Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS Vl
El SEÑORÍO DEL DIOS ÚNICO
Pronunciada en Jerusalén, «sobre la monarquía de Dios» (o el señorío del Dios único), basándose en el «Creo en un solo Dios», pero tratando «acerca también de las herejias». La lectura es de Is 45, 16, 17 (LXX): «Renovaos conmigo, ¡oh islas! Israel será salvado por Yahvé con salvación perpetua. No quedaréis abochornados ni afrentados nunca jamás». |
Glorificación conjunta de Padre, Hijo y Espíritu Santo
1. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (2 Cor 1, 3). Bendito también su Hijo Unigénito (Rm 9, 5). Cada vez que se piensa en «Dios», se piensa en el «Padre», para celebrar de modo indiviso la glorificación del Padre y del Hijo juntamente con el Espíritu Santo. Pues no tiene una gloria el Padre y otra el Hijo, sino una única e idéntica (y juntamente con el Espíritu Santo). Y es que realmente se trata del Hijo unigénito del Padre de modo que, cuando es glorificado el Padre, comunica también al Hijo, juntamente con él, la gloria. Pues si la gloria del Hijo brota del honor del Padre(1), a su vez, al ser glorificado el Hijo, se honra con el máximo honor al Padre de tanta bondad.
Alabanza al Dios único
2. Pero si la mente entiende las cosas muy rápidamente, la lengua procede laboriosamente con las palabras y con el enunciado de proposiciones intermedias. También el ojo abarca de un golpe un numeroso coro de astros, pero cuando alguien quiere explicar cuál es el lucero de la mañana, cuál el de la tarde o cuál cada uno de ellos, necesita de muchas palabras. Del mismo modo abarca el pensamiento, en un velocísimo instante, la tierra, el mar y todos los confines del mundo; pero lo que se expresa en un instante no se expresa más que con palabras muy amplias. Y todo esto que acabamos de exponer es un gran ejemplo, aunque todavía pobre y débil. Pues de Dios no decimos lo que se debe, sino lo que cada uno conoce, aunque es lo que la naturaleza humana percibe y cuanto puede soportar nuestra debilidad. Pues no decimos qué es Dios, sino que inocentemente confesamos que nos falta un detallado conocimiento acerca de él; pues en lo que respecta a Dios es gran ciencia confesar la ignorancias. Por tanto, «Cantad conmigo al Señor, cantemos juntos a su nombre» (Sal 34, 4), todos juntos, pues no basta que cante uno solo. Incluso, aunque nos reunamos todos a la vez, tampoco basta para lo que hemos de hacer. Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, pues incluso, aunque estuviesen juntos todos los miembros de la Iglesia universal presente y futura, no serían, sin embargo, suficientes para alabar al Pastor de acuerdo con su dignidad(2).
Alabanza a Dios desde la pequeñez del hombre
3. Grande y honorable era Abraham, pero grande para los hombres. Y cuando se acercó a Dios, dijo ingenuamente confesando la verdad: «Soy tierra y ceniza» (Gén 18, 27) (3). Y no dijo «tierra», callándose a continuación, para que no pareciese que se estaba refiriendo a algo grande, sino que añadió «y ceniza» para dar a entender algo con poca solidez y fácil de disolver. ¿Hay acaso algo más débil y endeble que la ceniza? Compara, por ejemplo, la ceniza con una casa, y la casa con una ciudad, la ciudad con una provincia, la provincia con el territorio de los romanos y el territorio de los romanos con el mundo entero y, por último, toda la tierra, con todos sus detalles, con el cielo que la envuelve en su regazo: en proporción al cielo, la tierra es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión de ésta. Tal es la comparación entre la tierra y el cielo. Pero, además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la Escritura denominó como cielos(4), pero ello no quiere decir que ése sea su número exacto. Pero aunque con tu inteligencia percibieses todos los cielos, ni siquiera ellos bastarían para alabar a Dios como él es, y tampoco aunque resonasen con mayor fuerza que el trueno. Pero si toda la grandeza de los cielos no es capaz de celebrar a Dios cuanto éste se merece, ¿podrán acaso «la tierra y la ceniza», lo más pequeño y exiguo de todas las cosas, entonar a Dios un himno digno de él o hablar con dignidad del Dios que «está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como saltamontes» (Is 40, 22)?
4. Quien intente hablar de lo referente a Dios, exponga en primer lugar los límites de la tierra. Habitas la tierra, pero desconoces los límites de esta tierra que es tu domicilio: ¿cómo podrás entender a su autor debidamente en tu interior? Ves las estrellas, pero no a su autor. Enumera primeramente aquellas que puedes ver y entonces conocerás al invisible, al que «cuenta el número de las estrellas, y llama a cada una por su nombre» (Sal 147, 4). El agua recientemente caída en unas fuertes lluvias nos puso perdidos; cuenta ahora las gotas caídas en esta ciudad. Pero no digo ya en esta ciudad: cuenta, si puedes, las que cayeron en tu tejado durante una hora. No, no puedes: reconoce tu impotencia. De ahí aprenderás el poder de Dios: «El atrae(5) las gotas de agua» (Job 36, 27), las que se derraman en todo el orbe y no sólo en este sino en todo tiempo. Obra de Dios es el sol, realmente algo grande, pero mínimo si se le compara con todo el cielo. Pues mira en primer lugar hacia el sol y busca después, con más curiosidad, al Señor. «No busques lo que es más profundo ni investigues lo que es más fuerte que tú: limítate a conocer lo que se te ha mandado» (Ecl 3, 22 LXX).
El Hijo y el Espíritu Santo conocen al Padre y lo revelan
6. Alguno dirá: ¿Acaso no está escrito: «Los ángeles (de los niños) ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos» (cf. Mt 18, 10). Pero los ángeles ven a Dios, no como él es, sino en cuanto pueden captarlo(6). Pues el mismo Jesús es quien dice: «No que nadie haya visto al Padre, excepto el que ha venido de Dios; éste ve al Padre» (Jn 6, 46). Lo ven los ángeles en cuanto son capaces y, en cuanto pueden, los arcángeles (7) y, de un modo más excelente que los primeros, también los tronos y las dominaciones, a quienes son aquellos inferiores en dignidad. En realidad, sólo el Espíritu Santo puede, juntamente con el Hijo, ver a Dios como es. Pues «él lo escruta todo y lo conoce todo, hasta las profundidades de Dios» (I Cor 2, 10); de manera que es cierto que incluso el Hijo unigénito, en cuanto conviene, también conoció al Padre a una con el Espíritu Santo, pues dice: «tampoco al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). Ve él a Dios, como es debido, y lo revela, con el Espíritu Santo y por el Espíritu Santo, a cada uno según su capacidad. Por otra parte, de la divina eternidad participa también, juntamente con el Espíritu Santo, el Hijo, el cual «desde toda la eternidad» (2 Tim 1, 9) fue engendrado sin esfuerzo y conoció al Padre, conociendo el engendrador al engendrado. Pero, en cuanto a los ángeles, siendo limitado su conocimiento —pues como dijimos, es el Unigénito el que según su capacidad les revela (a Dios) juntamente con y por medio del Espíritu Santo, que ningún hombre se avergüence de confesar su ignorancia. Ahora estoy yo hablando y cualquier otro lo hará en su momento, pero no podemos expresar con palabras cómo sucede todo esto: ¿cómo podría yo explicar a aquel que nos dio el poder hablar? Tengo yo un alma, pero no puedo aclarar sus características. A quien me concedió el alma, ¿cómo podré yo explicarlo?
Sólo hay Dios único, eterno e infinito. Propiedades de Dios
7. Para nuestra piedad nos basta una sola cosa, saber que tenemos a Dios: el Dios único, el Dios que existe desde la eternidad, sin variación alguna en sí mismo, ingénito, más fuerte que ningún otro y a quien nadie expulsa de su reino. Se le designa con múltiples nombres, todo lo puede y permanece invariable en su sustancia. Y no porque se le llame bueno, justo, omnipotente, «Dios de los ejércitos»(8) , es por ello variable y diverso, sino que, siendo uno y el mismo, realiza innumerables operaciones divinas. Y no tiene más de alguna parte y menos de otra, sino que en todas las cosas es semejante a sí mismo. No es grande sólo en la bondad, pero inferior en la sabiduría, sino que es semejante en sabiduría y bondad. Tampoco es que en parte vea y en parte esté privado de visión, sino que todo lo ve, todo lo oye y todo lo entiende. No es que, como nosotros, comprenda en parte las cosas y en parte las ignore: este modo de hablar es blasfemo e indigno de la personalidad divina. Conoce previamente lo que existe, es santo y ejerce su poder sobre todo; es mejor, mayor y más sabio que todas las cosas. No se le puede señalar principio ni forma ni figura. Pues «no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro», dice la Escritura (Jn 5, 37). Por lo cual también Moisés dice a los israelitas: «Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna» (Dt 4, 15)(9). Pues si la mente no puede imaginar algo que se le parezca(10), ¿podrá acaso penetrar en lo propio de su persona?
Errores acerca de Dios
8. Muchos se imaginaron muchas cosas, pero todos erraron. Algunos pensaron que el fuego es Dios (cf. Sab 13, 2), otros que Dios es como un hombre alado por aquello que está escrito: «Escóndeme a la sombra de tus alas» (Sal 17, 8)(11). Se han olvidado de nuestro Señor Jesucristo unigénito que, refiriéndose a sí mismo, clama de modo idéntico a Jerusalén: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas, y no has querido!» (Mt 23, 37). Pues al indicar con el nombre de las alas el poder de alguien que protege, éstos, en un malentendido y cayendo en los hábitos humanos, valoraron al modo humano al que es inescrutable. Otros no dudaron en señalarle siete ojos, por aquello que está escrito: «Los siete ojos del Señor, mirando sobre toda la tierra» (Zac 4, 10, LXX); pero si los siete ojos le estuviesen puestos alrededor de manera diferente, Dios vería las cosas en parte, pero no totalmente. Pero decir esto de él sería blasfemo e insultante. Pues se ha de creer que Dios es perfecto en todo, según aquella palabra del Salvador: «Vuestro padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48): perfecto en el ver, perfecto en su poder, perfecto en su grandeza, perfecto en su conocimiento previo, perfecto en la bondad, perfecto en la justicia, perfecto en la benignidad: no limitado a un lugar, sino autor de los lugares; existente en todos los lugares, pero no circunscrito a ninguno. «Los cielos son mi trono» -y el que destaca es aquel que está sentado- «y la tierra el estrado de mis pies» (Is 66, 1; cf. Hech 7, 49). Su poder llega, sin embargo, hasta las regiones inferiores de la tierra.
La grandeza de Dios, fuente y origen por medio de Cristo de toda la realidad
9. El es el único que está presente en todas partes, viendo todo, comprendiendo todo, construyéndolo todo por medio de Cristo. Pues «todo se hizo por él, y sin él nada se hizo de cuanto existe» (Jn 1,3; cf. Col 1,15 ss). El es la fuente máxima e indeficiente de todo bien, río de beneficios, luz eterna que brilla sin cesar, fuerza insuperable destinada a nuestras debilidades, de quien ni siquiera podemos oír su nombre. Dice Job: «¿Pretendes alcanzar las honduras de Dios, llegar hasta la perfección del Omnipotente?» (Job 11, 7). Si ni sus obras grandes y pequeñas pueden abarcarse, ¿podrá acaso abarcarse al que todo lo hizo? «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios ha preparado para los que le aman» (Is 64, 3, citado según I Cor 2, 9). Si lo que Dios ha preparado supera la capacidad de nuestros pensamientos, ¿podremos acaso abarcar en nuestro ánimo a quien lo preparó? «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e irrastreables sus caminos!», dice el Apóstol (Rm 11, 33). Y si sus juicios y sus caminos no pueden comprenderse, ¿por ventura se le comprenderá a él mismo?
Diversos tipos de idolatría
10. Siendo Dios, por consiguiente, tan grande, e incluso más todavía(12); siendo, pues, tan inmenso el Dios bueno y grande, no se arredra el hombre al decir a una piedra esculpida por él: «Tú eres mi dios» (Is 44, 17)(13). ¡Gran ceguera, que desde tanta majestad cayó en tan gran indignidad y vileza!» Árbol que Dios hizo, crecido con las lluvias y que luego, quemado por el fuego, se convierte en ceniza; y a esto, digo, le llaman dios, mientras se desprecia al Dios verdadero. Ha florecido la perversidad de la idolatría. Incluso el gato, el perro y el lobo han sido adorados como si fuesen Dios; y también el león, devorador de los hombres, ha sido adorado en lugar del Dios que tanto los ama. También han sido adorados la serpiente y el dragón, émulos de aquel que nos arrojó del paraíso, mientras el que creó el paraíso ha sido despreciado. Incluso —vergüenza da decirlo, pero lo diré— algunos han adorado a la cebolla. El vino ha sido dado para alegrar el corazón del hombre (cf. Sal 104, 15). Pues bien, en lugar de Dios se adora a Baco(14). El trigo lo hizo Dios diciendo: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra» (Gén 1, 111 )(15), con la intención de que el pan fortaleciese el corazón del hombre. ¿Por qué, pues, se ha adorado a Ceres? También el fuego se enciende hasta hoy mediante el choque de dos piedras. ¿Por qué, pues, se considera a Vulcano creador del fuego?
Idolatría, politeísmo y errores sobre Dios
11. ¿Y de dónde viene el error de los griegos de admitir una pluralidad de dioses? Dios es incorpóreo. ¿De dónde, pues, se imputan estupros y adulterios a los que ellos llaman dioses?(16). No menciono las transmutaciones de Júpiter en un cisne; y me ruborizo al referirme a las transformaciones en oro, pues los ungidos son indignos de Dios. Por convicto de adulterio se ha tenido al dios de los griegos, pero, si lo es, no se le llame Dios. Cuentan también, de aquellos a quienes llaman sus dioses, sus muertes, sus descalabros y sus fulminaciones. ¿Ves en qué ha ido a parar tanta majestad? ¿No fue real el motivo por el que descendió del cielo el Hijo de Dios para sanar tanta herida? ¿Fue acaso en vano la venida del Hijo para conocer al Padre? Sabes qué es lo que movió al Hijo único para descender desde la diestra del Padre. Se despreciaba al Padre y hubo que enmendar el error por medio del Hijo. Pues fue conveniente que él, por quien todo fue hecho, ofreciese todas las cosas al Señor de todo. Había que curar la herida. ¿Y qué podía ser más grave que esta enfermedad por la que se daba culto a una piedra como si fuese Dios?(17).
Dios nos libre del error
35. Pero Dios nos guarde de semejante error. Y os pague por vuestra enemistad con el dragón, para que, como ellos están al acecho de vuestro talón, también vosotros aplastéis su cabeza (cf. Gén 3, 15). Acordaos de lo que se os dice. ¿Qué acuerdo puede haber de nuestras cosas con las suyas? ¿Cómo pueden compararse luz y tinieblas, o la seriedad y la santidad de la Iglesia con las execrables instituciones de los maniqueos? Aquí hay orden, disciplina, seriedad, castidad. Aquí es malo incluso mirar a una mujer para satisfacer la pasión. Aquí el matrimonio es algo muy santo; hay aceptación de la continencia (quiero decir la viudedad) y la dignidad de la virginidad compite con los ángeles; aquí se reciben los alimentos con acción de gracias; aquí existe un ánimo agradecido hacia el autor de todas las cosas. Aquí se adora al Padre de Cristo: se enseñan la reverencia y el temor a quien envía la lluvia. Al Dios que truena y brilla le tributaremos gloria y honor.
La Iglesia os mantendrá en la verdad
36. Estás agregado a las ovejas: huye de los lobos; no te apartes de la Iglesia. Odia también a quienes pusieron en duda todo esto y no te fíes incautamente de ellos si no es tras un larguísimo tiempo de penitencia(18). Se te ha transmitido la verdad del señorío del Dios único. Distingue las explicaciones como se pueden distinguir las hierbas. «Sé un buen administrador(19), quedándote con lo bueno y absteniéndote de todo género de mal» (cf. I Tes 5, 21-22). Y si alguna vez has caído en todo esto, odia el error una vez reconocido. Pues te será un camino de salvación si expulsas el vómito: si lo aborreces en tu interior, si te apartas de estas cosas no sólo con los labios sino con el corazón; si adoras al Padre de Cristo, Dios de la Ley y los Profetas; si reconoces que es bueno y justo el Dios uno e idéntico. El cual os conserva a todos estables en la fe, protegiéndoos de toda caída y de toda ofensa: en nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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