Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS I
INVITACIÓN AL BAUTISMO
Pronunciada en Jerusalén, contiene una introducción a los que se aproximan al bautismo. El punto de partida es Is 1.16: "Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos las fechorías de vuestras almas"(1). |
Dios os aguarda
Sois ya discípulos de la nueva Alianza y partícipes de los misterios de Cristo, ahora por vocación, pero dentro de poco también como un don: haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo(2) para que se alegren los moradores del cielo. Pues si, como dice el evangelio, «habrá alegría por un solo pecador que se convierte»(3), ¿cuánto más no moverá a la alegría a los habitantes del cielo la salvación de tantas almas? Habiendo entrado por un camino ancho y hermoso, recorred cautelosamente la senda de la piedad. Pues el unigénito Hijo de Dios está plenamente dispuesto para vuestra redención y señala: «Venid todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré»(4). Los que lleváis el pernicioso vestido de vuestras ofensas(5) y estáis oprimidos por las cadenas de vuestros pecados, escuchad la voz del profeta que dice: «Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos las maldades de vuestra alma»(6), de modo que os aclame el coro de los ángeles: «Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado»(7). Los que habéis encendido hace poco por primera vez las lámparas de la fe(8), sostenedlas en las manos sin que se apaguen, para que aquel que en otro tiempo abrió por la fe el paraíso al ladrón en este santísimo monte del Gólgota(9) os conceda también a vosotros cantar el cántico nupcial.
Nuevo nacimiento desde el pecado al hombre nuevo
2. Si alguno es ahora esclavo del pecado, prepárese mediante la fe para la regeneración liberadora de la adopción filial. Y abandonada la funesta servidumbre de los pecados, una vez dedicado al dulce servicio del Señor será juzgado digno de disfrutar la herencia del reino celestial. Desvestíos por medio de la confesión del hombre viejo, que se corrompe por las concupiscencias del error, para revestiros del hombre nuevo, que se renueva por el conocimiento de aquel que le creó(10). Recibid por la fe las arras del Espíritu(11) para que podáis ser recibidos en las moradas eternas(12). Acercaos (a recibir) el sello espiritual para que podáis ser reconocidos favorablemente por vuestro dueño(13). Seréis contados en la santa y fiel grey de Cristo a fin de que, como en otro tiempo fuisteis separados a su derecha, ahora consigáis la vida eterna que se os ha preparado. Quienes sufren todavía la aspereza de su pecados (como la de una piel con vello), se quedarán en pie a la izquierda, puesto que todavía no han tenido acceso a la gracia de Dios, que se da por medio de Cristo en el lavatorio de la regeneración. Pero no me refiero a la regeneración de los cuerpos, sino al nuevo nacimiento del alma por el Espíritu. Pues los cuerpos son engendrados por padres visibles, pero las almas vuelven a nacer de nuevo por la fe; ya que «el Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8)(14). Si se te considera digno, te será licito oír: «Bien, siervo bueno y fiel» (Mt 25, 21), lo que sucederá cuando tu conciencia no te pueda acusar en absoluto de simulación.
Aprestarse a escuchar a Dios
3. Si alguno de los que están aquí cree que podrá tentar a la gracia de Dios, se engaña a sí mismo e ignora la fuerza de las cosas. Ten, hombre, un ánimo sincero y libre de engaño por causa de aquel que escruta corazones y entrañas (cf. Sal 7,10; Jer 11, 20). Quienes hacen alistamientos de soldados, examinan la edad(15) y los cuerpos; así, cuando Dios hace un alistamiento de las almas, examina las voluntades y, si alguien vive en la hipocresía, lo rechaza por inadecuado para una verdadera milicia. Pero si lo encuentra digno, le otorga su gracia de manera muy rápida(16). No da lo santo a los perros (cf. Mt 7, 6), sino que, cuando ve una conciencia honesta, le confiere el sello saludable y admirable(17) temido por los demonios y que reconocen los ángeles; de manera que aquellos huyen expulsados, pero éstos lo abrazan como por un parentesco familiar. Por consiguiente, quienes reciben aquel sello espiritual y saludable, es necesario que se esfuercen también personalmente. Del mismo modo que quienes se sirven de una pluma para escribir o de una flecha también tienen que esforzarse, asimismo la gracia necesita del esfuerzo de los que creen.
Del catecumenado a los frutos de la fe
4. No recibes armas corruptibles sino espirituales. Serás introducido en un paraíso racional, recibiendo un nuevo nombre que antes no tenías (probable alusión a Apoc 2, 7b, 17c)(18). Antes eras catecúmeno, ahora serás llamado fiel(19). Eres trasplantado a buenos olivares, desde un olivo silvestre a un buen olivo (cf. Rom 11, 24); de los pecados a la justicia, de la suciedad a la pureza. Eres hecho partícipe de una vid santa: si permaneces en la miel, crecerás como un sarmiento fructífero; pero si no permaneces, serás consumido por el fuego. Así pues, produzcamos fruto dignamente. Que no nos suceda lo mismo que a aquella vid infructuosa, no sea que, al venir Jesús, la maldiga por su esterilidad (cf. Mt 21, 10). Que todos puedan, en cambio, pronunciar estas palabras. «Pero yo, como verde olivo en la casa de Dios, confío en el amor de Dios para siempre jamás» (Sal 52, 10). No se trata de un olivo sensible, sino inteligible, portador de la luz. Lo propio de él es plantar y regar (cf. tal vez 1 Cor 3, 6); pero a ti te corresponde aportar el fruto. Por ello, no desprecies la gracia de Dios: guárdala piadosamente cuando la recibas.
Reconocer los pecados para cambiar de vida
5. El tiempo presente es tiempo de confesión. Confiesa todo lo que hiciste, de palabra o de obra, tanto de noche como de día. Reconócelo en el tiempo aceptable, y recibe el tesoro celestial en el día de la salvación (cf. 2 Cor 6, 12). Entra con interés en los exorcismos. Sé asiduo a las catequesis y graba en tu memoria lo que allí se diga. Pues no se hablará sólo para que lo oigas, sino para que selles mediante la fe(20) lo escuchado. Suprime de tu pensamiento toda preocupación humana, pues se trata de una carrera con tu propia alma. Abandona completamente lo que es del mundo. Pues se trata de cosas pequeñas; en cambio, son grandes los dones del Señor. Abandona lo que tienes delante y ten fe en lo que ha de venir. Tantos años has vivido inúltimente en la órbita del mundo. ¿No te dedicarás durante cuarenta días a la oración por tu alma? «Rendíos y reconoced que yo soy Dios», dice la Escritura (Sal 46, 11). Deja de hablar muchas cosas inútiles y deja de murmurar o de escuchar con agrado a quien murmura(21). Manifiéstate más bien pronto y dispuesto a la súplica. Muestra, por la práctica de una vida más austera, la fortaleza y los nervios de tu alma. Limpia tu copa (cf. Mt 23, 26) para que quepa en ella una gracia más abundante; pues el perdón de los pecados se da a todos por igual pero la comunión del Espíritu Santo se concede según la medida de la fe de cada uno (Rm 12, 6). Si poco trabajas, recibirás poco; pero si haces mucho, mucha será tu paga. Corres para ti mismo, mira tu propia conveniencia.
Perdón de los demás y fidelidad en la asistencia a las asambleas
6. Si tienes algo contra alguien, perdónale. Vas a recibir el perdón de los pecados: es necesario que también tú perdones a quien pecó contra ti. De otro modo, ¿cómo te atreverías a decirle al Señor: Perdóname mis muchos pecados cuando tú ni siquiera unas pocas cosas perdonas a quien es consiervo tuyo (Mt 18, 23-35)? Manifiesta interés en las sinaxis22, y no sólo ahora cuando los miembros del clero te exigen ese interés, sino también una vez que hayas recibido la gracia. Pues si ello es bueno y laudable antes de que la recibas, ¿dejará de ser bueno después de que se haya otorgado? Si antes de que estuvieses injertado había que regarte y cuidarte con esmero, ¿no era esto mucho mejor una vez plantado? Sostén el combate por tu propia alma, sobretodo en estos días. Alimenta tu alma con la lectura espiritual, pues un banquete espiritual te ha preparado el Señor. Di tú también con el salmista: «El Señor es mi pastor, nada me faltará: él me ha colocado en la tienda, en el aprisco. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma» (Sal 23, 1-3). Con ello se alegrarán a la vez los ángeles y el mismo Cristo, el gran sumo sacerdote, viendo confirmado el propósito de vuestra voluntad, ofreciéndoos él también a todos vosotros, dirá al Padre: «Henos aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado» (Is 8,18 y Hebr 2, 13), y os custodiará a todos vosotros como agradables a él. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
NOTAS
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