacramentos de la penitencia y de, la Eucaristía y a una viva devoción a la Santísima Madre de Dios. No perdamos de vista que la castidad perfecta es un don de Dios. A este propósito, advierte profundamente San Jerónimo: Les fue concedido[107] a los que lo pidieron, a los que lo quisieron, a los que trabajaron por recibirlo. Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, halla, y al que llama, se le abrirá[108]. De la oración, añade San Ambrosio, depende la fidelidad constante de las vírgenes al Divino Esposo[109]. Y San Alfonso María de Ligorio, con aquella ardentísima piedad que lo distinguía, enseña que no hay medio tan necesario para vencer las tentaciones contra esta hermosa virtud de la castidad como el recurso inmediato a Dios por la oración[110]. Sin embargo, a la oración es menester que se añada el sacramento de la penitencia, el cual, si se recibe con frecuencia y preparación, es una medicina espiritual que purifica y sana, y el alimento eucarístico, que, en frase de Nuestro Predecesor de Inmortal memoria León XIII, es el mayor remedio contra la sensualidad[111]. Cuanto más pura y casta sea el alma, más hambre tendrá de este pan, del que saca la fortaleza para resistir a todas las seducciones del pecado impuro y con el que se une más estrechamente al Divino Esposo: Quien come mi carne y bebe mi sangre en Mi mora y ya en él[112]. DEVOCIÓN A MARÍA Un medio excelente para conservar intacta y sostener la castidad Perfecta, media comprobado continuamente por la experiencia de los siglos es el de una sólida y ardiente devoción a la Virgen madre de Dios. En cierta manera, esta devoción contiene en si todos los demás medios, pues quien sincera y profundamente la vive, se tiene, que sentir impulsado a velar, a orar, a acercarse al tribunal de la penitencia y al banquete eucarístico. Por tanto, exhortamos con afecto paterno a todos los sacerdotes, religiosos y vírgenes consagrados a que se pongan bajo la especial protección de la Santa Madre de Dios, que es Virgen de vírgenes y maestra de la virginidad, como afirma San Ambrosio[113], y es Madre poderosísima de aquellos, sobre todo, que se han dedicado al divino servicio. Por ella, dice San Atanasio, comenzó a existir la virginidad[114], y lo enseña claramente, San Agustín con estas palabras: La dignidad virginal comenzó con la Madre de Dios[115]. Siguiendo las huellas del mismo San Atanasio[116], San Ambrosio propone a las vírgenes como modelo la vida de la Virgen María: Imitadla, hijas... [117]. Sírvaos la vida de María de imagen y modelo de virginidad, cual imagen que se hubiese trasladado a un lienzo; en ella, como en un espejo, brilla la hermosura de la castidad y la belleza de toda virtud. De aquí podéis sacar ejemplos de vida, ya que en ella, como en un dechado, se muestra, con las enseñanzas manifiestas de su santidad qué es lo que habéis de corregir, qué es lo que habéis de reformar, qué es lo que habéis de retener... He aquí la imagen de la verdadera virginidad. Esta fue María, cuya vida pasó a ser norma para todas las vírgenes... [118]. Sea, pues, la Santísima Virgen maestra de nuestro modo de proceder[119], Tan grande, fue su gracia, que no solo conservó en sí misma la virginidad, sino que concedía este don insigne a los que visitaba [120]. ¡Cuán verdadero es pues el dicho del mismo San Ambrosio: Oh riquezas de la virginidad de María![121]. En vista de tales riquezas aprovecha grandemente, también hoy a las vírgenes consagradas, a los religiosos y a los sacerdotes el contemplar la virginidad de María para observar con más fidelidad y perfección la castidad de su propio estado. Pero no os contentéis, amadísimos hijos, con meditar las virtudes de la Santísima Virgen María; acudid a ella con absoluta confianza, siguiendo el consejo de San Bernardo: Busquemos la gracia, y busquémosla por María[122]. Y en este Año Mariano de una manera especial poned en ella el cuidado de vuestra vida espiritual y de la perfección, imitando el ejemplo de San Jerónimo, que aseguraba: Para mí la virginidad es una consagración en María y en Cristo[123].
CUARTA PARTE En las graves dificultades con que la Iglesia debe hoy luchar es un grande consuelo para nuestro corazón de Pastor Supremo, Venerables Hermanos, el ver cómo la virginidad, la cual florece en estos tiempos como en tiempos antiguos en todos los ámbitos de la tierra es tenida en grande estima y honor, no obstante los errores contrarios, que decíamos y que esperamos serán pasajeros y desaparecerán pronto. No ocultamos, sin embargo, que este nuestro gozo está mezclado de cierta tristeza al ver que en no pocos países disminuye cada día más el número de los que, llamados por la voz divina, abrazan el estado de virginidad. Las principales causas las hemos apuntado más arriba y no hay por qué repetirlas. Confiamos que los educadores de la juventud que hubieren caído en estos errores los reconocerán pronto, los repudiarán y se esforzarán por ponerles remedio, haciendo lo posible para que cuantos se sientan llamados por Dios al ministerio sacerdotal o al estado religioso, si están bajo su dirección espiritual, sean ayudados por todos los medios a alcanzar esa meta sublime. ¡Ojalá suceda que nuevas y más numerosas falanges de sacerdotes y de religiosos, cuantos y cuales exigen las necesidades actuales de la Iglesia, salgan pronto a cultivar la viña del Señor! Además como pide la responsabilidad de nuestro ministerio apostólico, exhortamos a los padres y madres de familia a ofrendar gustosos para el servicio divino aquellos de sus hijos que sientan esa vocación. Y si esto les resultare duro, triste y penoso, mediten atentamente las, palabras con que San Ambrosio amonestaba a las madres de Milán: sé de muchos jóvenes que quieren ser vírgenes, y sus madres les prohíben aun venir a escucharme... Si vuestras hijas quisieran amar, a un hombre, podrían elegir a quien quisieran según las leyes. Y a quienes se les concede escoger a cualquier hombre, ¿no se les permite escoger a Dios?[124]. Consideren los padres qué honor es para ellos tener un hijo sacerdote o una hija que ha consagrado su virginidad al Divino Esposo. Por lo que se refiere a las vírgenes, nos dice el mismo Obispo de Milán: Ya habéis oído, padres. . ., la virgen es un don de Dios, un regalo del padre, sacerdocio de la castidad. La virgen es una hostia ofrecida por la madre, hostia que se sacrifica diariamente y aplaca la ira divina[125]. Y ahora, antes, de dar fin a esta carta Encíclica deseamos, Venerables Hermanos, volver el pensamiento y el corazón a aquellos que, consagrados al servicio divino, en no pocas regiones padecen severa persecución. Imiten el ejemplo de las vírgenes de la primitiva Iglesia, que con la valentía invencible sufrieron el martirio por su virginidad[126]. Perseveren hasta la
muerte[127] con ánimo constante en el santo propósito de servir a
Cristo y tengan presente que sus angustias, sus padecimiento y sus
oraciones son de gran valor ante Dios para la implantación del reino de
Cristo en sus naciones y en la Iglesia entera; tengan por cierto que los
que siguen al Cordero dondequiera que va[128]
cantarán por toda la
eternidad un cántico nuevo[129], que ningún otro, puede
cantar. Prenda de estos divinos dones y testimonio de nuestra especial benevolencia sea la bendición apostólica que con todo afecto en el Señor impartimos a vosotros, Venerables Hermanos, y a los demás ministros del altar vírgenes sagradas, a aquellos principalmente que padecen persecución por la justicia[130] y a todos nuestros fieles. Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen María, el 25 de marzo de 1954, año XV de Nuestro Pontificado. |
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