Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS V
LA FE
Pronunciada en Jerusalén, sobre «la fe». El punto de partida es Hebr 11, 1-2: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores»(1). |
El paso del orden de los catecúmenos al de los fieles
1. La grandeza de la dignidad que Dios os ha otorgado al haceros pasar del orden de los catecúmenos al de los fieles la expresa el apóstol Pablo al decir: «Fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo» (I Cor 1, 9). Pero, si a Dios se le llama «fiel», también tú recibes este calificativo al haber crecido en dignidad. Pues así como a Dios se le llama bueno, justo, omnipotente (además de señor de todo) y creador de todas las cosas, también se le llama «fiel». Piensa, por tanto, a qué dignidad eres promovido, puesto que habrás de participar de este apelativo divino.
2. Aquí se busca si hay alguno entre vosotros que ya sea fiel en lo íntimo de su conciencia(2). Pues, «un hombre fiel, ¿quién lo encontrará?» (Prov 20, 6). No se trata de que me descubras tu conciencia, pues has de ser juzgado en circunstancias humanas, sino de que muestres la sinceridad de tu fe al Dios que escruta los riñones y los corazones (cf. Sal 7, 10) y «conoce los pensamientos del hombre» (Sal 94, 13). Gran cosa es ciertamente un hombre fiel, y es más rico que todos los ricos aunque se encuentre privado de todas las riquezas(3), y todo ello precisamente por el hecho de despreciarlas. Pues los que son ricos en lo exterior, aunque posean muchas cosas, son torturados por su pobreza interior: cuantas más cosas reúnen, más les mortifica el deseo de poseer lo que les falta. Pero el hombre fiel -y esto es lo más admirable- es rico en su pobreza sabiendo que lo único necesario es vestirse y alimentarse y, contento con ello (I Tim 6, 8), desprecia las riquezas.
La fe genera comunión y confianza y es expresión de ellas
3. Tampoco hay que pensar que el prestigio de la fe sólo se da entre quienes nos amparamos bajo el nombre de Cristo, sino que todo lo que se hace en el mundo, incluso por parte de quienes están lejos de la Iglesia, queda penetrado por la fe(4). Por medio de una fe, dos personas extrañas se unen por las leyes nupciales; personas ajenas una a otra entran en la comunión de cuerpos y bienes mediante la fe que se hace presente en el contrato matrimonial. También en una cierta fe se apoya el trabajo agrícola, pues no comienza a trabajar quien no tenga esperanza de recibir frutos. Con fe recorren los hombres el mar cuando, confiando en un pequeño leño, cambian la solidez de la tierra por la agitación de las olas, entregándose a inciertas esperanzas y mostrando una confianza más segura que cualquier áncora. En la confianza, finalmente, se apoyan los negocios de los hombres, y esto no sólo sucede entre nosotros, sino también, como se ha dicho, entre quienes son ajenos a lo nuestro. Pues, aunque no aceptan las Escrituras, tienen doctrinas propias que aceptan con confianza(5).
Fuerza de la fe en situaciones diversas
4. A la verdadera fe os llama también la lectura de hoy indicándoos el camino por el que podéis agradar a Dios, pues señala que «sin fe es imposible agradarle» (Hebr 11, 6). Pero, ¿cómo se resolverá el hombre a servir a Dios si no cree en él como remunerador? ¿Cómo mantendrá una muchacha su propósito de virginidad o será casto un joven si no creen en la corona inmarcesible de la castidad? La fe es el ojo que ilumina toda la conciencia y favorece la intelección, pues dice el profeta: «Si no creéis, no entenderéis»(6).La fe, según Daniel, cierra la boca de los leones (cf. Hebr 11, 33), pues de él dice la Escritura: «Sacaron a Daniel del foso y no se le encontró herida alguna, porque había confiado en su Dios» (Dn 6, 24).
¿Hay acaso algo más terrible que el diablo? Pues contra él no tenemos otra clase de armas que la fe (cf. 1 Pe 5, 9): un escudo incorpóreo frente a un enemigo invisible, que lanza múltiples venablos y acribilla con saetas a quienes, en la noche oscura, no están vigilantes. Pero, aunque reine la oscuridad y el enemigo no esté a la vista, tenemos como armadura la fe, como dice el Apóstol: «embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno» (El 6, 16). A menudo lanza el diablo el dardo encendido del deseo voluptuoso, pero la fe lo extingue iluminando nuestro juicio y aligerando nuestra mente(7) .
La fe en la historia de Abraham, Padre de las naciones
5. Muy ampliamente podría hablarse de la fe y nunca habría tiempo suficiente para terminar de hablar de ella. Pero, de las figuras de la antigua Ley, nos bastará con Abraham, puesto que hemos sido adoptados como hijos también por su fe (cf. Rom 4, 11 b). El no fue justificado sólo por sus obras, sino también por su fe (Sant 2, 24; cf. 2, 14-26)(8). Pues había hecho muchas cosas correctamente, pero nunca había sido llamado «amigo de Dios» hasta después de que creyó (9), y toda su actuación alcanzó su consumación mediante la fe. Por la fe abandonó a sus parientes; por la fe dejó patria, región y casa (Hebr 11, 8-10). Y, como él fue justificado, también tú serás justificado(10). Su cuerpo estaba ya agotado, pero así habría de recibir posteriormente hijos: siendo él mismo anciano, tenía una esposa anciana, Sara, pero ya sin esperanza de hijos. Pues bien, es a este anciano a quien Dios promete una futura prole. Pero él «no vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor» (Rm 4, 19), sino que atendió al poder del que se lo prometía, «pues tuvo como digno de fe al que se lo había asegurado» (Hebr 11, 11). Por ello, como de unos cuerpos muertos y en contra de lo pensado, recibió un hijo (cf. Hebr 11, 12; Rom 4, 18-22). Después, al recibir la orden de ofrecer el hijo recibido (Gén 22), a pesar de que había oído aquello de «por Isaac llevará tu nombre una descendencia» (Gén 21, 12b), ofreció a su hijo único a Dios, pues «pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hebr 11, 19). Y después de haber atado a su hijo y colocarlo sobre la leña, lo sacrificó ciertamente en su voluntad, pero recobró vivo a su hijo por la bondad de Dios que en el mismo lugar puso un cordero que sustituyera a su hijo. Y así, teniendo verdaderamente fe, «recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que poseía siendo incircunciso» (Rm 4, 11, que utiliza Gén 17, 11), una vez aceptada la promesa de que se convertiría en padre de muchas naciones (cf. Gén 12, 2-3); 15, 5, 18; 17, 5; Rom 4, 11)(11).
6. Veamos ahora cómo Abraham fue padre de muchas naciones. Claramente lo es de los judíos, según la descendencia de la carne. Pero si, al explicar la profecía, atendiéramos a la descendencia carnal, nos veríamos obligados a entender equivocadamente el oráculo; pues no es, según la carne, padre de todos nosotros. Sin embargo, el ejemplo de su fe nos hizo a todos hijos de Abraham (cf. Rom 4, 12). ¿Por qué así? Entre los hombres es increíble que alguien resucite de entre los muertos, del mismo modo que es igualmente increíble que brote descendencia de un seno estéril. Pero cuando se anuncia que Cristo, que fue crucificado en el madero, resucitó de entre los muertos, lo creemos. Por la semejanza de la fe llegamos a ser hijos adoptivos de Abraham. Y entonces, después de la fe, recibimos el sello espiritual. Somos circuncidados en el lavatorio por medio del Espíritu Santo, pero no en el prepucio sino en el corazón, según lo que afirma Jeremías: «Circuncidaos para Yahvé y extirpad los prepucios de vuestros corazones» (Jer 4, 4) o, según el Apóstol, de quien son estas expresiones: «Por la circuncisión en Cristo... Sepultados con él en el bautismo» (Col 2, 11-12), etc.
De nuevo, la fuerza de la fe
7. Si guardamos esta fe, nos veremos libres de la condenación y adornados de todo género de virtudes. Pues la fe tiene poder para mantener a los hombres andando sobre las aguas. Pedro era un hombre semejante a nosotros, formado de carne y sangre y que se alimentaba con los mismos alimentos. Pero cuando Jesús le dijo: «Ven», por la fe «se puso a caminar sobre las aguas» (Mt. 14, 29-31), teniendo sobre ellas en la fe un cimiento más firme que cualquier otro; el peso del cuerpo era suprimido por la agilidad de la fe. Y mientras creyó, anduvo con paso firme sobre las aguas; pero cuando dudó, comenzó a hundirse (14, 30). Al alejarse y disminuir poco a poco la fe, era arrastrado hacia el fondo. Cuando Jesús se dio cuenta de la dificultad, él, que es capaz de curar las aflicciones íntimas del alma, exclamó: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (14, 31). Y con la fuerza de él, que le cogió la mano derecha, con lo que recobró la fe, llevado de esta mano por el Señor, continuó como antes andando sobre las aguas. Indirectamente habla de esto último el Evangelio cuando señala: «Subieron a la barca...» (14, 32). No dice que Pedro subiera después de nadar, sino que nos insinúa que el espacio que recorrió hasta Jesús lo hizo andando y, tras recorrerlo de nuevo, subió a la barca.
8. La fe tiene tanta energía como para no sólo salvar a quien cree, sino para que se salven unos por la fe de otros. Pues no tenía fe aquel paralítico de la ciudad de Cafarnaún, pero sí tenían fe quienes lo transportaban o introdujeron a través del tejado. El alma del enfermo sufría juntamente con el cuerpo la enfermedad. No creas que temo que él me acuse, pues el mismo Evangelio dice: «Viendo Jesús», no la fe de él, sino «la fe de ellos, dice al paralítico: Levántate»(12). Los que lo llevaban (al paralítico) eran quienes creían y la curación sobrevino al que estaba paralítico(13).
Algunos se han salvado por la fe de otros
9. ¿Quieres conocer todavía con mayor seguridad que algunos se salvan por la fe de otros?: Murió Lázaro y habían pasado un día, un segundo día y un tercero; al muerto se le habían debilitado los nervios y la putrefacción ya hacía mella en el cuerpo. ¿Cómo podía creer un muerto de cuatro días y suplicar para sí un libertador? Pero lo que en vida le faltó al difunto, lo suplieron sus hermanas. Pues una de ellas, al llegar el Señor, se inclinó a sus pies y, cuando él dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» y ella respondió: «Ya hiede de cuatro días», él exclamó: «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn 11, 17 ss). Es como si dijera: haz tú las veces del muerto en lo que respecta a la fe. Y tanto pudo la fe de las hermanas como para sacar al muerto de las fauces del hadeas. Así, pues, teniendo fe unos por otros, pudieron resucitar muertos. Y tú, teniendo fe para ti mismo, ¿no sacarás un provecho mucho mayor? Pero si no tienes ninguna fe, o la tienes escasa, clemente es el Señor para volverse propicio hacia ti cuando te conviertes. Con sencillez y de corazón, di simplemente: «Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad» (Mc 9, 23). Pero si crees que tienes fe, aunque todavía de modo imperfecto, es necesario que tú también digas con los Apóstoles: «Señor, auméntanos la fe» (cf. Lc 17, 5). Pues ya tienes algo en ti, pero recibirás algo de lo mucho que en él se contiene.
La fe «objetiva» junto con la fe como actitud
10. Por su nombre la fe es única, pero es en realidad de dos clases. Hay una clase de fe que se refiere a los dogmas, que incluye la elevación y la aprobación del alma con respecto a algún asunto. Ello reporta utilidad para el alma, como dice el Señor: «El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio» (Jn 5, 24) y, además: «El que cree en él (en el Hijo), no es juzgado» (Jn 3, 18), «sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5, 24)(14). ¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los justos agradaron a Dios con el trabajo de muchos años. Pero lo que ellos consiguieron esforzándose en un servicio a Dios durante largo tiempo, esto te lo concede a ti Jesús en el estrecho margen de una sola hora. Si crees que Jesucristo es Señor (Cf. Rm 10, 9; Flp 2,11) y que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rm 10, 9; cf. Rm 1, 4 ss; cf. I Co 12, 3) y serás llevado al paraíso por quien en él introdujo al buen ladrón (Lc 23, 43). Y no desconfias de que esto pueda hacerse, pues el que salvó en este santo Gólgota al ladrón tras una fe de una sola hora, ese mismo te salvará a ti también con tal de que creas.
Los carismas que brotan de la fe
11. Pero hay otra clase de fe, que es dada por Cristo al conceder ciertos dones. «Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones...» (1 Cor 12, 8, 9). Esta fe, dada como una gracia por el Espíritu, no es sólo dogmática, sino que crea posibilidades que exceden las fuerzas humanas. Pero quien tenga esta fe, dirá «a este monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará» (Mt 17, 20). Y cuando alguno, al decir esto mismo, «crea que va a suceder lo que dice» «y no vacile en su corazón» (Mc 11, 23), recibirá aquella gracia. De esta fe se dice: «Si tuviereis fe como un grano de mostaza» (Mt 17, 20). Pues el grano de mostaza es de un volumen muy reducido, pero dotado de una fuerza como fuego y, sembrado en un espacio estrecho, hace crecer grandes ramas y se desarrolla, pudiendo albergar a las aves del cielo (cf. Mt 13, 32). Del mismo modo, también la fe obra grandes cosas en el alma en rapidísimos instantes. Pues, una vez que se le ha infundido la luz de la fe, se hace una imagen acerca de Dios y piensa en cómo es en la medida en que puede entenderlo. Abarca los extremos de la tierra y, antes de la consumación de este mundo, ya ve el juicio y la concesión de los bienes prometidos. Ten, pues, esta fe que está en ti y a él se refiere, para que también de él recibas la que está en él y que actúa por encima de las fuerzas humanas(15).
La confesión de la fe en el Símbolo
12. Al aprender y confesar la fe(16), debes abrazar y guardar como tal sólo la que ahora te es entregada por la Iglesia con la valla de protección de toda la Escritura. Pero, puesto que no todos pueden leer las Escrituras —a unos se lo impide la impericia y a otros sus ocupaciones—, para que el alma no perezca por la ignorancia, compendiamos en pocos versículos todo el dogma de la fe. Quiero que todos vosotros lo recordéis con esas mismas palabras y que os lo recitéis en vuestro interior con todo interés, pero no escribiéndolo en tablillas, sino grabándolo de memoria en tu corazón(17). Y cuando penséis en esto meditándolo, tened cuidado de que en ninguna parte nadie de los catecúmenos escuche lo que se os ha entregado.
Os encargo de que esta fe la recibáis como un viático para todo el tiempo de vuestra vida y que, fuera de ella, no recibáis ninguna otra: aunque nosotros mismos sufriésemos un cambio, y hablásemos cosas contrarias a lo que ahora enseñamos o aunque un ángel contrario, transformado en ángel de luz (cf. 2 Cor 11, 14), quisiera inducirte a error. Pues «aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (Gál 1, 8)(18).
La fe que ahora estáis oyendo con palabras sencillas, retenedla en vuestra memoria; considera cuando sea oportuno, a la luz de las Sagradas Escrituras, el contenido de cada una de sus afirmaciones. Esta suma de la fe no ha sido compuesta por los hombres arbitrariamente, sino que, seleccionadas de toda la Escritura las afirmaciones más importantes, componen y dan contenido a una única doctrina de la fe(19). Y así como la semilla de mostaza desarrolla numerosos ramos de un grano minúsculo, también esta fe envuelve en pocas palabras, como en un seno, todo el conocimiento de la piedad contenido tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Así, pues, hermanos considerad y conservad las tradiciones que ahora recibís y grabadlas en la profundidad de vuestro corazón (cf. 2 Tes 2, 15).
En este momento parece entregar Cirilo el Símbolo, pero se transcribe al terminar totalmente la catequesis y aparte. El Símbolo jerosolimitano no se encuentra directamente en el texto de las catequesis.
Guardar celosamente la fe que se entrega en el Símbolo
13. Vigilad piadosamente que en ninguna parte el enemigo asalte a ninguno por estar pasivo o perezoso; que ningún hereje corrompa nada de lo que os ha sido entregado. Porque la fe(20) es como plata que os habíamos prestado y que se devuelve al prestamista. Pero Dios os pedirá razón del depósito. Os «conjuro», como dice el Apóstol, «en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio, a que conservéis sin mancha esta fe que os ha sido entregada hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo»(21).
«Manifestación que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee inmortalidad, que habita en una luz innacesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén». (1 Tim 6, 15-16)
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