Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS III
EL BAUTISMO
Pronunciada en Jerusalén, trata sobre el bautismo. Toma pie de la Carta a los Romanos 6, 3-4: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados con el bautismo en la muerte, etc. (Ro. 6, 3-4). |
Os encamináis hacia el bautismo
1. «¡Aclamad cielos, y exulta, tierra!» (Is 49, 13) por aquellos a los que habrá que asperger con el hisopo y que serán purificados con el hisopo intelectual por la fuerza de aquel que en su pasión aceptó el hisopo y la caña (cf. Jn 19,29). Y alégrense las potencias de los cielos; prepárense las almas que habrán de ser desposadas por el divino esposo, pues está escrito «voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor» (Is 40,3; cf. Mt 3, 3 par). No se trata de algo sin importancia, ni de la unión ordinaria y temerosa de los cuerpos, sino del Espíitu que todo lo escruta según la fe(1) haciendo las delicias de cada cual. Pues los desposorios y los acuerdos humanos no siempre se hacen con el debido juicio, pues un esposo se inclina siempre con mayor rapidez hacia donde parece haber riquezas o prestancia de la figura. Aquí, por el contrario, no se mira a la hermosura de los cuerpos, sino a si existe una conciencia experta en apercibir al alma; no se atiende a las riquezas de la condenación sino a las que ha preparado la piedad.
Estar bien dispuestos
2. Por tanto, hijos de la justicia, dirigid vuestro modo de obrar a Juan, que exhorta diciendo: «Rectificad el camino del Señor» Un 1, 23). Quitad todos los impedimentos y tropiezos para encaminaros derechos a la vida eterna. Por la fe sincera del alma preparaos unos vasos limpios para recibir al Espíritu Santo. Comenzad a lavar vuestros vestidos mediante la conversión para que, llamados al tálamo del esposo, seáis hallados limpios. Pues el esposo llama a todos sin distinción, ya que se trata de una gracia abundante (2). Todos son reunidos por la llamada en voz alta de quienes hacen el anuncio(3), pero él discierne después quiénes entran en esta boda que ya estaba prefigurada(4). Que no suceda ahora que alguno de los que dieron el nombre oiga aquello de: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12). Ojalá se os conceda a todos vosotros oír: «¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor!» (Mt 25,21). Pues hasta ahora os quedabais fuera de la puerta; que ahora podáis decir todos: «El Rey me ha introducido en sus mansiones» (Cant 1,3). «Exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación y con la túnica de la alegría. Me ha puesto, como un esposo, una diadema, como la novia se adorna con sus aderezos» (Is 61,10)(5). Para que el alma de todos vosotros sea encontrada «sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,27). No me refiero a antes de que consigáis la gracia (pues habéis sido llamados precisamente a recibir el perdón de los pecados), sino a que, cuando la gracia se os conceda, no haya nada condenable en vuestra conciencia que se oponga al bautismo.
Estar preparados
3. Pues se trata de una gran cosa, hermanos, y a ella debéis acercaros con singular cuidado. Póngase cada uno de vosotros ante Dios en presencia de las miríadas de los muchos ejércitos de los ángeles. El Espíritu Santo sellará vuestras almas, pues habréis de ser seleccionados para la milicia del gran rey(6) . Preparaos, pues, y estad dispuestos, no revestidos de blanquísimos vestidos materiales, sino de un alma penetrada por la piedad(7). No te acerques a este lavatorio como si fuera pura y simplemente agua, sino por atención a la gracia del Espíritu Santo, que se otorga conjuntamente con el agua. Pues los dones que se ofrecen en los altares de los gentiles, al no ser otra cosa que lo que son por naturaleza, quedan contaminados por la invocación de los ídolos. Pero, en nuestro caso, el agua, al invocarse sobre ella al Espíritu Santo, a Cristo y al Padre, adquiere la fuerza de la santidad(8).
Renacer en el cuerpo y el alma por el agua y el Espíritu
4. Al estar el hombre compuesto de alma y cuerpo, la purificación es doble: incorpórea para la parte no corporal, corporal para el cuerpo. Pues a la vez que el agua limpia al cuerpo, así el Espíritu sella el alma, para que, asperjados, con el corazón a través del Espíritu y, lavados por el agua, también con el cuerpo tengamos acceso a Dios (9). El descenderá al agua. Por eso no debes fijarte en la pobreza del elemento material, pues habrás de recibir con eficacia la salvación: sin ambas cosas no puedes recibir la salvación. No soy yo quien lo dice, sino el señor Jesucristo, que es quien tiene la potestad sobre este asunto, pues él dice: «El que no nazca de nuevo»(10), añadiendo «de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5). Tampoco posee perfectamente la gracia quien es bautizado con agua, pero no recibe el Espíritu Santo. Incluso si alguien, estando instruido en las obras de las virtudes, no recibe el sello a través del agua, tampoco entrará en el reino de los cielos(11). Esta afirmación parece atrevida, pero no es mía, pues es Jesús quien la ha pronunciado: la prueba para ella tómala tú de la Sagrada Escritura. Cornelio era hombre justo, tenido por digno de contemplar a los ángeles, que adecuadamente había hecho llegar hasta Dios sus súplicas y sus limosnas. Pedro vino hasta él y fue derramado el Espíritu sobre los que creían, hablaron en lenguas y profetizaron (Hech 10,34.44) y, sin embargo, después de esta gracia del Espíritu, dice la Escritura: «Y mandó (Pedro) que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (10,48)(12), para que, una vez regenerada ya el alma por la fe, también el cuerpo recibiese la gracia a través del agua.
La salvación a través del agua, en la historia de Israel
5. Pero si alguien desea saber por qué razón se da la gracia a través del agua, y no por algún otro elemento, lo averiguará examinando las Escrituras. Ciertamente es gran cosa el agua, el más hermoso de los cuatro elementos fundamentales del mundo(13). Pues la morada de los ángeles es el cielo; pero los cielos se componen de agua, la tierra es la sede del hombre y también la tierra ha brotado de las aguas: formada antes de la constitución en seis días de todas las cosas creadas, «el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gén 1, 2). Principio del mundo es el agua y principio de los evangelios es el Jordán. La liberación del Faraón tuvo lugar para Israel a través del mar: la liberación de los pecados la obtiene el mundo por el lavatorio del agua en la palabra de Dios (cf. Ef 5, 26). Donde quiera que se establece una alianza entre quienes sea, allí interviene el agua. Fue después de un diluvio cuando se sancionó la alianza con Noé (Gén 9, 9). La alianza con Israel se abordó desde el monte Sinaí, pero con lana escarlata e hisopo (Hebr 9, 19; cf. Ex 24,6-8)(14). Elías fue tomado, pero no sin agua, pues primeramente se acerca al Jordán, pero después penetra en el cielo en un carro y transportado en un torbellino (2 Re 2, 7, 11). Primero se lava el sumo sacerdote, y después ofrece el incienso, pues Aarón fue lavado antes de ser hecho sumo sacerdote (cf. Lev 8,6). Pues, ¿cómo oraría por los demás el que antes no hubiese sido purificado por el agua? Símbolo del bautismo era también la pila colocada en el tabernáculo(15).
La figura de Juan el Bautista
6. El bautismo es el fin de la Antigua y el comienzo de la Nueva Alianza. Pues el primer personaje importante fue Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11), que fue el último de los profestas: «Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron» (Mt 11, 13). Pero él mismo fue el comienzo de las realidades evangélicas. Dice, en efecto, «comienzo del Evangelio de Jesucristo»,(Mc 1, 1), indicando que es entonces cuando «apareció Juan bautizando en el desierto» (1, 4). Aunque recuerdes a Elías, el Tesbita, el que, tomado al cielo, tampoco él es mayor que Juan. También fue transportado Henoc, y tampoco es mayor que Juan. Moisés es mayor legislador y todos los profetas son admirables, pero no son mayores que Juan. No es mi intención hacer comparaciones entre profetas, pero tanto de aquellos como de nosotros dijo el Señor Jesús: «No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan» (Mt 11, 11), y no se refiere a nacidos de vírgenes, sino de mujeres. Y si la comparación se hace entre consiervos y el siervo mayor, mucho mayor es la superioridad y la gracia del hijo frente a los siervos. ¿Ves a qué gran hombre eligió Dios como dador de esta gracia? Fue alguien que nada poseía y era amante de la soledad, pero no aborrecía el trato con los hombres; comía langostas, pero dejaba volar su alma (cf. Is 40, 30 31), saciaba su hambre con miel, mientras hablaba palabras sabias y más dulces que la miel. Iba vestido con pelo de camello, mientras daba en sí mismo ejemplo de vida ascética. Cuando era gestado en el seno de su madre, fue santificado por el Espíritu Santo (Lc 1, 15). Del mismo modo fue santificado Jeremías (Jer 1, 5), pero no fue profeta ya antes de salir del útero. Sólo Juan saltó de gozo en el interior del útero (Lc 1, 44) y, al no ver con los ojos del cuerpo, reconoció en el Espíritu a su Señor. Puesto que era grande la gracia del bautismo, grande tenía que ser también su autor.
La predicación de Juan
7. Juan bautizaba en el Jordán y toda Jerusalén se acercaba hasta él gozando de las primicias de los bautismos(16). Es en Jerusalén donde tienen su comienzo todos los bienes. Sabed vosotros, jerosolimitanos, cómo los que se acercaban se dejaban bautizar por él. «Confesando sus pecados», dice (Mt 3, 6). Primeramente mostraban sus heridas, y después él aplicaba la medicina, confiriendo a los que creían el rescate del fuego eterno. Si quieres que se te demuestre que el bautismo de Juan libraba de la amenaza del fuego, óyele a él mismo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que os amenaza? (Mt 3, 7). No seas, pues, víbora. Pero si has sido alguna vez raza de víbora, despójate—está queriendo decir—de tu primitiva condición pecadora. Pues si una serpiente, al sentir la angustia del envejecimiento, cambia su piel y, renovándose, se rejuvenece con un nuevo cuerpo, también tu debes entrar por la puerta estrecha (Mt 7, 13-14) mediante el ayuno que te libra de la perdición. Despójate del hombre viejo con sus obras (Col 3, 9b) y di aquello del Cantar de los Cantares: «Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo?». Pero tal vez hay entre vosotros algún simulador al acecho del favor de los hombres, que simule piedad pero no crea de corazón, sino que más bien imita la hipocresía de Simón Mago. Ese no viene hasta aquí para recibir la gracia, sino para husmear qué se le va a dar. Escuche también éste a Juan: «Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mt 3, 10). Suprime la simulación, pues el juez es inexorable.
Dar frutos de conversión
8. ¿Qué es, pues, lo que hay que hacer? ¿Cuáles son los frutos de la penitencia? «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene» (Lc 3,11 )(17) y «el que tenga para comer, que haga lo mismo». ¿Deseas disfrutar de la gracia del Espíritu Santo, y no te consideras digno de los que son pobres en alimentos sensibles? ¿Quieres las cosas grandes y no te comunicas en las pequeñas? Aunque hayas sido publicado y te hayas dado a la fornicación, ten esperanza en la salvación. «Los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21, 31). De ello es testigo también Pablo cuando dice: «Ni los impuros, ni los idólatras, etc..., heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados» (I Cor 6, 9-11). No dice: «Algunos habéis sido», sino «esto habéis sido». Se puede perdonar el pecado cometido por ignorancia, pero será condenando quien persevere en el mal.
Bautismo «en Espíritu Santo y fuego»
9. Para una mayor alabanza del bautismo tengo que referirme ya al mismo Hijo de Dios, pues de los hombres no puedo ya decir nada. Grande es realmente Juan, pero no si se le compara al Señor. Fuerte es su palabra, pero no en comparación con la palabra del Verbo. ¿Qué es un ilustre portavoz en comparación al rey? Bueno es quien bautiza en agua, pero ¿qué es en comparación con quien bautiza en Espíritu Santo y fuego? (Mt 3, 11). En Espíritu Santo y fuego bautizó el Salvador a los apóstoles cuando «de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hech 2, 2-4).
El martirio puede ser bautismo
10. Si alguno no recibe el bautismo, no obtiene la salvación. Sólo se exceptúan los mártires que, incluso sin el agua, reciben el reino. Pero el que salvó al mundo mediante la cruz dejó brotar sangre y agua de su costado traspasado (Jn 19, 34), para que unos, en tiempos de paz, fuesen bautizados con el agua, mientras otros, en épocas de persecución, fuesen bautizados con su propia sangre. Pues también el Salvador dio al martirio el nombre de bautismo al decir: «¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» (Mc 10, 38)(18). Y realmente los mártires confiesan, convertidos en «espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres» ( 1 Cor 4, 9); también poco después confesarás tú. Pero no es tiempo todavía de que oigas hablar de esto.
El bautismo de Jesús
11. Jesús santificó el bautismo cuando él fue bautizado. Si el Hijo de Dios se hizo bautizar, ¿quién podrá despreciar el bautismo sin faltar a la piedad? Pues no fue bautizado Jesús para recibir el perdón de los pecados (pues estaba libre del pecado), sino que, a pesar de ello, fue bautizado para otorgar la gracia y la dignidad Divina a quienes se bautizan. Pues «así como los hijos participan de la sangre y de la carne, participó él también de las mismas» (Hebr 2, 14), para que, hechos partícipes de su presencia corporal, también tuviésemos parte en su gracia: para eso se hizo bautizar Jesús, para que por ello la consiguiésemos, por la comunión en la misma realidad, junto con el honor de la salvación. Según el libro de Job, había una bestia en las aguas capaz de engullir el Jordán con su boca (cf. Job 40, 15-24). Al tener que ser machacadas las cabezas del dragón (Sal 74,14)(19), descendiendo (Jesús) al agua, ató al fuerte (cf. Mt 12, 29) para que recibiésemos el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones (cf. Lc 10, 19). Muy pequeña era la bestia, pero horrenda. Ningún barco de pesca podría llevar siquiera una escama de su cola; la perdición le precedía, infectando con su contagio a los que se encontraban con ella(20). Apareció la vida para frenar a la muerte, y para que pudiésemos decir que hemos conseguido la salvación: «¿Dónde esta, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15, 55). Pues por el bautismo es destruido el aguijón de la muerte.
También tú descenderás al agua del bautismo
12. Desciendes al agua llevando los pecados, pero el alma queda sellada por la invocación de la gracia. Ello te libra de ser absorbido por la bestia salvaje. Has descendido muerto en tus pecados, pero asciendes vivificado en la justicia (Rm 6, 11). Si has sido injertado en una muerte semejante a la del Salvador, también serás considerado digno de su recurrección (Rm 6, 5). Pues Jesús murió tomando sobre sí todos los pecados del mundo para, tras aniquilar el pecado, resucitarte en la justicia. También tú, descendiendo al agua, y sepultado en cierto modo en ella como él estuvo en el sepulcro, eres resucitado caminando en novedad de vida.
El bautismo te dará la fuerza para la lucha
13. Después, cuando Dios te haya concedido aquella gracia, te hará posible luchar contra las potestades contrarias. Así como él, después del bautismo, fue tentado durante cuarenta días. Y no porque no pudiese salir antes vencedor, sino porque quería hacer todas las cosas ordenada y sucesivamente. También tú, antes del bautismo, temías encontrarte con tus adversarios. Pero después que has recibido la gracia, confiado en las armas de la justicia, lucha ahora y, si quieres, anuncia el Evangelio.
Jesús comienza tras el bautismo su tarea de evangelización
14. Jesucristo era Hijo de Dios. Sin embargo, no evangelizaba antes de recibir el bautismo. Si el mismo Señor administraba los momentos con un cierto orden, ¿acaso debemos nosotros, que somos siervos, atrevernos a algo fuera de ese orden? Jesús comenzó su predicación cuando «descendió sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3, 22). No quiere decir que Jesús fuese el primero en verlo (pues lo conocía antes de que apareciese en forma corporal). Lo importante era entonces que lo viese Juan. Pues dice: «Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es...» (Jn 1, 33)(21). Y también sobre ti, si tienes una piedad sincera, descenderá el Espíritu Santo y la voz del Padre descenderá desde lo alto sobre ti; no, «Este es mi Hijo» (Mt 3, 17), sino «Ese ha sido hecho ahora hijo mío»(22). Sólo de él (Jesús) se ha dicho: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Jn 1, 1,). Es adecuado el verbo es, puesto que el Hijo de Dios existe siempre. Pero lo adecuado para ti es «ha sido hecho ahora», puesto que, el ser hijo, no lo eres por naturaleza, sino que has conseguido por adopción el ser llamado hijo. El lo es desde toda la eternidad, pero tú adquieres esa gracia como un don.
Convertirse para hacerse bautizar y recibir el don del Espíritu Santo
15. Prepara, pues, el receptáculo de tu alma para que seas hecho hijo de Dios, y ciertamente heredero de Dios, coheredero de Cristo (Rm 8, 17). Lo conseguirás si te preparas para lograrlo: acercándote por la fe para conseguir una firme convicción, dejando a un lado el hombre viejo. Pues se te perdonará todo el mal que hayas hecho, la fornicación, el adulterio o cualquier otra clase de maledicencia y pecado. ¿Qué mayor pecado que haber crucificado a Cristo? Pues también esto lo expía el bautismo. Pues al acercase aquellos tres mil que habían crucificado al Señor, les hablaba Pedro(23) y, cuando preguntaron: «¿Que hemos de hacer, hermanos?» (Hech 2, 37), nos advertiste, oh Pedro, de nuestra ruina, diciendo: «Matasteis al Jefe que lleva a la vida» (Hech 3, 15). ¿Qué emplasto se colocará en la herida? ¿Cómo se limpiará tanta suciedad? ¿Cuál será la salvación para tanta perdición? Respondió él: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hech 2, 38). ¡Oh inenarrable clemencia de Dios! No esperan salvación alguna, pero se les agracia con el don del Espíritu Santo. Ya ves qué poder tiene el bautismo. Si alguno de vosotros crucificó a Cristo con palabras blasfemas, o si alguno por ignorancia lo negó ante los hombres o si, finalmente, alguno por sus malas acciones hizo que se maltratase la verdad, ese tal conviértase y tenga esperanza, pues la gracia permanece activa.
Confianza en la misericordia de Dios
16. «Confia, Jerusalén: el Señor suprimirá tus pecados» (Sof 3, 14-15)(24). «El Señor limpiará la inmundicia de sus hijos e hijas, con viento justiciero y viento abrasador» (Is 4, 4). Derramará sobre vosotros agua pura y seréis purificados de todo vuestro pecado (cf. Ez 36, 25). Llegarán hasta vosotros los coros angélicos y dirán: «¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado?» (Cant 8, 5). El alma que antes era esclava cuenta ahora al Señor como su amado. Y éste, al recibirla, exclamará: ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres!... tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo» (Cant 4, 1, 2), ello como confesión que ha brotado del dictado de la conciencia. Y también se dice: «Todos los partos serán dobles» (Cant 4, 2), porque se trata de una doble gracia: me refiero a que se consigue por el agua y el Espíritu, y se anuncia en la antigua y en la nueva Alianza. Haga Dios que todos vosotros, realizando este ayuno(25) y teniendo bien en cuenta lo que se dice, «fructificando en toda obra buena» (Col 1, 10), manteniéndoos en pie ante el Esposo con corazón irreprensible, consigáis el perdón de los pecados de parte de Dios, a quien sea la gloria con el Hijo y en el Espíritu Santo por los siglos. Amén.
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