Magisterio de la Iglesia
Ineffabilis Deus
Carta
apostólica
PÍO
IX 1. María
en los planes de Dios. El
inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es
omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con
fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo Y, por
cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los
resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total
triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma
mancha de la culpa original, tan venerable Madre, a quien Dios Padre
dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado
como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que naturalmente
fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen, y a la
que el mismo Hijo en persona determinó hacer sustancialmente su Madre y
de la que el Espíritu Santo quiso e hizo que fuese concebido y naciese
Aquel de quien él mismo procede. 2. Sentir de la
Iglesia respecto a la concepción inmaculada. 3. Favor
prestado por los papas al culto de la Inmaculada. Muy clara
y abiertamente por cierto testimonian y declaran esto tantos insignes
hechos de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, a quienes en
la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó el mismo Cristo
Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los corderos y
las ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y gobernar
la universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron muy
mucho de establecer con su apostólica autoridad, en la romana Iglesia
la fiesta de la Concepción, y darle más auge y esplendor con propio
oficio y misa propia, en los que clarísimamente se afirmaba la
prerrogativa de la inmunidad de la mancha hereditaria, y de promover y
ampliar con toda suerte de industrias el culto ya establecido, ora con
la concesión de indulgencias, ora con el permiso otorgado a las
ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de
Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, ora con la aprobación
de sodalicios, congregaciones, institutos religiosos fundados en honra
de la Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad de los fundadores
de monasterios, hospitales, altares, templos bajo el título de la
Inmaculada Concepción, o de los que se obligaron con voto a defender
valiente mente la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Grandísima
alegría sintieron además en decretar que la, festividad de la Concepción
debía considerarse por toda la Iglesia exactamente como la de la
Natividad, y que debía celebrarse como la de la
Natividad, por la Iglesia universal, con octava,
y que debía ser guardada santamente por todos como las de precepto, y
que había de haber capilla papal en nuestra patriarcal basílica
Liberiana anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y
deseando fomentar cada día más en las mentes de los fieles el
conocimiento de la doctrina de la Concepción Inmaculada de María Madre
de Dios y estimularles al culto y veneración de la misma Virgen
concebida sin mancha original, gozáronse en conceder, con la mayor
satisfacción posible, permiso para que públicamente se proclamase en
las letanías lauretanas, y en el mismo prefacio de la misa, la
Inmaculada Concepción de la Virgen, y se estableciese de esa manera con
la ley misma de orar la norma de la fe. Nos, además, siguiendo
fielmente las huellas de tan grandes predecesores, no sólo tuvimos por
buenas y aceptamos todas las cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas,
sino también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra
autorización al oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy
buen grado concedimos su uso a la universal Iglesia. 4. Débese a los
papas la determinación exacta del culto de la Inmaculada Mas, como
quiera que las cosas relacionadas con el culto están íntima y totalmente
ligadas con su objeto, y no pueden permanecer firmes en su buen estado
si éste queda envuelto en la vaguedad y ambigüedad, por eso nuestros
predecesores romanos Pontífices, que se dedicaron con todo esmero al
esplendor del culto de la Concepción, pusieron también todo su empeño
en esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues con plena claridad
enseñaron que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y
proscribieron, como falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la
opinión de los que opinaban y afirmaban que veneraba la Iglesia, no la
concepción, sino la santificación. Ni creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por
tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen,
distinguiendo entre el primero y segundo instante y momento de la
concepción, afirmaban que ciertamente se celebraba la concepción, mas
no en el primer instante y momento. Pues nuestros mismos predecesores
juzgaron que era su deber defender y propugnar con todo celo, como
verdadero objeto del culto, la festividad de la Concepción de la Santísima
Virgen, y su concepción en el primer instante. De ahí las palabras
verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor,
declaró claramente a la Iglesia, diciendo: Antigua por cierto es
la piedad de los fieles cristianos para con la Santísima Madre Virgen
María, que sienten que su alma, en el primer instante de su creación e
infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado
original, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos
de su Hijo Jesucristo, Redentor del género humano, y que, en este
sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su Concepción. (Const. "Sollicitudo omnium
Ecclesiarum", 8 de diciembre de 1661). Y, ante todas cosas, fue
costumbre también entre los mismos predecesores nuestros defender, con
todo cuidado, celo y esfuerzo, y mantener incólume la doctrina de la
Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Pues no solamente no
toleraron en modo alguno que se atreviese alguien a mancillar y censurar
la doctrina misma, antes, pasando más adelante, clarísima y
repetidamente declararon que la doctrina con la que profesamos la
Inmaculada Concepción de la Virgen era y con razón se tenía por muy en armonía con el culto
eclesiástico y por antigua y casi universal, y era tal que la romana
Iglesia se había encargado de su fomento y defensa y que era dignísima
de que se le diese cabida en la sagrada liturgia misma y en las
oraciones pública 5.
Los papas prohibieron la doctrina contraria. Y, no
contentos con esto, para que la doctrina misma de la Concepción
Inmaculada de la Virgen permaneciese intacta, prohibieron severamente
que se pudiese defender pública o privadamente la opinión contraria a
esta doctrina y quisieron acabar con aquélla a fuerza de múltiples
golpes mortales. Esto no obstante, y a pesar de repetidas y clarísimas
declaraciones, pasaron a las sanciones, para que estas no fueran vanas.
Todas estas cosas comprendió el citado predecesor nuestro Alejandro VII
con estas palabras: "Nos, considerando que la Santa Romana Iglesia
celebra solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre Virgen María,
y que dispuso en otro tiempo un oficio especial y propio acerca de esto,
conforme a la piadosa, devota, y laudable práctica que entonces emanó
de Sixto IV, Nuestro Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos
Pontífices, Nuestros Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y
devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, y jamás
cambiado en la Iglesia Romana después de la institución del mismo, y
(queriendo), además, salvaguardar esta piedad y devoción de venerar y
celebrar la Santísima Virgen preservada del pecado original, claro está,
por la gracia proveniente del Espíritu Santo; y deseando conservar en
la grey de Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz
(Efes. 4, 3), apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos:
en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los
mencionados Obispos con los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y
de sus reinos; renovamos las Constituciones y decretos promulgados por
cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las
Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo
V y Gregorio XV en favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa
María Virgen en su creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada
con la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original y en
favor también de la fiesta y culto de la Concepción de la misma Virgen
Madre de Dios, prestado, según se dice, conforme a esa piadosa
sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y penas
contenidas en las mismas Constituciones. Y además, a todos y cada uno
de los que continuaren interpretando las mencionadas Constituciones o decretos, de suerte que anulen el favor
dado por éstas a dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a
ella, u osaren promover una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto, o hablar, predicar, tratar, disputar contra
estas cosas de cualquier manera, directa o indirectamente o con
cualquier pretexto, aún examinar su definibilidad, o de glosar o
interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres o Doctores,
finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de palabra,
determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de
cualquier otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras
contenidas en las Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos
someterles, y por las presentes les sometemos, queremos también
privarlos del permiso de predicar, dar lecciones públicas, o de enseñar,
y de interpretar, y de voz activa y pasiva en cualesquiera elecciones
por el hecho de comportarse de ese modo y sin otra declaración alguna
en las penas de inhabilidad perpetua para predicar y dar lecciones públicas,
enseñar e interpretar; y que no pueden ser absueltos o dispensados de
estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros Sucesores los Romanos Pontífices;
y queremos asimismo que sean sometidos, y por las presentes sometemos a
los mismos a otras penas infligibles, renovando las Constituciones o
decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba mencionados. Prohibimos, bajo las penas y censuras contenidas en el Índice de los
libros prohibidos, los libros en los cuales se pone en duda la
mencionada sentencia, fiesta o culto conforme a ella, o se escribe o lee algo contra esas cosas de la manera que sea, como arriba queda
dicho, o se contienen frase, sermones, tratados y disputas contra las
mismas, editados después del decreto de Paulo V arriba citado, o que se
editaren de la manera que sea en lo porvenir por expresamente
prohibidos, ipso facto y sin más declaración." 6. Sentir unánime
de los doctos obispos y religiosos. Mas todos
saben con qué celo tan grande fue expuesta, afirmada y defendida esta
doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios por las
esclarecidísimas familias religiosas y por las más concurridas
academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la ciencia
de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con que solicitud tan
grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las
mismas asambleas eclesiásticas, que la Santísima Madre de Dios, la
Virgen María, en previsión de los merecimientos de Cristo Señor
Redentor, nunca estuvo sometida al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original, y, de
consiguiente, redimida de más sublime manera. Ahora
bien, a estas cosas se añade un hecho verdaderamente de peso y
sumamente extraordinario, conviene a saber: que también el concilio
Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los
testimonios de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los
recomendabilísimos concilios, que los hombres nacen manchados por la
culpa original, sin embargo, solemnemente declaró que no era su intención
incluir a la Santa e Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo
y en una definición tan amplia. Pues con esta declaración
suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las
circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima
Virgen había sido librada de la mancha original, y hasta clarísimamente
dieron a entender que no podía aducirse fundadamente argumento alguno
de las divinas letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres
que se opusiera en manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen. Y, en realidad de verdad, ilustres
monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente
testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la
Santísima,
Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más
por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de
la Iglesia, y tan maravillosamente propagada entre todos los pueblos y
naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como
recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina
revelada. Pues la
Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los dogmas a ella
confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade, antes,
tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la
antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera
trabaja por limarlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial
doctrina reciban claridad, luz , precisión, sin que pierdan, sin
embargo, su plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen
tan sólo según su naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo
sentido y parecer. Y por
cierto, los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las
divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en los libros
compuestos para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y enseñar
a los fieles, como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas
maneras, y a porfía, la altísima santidad de la Virgen, su dignidad, y
su inmunidad de toda mancha de pecado, y su gloriosa victoria del
terrible enemigo del humano linaje. Por lo
cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los
principios del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la
reparación de los mortales, aplastó la osadía de la engañosa
serpiente levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje,
diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y
la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano
designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano
linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la santísima
Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de
relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. Por lo
cual, así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, asumida la
naturaleza humana, borrando la escritura del decreto que nos era
contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la santísima Virgen,
unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo hostigando con Él
y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en
toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado. 10. Figuras bíblicas
de María. 12. El Ave María
y el Magnificat. De ahí
se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la
gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló
con tal abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de
gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de
Dios, más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna
Madre de Dios, y allegándose a Dios mismo, según se lo permitía la
condición de criatura , lo más cerca posible, fue superior a toda
alabanza humana y angélica. 14. Expresiones
de alabanza Por lo
cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas,
o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha, inmaculada,
siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo
de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y
defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol
inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente
siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo
templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no de la
muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que,
por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida
y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas
cosas, aunque muy gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con
propias y precisas expresiones, que, al tratar de pecados, no se había
de hacer la más mínima mención de la santa Virgen María, a la cual
se concedió más gracia para triunfar totalmente del pecado; profesaron
además que la gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres,
vivificadora de los descendientes, elegida desde la eternidad, preparada
para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando dijo a la
serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron
que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de
pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que
siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca
estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima
morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia
original. A éstos
hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que, hablando de la
concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su
puesto a la gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen
Madre de Dios no había de ser concebida de Ana antes que la gracia
diese su fruto: porque convenía, a la verdad, que fuese concebida la
primogénita de la que había de ser concebido el primogénito de toda
criatura. 15. ¡Inmaculada!
Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las
manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el
tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y
que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con
variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como
la primera y exclusiva obra de Dios, como la que salió ilesa de los igníferos
dardos del maligno, y como la que hermosa por naturaleza y totalmente
inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción
Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese
atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de
los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy
mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien
los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra
Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad. 16. Universal
consentimiento y peticiones de la definición dogmática. No es,
pues, de maravillar que los pastores de la misma Iglesia y los pueblos
fieles se hayan gloriado de profesar con tanta piedad, religión y amor la
doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios, según
el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras, confiada a
la posteridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de
relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad,
y expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima
autoridad de la Iglesia, de tal modo que a los mismos no les era cosa más
dulce, nada más querido, que agasajar, venerar, invocar y hablar en
todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de Dios,
concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos
tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun
los mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede
Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada
Concepción de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se
repitieron también en estos nuestros tiempos, y fueron muy
principalmente presentadas a Gregorio XVI, nuestro predecesor, de grato
recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya por el clero secular, ya
por las familias religiosas, y por los príncipes soberanos y por los
fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento de todas estas
cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamente, tan
pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos
elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para
hacernos cargo del gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos,
ciertamente, tanto en el, corazón, conforme a nuestra grandísima
veneración, piedad y amor para con la santísima Madre de Dios, la
Virgen María, ya desde la tierna infancia sentidos, como llevar al cabo
todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia, conviene a saber:
dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner en mejor
luz sus prerrogativas. Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de
la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido
de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la Santísima
Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado
original, y acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de
misericordia y gracia en todos los peligros, angustias, necesidades, y
en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha
de temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina,
favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y
ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el
linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra
y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los
santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo Nuestro Señor
Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra
lo que busca, y no puede, quedar decepcionada.
Finalmente, para que llegue al conocimiento de la universal Iglesia esta
nuestra definición de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen
María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden estas nuestras
letra apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares aún
impresos, firmados por algún notario público y resguardados por el
sello de alguna persona eclesiástica constituida en dignidad, den
todos, exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les fuesen
presentadas y mostradas. A nadie, pues, le sea permitido quebrantar
esta, página de nuestra declaración, manifestación, y definición, y
oponerse a ella y hacer la guerra con osadía temeraria. Mas si alguien
presumiese intentar hacerlo, sepa que incurrirá en la indignación de
Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Dado el 8 de diciembre de 1854.
En la que se proclama el dogma de la Inmaculada Concepción
8
de diciembre de 1850
.
previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género
humano, que había de provenir de la trasgresión de Adán, y habiendo
decretado, con plan misterioso escondido desde la
eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan
todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que
no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica
maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado
más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y
antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho
carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en
tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella
se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan
maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales
carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los
ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha
de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de
inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de
Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios.
Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo enseñada
por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás
desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e
ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la
original inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable
santidad, y muy en consonancia con la altísima dignidad de Madre de
Dios, por tenerla como doctrina recibida de lo alto y contenida en el
depósito de la revelación. Pues esta doctrina, en vigor desde las más
antiguas edades, íntimamente inoculada en los espíritus de los fieles,
y maravillosamente propagada por el mundo católico por los cuidados
afanosos de los sagrados prelados, espléndidamente la puso de relieve
la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al público culto y
veneración de los fieles la Concepción de la misma Virgen. Ahora bien,
con este glorioso hecho, por cierto presentó al culto la Concepción de
la misma Virgen como algo singular, maravilloso y muy distinto de los
principios de los demás hombres y perfectamente santo, por no celebrar
la Iglesia, sino festividades de los santos. Y por eso acostumbró a
emplear en los oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aún las
mismísimas palabras que emplean las divinas Escrituras tratando de la
Sabiduría increada y describiendo sus eternos orígenes, y aplicarla a
los principios de la Virgen, los cuales habían sido predeterminados con
un mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría.
Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi
universalmente por los fieles, manifiesten con que celo haya mantenido
también la misma romana Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias,
la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo de
eso, los gloriosos hechos de esta Iglesia son muy dignos de ser uno a
uno enumerados, siendo como es tan grande su dignidad y autoridad,
cuanta absolutamente se debe a la que es centro de la verdad y unidad
católica, en la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la religión
y de la cual todas las demás iglesias han de recibir la tradición de
la fe. Así que la misma romana Iglesia no tuvo más en el corazón que
profesar, propugnar, propagar y defender la Concepción Inmaculada de la
Virgen, su culto y su doctrina, de las maneras más significativas.
7. El concilio de Trento y la tradición
8. Sentir de los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos.
9. El Protoevangelio.
Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima
inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e
inefable abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y
privilegios, viéronla los mismos Padres ya en el arca de Noé que,
providencialmente construida, salió totalmente salva e incólume del
común naufragio de todo el mundo; ya en aquélla escala que vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y
bajaban los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor;
ya en la zarza aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y
entre el chisporroteo de las llamas no se consumía o se
gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente reverdecía y florecía;
ora en aquélla torre inexpugnable al enemigo, de la cual cuelgan mil
escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto
cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en
aquélla resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en
los montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que,
aureolado de resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a
veces en otras verdaderamente innumerables figuras de la misma clase,
con las que los Padres enseñaron que había sido vaticinada claramente
la excelsa dignidad de la Madre de Dios, y su incontaminada inocencia, y
su santidad, jamás sujeta a mancha alguna.
11. Los profetas.
Para describir este mismo como compendio de divinos dones y
la integridad original de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos
[Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no festejaron a
la misma augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y a
Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios, y a arca de santificación,
y a casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a la Reina aquélla
que, rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la boca del
Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y
siempre libre de toda mancha.
Mas atentamente considerando los mismos Padres y escritores
de la Iglesia que la Santísima Virgen había sido llamada llena de
gracia, por mandato y en nombre del mismo Dios, por el Arcángel Gabriel cuando éste
le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con
ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre
de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de
todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era como tesoro
casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que, jamás
sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la
perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino
Espíritu: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre.
13. Paralelo entre María y Eva
Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y
santidad de la Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente
con Eva todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía
no engañada por las mortíferas asechanzas de la insidiosísima
serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa
variedad de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente
complaciente con la serpiente, cayó de la original inocencia y se
convirtió en su esclava; mas la santísima Virgen aumentando de
continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente,
arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida
de lo alto.
Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes
y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre
ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que
frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola
inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima,
sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a
toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e
inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo
ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda
integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de
todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo
Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y
santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de
los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de
los hombres. Y nadie desconoce que este modo de hablar fue trasplantado
como espontáneamente, a la santísima liturgia y a lo oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que
lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios
como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y
en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y
es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como
segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel.
17. Labor preparatoria.
Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una
congregación, de NN. VV. HH. de los cardenales de la S.R.I.,
distinguidos por su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas
divinas, y escogimos a teólogos eximios, tanto el clero secular como
regular, para que considerasen escrupulosamente todo lo referente a la
Inmaculada Concepción de la Virgen y nos expusiesen su propio parecer.
Mas aunque, a juzgar por las peticiones recibidas, nos era plenamente
conocido el sentir decisivo de muchísimos prelados acerca de la
definición de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo,
escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta una carta encíclica, a
todos los venerables hermanos del orbe católico, los obispos, con el
fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen también a Nos por
escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con la
Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, y qué sentían mayormente
los obispos mismos acerca de la definición o qué deseaban para poder
dar nuestro soberano fallo de la manera más solemne posible.
No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las
respuestas de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos
con una increíble complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron
la piedad y sentir propio y de su clero y pueblo respecto de la
Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, sino también todos a
una ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y,
entre tanto, no nos sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando
nuestros venerables hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban
la mencionada congregación especial, y los teólogos dichos elegidos
por Nos, después de un diligente examen de la cuestión, nos pidieron
con igual entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción
de la Madre de Dios.
Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de
nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud,
convocamos y celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a
nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia,
y con sumo consuelo de nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos
a bien definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre
de Dios.
Así, pues, extraordinariamente confiados en el Señor de
que ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción
de la Madre de Dios la Virgen María, que maravillosamente esclarecen y
declaran las divinas Escrituras, la venerable tradición, el perpetuo
sentir de la Iglesia, el ansia unánime y singular de los católicos
prelados y fieles, los famosos hechos y constituciones de nuestros
predecesores; consideradas todas las cosas con suma diligencia, y
dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado que
Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo
soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo
complacer a los piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra
piedad con la misma santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y
más en ella a su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la Madre.
18. Definición.
Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios
Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras
privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase
dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el
auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu Paráclito, e inspirándonoslo
Él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para
exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con
la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles
Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que
ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída
firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene
que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Jesucristo, Salvador del género humano. Por lo cual, si algunos
presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que
Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por
su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado
de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de
palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que
sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas
establecidas por el derecho.
19. Sentimientos de esperanza y exhortación final.
Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo,
y damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor
Jesucristo, y siempre se las daremos, por habernos concedido aun sin
merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y decretar este honor, esta
gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos firmísima
esperanza y confianza absoluta de que la misma Santísima Virgen, que
toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima
serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y apóstoles,
y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y que
refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora
y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra
ante su unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia
santo, y firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y
libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los pueblos
fieles y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores
peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y
vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga
vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra , y disfrute de toda paz,
tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los
enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad
de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los
desviados y se forme un solo redil y un solo pastor.
Pío P.P. IX.