Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS XII
LA ENCARNACIÓN DE CRISTO
Pronunciada en Jerusalén, sobre lo de «se encarnó y se hizo hombre». Se parte del pasaje de Isaías: «Volvió Yahvé a hablar a Ajaz diciendo: "Pide para ti una señal de Yahvé tu Dios..." (7, 10-11), y: "He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel"» (7, 14), etc.(1) |
El Hijo de Dios se ha hecho hombre
1. Como alumnos de la pureza y discípulos de la prudencia, celebremos con labios castos al Dios nacido de la Virgen. Quienes nos consideramos dignos de alimentarnos del cordero racional(2), comamos de él tanto la cabeza como las patas(3), significando la divinidad mediante la cabeza y la humanidad mediante las patas. Los que escuchamos los Evangelios oigamos al teólogo Juan, que tras escribir: «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios» (Jn I, 1), añadió después: «Y la Palabra se hizo carne» (1, 14). Tampoco se debe adorar a un simple hombre(4) ni tampoco a sólo Dios sin hacer referencia a la humanidad. Pues si Cristo es Dios, como sucede en realidad, pero no asume la naturaleza humana, no tenemos la salvación. Adóresele, por consiguiente, como Dios, pero créase también que se ha revestido de la naturaleza humana. Tampoco es aceptable que se le llame hombre dejando aparte la divinidad ni lleva a la salvación separar la humanidad de la confesión de la divinidad. Reconozcamos la presencia del rey y del médico. Jesús es rey que aportará salvación ciñéndose con el lienzo de la humanidad y tras haber sanado lo que estaba enfermo. Como perfecto maestro de niños, se ha hecho niño con ellos «para enseñar a los simples la prudencia» (Prov 1, 4). El pan del cielo ha descendido a la tierra para alimentar a los que tienen hambre.
No rechazar a aquél en quien se cumple la profecía de la encarnación
2. Pero los judíos, cuando rechazan a aquel que ha venido, esperan a aquel que ha de venir con dureza: ellos repudiaron a Cristo, pero acogerán, inducidos a error, al impostor que venga. Así se hará verdadera la palabra del Salvador: «Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis» (Jn 5, 43). Sería estupendo hacer esta pregunta a los judíos: ¿dice verdad o mentira el profeta Isaías cuando señala que el Emmanuel nacerá de una virgen? (cf. Is 7, 14). No es de extrañar que lo acusen de mentiroso, pues es costumbre para ellos no sólo acusar a los profetas de mentir, sino incluso lapidarlos. Ahora bien, si el profeta dijo la verdad, señalad quién es el Emmanuel. Más todavía: el que ha de venir, y al que esperáis, ¿ha de nacer de una virgen o no? Si no nace de una virgen argüís al profeta de falsedad. Y si esperabais que ello sucediera en el futuro, ¿por qué lo rechazáis cuando ya se ha cumplido?
Verdadera humanidad plena y concepción virginal de Cristo
3. De su error serán sacados los judíos cuando lo permitan(5), y será glorificada la Iglesia de Dios, pues nosotros acogemos verdaderamente al Dios que es Palabra hecha hombre. Esto ha sucedido, no por la voluntad de hombre y de mujer, como dicen los herejes, sino que se ha hecho hombre de una virgen y por el Espíritu Santo, como dice el Evangelio. Y no en apariencia, sino en verdad. Y me gustaría que te dieras cuenta de que ahora es el tiempo de transmitir la doctrina de que él ha recibido la naturaleza humana de una virgen. Ahora recibirás las pruebas de esta realidad. El error de los herejes es múltiple, pues éstos negaron de modo total que él hubiera nacido de una virgen(6); otros concedían la realidad de su nacimiento, pero no de una virgen, sino de la unión de un hombre y una mujer. Otros dicen que no es el Mesías Dios quien se ha hecho hombre, sino un hombre deificado(7). Estos se atrevieron a decir que no una Palabra preexistente se hizo hombre, sino que fue coronado (como Dios) un hombre con méritos propios(8).
Haremos frente a las objeciones
4. Pero tú acuérdate de las cosas que ayer se dijeron sobre la divinidad. Cree que el Hijo unigénito de Dios es el que a su vez ha nacido de la Virgen. Cree al evangelista Juan cuando dice: «La Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros. Es realmente Palabra eterna, engendrado del Padre antes de todos los siglos, aunque en el tiempo ha tomado carne por causa nuestra. Muchos están en contra de esto y dicen: ¿Qué es lo que ha pasado tan grave para que Dios descendiese hasta lo humano? A lo que puede decirse: «Después apareció ella(9) en la tierra, y entre los hombres convivió» (Bar 3, 38). O bien (se plantean): ¿es posible que una virgen dé a luz sin un hombre? Al encontrarnos, pues, que se nos contradice ampliamente y que se nos presenta batalla en diversos frentes, se hace preciso que aniquilemos todo ello mediante la gracia de Cristo y mediante los discursos que aquí ofrecemos.
El Hijo asumió la carne de la más excelente de las criaturas
5. Preguntémonos, en primer lugar, por qué vino Jesús. Y no repares en mis razonamientos, a los que quizá podría contradecirse mediante sofismas. Ahora bien, si no aceptas los testimonios de los profetas acerca de cada una de estas cosas, no creerás en lo que digamos. Si no aprendes por las Escrituras lo referente a la Virgen, al lugar, al tiempo y al modo, tampoco recibas testimonio de hombre alguno(10). Pues sobre éste que ahora está aquí y os instruye puede recaer alguna sospecha, pero sobre el que pronunció las profecías, hace mil años e incluso más tiempo, ¿quién puede tener reticencias si está en su sano juicio? Por tanto, si buscas la causa de la venida de Cristo, acude simplemente al primer libro de la Escritura. En seis días hizo Dios el mundo. Pero éste existe para el hombre. Resplandezca el sol con sus fulgores espléndidos: fue hecho para que luzca en favor del hombre. Todos los animales fueron hechos para nuestro servicio; y las hierbas y los árboles fueron creados para que los utilizásemos. Son todas criaturas buenas(11), pero ninguna de ellas es imagen de Dios excepto únicamente el hombre. Una simple orden hizo el sol, mientras que el hombre fue formado por las manos de Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como nuestra semejanza» (Gén 1, 26)(12). Y si se tributa honor a la imagen de madera de un rey terreno, ¿cuánto más deberá hacerse con la imagen de Dios? Pero ésta, la más excelsa de las criaturas de Dios, que estaba feliz en el paraíso, fue expulsada de allí por la envidia del diablo (Gén 3, 23-24; Sab 2, 24). Feliz se encontraba el enemigo al ver postrado a aquel a quien había envidiado. ¿Querrás tú acaso ser como ese enemigo que se alegraba?
Este no se había atrevido a acercarse al hombre a causa de su tuerza, pero sí, por ser más débil, se dirigió a la mujer cuando ésta todavía era virgen. Fue después de su salida del paraíso cuando «conoció el hombre a Eva, su mujer» (Gén 4, 1 ) .
El pecado se había extendido por la tierra
6. Sus sucesores en la progenie humana fueron Caín y Abel, y Caín fue el primer homicida. Más tarde tuvo lugar el diluvio a causa de la multiplicación de la maldad de los hombres(13). Un fuego del cielo cayó sobre los habitantes de Sodoma a causa de su impiedad (cf. Gén 19). En épocas posteriores Dios eligió a Israel, pero también éste cayó en la perversión y el pueblo elegido quedó herido de muerte: Moisés se encontraba en el monte ante Dios, y el pueblo, en lugar de a Dios, adoró a un becerro (Ex 32, 1-6). Mientras que en la ley de Moisés se decía: «No cometerás adulterio» (Ex 20, 14), un hombre se atrevió a pecar entrando en un lugar de prostitución (cf. Núm 25, 1-9). Posteriormente a Moisés, fueron enviados profetas que cuidasen de Israel. Pero cuando éstos traían la medicina, se lamentaban vencidos por la fuerza de la enfermedad, de tal manera que alguno de ellos clamaba: «¡Ay de mí, que ha desaparecido de la tierra el fiel, no queda un justo entre los hombres!» (Miq 7, 2); o también: «Todos están descarriados, en masa pervertidos. No hay quien haga el bien, ni uno siquiera» (Sa 14, 3). Y, a su vez: «Tiene pleito Yahvé con los habitantes de esta tierra, pues no hay fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta tierra; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre que sucede a sangre» (Os 4, 1-2). Y: «Sacrificaban sus hijos y sus hijas a los demonios» (Sal 106, 37). Se ocupaban con hechicerías sagradas y con la vanidad de sus vergüenzas. Así dice: «Sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar» (Am 2, 8; cf. Dt 24, 12-13).
Gravedad del pecado
7. Muy grande era la herida de la humanidad. Desde los pies hasta la cabeza nada había íntegro en ella. No había lugar ni para una gasa ni para aceite ni para unas vendas. Después, entre lamentos y fatigas, decían los profetas: «¿Quién traerá de Sión la salvación de Israel?» (Sal 14, 7). Y, por otra parte: «Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste, ya no volveremos a apartarnos de ti». (Sal 80, 18-19a). Y otro profeta suplicaba diciendo: «¡Yahvé, inclina tus cielos y desciende!» (Sal 144, 5). Las heridas de los hombres son más fuertes que nuestros remedios. «Han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas» (1 Re 19, 10). No es posible evitar el mal; para evitarlo, haces falta tú(14).
Dios viene a los hombres, aunque no se le acoja
8. El Señor escuchó esta súplica de los profetas: el Padre no se desentendió de nuestra estirpe en camino hacia la destrucción y envió desde el cielo a su Hijo como Señor y como médico. Dice uno de los profetas: «Enseguida vendrá a su Templo —el lugar donde lo lapidasteis— el Señor a quien vosotros buscáis» (Mal 3, 1)(15). Después, oyendo esto otro de los profetas, le dice: «Si anuncias que Dios viene para la salvación, ¿hablas de modo oculto?»: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: "Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Yahvé con poder"» (Is 40, 9-10). Pero, por otra parte, el Señor mismo dice: «He aquí que yo vengo a morar dentro de ti, oráculo de Yahvé. Muchas naciones se unirán a Yahvé aquel día» (Zac 2, 14-15). Pero los israelitas rechazaron la salvación que les ofrecí: «Vengo a reunir a todas las naciones y lenguas» (Is 66, 18), pero «vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Y, cuando vienes, ¿qué es lo que les das a los gentiles: «Vengo a reunir a todas las naciones... Pondré en ellos señal» (Is 66,18-19). Pues, por mi combate en la cruz, a cada uno de mis soldados les daré una señal para tenerla en la frente(16), y otro profeta dijo: «El inclinó los cielos y bajó, un espeso nublado debajo de sus pies» (Sal 18, 10). Pero el que bajó de los cielos permaneció ignorado de los hombres.
Estaba previsto el nacimiento del Mesías
9. En otro momento, Salomón, oyendo a su padre David hablar de estas cosas, tras haber construido aquel templo admirable, y viendo de lejos al que tenía que venir a él, dice: «¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra?» (1 Re 8, 27). La respuesta de David, en un salmo dedicado a Salomón, era afirmativa: «Caerá como rocío sobre el vellón» (Sal 72, 6)(17). Rocío, a causa de su origen celeste; sobre el vellón, por tratarse de la humanidad. Y el rocío cae sobre el vellón silenciosamente, de modo semejante a como los Magos, ignorantes del misterio de la Natividad, dijeron: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt 2, 2), y un Herodes turbado por aquel que había nacido indagaba y se informaba «del lugar donde había de nacer el Cristo» (2, 4).
Signos de humildad del Mesías victorioso
10. ¿Y quién es el que vino? Dice en lo que sigue(18): «Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad» (Sal 72, 5). Dice a su vez otro de los profetas: «¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo él y victorioso» (Zac 9, 9). Muchos son los reyes. ¿A quién te refieres, profeta? Danos una señal que no tengan los otros reyes. Si te refieres a un rey vestido de púrpura, ya hay otros que tienen este privilegio en el vestido. Si se trata de que está rodeado de una escolta de soldados o que va sentado en carros dorados, también estos distintivos los tienen otros. Danos un signo propio de este rey cuya venida anuncias. Responde el profeta diciendo: «He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna» (ibid.), pero no en carros. Aquí está la señal única y singular del rey que llega(19). Jesús es el único entre los reyes que, montando un asna que todavía no ha llevado ninguna carga, entra en Jerusalén entre aclamaciones como un rey. ¿Y qué hace este rey al llegar?: «Y tú en la sangre de la alianza sacaste a los prisioneros del lago que no tenía agua» (Zac 11, 11).
En el mismo lugar donde se dan las catequesis fue crucificado el Mesías
11. Era, desde luego, verosímil que fuese sentado en un pollino. Pero darnos más bien un signo acerca de sobre qué se apoya este rey que ahora viene. No ofrezcas un signo que esté lejos de la ciudad, no sea que no nos demos cuenta. Muéstranos un signo muy visible a los ojos para que, incluso estando en la ciudad, lo veamos aquí mismo. A esto responde el profeta diciendo: «Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente» (Zac 14, 4). ¿Acaso hay alguien que no vea este lugar, aun estando dentro de la ciudad?(20).
Los signos mesiánicos de los milagros y del juicio de los ancianos del pueblo
12. Tenemos dos signos, pero queremos ver un tercero. Di qué ha de hacer el Señor cuando venga. Dice otro profeta: «Mirad que vuestro Dios viene vengador, es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo» (Is 35, 4-6). Dígasenos también otro testimonio. Dices, profeta, que ha de venir el Señor realizando signos como nunca se habían hecho (cf. Jn 15, 24a). ¿De qué otra forma dices que se ha manifestado?: «El Señor entra en el juicio de los ancianos de su pueblo y de sus jefes» (Is 3, 14). Este es el signo principal: el Señor es juzgado y tiene que soportarlo, por sus siervos, los ancianos.
Alusión al miedo a ver a Dios directamente
13. Al leer esto los judíos, no se dan cuenta; los oídos de su corazón se han cerrado para no oír. Pero creamos nosotros en Jesucristo «que vino en la carne y se hizo hombre» y al que, de otro modo, no lo hubiéramos podido percibirá(21). Al no poder nosotros ver a Dios como él es ni gozar de él, se hizo lo que nosotros somos para que tuviésemos así la capacidad de disfrutarlo. Pues si no tenemos capacidad para ver perfectamente el sol, que fue hecho el cuarto día, ¿podremos ver a Dios, su autor? El Señor descendió en el fuego sobre el monte Sinaí, pero el pueblo no soportaba verlo, sino que «dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos» (Ex 20, 19). Y, por otra parte: «¿Qué hombre ha oído como nosotros la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y ha sobrevivido? (Dt 5, 2). Pues si oyes la voz de Dios, él está llamando a la muerte(22) y, si te das cuenta de que es Dios mismo, ¿cómo no habrá de atraer él la muerte? ¿De qué te asombras «si el mismo Moisés dijo: "Espantado estoy y temblando"» (Hebr 12, 31)(23)?
Dios se hace hombre para ser mejor entendido
14. ¿Qué querrías, pues? ¿Que aquel que vino para la salvación se convierta para nosotros en causa de muerte porque no podríamos soportar su presencia? ¿No será mejor que él adapte su gracia a nuestra capacidad? Daniel no soportaba la presencia del ángel, y tú, ¿soportarías la visión directa de los ángeles del Señor? Cuando se apareció Gabriel, cayó al suelo Daniel (cf. Dan 10, 9). ¿Cómo era y cuál era el aspecto del que se aparecía?: «Su rostro era como el aspecto del relámpago, sus ojos como antorchas de fuego» (no dice «como horno de fuego»), «y el son de sus palabras como el ruido de una multitud» (10,6), pero no como el de «doce legiones de ángeles» (cf. Mt 26, 53). Sin embargo, el profeta se postró en tierra y, acercándose el ángel, dijo: «No temas, Daniel», ponte en pie y levanta tu ánimo, que «fueron oídas tus palabras» (cf. Dan 10, 12). Y dice Daniel: «Me levanté temeroso»(24). Sin embargo, no le respondió hasta que una mano le tocó (cf. 10, 10). Y después de que el que se aparecía se transformó en lo que se veía como un hombre, entonces comenzó Daniel a hablar. ¿Y qué es lo que dijo?: Señor, al verte a ti, se han revuelto mis entrañas. No habrá en mí fortaleza, pues tu hálito no se quedó en mí. Si la visión del ángel arrebató al profeta su voz y su fuerza, ¿permitiría un respiro la aparición del mismo Dios? Y, dice la Escritura, hasta que lo vio con aspecto de hombre, no tuvo lugar en Daniel una nueva creación. Por tanto, una vez demostrada por experiencia nuestra debilidad, el Señor asumió lo que era preciso en bien del hombre. En efecto, el hombre estaba deseoso de oír hablar a alguien semejante a él. De esa naturaleza de similares cualidades se revistó el Salvador para que así los hombres fuesen enseñados con mayor facilidad.
El Hijo se hace carne para salvar al hombre
15. Pero hay también otra razón. Cristo vino para ser bautizado y santificar así el bautismo. Vino para obrar milagros andando sobre las aguas del mar (cf. Mt 14, 25). Pero, antes de su venida en carne, «lo vio el mar y huyó, retrocedió el Jordán», (Sal 114, 3): el Señor asumió un cuerpo que se sostenía en el mar y al que el Jordán acogió con temor. Y esto es una razón. Pero hay otra más: por medio de la virgen Eva apareció la muerte. Era, pues, oportuno que por medio de una virgen, o más bien proviniendo de una virgen, brotase la vida, para que, como a aquella la engañó la serpiente, a ésta Gabriel le trajese la buena noticia. Los hombres, al abandonar a Dios, fabricaron imágenes de forma humana. Pero, puesto que se adoraba engañosamente como Dios a una ficción de apariencia humana, Dios se hizo verdaderamente hombre para deshacer el engaño. El diablo usaba contra nosotros del instrumento de la carne. Consciente de ello, Pablo dice: «Advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza...» (Rm 7, 23). Pero con las mismas armas con que el diablo nos combatía, con esas mismas hemos sido salvados. El Señor tomó de nosotros lo que es semejante a nosotros, para llevar la salvación a la naturaleza humana. Asumió nuestra semejanza para conceder una mayor gracia a lo que se encontraba en situación deficiente y para que la naturaleza humana pecadora se hiciese partícipe de Dios. «Donde abundó pecado, sobreabundó la gracia» (Ro». 5, 20). Convenía que el Señor padeciera por nosotros, y el diablo no se habría atrevido a acercarse a él si lo hubiese conocido: «pues de haberla conocido(25), hubieran crucificado al Señor de la gloria» (I Cor 2, 8). Por tanto, el cuerpo fue arrojado a la muerte para que, cuando el dragón creía que él lo devoraría, en realidad vomitaría incluso a los que ya había devorado(26). «Consumirá a la muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahvé las lágrimas de todos los rostros...» (Is 25, 8).
La encarnación es el cumplimiento de la Ley y los Profetas
16. Pero, ¿acaso Cristo se hizo hombre en vano? ¿Son nuestras enseñanzas fruto de la charlatanería y falacias del ingenio humano? ¿Es que no son las Sagradas Escrituras nuestra salvación? ¿Es que no lo son las predicciones de los profetas? Se me ha encomendado que este depósito(27) lo guarde inmóvil y que nadie te mueva de él. Cree que Dios se ha hecho hombre. Y realmente se demostró que fue posible que él se hiciese hombre. Y si los judíos rechazan creer más allá de su propia fe, pongámonos de acuerdo con ellos en esto: ¿Qué anunciamos de nuevo cuando decimos que Dios se ha hecho hombre si vosotros mismos decís que Abraham dio hospedaje al Señor (cf. Gén 18, 3). ¿Predicamos de modo insolente cuándo Jacob dice: «He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva» (Gén 32, 31). El mismo Señor que comió con Abraham (Gén 18, 8) es el que comió con nosotros. ¿Qué decimos, pues, de inusual? Tenemos también dos testigos que en el monte Sinaí estuvieron junto al Señor: Moisés estuvo en la hendidura de la roca (Ex 33, 21-23) y Elías también en la entrada de la cueva (I Re 19, 9). Ambos estuvieron presentes cuando él se transfiguró en el monte Tabor y señalaban a los discípulos la partida que él habría de realizar en Jerusalén (Lc 9, 30-31)(28). La encarnación fue posible, como anteriormente se demostró. Sobran ahora más demostraciones, que pueden dejarse a la curiosidad de los estudiosos.
El Salvador vino durante la dominación romana en Palestina
17. Por lo demás, os habíamos prometido que en nuestras palabras daríamos cuenta del lugar y el tiempo de la venida del Salvador. Y no debemos terminar como reos de una falsa promesa, sino que deberemos despedirnos de vosotros dejándoos suficientemente protegidos como candidatos de la Iglesia. Indaguemos, por tanto, el tiempo en que vino el Salvador, puesto que su venida está aún reciente, aunque alguien lo niegue. Además, ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre» (Hebr 13, 8). Moisés dice proféticamente: «Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti» (Dt 18, 18)(29). Dejemos de momento el «como yo», que se explicará en su lugar. Pero, ¿cuándo llegó aquel profeta esperado? Acude, dice, a las cosas que yo he escrito. Investiga en la profecía de Jacob a Judá: «A ti, Judá, te alabarán tus hermanos» (Gén 49, 8), y, un poco más abajo, por no recitarlo todo: «No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones» (Gén 49,10)(30). Un signo de la venida de Cristo fue que los judíos perdieron su independencia. Si no hubieran estado en esa época sometidos a los romanos, Cristo no habría venido. Si hubieran tenido un príncipe del linaje de Judá y de David, tampoco habría venido el esperado. Siento reparo incluso en mencionar sus propias instituciones, lo que se refiere a los patriarcas y a su linaje, temas que dejo gustosamente a quienes los conocen. Ahora bien, el que viene como deseado de las naciones, ¿qué señal trae consigo? Dice inmediatamente después: «ata a la vid su borriquillo». Te das cuenta de que es el pollino del que ya Zacarías (9, 9) habló elocuentemente.
Todo sucederá en los días de un gran imperio
18. Pero buscas también otro testimonio acerca de la época. El (el Señor) me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy» (Sal 2, 7). Y, un poco más abajo: «Con cetro de hierro los quebrantarás»(31). Dije ya en otra ocasión que se llama vara de hierro al imperio Romano(32). En lo que queda de él podemos reflexionar a propósito de Daniel. Pues, describiendo e interpretando a Nabucodonosor la imagen de la estatua, le explica también toda la visión de la misma (Dn 2, 27-45; cf. 46-49) y anuncia que la piedra, que se ha desprendido del monte «sin intervención de mano alguna» (3, 34), dominará sobre todo el orbe. Habla también con toda claridad de este modo: «En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo» (3, 44)(33).
Más detalles sobre la época de la venida del Mesías
19. Pero buscamos una exposición todavía más clara de la época de su venida. De hecho, al hombre se le induce dificilmente a creer -no cree en lo que se le dice- si no logra abiertamente un cálculo exacto de años. ¿Cuáles son, pues, las circunstancias de la época y la época misma? Cuando ya no hay reyes oriundos de Judá, después reinará el extranjero Herodes. Dice, pues, el ángel que habla a Daniel (y anótame ahora lo que diga): «Entiende y comprende: Desde el instante en que salió la orden de volver a construir Jerusalén, hasta un Príncipe Mesías, siete semanas y sesenta y dos semanas» (Dan 9, 25)(34). Sesenta y nueve semanas de años son cuatrocientos ochenta y tres. Afirma, por consiguiente, que cuatrocientos ochenta y tres años después de la reconstrucción de Jerusalén, y cuando ya no haya jefes propios, vendrá entonces un rey extranjero en cuya época nacerá el Mesías. Darío el Medo edificó Jerusalén(35) en el sexto año de su reinado (Esdr 6, 15)(36), en el primero de la olimpíada griega sexagésimo sexta. Entre los griegos se llama olimpíada a los juegos que suelen hacerse cada cuatro años. Ello era a causa del día que se consigue cada cuatro años sumando los restos de horas que cada año deja sobrantes el movimiento solar. Herodes era rey en la olimpíada ciento ochenta y seis, año cuarto. Por tanto, desde la olimpíada sesenta y seis hasta la ciento ochenta y seis con ciento veinte olimpíadas y un poco más. Y estas ciento veinte olimpíadas hacen un total de cuatrocientos ochenta años. Los otros tres años que faltan, necesarios para completar el número de semanas, caben en el intervalo que hay entre el primero y el cuarto año. Por consiguiente, ya tienes una demostración a partir de la Escritura, que dice, como ya se ha explicado, que el tiempo desde la orden de reconstrucción de Jerusalén hasta Cristo es de sesenta y nueve semanas (cf., ya antes, Dan 9, 25). Aquí tienes esta demostración del momento, aunque no faltan otras interpretaciones de las profecías sobre las semanas de años en Daniel(37).
Detalles sobre el lugar
20. Pero escucha ya el lugar de la promesa. Dice Miqueas: «Mas tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias deJudá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño» (Miq 5, 1)(38). Por lo que respecta a los lugares, siendo de Jerusalén como eres, ya sabes lo que está escrito en el salmo 132: «Mirad: hemos oído de ella que está en Efratá(39), ¡la hemos encontrado en los Campos del Bosque!» (Sal 132, 6). Pues hasta hace pocos años se trataba de un lugar poblado de bosque. Has oído, por otro lado, a Habacuc, que dice al Señor: «¡En medio de los años hazla revivir, en medio de los años dala a conocer!» (Hab 3, 2). ¿Y cuál será, oh profeta, el signo de que el Señor viene?: «En medio de dos vidas lo conocerás». Con esto alude claramente al Señor: cuando vengas en la carne, vivirás y morirás; pero, al resucitar de entre los muertos, vivirás de nuevo. Pero, ¿de qué parte de la región de Jerusalén ha de venir?, ¿del oriente o del ocaso, del aquilón o del sur? Dínoslo detalladamente. Responde con toda claridad y dice: «Viene Dios de Temán» —pero por Temán se entiende el Sur(40)—, «el Santo del monte Farán, con sombras y nubes»(41), lo cual lo dijo el salmista en idéntico sentido: «¡La hemos encontrado en los Campos del Bosque!» (Sal 132, 6).
Nacimiento virginal
21. Después preguntamos de quién vendrá y cómo vendrá. Esto nos lo enseña Isaías: «He aquí que una virgen(42) está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14). Los judíos, que desde antiguo suelen rechazar la verdad, argumentan contra esto y dicen que no está escrito virgen, sino muchacha. Pero, aunque yo conceda esto, encuentro que la verdad se encuentra preguntándose: si una virgen es violada y grita pidiendo auxilio, ¿lo hace después o antes de ser violada? Por consiguiente, si en algún lugar dice la Escritura: «La joven prometida acaso gritó sin que hubiera nadie que la socorriera» (Dt 32, 27), ¿acaso no se dice esto de una muchacha que es virgen?(43). Y para que conozcas con más claridad que las vírgenes en la Sagrada Escritura también son llamadas «muchachas», escucha el libro de los Reyes acerca de Abisag, la sunamita, que dice: «La joven era extraordinariamente bella» (I Re 1, 4). Y se sabe que ésta es la virgen que fue elegido y llevada hasta David (1, 3).
El signo ofrecido a Ajaz no se refiere a su hijo Ezequías, sino a una virgen, en el futuro
22. Pero los judíos replican: lo que se dijo a Ajaz se refería a Ezequías. Leamos la Escritura: «Pide para ti una señal de Yahvé tu Dios en lo profundo del sheol o en lo más alto» (Is 7, 11). Pero debe tratarse de un signo que cause admiración y sea indiscutible. Un signo había sido el agua sacada de la roca (Ex 17, 6), que el mar se abriese (14, 21) o que retrocediese el sol (2 Re 20, 11)(44) y otras cosas semejantes.
Pero lo que he de decir es una evidencia mayor en contra de los judíos(45). Isaías hablaba de todo esto cuando era rey Ajaz, que lo fue durante dieciséis años, período en el que tuvo lugar este oráculo profético. La contradicción de los judíos la refuta su sucesor, el rey Ezequías, hijo de Ajaz, que tenía veinticinco años al acceder al trono (2 Re 18, 2). Pero puesto que la profecía fue hecha en el período de los dieciséis años(46), es al menos nueve años antes de la profecía cuando nació Ezequías de Ajaz. No hay necesidad, por tanto, de que la profecía se refiera a aquel que ya había nacido incluso antes de que su padre Ajaz comenzase a reinar. Además Isaías no dice que una virgen «estuvo» encinta, sino —como predicción— que lo «estará».
El linaje de David es eterno
23. Ya hemos visto con claridad que Cristo nace de una virgen. Ahora habrá que explicar cómo es esta virginidad. «Juró Yahvé a David, y no se arrepentirá: "El fruto de tu seno asentaré en tu trono» (Sal 132, 11), y también: «Estableceré su estirpe para siempre, y su trono como los días de los cielos» (89, 30). Y, además: «Una vez he jurado por mi santidad: ¡A David no he de mentir! "Su estirpe durará por siempre, y su trono como el sol ante mí, por siempre se mantendrá como la luna, testigo fiel en el cielo"» (Sal 89, 36-38). Ves que se habla de Cristo, no de Salomón, pues el trono de éste no permaneció como el sol. Pero si alguien estuviese en desacuerdo porque Cristo no se sentó en el trono de madera de David, recordémosle esta sentencia: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos» (Mt 23, 2). No se refiere a una cátedra de madera, sino a la autoridad doctrinal. No busques tampoco el trono de David en uno de madera, sino en la potestad regia. Como testigos de esto acepta a los niños que aclamaban: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21, 9). También los ciegos dicen: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9, 27). Y Gabriel anuncia con claridad a María: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1, 32). Y Pablo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi evangelio» (2 Tim 2, 8). Y, al principio de la epístola a los Romanos, dice: «Nacido del linaje de David según la carne» (Rm 1, 3). Acoge, por tanto, al que ha nacido de David, de acuerdo con la profecía: «Aquel día la raíz de Jesé(47) que estará enhiesta para estandarte de pueblos, los gentiles la buscarán» (Is 11, 10).
24. Pero los judíos se enfurecen fuertemente por estas cosas. Esto lo había previsto también Isaías al decir: «Serán para la quema, pasto del fuego. Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 4-5). Date cuenta de que primeramente era Hijo de Dios y que luego nos ha sido dado. Poco más abajo dice: «Su paz no tendrá fin» (9, 6). Los romanos terminan con ellos mismos, pero el reino del Hijo de Dios no tiene un final. Tuvieron un final los persas y los medos. Pero no tiene un final el Hijo de Dios. Y luego sigue: «... sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo» (ibid.). De David surgió, pues, la Virgen santa.
Se insiste en el nacimiento virginal
25. Convenía, pues, que aquel que es purísimo y maestro de la pureza surgiese de un tálamo puro. Pues si todo el que junto con Jesús tiene el sacerdocio se abstiene de mujeres(48), ¿cómo iba a nacer Jesús de un hombre y una mujer? «Sí, tú del vientre me sacaste —se dice en los Salmos—, me diste confianza a los pechos de mi madre» (Sal 22, 10). Pon atención a «del vientre me sacaste»: con ello se significa que él salió y nació del útero y de la carne de una virgen, pero sin obra de varón, de una manera distinta a la de aquellos que nacen según la ley nupcial.
Es la carne del hombre lo que Dios asume
26. No teme asumir la carne de unos miembros de los que él es el artífice. Pero, ¿quién es el que nos dice esto? El Señor dice a Jeremías: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jer 1, 5). Y quien, al hacer a los hombres, tocaba sus miembros sin avergonzarse de ello, ¿se avergonzará de crear, a causa de sí mismo, esta santa carne que es el manto de su divinidad? Es Dios quien en el útero, hasta el día de hoy, da forma a los fetos humanos, de acuerdo con lo escrito en Job: «¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios» (Job 10, 10-11). Nada hay abominable en la hechura del hombre mientras no la manche por el adulterio y la lascivia. El que hizo a Adán hizo también a Eva; con las manos divinas fueron hechos tanto el hombre como la mujer. Ninguno de los miembros del cuerpo fue hecho desde un principio abominable. Callen, pues, todos los herejes que acusan a los cuerpos y a quien los hizo(49). Nosotros, en cambio, recordaremos la sentencia de Pablo: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros»? (1 Cor 6, 19). Además, el profeta predijo acerca de la persona de Jesús: «Mi carne es de ellos» (Os 9,12 LXX)(50). Y, en otro lugar, está escrito: «Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz» (Miq 5, 2)(51). ¿Y cuál será el signo de ésta?: «Dará a luz y el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel». ¿Y cuáles son las arras nupciales de la Virgen, la santa esposa?: «Te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé» (Os 2, 22). E Isabel, hablando de lo mismo, dice algo semejante: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45).
Contra las objeciones de los griegos
27. Pero nos perturban tanto los griegos como los judíos, diciendo que fue imposible que el Mesías naciese de una virgen. Tapemos, en primer lugar, la boca a los griegos por sus fábulas. Quienes sostenéis que unas piedras que se arrojan pueden transformarse en hombres(52), ¿cómo decís que es imposible que una virgen dé a luz? Quienes fabuláis que una hija nació de un cerebro(53), ¿afirmáis que un hijo no puede salir del útero de una virgen? Quienes afirmáis, falsamente, que Baco salió del muslo de Júpiter, como si fuese un útero preñado, ¿cómo es que rechazáis nuestra verdad? Lo que digo es indigno del presente auditorio. Pero esto lo decimos para que rechaces a los griegos, que con sus fábulas se desmienten a sí mismos.
El parto de Sara y otros prodigios con Moisés y Aarón hacen comprender el milagro de la concepción virginal
28. A los que provienen de la circuncisión arguméntales así: ¿qué es más difícil, que una anciana estéril dé a luz o que lo haga una virgen que está en la flor de la edad? Sara era estéril y, ya sin la regla (Gén 11, 30; 18, 11), dio a luz fuera de su capacidad natural (cf. Gén 21, 2). Por consiguiente, si es posible que una estéril engendre de un modo no natural, también, más allá de la naturaleza puede una virgen ser madre. Así pues, o bien rechazas ambas cosas o las admites las dos. Pues el mismo Dios es el que hizo aquello y esto. No te atreverás a decir que aquello es posible para Dios, pero esto es imposible. ¿Y qué hay, por ejemplo, de natural en que la mano de un hombre cambie de aspecto en el espacio de una hora, pero luego vuelva a recobrarlo? ¿Cómo es, pues, que la mano de Moisés se volvió blanca como la nieve, pero volvió de modo instantáneo a su estado anterior? (vid. Ex 4, 6-7). Y dices: es Dios quien ha operado el cambio. Y si Dios puede esto, ¿no puede también lo otro? Y aquel signo iba destinado a los egipcios (Ex 4, 8-9), pero éste ha sido dado al mundo entero.
¿Qué trabajo es más difícil, oh judíos, que una virgen dé a luz o que una vara se convierta en un ser vivo? Confesad que, en tiempos de Moisés, una vara rígida tomó aspecto de serpiente que causaba miedo al mismo Moisés. De modo que el que antes sostenía la vara huía después de ella como de un dragón, pues realmente lo era, pero en realidad huía, no por aquello que sostenía sino de pavor ante el que había provocado el cambio(54). Si, pues, de la vara salían unos ojos que podían ver, ¿no puede nacer, si Dios quiere, un niño de un útero virginal?
Y no menciono ahora que la vara de Aarón produjo en una sola noche (cf. Núm 17, 23) lo que otros árboles producen en el espacio de muchos años. Pues, ¿quién ignora que una vara desprovista de corteza, aunque se la plante en medio de un río, no germinará jamás? Pero Dios no está al servicio de los árboles, sino que es autor de la naturaleza. Y una vara sin frutos, seca y sin corteza floreció, germinó y dio nueces como fruto (cf. ibid.). Y aquel que concedió a la vara —ante un sacerdocio que sólo era tipo, es decir, figura de otro(55)— fruto más allá de su capacidad, ¿no habría de conceder el parto a una virgen en razón del verdadero sumo sacerdote?
También es milagroso el nacimiento de Eva
29. Todos estos ejemplos son muy notables. Sin embargo, los judíos los discuten. Y no asienten a estos ejemplos de la vara si no se les convence mediante partos admirables del mismo género y no naturales. Pregúntales, pues, de ese modo: ¿de quién nació Eva al principio? ¿Qué madre la hizo si carecía de ella? Pero la Escritura dice que fue hecha de la costilla de Adán (Gén 2, 22). Pero si Eva fue hecha de la costilla del hombre sin necesitar una madre, ¿no podría nacer un niño del vientre de una virgen sin concurso de varón? Las mujeres están sometidas al hombre para procrear(56). Pues Eva había nacido de Adán, sin ser concebida por una madre, sino salida de un hombre como si él la hubiese dado a luz: la deuda de esta gracia la devolvió María cuando, por la fuerza de Dios, no por un hombre sino por sí sola, concibió intacta y por el poder del Espíritu Santo.
La misma creación del hombre es un milagro
30. Pero hay otro ejemplo mucho mejor. Aunque parezca asombroso que unos cuerpos se generan de otros, es, sin embargo, posible. Y más asombroso es que el hombre se haga del polvo de la tierra(57). Y todavía es más admirable que de una masa de lodo aparezcan los párpados y la luz de los ojos, y que de un poco de barro nazcan la solidez de los huesos, la suavidad de los pulmones y las diversas clases de miembros. Todo eso es admirable. Y que un barro que ha cobrado vida recorra el mundo por cualquier lugar y edifique, y que enseñe y hable, realice trabajos fabriles o haga tareas de gobierno, todo ello es digno de admiración. Por tanto, judíos ignorantes, ¿de dónde ha salido Adán? ¿Acaso no ha moldeado Dios su figura admirable tomando polvo de la tierra? ¿Qué, pues? Si el lodo se transforma en ojo, ¿no engendrará una virgen a un hijo? Lo que al juicio humano parece más imposible se convierte, sin embargo, en realidad. ¿Y no habrá de realizarse lo que por sí mismo es posible?
Desposada sin haber roto su virginidad
31. Hagamos memoria, hermanos, de estas glorias y usémoslas como armas arrojadizas. No sigamos a los que enseñan heréticamente una venida de Cristo sólo en apariencia o discutible58. Rechacemos también a quienes dicen que el nacimiento del Salvador tuvo lugar de un hombre y una mujer, que se han atrevido a decir que ha sido engendrado de José y María, basándose en aquello que está escrito: «Tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24). Recordemos a Jacob, que, antes de tomar a Raquel, dijo a Labán: «Dame a mi mujer» (Gén 29, 21). Como aquélla antes de sancionar las nupcias ya era llamada esposa de Jacob simplemente por haber quedado prometida con él, así también María fue llamada esposa de José a causa del desposorio. Observa el modo cuidadoso de hablar del Evangelio al decir: «Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1, 26). Y, a su vez, cuando se habla del empadronamiento y de que José subió para empadronarse, ¿qué dice la Escritura?: «Subió también José desde Galilea... para empadronarse con María, su desposada mujer, que estaba encinta» (Lc 2, 4-5). Y, aunque estaba embarazada, no dijo simplemente «su mujer», sino su «mujer desposada». «Dios envió a su Hijo», dice Pablo, no hecho de hombre y mujer, sino sólo «nacido de una mujer» (Gál 4, 4), en este caso, de una virgen. Que a una virgen se le llame sin mas «mujer» es algo que ya antes mostramos. De una virgen nació quien hizo las almas vírgenes.
Los múltiples testigos frente a la herejía
32. Te asombras de lo que ha sucedido. Pero también estaba asombrada la misma que lo engendró. Pues a Gabriel le dice: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». Y él responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 34-35). Es una concepción pura e incontaminada. Pues donde sopla el Espíritu Santo, desaparece toda mancha. El nacimiento virginal del Unigénito en la carne está exento de impureza. Y si los herejes están en contra de esta verdad, los convencerá de ella el Espíritu Santo tras el enojo del poder del Altísimo que cubrió a la Virgen con su sombra (Lc 1,35): se enfrentará con ellos el día del juicio con el rostro vuelto hacia Gabriel. Será confusión para ellos el lugar del pesebre que acogió al Señor (cf. Lc 2, 7). Aportarán su testimonio los pastores que recibieron entonces la fausta noticia (Lc 2, 10 ss), y también el ejército de los ángeles que alababan, celebraban y decían: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» (Lc 2, 14). Asimismo el templo al que fue llevado a los cuarenta días (Lc 2, 22) «también para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones» (2, 24). Testificarán igualmente Simeon, que entonces «le tomó en brazos» (2, 28) y la profetisa Ana, que allí estaba (2, 36 ss).
Es verdadero hombre el que ha nacido de la Virgen.
Elogio de la castidad
33. Ante el testimonio de Dios, juntamente con el del Espíritu Santo y con las palabras de Cristo: «¿Por qué queréis matarme (Jn 7, 19), a mí, que soy un hombre que os ha dicho la verdad (cf. 8, 46b)?», enmudezcan los herejes que están en contra de su humanidad. Pues le contradicen al decir él: «Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo» (Lc 24, 39). Sea adorado el Señor nacido de la Virgen y conozcan las vírgenes el honor y la corona de su propia institución. También el orden de los monjes reconozca la gloria de la pureza. Pues no nos vemos privados los varones de la dignidad de la integridad. Cristo cumplió el tiempo de nueve meses en el vientre de la Virgen, pero el Señor fue hombre durante treinta y tres años, de modo que si una virgen se gloría por un tiempo de nueve meses, mucho más podemos gloriarnos nosotros por una multitud de años.
Dignidad de la castidad y de la virginidad
34. Corramos todos por la gracia de Dios la carrera de la castidad, «los jóvenes y las doncellas, los ancianos junto con los niños» (Sal 148, 12), no siguiendo la lascivia, sino alabando el nombre de Cristo. No ignoremos la gloria de la pureza, pues se trata de una superioridad angélica y de una tarea que va más allá del hombre: respetemos los cuerpos, que en su momento lucirán como el sol. No manchemos con tan bajas pasiones un cuerpo tan digno. El pecado es algo pequeño y que sólo dura un tiempo limitado, pero su oprobio se prolonga por una eternidad de años. Los que siguen la pureza son ángeles que caminan por la tierra. Las vírgenes tienen parte con María Virgen. Elimínese todo adorno llamativo, toda mirada peligrosa y cualquier vestido y perfume que arrastren a las bajas pasiones. En cuanto a todos, el perfume sea la oración, el olor de las buenas obras y la santificación de los cuerpos, para que el Señor nacido de la Virgen, diga también de nosotros, hombres que han guardado su integridad y mujeres que han recibido la corona: «Estableceré mi morada en medio de vosotros... Me pasearé en medio de vosotros, y seré para vosotros Dios, y vosotros seréis para mí un pueblo» (Lev 26, 11-12; cf. 2 Cor 6, 16; Apoc 21, 3; Ez 36, 28; Jer 31, 31-34). A quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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