Magisterio de la Iglesia

Discurso al II Congreso Nacional de la
Unión Católica Italiana de Profesores
de Enseñanza Media

PÍO XII
6 de septiembre 1949

   Amados hijos e hijas: Es particularmente grata para Nuestro corazón esta entrevista con vosotros, que habéis consagrado vuestra vida al nobilísimo oficio de la educación religiosa, moral e intelectual de las jóvenes generaciones, hoy más que nunca necesitadas de verdad y de bondad. No estáis solos en Nuestra presencia. En torno a vosotros Nuestro espíritu ve numerosas falanges de adolescentes como gérmenes que se abren a la primera luz del alba. Prodigioso y encantador es este pulular de la juventud en una generación que parece casi condenada a la extinción. Juventud nueva y vigorosa en su lozanía y en su pujanza, con los ojos fijos en el porvenir, con impulso incoercible hacia metas más altas, resuelta a mejorar el pasado, a asegurar conquistas más firmes y de mayor provecho para el camino del hombre sobre la tierra. esta irrefrenable y perenne corriente hacia la humana perfección, preparada y guiada por la Providencia divina, los educadores vienen a ser los moderadores y responsables más directos, asociados a la misma Providencia, para cumplir sus designios. De ellos en gran parte depende el que la corriente de la civilización avance o retroceda, se vigorice en su ímpetu o languidezca inertemente, se apresure derechamente hacia su fin o, al contrario, se dilate, al menos por el momento, en vanos rodeos o, lo que es peor, en palúdicos y malsanos meandros. Al recordar a vuestra conciencia de educadores tal dignidad y responsabilidad, Nos mismo, por la divina Providencia Vicario de Aquel que sobre la tierra quiso ser llamado "Maestro", Nos mismo Nos incluimos en el número de aquellos que representan, en varia medida, la mano de la Providencia al conducir al hombre a su término. ¿No es esta Nuestra Sede principalmente una cátedra? ¿No es Nuestro primer deber el del magisterio? ¿No ha dado el divino Maestro y Fundador de la Iglesia a Pedro y a los apóstoles el básico precepto de "enseñad, haced discípulos"?(1)

   Educadores de almas Nos sentimos y somos; la Iglesia es una escuela sublime, y su misión, como gran parte del oficio sacerdotal, consiste en enseñar y educar. No podría ser de otra manera en ese orden nuevo instaurado por Cristo, que se funda totalmente en las relaciones de la paternidad de Dios, del cual deriva toda otra paternidad en el cielo y en la tierra (cfr. Eph. 3, 15), y de la cual en Cristo y por Cristo promana Nuestra paternidad sobre las almas. Ahora bien, quien es padre es por lo mismo educador, porque como luminosamente explica el Angélico Doctor, el primordial derecho pedagógico no se apoya en otro título que en el de la paternidad(2).

   He aquí por qué mientras os expresamos Nuestra gratitud al recibiros os hablamos como a colaboradores directos en esta que es obra de Dios y de la Iglesia, quizás la más noble empresa según el unánime juicio de la misma sabiduría humana, representada por Cicerón, que, por otra parte, miraba al mundo con ojos paganos: "Quod munus rei publicae affere maius meliusve possumus, quam si docemus atque, erudimus iuventutem?"(3). De donde es inmensa la responsabilidad de lo que conjuntamente participamos, si bien en diverso grado; pero no en campos totalmente separados, a saber: la responsabilidad de las almas, de la civilización, del mejoramiento y de la felicidad del hombre sobre la tierra y en el cielo. 

   Si en este momento, al hablaros a vosotros, profesores de enseñanza media, hemos llevado Nuestro discurso a un terreno más amplio, cual es el de la educación, lo hemos hecho pensando que hoy puede darse por superada, al menos en gran parte, la errónea doctrina que separaba la formación de la inteligencia de la del corazón. Debemos asimismo deplorar que en los últimos años se hayan traspasado los límites de lo justo al interpretar la norma que identifica al instructor con el educador y a la escuela con la vida. Reconociendo la escuela el poderoso valor formativo de las conciencias, algunos estados, regímenes y movimientos políticos, encontraron en ella uno de los medios más eficaces para ganar a su partido multitud de prosélitos, de los cuales precisaban para hacer triunfar determinada concepción de la vida. Con una táctica tan astuta cuando insincera y pretendiendo objetivos en contraste con los mismos fines naturales de la educación, algunos de aquellos movimientos del pasado y del presente siglo han pretendido sustraer la escuela a la égida de las instituciones que tenían a ello, allende el Estado, un primordial derecho -la familia y la Iglesia(4), 31 diciembre 1929)- y han atentado y atentan apoderarse exclusivamente de ella imponiendo un monopolio que, entre otras cosas, es gravemente lesivo de una de las fundamentales libertades humanas. 

   Pero esta Sede de Pedro, vigía atenta del bien de las almas y del verdadero progreso, como no ha abdicado jamás en el pasado este esencial derecho, que, por otra parte, ha ejercido admirablemente en todo tiempo mediante sus instituciones, que durante mucho tiempo fueron las únicas existentes, no lo abdicará en el porvenir, ni por esperanzas de ventajas terrenas ni por el temor de persecuciones. Jamás consentirá que se excluya del efectivo ejercicio de su derecho nativo ni la Iglesia, que lo tiene por mandato divino, ni la familia, que lo reivindica por natural justicia. Los fieles de todo el mundo son testigos de la firmeza de esta Sede Apostólica al propugnar la libertad de la escuela en tanta variedad de países, de circunstancias y de hombres. Por la escuela, al mismo tiempo que por el culto y la santidad del matrimonio, la Iglesia no ha dudado afrontar toda dificultad y todo peligro con la tranquila conciencia de quien sirve una causa justa, santa, querida de Dios, y con la certeza de que rinde un inestimable servicio a la misma sociedad civil. 

   En los países en los cuales la libertad de la escuela está garantizada por justas leyes, toca a los educadores hacerlas valer efectivamente, exigiendo su concreta aplicación. 

   Amados hijos e hijas: Conscientes de vuestra responsabilidad y confortados por el pensamiento de vuestra solidaridad con la obra misma de la Iglesia, vosotros esperáis de Nos algunas indicaciones en torno a las enseñanzas cristianas en los tiempos modernos. 

   A vuestra confiada mirada hacia la Cátedra de Pedro corresponde la firme esperanza que ponemos en vuestra preparación profesional, principalmente en la de vosotros, que pertenecéis a una nación que siempre ha cultivado la ciencia y el arte pedagógico con profundidad y amor. 

   Por tanto, mientras os exhortamos a permanecer firmes en las angustiosas necesidades de la hora presente a las normas que son fruto de secular conquista de la humana sabiduría, queremos al mismo tiempo poneros en guardia contra una ciega adhesión al pasado, que pudiera frustrar hoy la eficacia de vuestra obra. Si, pues, es magnífica regla atesorar sistemas y métodos acreditados por la experiencia, es necesario cribar con todo cuidado, antes de aceptarlas, las teorías y los usos de las modernas escuelas pedagógicas. No siempre los buenos éxitos, quizás conseguidos en países diversos del vuestro por la índole de su población y el grado de su cultura, dan suficientes garantías de que aquellas doctrinas se puedan aplicar sin distinción en todas partes. 

   La escuela no puede equipararse a un laboratorio químico, en el cual el riesgo de desperdiciar sustancias más o menos costosas se compensa con la probabilidad de un nuevo descubrimiento; en la escuela se trata de la salvación o de la ruina de cada una de las almas. Por eso, las innovaciones que se juzgaren oportunas llevarán consigo la elección de medios y métodos pedagógicos secundarios, quedando firmes tanto la finalidad como los medios sustanciales, que serán siempre los mismos, como siempre es idéntico el fin último de la educación, su sujeto, su principal autor e inspirador, que es Dios Nuestro Señor. 

   Puestos estos principios, mirad con vista segura vuestro tiempo y vuestra hora para descubrir las nuevas necesidades y estudiar los adecuados remedios; fijad confiados la vista en el porvenir, que vosotros mismos plasmáis con vuestras manos en el alma de vuestros discípulos, y hacedlo cristiano, penetrado de un sentido cada vez más alto de justicia, informado de una caridad siempre más amplia, abierto a una cultura cada vez más armónica y profunda. En el ejercicio cotidiano de vuestro oficio sed, además, padres de las almas más que propagadores de conocimientos estériles. Padres; es decir; tales que, poseyendo la vida en su pleno vigor, sepáis suscitar en torno a vosotros otras vidas semejantes a las vuestras. De aquí la entera consagración que os pide la escuela, la cual, juntamente con la familia, de la que muchos de vosotros sois cabeza, formará todo vuestro mundo y ocupará, sin duelo alguno, toda vuestra energía. Un mundo tal -donde la religión, la familia y la cultura constituyen el ambiente cotidiano- es suficiente para llenar la vida y para compensar aquellas renuncias que llegan hasta la total inmolación de la persona. Mas no por ello la sociedad, y en concreto el Estado, por cuyo bien prodigáis vuestra vida -recordando aquello del "maius meliusve", poco ha citado-, queda menos obligado hacia vosotros a una proporcionada gratitud pública y a una recompensa indispensable para procurar a los maestros condiciones económicas que les permitan darse por entero a la escuela. No de otra manera Dios, remunerador justo de nuestras obras, promete especial premio a los educadores de las almas en el conocido pasaje de Daniel: "Qui ad iustitiam erudiunt multos, fulgebunt quasi stellae in perpetuas aeternitates" (5)

   Como educador inspirado por la paternidad, cuyo término es engendrar seres semejantes a sí mismo, el maestro, no menos que con sus preceptos, formará a los alumnos con el ejemplo de su vida. En el caso contrario, todo su trabajo será, para decirlo con San Agustín , "vender palabras" 6) y no ya modelar almas. Las mismas enseñanzas morales no rozan sino superficialmente los espíritus si no son confirmadas por los actos. Más aun, ni la exposición de las disciplinas meramente escolares es plenamente asimilada por los jóvenes, si no brota de los labios del maestro como viva expresión personal. Ni el latín, ni el griego, ni la historia, mucho menos la filosofía, serán acogidos por los estudiantes con verdadero provecho cuando sean presentados sin entusiasmo, como cosas extrañas a la vida y al interés de aquel que enseña. 

   Educadores de hoy que traéis del pasado normas seguras, ¿qué ideal de hombres habréis de preparar para el porvenir? Lo encontráis fundamentalmente delineado en el perfecto cristiano.

   Y al decir perfecto cristiano, intentamos aludir al cristiano del día, hombre de su tiempo, conocedor y cultivador de todos los progresos alcanzados por la ciencia y por la técnica, ciudadano no extraño a la vida que se desenvuelve hoy en su tierra. El mundo no tendrá que arrepentirse si un número siempre creciente de tales cristianos interviene en todos los órdenes de la vida pública y privada. Toca a vosotros en gran parte, maestros, predisponer esta benemérita intervención, dirigiendo los espíritus de vuestros discípulos a descubrir las inextinguibles energías del cristianismo en la empresa de mejorar y renovar a los pueblos. Por ello, no ahorréis fatigas para despertar a su tiempo su conciencia moral, de tal suerte que, al paso de los años, el "hombre honesto" no aflore por casualidad como la última aventura de una vida, que conoció repetidos fracasos.

   Sobre tal fundamento formad hombres de ciencia y de técnica. No sucederá que éstos infundan temor al mundo, como sucede hoy por haber despertado la ciencia -al mismo tiempo que la admiración- el terror de sí entre los pueblos y suscitado formidables problemas políticos, sociales e internacionales; consecuencia quizás de la intentada separación de la ciencia y de la religión. Algunos, al menos, entre los mismos científicos, sufren al ver la desproporción creada por la técnica entre las fuerzas materiales, desmesuradamente acrecidas, de que disponen los hombres y la pequeñez y debilidad de sus espíritus(7)

   Formad hombres valientes, que estén en condiciones de difundir en torno a sí el bien y a dirigir a los demás con claridad de principios. Nuestros tiempos necesitan que las mentes de los alumnos se vuelvan hacia un sentido de justicia más efectiva, apartando de sí la innata tendencia a considerarse como una casta privilegiada y a temer y a esquivar la vida de trabajo. Siéntanse y sean trabajadores hoy mismo en el cumplimiento constante de sus deberes escolares, como deberán serlo mañana en los puestos directivos de la sociedad. Cierto que en los pueblos atormentados por el azote del paro las dificultades surgen no tanto de defecto de la buena voluntad cuanto de la falta de trabajo; pero siempre será indispensable que los maestros inculquen la laboriosidad a sus discípulos. Habitúense, pues, éstos al severo trabajo del entendimiento y aprendan del trabajo, a soportar la dureza y la necesidad para gozar los derechos de la vida social por el mismo título que los trabajadores manuales. Asimismo, es tiempo de ampliar su horizonte sobre un mundo menos embarazado por facciones mutuamente envidiosas, por nacionalismos a ultranza, por ansias de hegemonía por las cuales tanto han sufrido las presentes generaciones. 

   Ábrase la nueva juventud al respiro de la catolicidad y sienta el encanto de aquella caridad universal que abraza a todos los pueblos en el único Señor. Dadles asimismo la conciencia de su propia personalidad y, por ello, del máximo tesoro de la libertad; adiestrad sus espíritus en la sana crítica, pero al mismo tiempo infundidles el sentido de la humildad cristiana, de la justa sujeción a las leyes y de los deberes de solidaridad. Y dadles ánimo. Decidles lo mucho que esperan de ellos la Iglesia y la sociedad, el gran bien que pueden cumplir, las numerosas empresas nobles a las que pueden asociarse.

   Religiosos, honestos, cultos, abiertos y trabajadores, así veremos que salen de las escuelas los jóvenes que las familias y la sociedad os confían, o mejor, que os confía Dios, porque antes que de la familia y de la sociedad las almas son de Dios, de Cristo y de la Iglesia, por derecho originario y preeminente. Tened valor y confianza. Por grande que sea la empresa y ardua la meta, nada falta al educador cristiano para alcanzarla. Vosotros disponéis de suficientes medios humanos; pero, sobre todo, sois ricos en recursos sobrenaturales, proporcionados por la gracia, de los cuales vosotros y vuestros alumnos podéis abundantemente alcanzar el fruto fecundo en los Sacramentos y en la oración. 

   A fin de que se cumplan estos comunes votos, descienda sobre vosotros y sobre vuestros discípulos, propiciatoria de los divinos favores, Nuestra paternal y Apostólica Bendición.

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