Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS XIII
CRISTO CRUCIFICADO Y SEPULTADO
Pronunciada en Jerusalén, sobre lo de «crucificado y sepultados». La lectura es de Isaías: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahvé, ¿a quién se le reveló?» (53,1). Y, en lo que sigue: «Como un cordero al degüello era llevado» (53,7), etc.(1). |
1. En cualquier acción de Cristo se gloría la Iglesia católica. Pero el colmo de estas glorias es la cruz. Pablo, con conocimiento del asunto, dice: «En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo! (Gál 6, 14). Sin duda fue admirable que un ciego de nacimiento recuperase la visión en Siloé (cf. Jn 9). Pero, ¿en qué afectaba esto a todos los ciegos del mundo? Grande es, y más allá de toda naturaleza, que Lázaro, muerto de cuatro días, resucitara Un 11, 39-44). Pero ésta es una gracia que a él sólo le alcanzó. ¿Qué tenía esto que ver con todos los que en todo el mundo estaban muertos por sus pecados? (cf. Ef 2, 1 ss; cf. Rom 3, 23). Es admirable que cinco panes diesen alimento, como si manase de cinco fuentes, a cinco mil hombres (cf. Mt 14, 21). Pero, ¿qué es esto en comparación con los que en todo el mundo se encontraban sometidos al hambre de la ignorancia? (cf. Am 8, 11). Es admirable que una mujer fuese totalmente liberada tras haber estado atada por Satanás durante dieciocho años (cf. Lc 13, 10-13). Pero míranos a todos, que estamos sujetos por las cadenas de nuestros pecados. En cambio, la corona —o incluso la gloria— de la cruz iluminó a los que estaban ciegos por la ignorancia, liberó a los que estaban sujetos por el pecado y rescató a todos los hombres.
Jesús ha rescatado a todos los hombres
2. No te asombre que haya sido redimido el orbe entero. Pues no era un simple hombre, sino el unigénito Hijo de Dios, el que moría por esta causa. Ciertamente, el pecado de un único hombre, Adán, pudo introducir la muerte en el mundo. Pero si por la caída de uno reinó la muerte en el mundo, ¿por qué no habrá de reinar mucho más por la justicia de uno sólo?(2). Y si en aquel momento, a causa del leño del que (nuestros padres) comieron, fueron expulsados del paraíso (cf. Gén 3, 22-24), ¿acaso los que crean no habrán de entrar ahora, por el leño de Jesús, mucho más fácilmente en el paraíso? Si el primer hombre, hecho de la tierra, trajo a todos la muerte, ¿acaso quien lo hizo de la tierra (Gén 2,7), siendo él mismo la vida (Jn 15, 5 ss), no le dará vida eterna? Si Pinjás, inflamado de celo, matando al autor del delito, aplacó la ira de Dios (cf. Núm 25, 7-11),Jesús, sin matar a nadie, sino entregándose a sí mismo como rescate (I Tim 2, 6), ¿acaso no deshará la cólera contra los hombres (cf. Rom 1, 18)?
En el absurdo de la cruz, y más siendo Jesús inocente, está la salvación
3. Que no nos dé vergüenza la cruz del Salvador, e incluso gloriémonos en ella. Pues la palabra de la cruz es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para nosotros es salvación (cf. I Cor 1, 18-25). «Es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios» (1, 18). Pues, como se ha dicho(3), no se trataba de un simple hombre que moría en favor nuestro, sino de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. Pero entonces el cordero muerto, según la enseñanza de Moisés, arrojaba lejos al Exterminador(4). Ahora bien, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29), ¿acaso no liberará mucho más de los pecados? También la sangre de una oveja irracional mostraba la salud. ¿Y la sangre del Unigénito no traerá la salvación en una mayor medida? Si alguno no cree en la fuerza del crucificado, interrogue a los mismos demonios(5). Y si alguien no cree en las palabras, dé crédito a las cosas claras. Son muchos los que han sido crucificados en todo el orbe, pero ante ninguno de ellos sienten pavor los demonios. Pero ante Cristo, crucificado por nosotros, se aterrorizan los demonios cuando simplemente ven el signo de la cruz, porque aquellos otros crucificados fueron muertos por sus propios pecados, pero él por los de los demás. El es «el que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño» (I Pe 2, 22; cf. Is 53, 9). No era Pedro quien decía esto, lo que podría despertar la sospecha de que quisiera ser grato al maestro, sino que quien lo había dicho era Isaías, que no había estado corporalmente presente (ante Jesús), pero en espíritu había previsto su venida en carne. Pero, ¿por qué aduzco sólo el testimonio del profeta? Cuenta entre los testigos al mismo Pilatos, que sentenció sobre él diciendo: «No he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis» (Lc 23, 14). Y cuando se lo entregó, lavando sus manos, dijo: «Inocente soy de la sangre de este justo» (Mt 27, 24)(6). Y hay también otro testigo de la inocencia de Jesús, el ladrón que fue primero al paraíso, que increpaba a su compañero y decía: «Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho (Lc 23, 41), pues tú y yo estuvimos en su juicio»(7).
Realidad de la crucifixión
4. Así pues, Jesús padeció realmente por todos los hombres. La cruz no es ninguna ficción, pues en ese caso también la redención sería algo fingido. La muerte no fue algo aparente, sino una realidad indiscutible. Si no fuese así, la salvación sería una fábula sin más. Si la muerte hubiese sido sólo aparente, tendrían razón quienes decían: «Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: "A los tres días resucitaré"» (Mt 27, 63). La pasión fue, pues, real: fue verdaderamente crucificado, y no nos avergonzamos de ello; fue crucificado y no lo negamos. Más bien me glorío en ello cuando lo digo. Pues si ahora lo niego, argüirá en mi contra el Gólgota que tenemos aquí tan próximo(8). Argüirá en contra mía el madero de la cruz, que a trozos pequeños ha sido distribuido desde ese lugar a todo el mundo. Confieso la cruz una vez que he conocido la resurrección. Pues si no hubiese ido más allá de la cruz, tal vez no lo habría confesado y la hubiese escondido juntamente con el maestro. Pero, puesto que la resurrección ha seguido a la cruz, no me da vergüenza proclamarla(9).
Condenado sin pecado alguno
5. Fue crucificado él, que, como todos, vivió en la carne, pero no con pecados semejantes. Pues no fue llevado a la muerte por la avidez de riquezas, pues era un maestro en la pobreza y en la renuncia a los bienes. No fue condenado por su pasión libidinosa, él que dijo claramente: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28). A nadie golpeó o hirió con soberbia, sino que a quien le golpeaba le mostró la otra mejilla (5, 39). Y no despreciaba la Ley, sino que la llevaba a su plenitud (5, 17). No acusaba de falsedad a los profetas, pues él era el que había sido anunciado por ellos(10). No defraudaba en los pagos, pues curaba sin cobrar y gratuitamente. No pecó en modo alguno ni de palabra ni de obra ni de pensamiento. «El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba...» (I Pe 2, 22-23; cf. Is 53, 9), que no vino a la pasión forzado, sino por su propia voluntad. Y a quien le dijo que tuviese compasión de sí mismo, le dijo aquello de: «Apártate de mí, Satanás» (Mt 16, 23).
Voluntariamente fue a la pasión sin rehuirla
6. ¿Quieres persuadirte más de que vino por voluntad propia a la pasión? Todos los demás, que ignoran su destino, mueren de mala gana, pero él predijo de su propia pasión: «El Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado» (Mt 26, 2). ¿Sabes por qué él, que amaba a los hombres, no rehusó la muerte? Para que el mundo no se perdiese por sus pecados. «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado y será crucificado» (vid. Mt 20, 18-19). Y, por otra parte: «El se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén»(11). ¿Deseas conocer claramente que la cruz de Jesús es gloriosa? No me oigas a mí, sino a quien así lo dice. Era Judas quien lo entregaba, lleno de ingratitud hacia quien los había invitado. Se marchó pronto de la mesa tras beber el cáliz de la bendición, pero pasó de esta bebida de la salvación a derramar la sangre del justo. «El que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar» (Sal 41, 10)(12). Poco antes sus manos recibían las bendiciones (o los trozos del pan bendecido), e inmediatamente después tramaba su muerte por el dinero por el que había pactado la traición. Al ser cogido en ello y al oír lo de «Tú lo has dicho» (Mt 26, 25), salió de nuevo. Después dijo Jesús: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23). ¿Ves cómo sabía que su propia cruz era gloria para él?(13). Si Isaías, al ser aserrado(14), no cree que eso sea vergonzoso, Cristo, que muere por el mundo, ¿lo considerará un oprobio? «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23): no porque antes careciese de gloria. Pues había sido glorificado «con la gloria que tenía a tu lado (en frase de Jesús) antes que el mundo fuese» (Jn 17, 5; cf. 17, 24). Pero desde la eternidad era glorificado como Dios; ahora, sin embargo, era glorificado en la corona del sufrimiento. No perdió su vida sin que lo quisiese ni fue muerto desprovisto de su fuerza, sino voluntariamente. Escucha lo que dice: «Tengo poder para darla (la vida) y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10, 18). Cedo ante los enemigos voluntariamente, pues, si no quisiera, no se realizaría. Llegó a la pasión por su voluntad libre, alegrándose de la obra eximia y más todavía por la corona que habría de recibir y por la salvación de los hombres. Al no avergonzarse ante la cruz, llevaba la salvación a todo el orbe. Y no era un hombre vil el que sufría, sino Dios hecho hombre luchando por el premio a su obediencia.
El Mesías sufriente, nueva enseña ante los gentiles
7. Pero los judíos están en contra, siempre preparados para la contradicción y tardos para creer. Por eso decía el profeta que se ha leído(15): «Señor, ¿quién ha dado crédito a nuestra predicación?» (Is 53, 1). Creen los persas, pero no creen los hebreos. «Los que ningún anuncio recibieron de él, le verán, y los que nada oyeron, comprenderán» (Rm 15, 21, tomado de Is 52, 15). Y los que reflexionan sobre ello, rechazarán aquello en lo que piensan. Nos replican y dice: ¿Es que acaso sufre Dios? ¿Y no hubo fuerzas humanas mayores que la misma fuerza del Señor? Leed las Lamentaciones: quejándose de vosotros Jeremías, escribió en ellas cosas verdaderamente dignas de lamentar. Vio vuestra perdición y contempló vuestra caída. Se lamentaba de la Jerusalén antigua, pues por la que ahora existe no habrá llantos(16). Aquella crucificó al Mesías, pero la presente lo adora. En las Lamentaciones se dice: «Nuestro aliento vital, Cristo el Señor, quedó preso en nuestra corrupción»(17). ¿Pero acaso estoy usando expresiones imaginarias? El texto habla de Cristo el Señor, hecho prisionero por los hombres. ¿Qué sucederá entonces? Dímelo, profeta. Y responde: «¡A su sombra viviremos entre las naciones!» (Lm 4, 20b). Pero señala que la gracia de la vida ya no estará en Israel, sino entre los genliles.
Escuchar y averiguar los testimonios de la Pasión en las Escrituras
8. Pero como ellos nos contradicen de múltiples maneras, vamos, aunque sea brevemente, a exponer, con la gracia del Señor, algunos testimonios de la pasión. Porque todo lo que atañe a Cristo ha quedado escrito: nada es ambiguo ni ha quedado nada sin consignar; todo ha quedado escrito en los testimonios de los profetas, y no en tablas de piedra, sino claramente descrito por el Espíritu Santo. Así pues, cuando oyeres el relato evangélico sobre las acciones de Judas, ¿acaso no debes prestar atención a este testimonio? Oíste que el costado de Cristo fue atravesado por una lanza. ¿No deberás examinar que también eso está escrito? (Jn 19, 24-37). Oíste que fue crucificado en el huerto. ¿No deberás comprobar que eso ha quedado escrito? (Jn 19, 41). Oíste que fue vendido en treinta monedas de plata. ¿No escucharás al profeta que habló de ello (cf. Mt 26, 15 y Zac 11, 12b). Oíste que le fue dado a beber vinagre. Aprende también dónde está esto escrito (cf.Jn 19, 29 y Sal 69, 22b). Oíste que el cuerpo fue sepultado dentro de una roca tapada con una piedra (Mt 27, 60). ¿No aceptarás el testimonio del profeta sobre este asunto (cf. Is 53, 9)? Oíste que fue crucificado entre ladrones (Mt 27, 38). ¿No debes enterarte también de si eso estaba escrito?(18) Oíste que fue sepultado (Mt 27,59-60). ¿No deberás averiguar si en algún lugar se escribió acerca de su sepultura (Is 53, 9)? Oíste que resucitó. ¿No deberás investigar si te engañamos con estas enseñanzas? Aunque «mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría» (1 Cor 2, 4). No se construyen aquí artificios sofistas(19), sino que más bien se deshacen. No se trata de una guerra de palabras, que a veces se revelan inútiles, sino que «predicamos a un Cristo crucificado» (I Cor 1, 23), la cual cosa había sido predicada anteriormente por los profetas. Y ahora tú, al acoger estos testimonios, séllalos en tu corazón. Pero, al ser muy numerosos y carecer ahora de más tiempo, séanos permitido en este momento que escuches algunas cosas que tienen mayor importancia. Entiende tú nuestra argumentación y tómate el trabajo de averiguar lo demás. Y que tu mano no esté tendida sólo para recibir, sino también para actuar (vid. tal vez Eclo 4, 31). Dios todo lo gratifica. «Si alguno de vosotros está a falta de sabiduría, que la pida a Dios, que da a todos generosamente» (Sant 1, 5), y la recibirá de él. El cual, movido por vuestras súplicas, nos conceda, a los que os hablamos, poderlo hacer y, a vosotros que escucháis, creer(20).
Datos sobre la traición de Judas
9. Busquemos, por consiguiente, los testimonios acerca de la pasión de Cristo. Hemos decidido no hacer una exposición puramente contemplativa de las Escrituras, sino más bien convencernos, mediante datos ciertos, de aquellos que creemos. Antes recibiste los testimonios acerca de la venida de Jesús(21). También está escrito que caminó sobre el mar (Sal 77, 20: «¡Por el mar iba tu camino!»;Job 9, 8b: «Holló la espalda de la Mar») y has recibido el testimonio de diversas curaciones. Comenzaré, pues, por el principio de la Pasión: Judas fue traidor, llegó como adversario y allí estuvo hablando de modo pacífico mientras maquinaba hostilidades. Dice de él el Salmista: «Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan» (Sal 38, 12). Y también: «Sus palabras, más suaves que el aceite, son espadas desnudas» (Sal 55, 22), o: «¡Salve, Rabbí!» (Mt 26, 49). En ese momento entregó al Maestro a la muerte sin tener en cuenta la advertencia de quien decía: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» (Lc 22, 48). Es como si le reprendiera con esto: «Acuérdate de tu nombre», pues Judas significa «confesión». Hiciste un pacto, recibiste la plata. «¡Oh Dios de mi alabanza, no te quedes mudo!(22). Boca de impío, boca de engaño, se abren contra mí. Me hablan con lengua de mentira, con palabras de odio me envuelven» (Sal 109, 1-3a). Pero ya oíste(23) que estaban allí incluso algunos de los principales sacerdotes y que fue maniatado ante las puertas de la ciudad. Ten en cuenta lo que dice el salmo acerca del tiempo y el lugar: «Regresan a la tarde, aúllan como perros, rondan por la ciudad» (Sal 59, 7.15).
10. Escucha, pues, también acerca de las treinta monedas de plata: «Yo les dije: "Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo"» (Zac 11, 12), y lo que sigue(24) . A mí me debéis(25) la gracia de la curación de los ciegos y de los cojos. Y es otra la que recibo: en lugar de agradecimiento, ultraje; en lugar de adoración, injuria. Ves cómo la Escritura conoció con antelación el futuro: «Ellos pesaron mi jornal: treinta siclos de plata» (Zac 11, 12). ¡Oh palabra profética de literal precisión! ¡Oh sabiduría inmensa y certera del Espíritu Santo! Pues no dijo diez ni veinte, sino expresa y exactamente «treinta», como en realidad fueron. Di también, profeta, a dónde fue a parar esta paga. El que la recibió, ¿la retendrá o la habrá de devolver? Y, después de devolverla, ¿adónde caerá él? Dice, en efecto, el profeta: «Tomé, pues, los treinta siclos de plata y los eché en la casa de Yahvé, en el horno» (Zac 11, 13). Compara el Evangelio con la profecía: «Entonces Judas, ... acosado por el remordimiento, dice, ... tiró las monedas en el Santuario; después se retiró», etc. (Mt 27, 3-5).
11. Pero intento suprimir aquí una aparente ambiguedad(26). Pues quienes rechazan a los profetas argumentan que el profeta dice: «Los eché en la casa de Yahvé, en el horno» (Zac 11, 13). Y el Evangelio, en cambio: «Las vieron por el Campo del Alfarero» (Mt 27, 10). Pero atiende a cómo ambas cosas son verdad. Los judíos, es decir, aquellos que entonces eran príncipes de los sacerdotes, al ver que Judas se arrepentía y exclamaba: «Pequé entregando sangre inocente» (27, 4), replican: «A nosotros, ¿qué? Tu verás» (ibid.). ¿Nada tiene que ver con vosotros, que lo crucificasteis? Que vea el que recibió y devolvió el dinero del crimen. ¿Y nada tendréis que ver quienes lo habéis hecho? Después dicen entre sí: «No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre» (27, 6). Vuestra boca os condena, puesto que el precio es abominable y abominable es también el crimen: si cumples la justicia crucificando a Cristo, ¿por qué no aceptas el precio? Pero nos preguntábamos: ¿Cómo es que no hay desacuerdo entre el evangelio que dice «Campo del Alfarero» y el profeta que menciona «el horno»? En realidad, no sólo disponen de horno quienes trabajan el oro ni sólo quienes trabajan con monedas, sino que también los alfareros tienen un horno para el barro. Separan la tierra más fina y la más espesa, colando la que se utilizará para separarla de los guijarros y escogiendo abundante material moldeable, lo amasan a continuación preparando así lo que se habrá de cocer. ¿De qué, pues, te asombras si el evangelio habla, con mayor claridad, del «Campo del Alfarero», al tiempo que el profeta pronunció su profecía de modo enigmático, siendo así que las profecías se contienen a menudo en enigmas?
El juicio y los escarnios de Jesús
12. «Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en casa del Sumo Sacerdote» (Lc 22, 54). ¿Quieres saber y ver que también esto está escrito? Dice Isaías: «¡Ay de aquellos que deliberaron depravadamente entre sí diciendo: maniatemos al justo, porque nos resulta incómodo» (Is 3, 9-10 LXX). Ciertamente: «¡Ay de aquellos!». Veamos esto. Isaías fue partido en dos, pero el pueblo recibió después la salud. Jeremías fue arrojado al lodo de la cisterna (38,6), pero así se curó la herida de los judíos, porque, al ser un pecado contra un hombre, era más leve. Pero los judíos no pecaron contra un hombre, sino contra Dios hecho hombre. «¡Ay de ellos!». Pero, «maniatemos al justo», decíamos. ¿No podrá desatarse a sí mismo, replicará alguno, el que libró a Lázaro de las ataduras de una muerte ya de cuatro días? (Jn 11, 39-44) y el que dejó libre a Pedro de las cadenas de hierro de la prisión (Hech 12, 7). Los ángeles se encontraban dispuestos diciendo: «Rompamos sus coyundas» (Sal 2, 3)(27), aunque se abstienen de la violencia porque Dios quiso sufrir esto. Fue conducido también a juicio entre los ancianos (Mt 26, 57). De ello tenía ya un testimonio: «Yahvé demanda en juicio a los ancianos de su pueblo y a sus jefes» (Is 3, 14).
13. Pero al interrogarle el Sumo Sacerdote, se indigna al oír la verdad (Mt 26, 62-63) y uno de los peores de sus servidores le da una bofetada. Aquel rostro, que en otro momento había resplandecido como el sol (Mt 17, 2), soportó que unas manos inicuas lo quebrasen, y otros se acercaban escupiendo al rostro de quien mediante la saliva había curado al ciego de nacimiento (Jn 9, 6). «¿Así pagáis a Yahvé, pueblo insensato y necio?» (Dt 32, 6). Y el profeta, asombrado, dice: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?» (Is 53, 1)(28). Es cosa realmente increíble que Dios, el Hijo de Dios y el brazo de Yahvé(29) estén expuestos a estas cosas. Pero, para que los que se salvan no rehúsen creer en esto, el Espíritu Santo lo predice de la persona de Cristo cuando éste exclama (pues él era el que entonces hablaba y más tarde se hizo presente): «Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban» (Is 50,6)(30). Y Pilatos, una vez flagelado, lo entregó para ser crucificado (Mc 15, 15): «Ofrecí... mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos» (Is 50, 6). Como si dijera: previendo que me habían de golpear, ni siquiera torcí la mejilla levemente. ¿Cómo fortalecería a los discípulos ante la muerte que debía arrostrar por la verdad si yo mismo me aterrorizaba por ella? Yo había dicho: «El que ama su vida, la pierde» (Jn 12, 25). Si yo amase la vida, ¿cómo daría lecciones sin hacer lo que enseño? Por consiguiente, él, siendo Dios, soportó sufrir estas cosas de parte de los hombres para que nosotros los hombres no nos avergonzásemos luego de sufrir de los hombres cosas tales por su causa. Ves que estas cosas han sido ampliamente predichas por los profetas. Pero, como antes dije, muchos testimonios de la Escritura los pasamos por alto a causa del poco tiempo disponible. Pero si alguien lo investiga todo cuidadosamente, ninguna de las cosas referentes a Cristo quedará sin su correspondiente testimonio.
Ante Pilato y Herodes
14. Maniatado llegó de Caifás hasta Pilato. ¿Acaso no estaba también esto previamente escrito? «Y, atándolo, lo llevaron como presente al rey Jarim» (Os 10,7 LXX)(31). Pero alguno de vosotros argüirá molesto: «Pilato no era rey (omitiendo además bastantes otros detalles). ¿Cómo, pues, «atándolo, lo llevaron como presente al rey Jarim»? Pero lee el Evangelio: «Al oír Pilato que él era de Galilea, ... le remitió a Herodes»(32). Herodes era entonces rey y se encontraba en Jerusalén (cf. Lc 23, 7). Y observa la aplicada diligencia del profeta, pues dice que fue enviado en lUgar de regalos, porque «aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados» (Lc 23, 12). Era oportuno que el que había de llevar la paz a la tierra y cielo pacificase, como primeros de todos, a quienes a él le condenaban. Pues era el mismo Señor, «que reconcilia los corazones de los príncipes de la tierra» (Job 12, 24)(33). Acepta las precisiones y el testimonio auténtico de los profetas.
Más sobre el juicio de Jesús
15. Admira al Señor a quien juzgan. Aceptó ser llevado por los soldados y que diesen vueltas a su alrededor mientras Pilatos estaba «sentado en el tribunal» (Mt 27, 19). El, que está sentado a la derecha del Padre, estaba en pie mientras era juzgado. El pueblo por él liberado de la tierra de Egipto, y tantas otras veces de otros lugares, vociferaba contra él: «¡Crucificalo,crucificalo!» (Jn 19, 6). ¿Por qué así, oh judíos? Ante esto, el profeta exclama estupefacto: «¿Contra quién abrís la boca y sacáis la lengua?» (Is 57, 4). El Señor mismo relata en los profetas: «Se ha portado conmigo mi heredad como un león en la selva: me acosaba con sus voces; por eso la aborrecí» (Jer 12, 8). No la expulsé yo, sino que ellos me expulsaron a mí. Por eso digo consecuentemente: «He abandonado mi casa»(34).
La actitud del Siervo durante el juicio
16. Juzgado, callaba, de modo que Pilato estaba padeciendo y decía: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos atestiguan contra ti?» (Mt 26, 62). No porque conociera al que estaba siendo juzgado, sino porque temía qué significado tendría para él el sueño de su mujer (Mt 27, 19). Y Jesús callaba. Dice el salmista: «Soy como hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios» (Sal 38, 15). Y, además: «Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca» (38, 14; cf. Is 53-7). También esto lo has oído, si recuerdas.
17. Pero los soldados a su alrededor se burlan de él. El Señor es para ellos objeto de escarnio y de él se hace mofa. «Me ven y menean su cabeza» (Sal 109, 25). Se vislumbra el reino en imagen: se burlan, pero doblan su rodilla (Mt 27, 29); unos soldados lo clavan a la cruz, pero antes le colocan un manto de púrpura (27, 28) y una corona sobre su cabeza. ¿De qué es, sino de espinas? (27, 29). Es proclamado rey de todo por los soldados. También fue oportuno que Jesús fuese coronado en figura por los soldados, de manera que por eso dice la Escritura en el Cantar de los Cantares: «Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre» (Cant 3, 11). Aquella corona era un misterio, pues era la destrucción de los pecados y la absolución de la sentencia de condenación.
La maldición de la higuera
18. Adán recibió la condena: «Maldito sea el suelo por tu causa... Espinas y abrojos te producirá» (Gén 3, 17-18). Por eso tomó sobre sí Jesús las espinas, para deshacer la maldición; y por eso fue sepultado en tierra, para que la tierra que había sido maldecida recibiese bendición en lugar de maldición. En el momento del primer pecado, se ciñeron unas hojas de higuera (Gén 3-7). Por eso Jesús puso fin a los signos con una higuera. Pues, cuando tenía que marchar a la pasión, hirió a la higuera con una maldición (cf. Mt 24, 32 ss). No se refirió a toda higuera, sino a aquella sola diciendo en imagen: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» (Mc 11-14): quede deshecha la condena. Y en la época en que las higueras se revisten de hojas es precisamente cuando no hay alimentos. ¿Quién ignora que en tiempo de invierno la higuera no da frutos, sino que sólo tiene hojas? ¿Es que Jesús ignoraba lo que todos sabían? No, sabe de qué va y viene buscando, aunque sin desconocer que no encontrará nada, extendiendo su maldición sólo a las hojas(35).
Jeremías, imagen de Jesús despreciado
19. Una vez que nos hemos acercado a las cosas del paraíso, admiro ciertamente la verdad de las figuras(36). En el paraíso se produjo la caída, y en el huerto la salvación; del árbol vino el pecado, pero hasta el árbol(37) llegó el pecado; a la tarde, cuando el Señor iba caminando, buscaron escondite (Gén 3, 8), y es por la tarde cuando el ladrón es introducido por el Señor en el paraíso (Lc 23, 43). Pero alguno me dirá: piensa, a ver si me puedes mostrar por los profetas el leño de la cruz, pues no asentiré si no me muestras un testimonio profético. Pues bien, escucha a Jeremías y convéncete: «Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber...» (Jer 11, 19). Lee, además, esta pregunta que, como dije, hace Jesús: «¿No sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado?» (Mt 26, 2)(38). ¿Era acaso él quien lo ignoraba? «Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber...» (Jer ibid.). Pero, ¿cuál es la señal? Entiéndase a Juan Bautista cuando dice: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1, 29). ¿Acaso él, que conoce los pensamientos, ignoraba los acontecimientos? ¿Y qué es lo que dijeron?: «... contra mí tramaban maquinaciones: "Queremos poner madera en su pan"» (Jer 11, 19b LXX)(39). Si Dios te considera digno de ello, más tarde conocerás que su cuerpo mostraba, según el evangelio, la figura del pan. Así pues, «venid, queremos poner madera en su pan, borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse»(40). La vida no se destruye. ¿Por qué os fatigáis con un trabajo inútil? Vuestro proyecto es vano. ¡Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol! (Sal 72, 17). Y que la vida estaba colgada en el madero, lo dice Moisés lamentándose: «tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y ni de tu vida te sentirás seguro» (Dt 28, 66). Y lo que se leyó hace poco: «¿Quién dio crédito a nuestra noticia?» (Is 53, 1).
La salvación desde el leño de la cruz
20. Esta figura la ilustró Moisés crucificando a la serpiente, para que quien hubiera sido mordido por una serpiente viva, al mirar la serpiente de bronce, consiguiese, por creer, la salvación (Núm 21, 4-9). Y si la serpiente de bronce crucificada concede la salvación, ¿no otorgará la salvación el Hijo de Dios clavado a la cruz? Por un leño viene siempre la salvación. En tiempos de Noé, por un arca de madera se conservó la vida (Gén 7, 23). Y cuando Moisés extendió su vara sobre el mar, que se retiró por reverencia hacia el que lo tocaba (Ex 14, 16-21). Y si Moisés tanto pudo con su cayado, ¿será ineficaz la cruz del Salvador? Dejo a un lado, en honor a la brevedad, otras muchas figuras. Sin embargo, volvió dulce el agua en su momento (Ex 15,25), y del costado de Cristo brotó el agua en el madero (Jn 19, 34)(41).
Más sobre el agua y la sangre del costado
21. El primero de los signos de Moisés es el agua y la sangre. Y este primero de todos fue el último de los signos de Jesús. En primer lugar, Moisés transformó el río en sangre (Ex 7, 20) y Jesús, por último, hizo brotar desde el costado agua con sangre. Quizá a causa de las dos voces, de una parte la de quien le juzgaba, y de otra la de quienes cruelmente gritaban. O, quizá, por causa de los que creyeran o de los incrédulos. Pues mientras Pilato decía: «Soy inocente», otros vociferaban: «su sangre sobre nosotros...» (Mt 27, 24-25). Ambas cosas brotaron de su costado: el agua, quizá en referencia al juez, y la sangre teniendo en cuenta a los que gritaban. Pero también puede entenderse así: la sangre para los judíos, el agua para los cristianos. Para aquellos, insidiosos, la condenación por la sangre derramada; para ti, que ahora crees, la salvación por el agua. Nada ha sucedido en vano. Nos han transmitido los intérpretes de la Escritura(42), nuestros Padres, otra explicación del asunto: en los evangelios se habla de una doble fuerza del bautismo de salvación. Una, a través del agua, que se concede a los que son iluminados(43), y otra que en tiempo de persecución se da a los mártires mediante su propia sangre. Brotaron del costado del Salvador sangre y agua que confirman la gracia de la confesión hecha por Cristo(44) tanto en el bautismo como en épocas de martirio. Pero también hay otra causa de aquello del costado. Principio y cabeza del pecado fue la mujer, que fue formada de un costado. Pero una vez que vino Jesús, para otorgar el perdón a la vez a hombres y mujeres, el costado fue traspasado en las mujeres con el fin de deshacer el pecado.
Gloriarse en la cruz
22. Pero si alguien profundiza más, encontrará también otras causas, aunque baste lo dicho tanto por la escasez de tiempo como por no cansar vuestros oídos, aunque nunca se debe experimentar cansancio de oír los triunfos del Señor, sobre todo, en este Gólgota tres veces santo, pues algunos sólo oyen, pero nosotros también vemos y tocamos(45). Que nadie se canse. Con la misma cruz toma las armas contra los adversarios. Haz de la fe en la cruz el estandarte contra los contradictores. Cuando tengas que discutir sobre la cruz contra los que no creen, haz antes con la mano la señal de la cruz y callará el enemigo. No te avergüences de confesar la cruz. Pues en ella se glorían los ángeles diciendo: «Sé que buscáis a Jesús, el Crucificado» (Mt 28, 5). ¿Es que acaso no podías, oh ángel, decir: «Sé a quien buscáis, a mi Señor». Pero «yo, dice sin embargo con confianza, lo he conocido crucificado». La cruz es, pues, triunfo y no ignominia.
En el Crucificado está la salvación
23. Por lo demás volvamos a lo que queríamos mostrar por los profetas. El Señor fue crucificado y has recibido los testimonios. Ves el lugar del Gólgota... (46). Aclamas asintiendo a lo que se dice: mira de no negarlo en alguna ocasión en época de persecución. Que la cruz no sea para ti alegría sólo en tiempo de paz: ten la misma fe en época de persecución, que no ocurra que seas amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo en tiempo de dificultades. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias generosas del regalo espiritual del Rey. Cuando estalle la guerra, combate esforzadamente por tu rey. Jesús, que nada había pecado, ha sido crucificado por ti. ¿Y no te dejarás tú crucificar por aquel que por ti fue clavado a la cruz? No eres tú quien da la gracia, pues primero la recibiste tú. Lo que haces es devolverla pagando la deuda al que en el Gólgota fue crucificado por ti. Pero Gólgota significa «Lugar de la Calavera» (cf. Jn 19, 17). ¿Quiénes pusieron, proféticamente, a aquel lugar el nombre de Gólgota, en el que Cristo cabeza padeció la cruz? Como dice el Apóstol: «El es imagen de Dios invisible» (Col 1, 15) y, un poco más abajo, «El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia» (1, 18) y, a su vez: «la cabeza de todo varón es Cristo» (I Cor 11, 3) y también, «es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad» (Col 2, 10). La Cabeza padeció en el «Lugar de la Calavera». ¡Oh nombre grande y lleno de sentido profético! Pues casi el nombre mismo te advierte como diciendo: no te fijes en el crucificado como un simple hombre. Pues es «Cabeza de todo Principado y toda Potestad». Es «Cabeza de toda Potestad» el que ha sido clavado a la cruz y que tiene al Padre por cabeza: pues «la cabeza del hombre es Cristo... y la cabeza de Cristo es Dios» (1 Cor 11, 3).
Otros detalles de la Pasión predichos por los profetas
24. Cristo fue, pues, crucificado por nosotros. El juicio se celebró de noche y en un ambiente frío, motivo por el que encendieron unas brasas (Jn 18, 18). Fue crucificado a la hora tercia (Mc 15, 25). Desde la hora sexta hubo tinieblas hasta nona (Mt 27, 45). Y de nuevo hubo luz desde la hora nona. ¿Acaso también estas cosas están escritas? Busquemos. Dice, pues, Zacarías: «Aquel día no habrá ya luz, sino frío y hielo (por aquello de que Pedro se calentaba). Un día único será, conocido sólo de Yahvé» (Zac 14, 6-7). ¿Qué pasa? ¿No conoció acaso otros días? Pero «éste es el día que hizo Yahvé» (Sal 118, 24), el de la paciencia del Señor, «conocido sólo de Yahvé; no habrá día y luego noche» (Zac 14, 7). ¿Cuál es el enigma que narra el profeta? Aquel día no consta de día y noche. ¿Cómo lo llamaremos? El Evangelio lo interpreta con su narración. «No habrá día». Pues el sol no brilló, como acostumbra, de oriente a occidente, sino que desde la hora sexta hasta la hora nona hubo tinieblas a mitad del día. Hubo, pues, tinieblas de por medio. Pero Dios había llamado a las tinieblas «noche». Por tanto, no había distinción entre día y noche: ni la luz era total, de modo que se llamase «día», ni podía llamarse «noche» porque todo fuese tinieblas, sino que el sol brilló después de nona. Esto lo anuncia el profeta, pues después que dijo «no habrá día y luego noche» (14, 7), añade: «a la hora de la tarde habrá luz» (ibid.). ¿Te das cuenta de lo acertado de la palabra de los profetas y de la verdad de las cosas predichas?
25. Pero, ¿quieres saber exactamente la hora en que el sol se oscureció, hora quinta, octava o décima? Díselo claramente, oh profeta, a los judíos incrédulos: ¿Cuándo se ocultó el sol? Dice, en efecto, el profeta Amós: «Sucederá aquel día —oráculo del Señor Yahvé— que yo haré ponerse el sol a medio-día» (se hicieron tinieblas desde la hora sexta), «y en plena luz del día cubriré la tierra de tinieblas» (Am 8, 9). ¿Cuál es esta distribución del tiempo, oh profeta, y cuál es el día?: «Trocaré en duelo vuestra fiesta» (Am 8, 10). De hecho, esto estaba sucediendo en los ácimos y en la fiesta de la Pascua (Mc 14,1). Y dice después: «Lo haré como duelo de hijo único y su final como día de amargura» (Am 8, 10c). En el día, pues, de los Acimos y en la fiesta de las mujeres se lamentaban y lloraban (Lc 23, 27), mientras los apóstoles, ocultos, estaban deshechos de dolor. Admirable es, pues, la profecía.
El manto y la túnica
26. Pero, dirá alguno, dame otro signo. ¿Qué otra nota hay característica de todo esto? Jesús fue crucificado. El se servía de una túnica y de un manto. Pero los soldados se repartieron el manto tras dividirlo en cuatro partes. Sin embargo, la túnica no la rasgaron porque, partida de ese modo, para nada hubiera servido, sino que los soldados se la echaron a suertes entre ellos (Jn 19, 23-24). Se reparten el manto y echan a suertes la túnica. ¿No estaba también eso escrito? Pues bien, los afanosos salmistas de la Iglesia(47), que imitan a los ejércitos angélicos, lo saben y celebran a Dios con alabanzas continuas. Quienes son considerados dignos de esto, salmodien en este santo Gólgota(48) y digan: «Repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica» (Sal 22, 19). Aquel sorteo fue el sorteo de los soldados.
La capa púrpura
27. Cuando estaba siendo juzgado por Pilato, estaba vestido de rojo, lo cubrieron con un manto de púrpura (Mt. 27, 28). ¿También está escrito esto? Dice Isaías: «¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo?» (Is 63, 1). Como queriendo decir: ¿quién es éste que es vestido de púrpura para avergonzarlo? Pues a eso suena Bosrá entre los hebreos(49).
«Y, ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero?» (63, 2). Y responde diciendo: «Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado en pos de sus pensamientos» (Is 65, 2).
La cruz de Cristo y su eficacia salvadora
28. Extendió sus manos en la cruz para abarcar los confines del mundo. Pues el lugar central de la tierra está aquí, en el Gólgota. Y no es palabra mía, sino del profeta que dice: «Autor de salvación en medio de la tierra» (Sal 74, 12). Extendió sus manos humanas, con la sola ayuda de las cuales y con su mente tras ellas dio consistencia al cielo (cf. Sal 33). Fueron fijadas con clavos para que, clavados al leño y aniquilados los pecados de los hombres que su humanidad llevaba cargados sobre sí, a la vez muriese el pecado y resucitásemos nosotros en la justicia(50). Pues como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la vida (cf. Rom 5, 12-21): por un hombre, el Salvador, que padeció la muerte voluntariamente. Acuérdate de aquello: «Tengo poder para darla (la vida) y poder para recobrarla de nuevo».
El carisma profético de Israel, viña estéril, en la Iglesia
29. El soportó estas cosas al haber venido a salvar a todos. Pero el pueblo se lo pagó de mala manera. Dice Jesús: «Tengo sed» (Jn 19, 28), él, que de una áspera roca les dio agua (Ex 17, 1-7) y exige los frutos de la viña que plantó (Jer 2, 21; Is 5, 2). Pero, ¿de qué viña? Por su naturaleza, sería la que existía desde los santos Patriarcas, pero es en realidad la que, por la tentación, proviene de Sodoma la que le alcanza al Señor sediento el vinagre mediante una esponja empapada y puesta en una caña (cf. Jn 19,29). Se cumple así aquello de: «Porque su viña es viña de Sodoma y de las plantaciones de Gomorra» (Dt 32, 32a)(51). Y también: «Veneno me han dado por comida(52), en mi sed me han abrevado con vinagre» (Sal 69, 22). Ves la perspicacia de la predicción profética. ¿Y cómo fue la hiel que pusieron en mi boca? «Le daban, dice, vino con mirra» (Mc15, 23). Mirra, con sabor a hiel y un poco amarga(53). «¿Así pagáis al Señor?» (Deut 32, 6). ¿Es esto lo que ofreces, viña, al Señor? Ya se quejaba justamente de vosotros Isaías, diciendo: «Una viña tenía mi amigo en un fértil otero» (Is 5, 1)(54). Y, por abreviar: «Esperó, dice, que diese uvas» (5, 2). Tuve sed y quise que diese vino, «pero dio espinas(55). Ya ves la corona con la que he sido redimido. ¿Qué es lo que haré después? (ch. Is 5,5): «A las nubes prohibiré llover sobre ella» (5, 6). Ya no tiene nubes, es decir, ya no tiene profetas, pues es en la Iglesia donde luego han estado los profetas, como dice Pablo: «En cuanto a los profetas, hablen dos o tres, y los demás juzguen» (1 Cor 14, 29). Y además: «El mismo (Cristo) dio a uno el ser apóstoles; a otros, profetas» (Ef 4, 11)(56). Profeta era Agabo, que se ató de manos y pies (Hech 21, 10-11).
Jesús, ultrajado en la cruz, entre los dos ladrones
30. Sobre los ladrones que fueron crucificados con él (cf. Lc. 23, 32) se ha dicho: «Con los rebeldes fue contado» (Is 53, 12). Uno y otro(57) fueron al principio inicuos, pero uno dejó de serlo. Pero el otro despreció las leyes hasta el final, sin humillarse para su salvación, pues estando clavado de manos, su lengua todavía blasfemaba. Los judíos movían sus cabezas injuriando al crucificado y cumpliendo lo que estaba escrito. «Me ven y menean su cabeza» (Sal. 109, 25; cf. Mt 27, 39 ss; Lc 23,39-43). De él se hacía burla juntamente con los otros, pero uno de ellos increpaba al otro: para él coincidieron el fin de su vida y el comienzo de su enmienda. Entregó su alma y recibió, antes que otros, la salvación. Tras reprender a su compañero, dijo: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23, 42), mis palabras se dirigen a ti. Déjalo a él, pues están ciegos los ojos de su mente, pero «de mí, acuérdate». No digo que te acuerdes de mis obras, pues de ellas tengo miedo. Todo hombre suele unirse amablemente a quien es su compañero de camino. Soy compañero tuyo en el camino hacia la muerte: acuérdate de mí, que soy tu compañero. No digo: ahora «acuérdate de mí», sino «cuando vengas con tu Reino» (ibid.).
La misericordia para con el «buen ladrón»
31. ¿Qué energía, oh ladrón, te iluminó? ¿Quién te enseñó a adorar al que había sido ultrajado y crucificado contigo? ¡Oh luz eterna, que ilumina a los que yacen en tinieblas (vid. Lc 1, 79)! Oyó, desde luego, justamente: «Confia»(58). No porque tus obras deban ser la base de tu confianza, sino porque ahí hay un rey dispuesto a agraciarte. Era una petición de algo muy lejano, pero la gracia llegó muy rápidamente: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43), puesto que hoy has oído mi voz y no has endurecido tu corazón (Sal 94, 8). Con mucha prontitud pronuncié sentencia contra Adán. Y con mucha prontitud te perdono. A él se le dijo: «El día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gén 2, 17). Tú, en cambio, hoy has dado oídos a la fe, y hoy recibirás la salvación. Por un árbol cayó él, y tú eres introducido, por medio de un árbol, en el paraíso. No temas a la serpiente, pues no te expulsará: ella ya cayó del cielo (cf. Lc 10, 18). Tampoco te digo: hoy partirás, sino «confía: hoy estarás conmigo en el paraíso», no serás rechazado. No temas a la espada de fuego (cf. Gén 3, 24), pues ella es la que teme al Señor. ¡Oh gracia inmensa e inefable! No ha entrado todavía Abraham el creyente, y ya entra el ladrón. Todavía no han entrado Moisés y los profetas, pero sí entra el ladrón. Antes que tú, se admiró de esto Pablo diciendo: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). Los que han soportado el calor (cf. Mt 20, 12) todavía no han entrado, pero sí ha entrado el que llegó a la hora undécima (20, 6). Nadie murmure contra el dueño, que dice: «Amigo, no te hago ninguna injusticia... ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?» (20, 13-15). Quiere el ladrón hacer obras justas, pero la muerte le tiene preocupado. No me fijo tanto en las obras, sino que acepto tu fe. Estoy recogiendo los lirios; ven, que te apaciente en los huertos (cf. Cant 6, 2). He encontrado a la oveja perdida y la llevo sobre mis hombros (Lc 15, 5). Realmente cree, puesto que ha dicho: «Me he descarriado como oveja perdida (Sal 119, 176). Jesús, acuérdate de mi cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42).
El sacerdocio definitivo y eterno de Jesucristo
32. Acerca de este huerto conté ya a mi esposa en el Cantar de los Cantares(59), diciéndole estas cosas: «Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia» (Cant 5, 1). De hecho, donde fue crucificado había un huerto (Jn 19, 41). Y, ¿qué deduces de ahí? Que «he tomado mi mirra con mi bálsamo» (Cant 5, 1), lo cual se cumple cuando bebe vino mirrado y vinagre (Jn 19, 29 par.), y, después de tomarlos, dice: «Todo está cumplido» (Jn 19, 30). El misterio ha llegado a su plenitud. Se ha cumplido lo que estaba escrito. Los pecados han sido disueltos, pues, «al llegar Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuanto más la sangre de Cristo...!» (Hebr 9, 11-14). Y, por otra parte: «Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario(60) en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir de su propia carne...» (Hebr 10, 19-20). Y ya que la carne, su propio velo, fue afectada por el deshonor, por eso el velo del templo, que era figura del futuro, se rasgó, según está escrito: «En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo» (Mt 27, 51). Y nada absolutamente quedó de él. Y puesto que el Señor dijo: «Se os va a dejar desierta vuestra casa» (Mt 23, 38), la misma casa quedó destruida(61).
Cristo se entrega al Padre
33. Estas cosas las soportó el Salvador, «pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20). Pues éramos enemigos de Dios por el pecado, y Dios decidió que era oportuno que el pecador muriese. Era, pues, necesaria una de estas dos cosas: o bien que Dios, consecuentemente, hiciese perecer a todos, o bien que con su clemencia anulase la sentencia dictada. Observa, sin embargo, la sabiduría de Dios: guardó tanto la firmeza de la sentencia como la eficacia de la bondad. Cristo, «sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» ( I Pe 2, 24; cf. Is 53, 12; 2 Cor 5, 21; Rom 6, 11-18). No es que careciera de valor el que por nosotros moría: no era una oveja de las que se ven, ni tampoco era sólo un hombre, ni simplemente un ángel. Era Dios hecho hombre. No era tan grande la iniquidad de los pecadores como la justicia de aquel que por nosotros moría(62). No pecamos tanto como sobresalió por su justicia aquel que por nosotros entregó su vida, que la entregó cuando quiso y la recobró de nuevo cuando quiso (Jn 10, 18). ¿Quieres saber cómo no entregó su vida coaccionado o forzadamente, y que no entregó su espíritu contra su voluntad? Se dirigió al Padre diciendo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46; cf. Sal 31, 6), por decirlo yo ahora brevemente, «y, dicho esto, expiró», pero no se mantuvo así largo tiempo, pues rápidamente resucitó de entre los muertos.
Muerte y sepultura
34. Se eclipsó el sol (Lc 23, 44) a causa del «sol de justicia» (Mal 3, 20)(63), «las rocas se hendieron» (Mt 27, 51) a causa de la roca inteligibles(64), «se abrieron los sepulcros» (Mt 27, 52) y los muertos resucitaron (52b) por causa de aquel que estaba libre entre los muertos, dejó libres a los «cautivos de la fosa en la que no hay agua» (Zac 9, 11). No te avergüences, pues, del crucificado, sino di tú también con confianza: «¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!... y con sus cardenales hemos sido curados» (Is 53, 4-5). No seamos desagradecidos hacia el bienhechor. Y, además: «Por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba» (53, 8-9). Por eso dice Pablo claramente: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15, 3-4).
El sepulcro excavado en roca
35. Pero queremos conocer claramente dónde fue sepultado. ¿Se construyó acaso un sepulcro? ¿Destaca del suelo como las sepulturas regias? ¿Se ha hecho un monumento con piedras adosadas unas a otras? ¿Qué se le puso encima? Hacednos, profetas, la descripción del sepulcro y decidnos dónde fue colocado el cuerpo y dónde lo habremos de buscar. Y ellos responden: «Reparad en la peña de donde fuisteis tallados, y en la cavidad de pozo de donde fuisteis excavados» (Is 51, 1). Tienes en los Evangelios: «En un sepulcro excavado en la roca» (Lc 23, 53), «en un sepulcro que estaba excavado en roca» (Mc 15, 46). ¿Y, además, qué? ¿Cuál es la puerta del monumento? Hay, por otra parte, otro profeta que dice: «Sofocaron mi vida en una fosa y echaron piedras sobre mí» (Lam. 3, 53). Yo, la «piedra angular, elegida, preciosa» (1 Pe 2, 6), estoy escondido entre la piedra por poco tiempo; «piedra de escándalo» para los judíos (1 Pe 2, 8) y de salvación para los que creen. Así pues, el árbol de la vida está plantado en la tierra, para que ésta, que había estado maldita, consiguiese la bendición y fuesen liberados los muertos.
La fuerza de la señal de la cruz
36. Que no nos agarrote la vergüenza de confesar a un crucificado. En la frente, como gesto de confianza, hágase con los dedos la señal de la cruz, y eso para todo: cuando comemos pan o cuando bebemos, en las entradas y salidas, antes de acostarnos, al dormir y al levantarnos, cuando caminamos y cuando estamos quietos. Es una gran protección: gratuita, por los necesitados; no cuesta esfuerzo, por los débiles, y, como quiera que ha sido dada por Dios como gracia: señal de los fieles y temor de los demonios, a los que en ella «exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal» (Col 2, 15). Pues cuando ven la cruz, les viene a la mente la imagen del crucificado. Temen al que machacó las cabezas del dragón (cf. Sal 74, 14)(65). Porque sea gratuito, no desprecies este signo: venera en él más bien a nuestro bienhechor.
La realidad histórica de la cruz de Cristo
37. Y si alguna vez intervienes en una discusión y te quedas sin argumentos, que tu fe permanezca en ti inconmovible. Porque con la enseñanza que has recibido puedes reducir al silencio a los judíos por medio de los profetas y a los griegos partiendo de sus propias fábulas. Pues estos últimos adoran a los que han muerto por un rayo. Pero al aparecer el rayo, no suele caer al azar. Y si ellos no sienten vergüenza de adorar a los que Dios ha rechazado, ¿te avergonzarás tú, que has sido amado de Dios y eres hijo suyo, de adorar al que ha sido crucificado por ti? Lo que no hago, por vergüenza, es divulgar los vicios de los que ellos llaman sus dioses, y además ahora tampoco hay tiempo. Expónganlos quienes los conocen, Tápese también la boca a todos los herejes. Apártese a quien dijere que la cruz es sólo una apariencia. Debes odiar a los que dicen que Cristo fue crucificado sólo de modo fingido. Pues si ha sido crucificado sólo en apariencia, y ya que de la cruz nos viene la salvación, esta salvación no sería sino una especie de juego. Y si la cruz fuese una fantasía, también lo sería la resurrección. Y si Cristo no resucitó estamos todavía en nuestros pecados (cf. I Cor 15, 17). Si la cruz es sólo imaginación, también lo es la ascensión, pero si la ascensión tampoco es más que fantasía, también lo será la segunda venida. Pero en tal caso nada tiene consistencia.
Que nadie te acuse de haber rechazado la cruz
38. Así pues, acepta la cruz como un cimiento firme y construye sobre él el resto de la fe. No reniegues del crucificado. Pues si reniegas de él, son muchos los que te acusarán. El primero que argüirá contra ti será el traidor Judas. Pues el primero que lo entregó llegó a saber que había sido condenado a muerte por los príncipes de los sacerdotes y por los ancianos (cf. Mt 27, 3). Lo atestiguan(66) las treinta monedas de plata (Mt 26, 15); lo atestigua Getsemaní, el lugar donde se realizó la traición (Mt 26, 47 ss). No le llamo todavía «Monte de los Olivos» (Lc 22,39), en el cual oraban de noche los que estuvieron allí. Lo atestigua la luna que lucía de noche. Lo atestiguan el día y el sol que se eclipsó, pues no podía soportar el crimen de los traidores. Te acusará el fuego alrededor del cual se estaba calentando Pedro (Jn 18, 18). Si niegas la cruz, te esperará un fuego eterno. Te hablo de duras realidades, para que no tengas más tarde que experimentar la dureza. Acuérdate de las espadas que caen sobre él en Getsemaní, para que no sufras tú la espada eterna. Te acusará la casa de Caifás, que, aun asolada, muestra hoy todavía el poder de quien en ella fue juzgado. El mismo Caifás se alzará contra ti el día del juicio; se levantará también el siervo que dio una bofetada a Jesús (Jn 18, 22), y también los que le maniataron y le condujeron. Contra ti se alzarán a la vez Herodes y Pilatos hablando más o menos de este modo: ¿Por qué niegas a quien fue traído calumniosamente hasta nosotros y de quien honradamente no pudimos decir que hubiera pecado? (cf. Lc 23, 14-15). Yo, Pilato, entonces me lavé las manos (Mt 27,24). Estarán en pie contra ti los mismos falsos testigos (cf. Mt 26, 60) y los soldados que se pusieron su manto color púrpura y le colocaron la corona de espinas (Jn 19, 2) y lo crucificaron en el Gólgota (19, 16-18) sorteándose su túnica (19, 24). Te acusará Simón de Cirene, que llevó la cruz de Jesús (Lc 23, 26).
Objetos, lugares y personas que también son testigos
39. Desde los astros te acusará el sol que se eclipsó (Lc 23, 44); de las cosas terrenas, el vino con mirra (Mc 15, 23), la caña, el hisopo y la esponja (Mt 27, 48) y, de entre los árboles, el leño de la cruz. Y también los soldados que, como dije, le clavaron los clavos y echaron a suertes su ropa (Mt 27, 35); el soldado que abrió su costado con la lanza (Jn 19, 34) y las mujeres que allí estuvieron (Mt 27, 55). Igualmente, el velo del templo que entonces se rasgó (27, 51); El Pretorio de Pilato (27, 27)(67), en virtud del cual en aquel entonces fue clavado a la cruz y que es actualmente un lugar solitario. También este Gólgota santo y elevado, que se ve desde aquí y que muestra hasta el día de hoy cómo a causa de Cristo se quebraron las piedras en aquel momento (Mt 27, 51)(68). Próximo está también el sepulcro en el que fue colocado, además de la piedra puesta a la entrada (27, 60), que hasta el día de hoy está caída junto al sepulcro. Igualmente los ángeles que entonces allí estuvieron (Jn 20, 12), las mujeres que le adoraron tras la resurrección (Mt 28, 9). Pedro y Juan, que corrieron hasta el monumento (Jn 20, 3-4), y Tomás, que introdujo la mano en su costado y puso sus dedos en las señales de los clavos (20, 27). El (Tomás) hizo esto diligentemente por nosotros: lo que tú, que no estabas allí, habías de buscar, lo encontró él, que se encontraba allí por un más alto designio de Dios.
Poder salvador de la cruz frente a todos los poderes
40. Tienes como testigos de la cruz a los doce apóstoles, a toda la tierra y al mundo de los hombres que creen en el Crucificado. El hecho mismo de que tú estés aquí debe persuadirte del poder del Crucificado. Pues, ¿quién es el que te trajo a esta asamblea? ¿Qué soldados? ¿Con qué cadenas te trajeron? ¿Qué sentencia judicial te instó a ello? Es el triunfo salvador de Jesús, la cruz, la que atrajo a todos hasta aquí. Es esto lo que redujo a los persas a servidumbre y lo que amansó a los escitas. Es esto lo que dio a los egipcios el conocimiento de Dios en lugar de los ídolos en forma de perros y gatos y de otros múltiples errores. Es esto lo que hasta el día de hoy cura las enfermedades, pone en fuga a los demonios y deshace las imposturas de los filtros mágicos y los encantamientos.
La cruz, fuente de esperanza
41. La cruz aparecerá en su momento con Jesús en el cielo (Mt 24, 30). Delante irá el trofeo del Rey, para que los judíos, viendo al que traspasaron (Jn 19,37; cf. Zac 12, 10)(69) y reconociendo por la cruz al que afrentaron con la ignominia, se deshagan en lamentos. Se alzarán unas tribus contra otras y se lamentarán, pero ya no tendrán tiempo para la penitencia. Nosotros, sin embargo, nos gloriaremos vitoreando a la cruz y regocijándonos en ella, adorando al Señor, que fue enviado y crucificado por nosotros, adorando también a Dios Padre, por quien fue enviado, juntamente con el Espíritu Santo. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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