Magisterio de la Iglesia
Sedes Sapientiae
Constitución Apostólica
Pío XII
SEGUNDA PARTE Sobre la Vocación Religiosa en general 11. El doble elemento de la vocación: divino y eclesiástico. Ante todo, Nos queremos que nadie ignore que el fundamento de toda vida, tanto religiosa como sacerdotal y apostólica -lo que se llama vocación divina-, está constituido por un doble elemento en cierto modo esencial, a saber: uno, divino; otro, en cambio, eclesiástico. 12. El elemento divino de la vocación En lo que toca al primero, precisa decir que la vocación de Dios es de tal suerte necesaria para abrazar el estado religioso o sacerdotal que, si ella falta, debe decirse que falta por completo el fundamento sobre que se apoya todo el edificio. Porque aquel a quien Dios no llama no es conducido ni ayudado por su gracia. De otra parte, si se debe decir que hay una verdadera vocación en cierto modo divina para todo estado, en la medida en que el principal autor de todos los estados y de todos los dones y disposiciones, así naturales como sobrenaturales, es Dios mismo, cuánto más necesario será decir esto de la vocación religiosa y sacerdotal que brilla con excelencia tan sublime y se halla repleta de tantas distinciones naturales y sobrenaturales que no puede tener otro origen sino el Padre de las luces, de quien viene todo don excelente y toda gracia perfecta[13]. 13. El elemento eclesiástico de la vocación: su necesidad y significado. En cambio, viniendo ya al otro elemento de la vocación religiosa y sacerdotal, el Catecismo romano enseña que se dicen llamados por Dios los que son llamados por los ministros legítimos de la Iglesia[14]. Lo cual, lejos de hallarse en contradicción con lo que Nos hemos dicho sobre la vocación divina, se encuentra más bien estrechamente unido a ello. Porque la vocación al estado religioso y clerical -al destinar a alguien a llevar públicamente una vida de santificación y a ejercer un ministerio jerárquico en la Iglesia, en esta sociedad visible y jerárquica- debe ser, en virtud de un mandato, aprobada, aceptada y regida por los superiores, igualmente jerárquicos, a quienes Dios ha confiado el gobierno de la Iglesia. 14. El criterio para la vocación eclesiástica: el llamamiento divino. A ello deben atender bien todos cuantos se dedican a reclutar y examinar vocaciones de este género. No deben, pues, forzar jamás a nadie, en ninguna forma, ni para el estado sacerdotal ni para el religioso[15], ni atraer o admitir a quien no diere realmente verdaderas señales de vocación divina, ni tampoco promover al ministerio clerical a quien diera pruebas de no haber recibido divinamente sino la vocación religiosa; como, así mismo, a los que hubieren recibido tal don de Dios, no deben inclinarles o desviarles hacia el clero secular. Finalmente, no deben apartar a nadie del estado sacerdotal, si por señales ciertas se prueba que se trata de un llamamiento de Dios[16]. 15. Los signos de vocación: las cualidades necesarias. En efecto, es claro que quienes aspiran a servir en la clerecía, para los cuales se han fijado estas reglas, deben reunir todo cuanto se requiere para constituir esta vocación múltiple: religiosa, sacerdotal y apostólica. En consecuencia, todos los dones y cualidades que se estiman necesarios para cumplir con este oficio divino tan sublime, han de encontrarse en ellos. TERCERA PARTE La formación natural y sobrenatural 16. Necesidad de formación y educación sólida de la vocación Por otra parte, todo el mundo comprende cómo los gérmenes de vocación, así como también las cualidades por ella requeridas, desde que existen, tienen necesidad de educación y de formación para desarrollarse y madurar. Porque la verdad es que nada aparece perfecto desde el primer instante del nacimiento, sino que la perfección se adquiere por progresos graduales. Para dirigir esta evolución, ha de tenerse muy en cuenta todo, ya de quien es el objeto de la vocación divina, ya de las condiciones de lugares y tiempo para alcanzar con eficacia el fin propuesto. Es preciso, pues, que la educación y la formación de los jóvenes religiosos estén plenamente aseguradas, ilustradas, sean sólidas, completas, adaptadas prudentemente y con confianza a las exigencias de hoy tanto interiores como exteriores, cultivadas asiduamente y seguidas con atención, no ya sólo en lo que toca a la perfección de la vida religiosa, sino también de la vida sacerdotal y apostólica. 17. Los educadores deben
probar a los "llamados";
Todo esto, según lo enseña la experiencia, no puede lograrse sino con hombres escogidos, experimentados, que no sólo se distingan por la doctrina, la prudencia, el discernimiento de espíritus y por una experiencia variada de los hombres y de las cosas, así como por otras cualidades humanas, sino que también estén llenos del Espíritu Santo y que, con su santidad y su ejemplo de todas las virtudes, sirvan de luz a los jóvenes, porque éstos, según se sabe, en todo el conjunto de su formación se sienten arrastrados por la virtud y las buenas acciones mucho más que por los discursos [17]. En el cumplimiento de esta muy grave tarea, los educadores tendrán como primera regla la que el Señor anunciaba en el Evangelio, cuando dice: Yo soy el buen Pastor, el buen Pastor da su vida por sus ovejas... Yo soy el buen Pastor y yo conozco las mías y las mías me conocen[18]; y San Bernardo la expresa diciendo: Pensad que habéis de ser como madres, no señores; procurad más bien ser amados que ser temidos[19]. El Concilio de Trento mismo exhorta con gravedad a los Superiores eclesiásticos: Estima tener que recordarles que se acuerden de que son pastores, y no los que castigan; que ellos dirijan a sus súbditos no haciéndoles sentir el dominio, sino que los amen como a hijos y hermanos más jóvenes; y que se esfuercen con sus exhortaciones y sus advertencias en apartarles de lo que no les está permitido, no sea que, si faltaren, haya obligación de infligirles los castigos que les son debidos. Mas si por fragilidad humana llegaran a pecar, obsérvese entonces el precepto del Apóstol, reprendiéndoles, amenazándoles y exhortándoles con toda bondad y paciencia: porque en el corregir la benevolencia hace más que la severidad, más la exhortación que la amenaza, más la caridad que la autoridad. Mas si la gravedad de la falta obliga a emplear el castigo, preciso es entonces unir el rigor con la bondad, la justicia con la misericordia y la severidad con la dulzura, de suerte que se guarde la disciplina saludable a los pueblos y necesaria para la enmienda de quienes habrán de ser corregidos, o si rehusaren arrepentirse, que los demás se aparten del mal por un saludable ejemplo de la corrección[20]. 18. Educación progresiva, armónica y entera, natural y sobrenatural. Recuerden, además, todos cuantos, por cualquier razón que sea, dirigen la formación de los religiosos, que esta educación y formación ha de darse según una progresión armónica y con todos los medios y métodos convenientes, atendiendo a las ocasiones, y que debe abrazar al hombre todo entero para todos los aspectos de su vocación, de suerte que se haga de él por todos modos realmente un hombre perfecto en Cristo Jesús[21]. En lo que se refiere a los medios y métodos de formación, claro está que los que son ofrecidos ya por la naturaleza misma ya por la investigación humana de nuestro tiempo en modo alguno deben ser despreciados, si fueren buenos; mejor aún, es necesario tenerlos muy en cuenta y admitirlos con discreción. Sin embargo, ningún error sería peor que el de quien, al formar discípulos tan escogidos, preocupado excesivamente por los métodos naturales o exclusivamente por ellos, relegara a segundo término o bajo cualquier pretexto menospreciara los recursos y los medios del orden sobrenatural, cuando para la búsqueda de la perfección religiosa y clerical repleta de sus frutos apostólicos, los recursos sobrenaturales -tales como los sacramentos, la oración, la mortificación y otros de este carácter- no solamente son necesarios, sino que son primordiales y totalmente esenciales. 19. Formación del hombre completo, honestidad natural y humanismo. Mas guardando este orden de los métodos y de los recursos, preciso es absolutamente no despreciar nada de todo cuanto pueda ser útil de alguna manera para perfeccionar el cuerpo y el alma, cultivar todas las virtudes naturales y formar virilmente un tipo de hombre completo, de tal modo que, luego, la formación tanto religiosa como sacerdotal se apoyen sobre este fundamento muy sólido de una honradez natural y de una humanidad cultivada[22], porque será más fácil y más seguro para los hombres encontrar el camino para llegar a Cristo si, en la persona del sacerdote, les aparece con gran claridad la benignidad y el amor de Dios nuestro Salvador hacia los hombres[23]. 20. Lo más importante: la formación sobrenatural. Pero, aunque todos deben dar importancia grande a una formación humana y natural del clérigo religioso, no hay duda alguna de que, en el curso de su formación, es la santificación sobrenatural de su alma la que obtiene la primacía. Porque si el consejo del Apóstol vale para todos los cristianos, cuando asegura él que lo que Dios quiere, es vuestra santificación[24], ¿cuánto más estará obligado a ello aquel que no solamente se halla revestido del sacerdocio, sino que ha hecho profesión de buscar la perfección evangélica misma, y que hasta en virtud de su cargo se convierte en instrumento de santificación de los demás, pues de su santidad propia dependen en gran parte la salvación misma de las almas y el crecimiento del Reino de Dios? Que todos los miembros de los estados en que se busca la perfección evangélica tengan, por lo tanto, bien presente y mediten con frecuencia ante Dios que para cumplir con el deber de su profesión no les basta el evitar los pecados, ya graves, ya hasta -con la ayuda de Dios- las faltas veniales, ni ajustarse tan sólo materialmente a las órdenes de los Superiores, y aun a sus votos y a lo que puede obligar su conciencia, o a sus constituciones particulares, según las cuales, como la Iglesia manda en los sagrados cánones, todos y cada uno de los religiosos, Superiores y súbditos, deben... modelar su vida y tender así a la perfección de su estado[25]. Necesario, por lo tanto, es que cumplan todo eso con todo corazón y con un ardiente amor, no tan sólo por necesidad, sino también en conciencia[26], porque para elevarse a las alturas de la santidad y poder ofrecer a todos fuentes vivas de caridad cristiana, deben ellos estar adornados con todas las virtudes y estar encendidos en la caridad más ardiente hacia Dios y hacia el prójimo. |
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