Magisterio de la Iglesia

San Cirilo de Jerusalén

CATEQUESIS XV

LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

Pronunciada en Jerusalén, sobre lo de "Y ha de venir en gloria a juzgar a vivos y muertos: su reino no tendrá fin». Y sobre el Anticristo. La lectura es de Dan 7,9 ss: «Mientras yo contemplaba: Se aderezaron unos tronos y un Anciano se sentó...» Y más abajo: «Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre...» (7, 13) además de lo que sigue(1).

   1. Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento, esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón (Sal 72, 6); el otro, manifiesto, todavía futuro.

   En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre (Lc 2, 7); en la segunda se revestirá de luz como vestidura (cf. Sal 104, 2a). En la primera «soportó la cruz, sin miedo a la ignominia» (Hebr 12, 2), en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles (cf. Mt 25, 31).

   No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la segunda. Y, habiendo proclamado en la primera: «bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21, 9), diremos eso mismo en la segunda (cf. Mt 23, 39); y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos adorándolo: «Bendito el que viene en nombre del Señor». El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio (Mt 27,12) refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz y les dirá: «Esto hiciste y yo callé» (Sal 50, 21 )(2).

   Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.

   2. De ambas venidas habla el profeta Malaquías «De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis» (Mal 3, 1). He ahí la primera venida. Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará para fundir y purgar» (3, 1-3).

   Y en las líneas que siguen dice el Salvador mismo: «Yo me acercaré a vosotros para el juicio, y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y contra los adúlteros, contra los que juran con mentira», etc. (3, 5). Por eso, queriendo hacernos más cautos, dice Pablo: «Si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego» (I Cor 3, 12-13)(3).

   Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas en estos términos: «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tit 2, 11-13). Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.

   Por esta razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel «que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».

La actual condición del mundo pasará

   3. Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado. Pues ya que la corrupción, el hurto, el adulterio y toda clase de pecados se han derramado sobre la tierra y una y otra vez se derrama sangre (vid. Os 4, 1-2). desaparecerá este mundo presente(4) con el fin de que esta morada no se llene de iniquidad y para suscitar otro más hermoso. ¿Quieres ver una demostración de esto desde la Sagrada Escritura? Oye al profeta Isaías: «Se enrollan como un libro los cielos, y todo su ejército palidece como palidece el sarmiento de la cepa, como una hoja mustia de higuera» (Is 33, 4). Y el Evangelio dice; «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo» (Mt 24, 29). No estemos, por tanto, apesadumbrados como si sólo nosotros tuviésemos que morir, pues también mueren las estrellas, aunque quizá resurjan de nuevo. El Señor hará que los cielos se plieguen y no para hacerlos perecer sino para hacer otros más hermosos. Escucha al profeta David cuando dice: «Desde antiguo, fundaste tú la tierra, y los cielos son obra de tus manos; ellos perecen, mas tú quedas» (Sal 102, 26-27). Pero dirá alguno: abiertamente declara que perecerán. Escucha cómo dice «perecerán», pues desde lo que dice a continuación queda claro: «Todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido los mudas tú, y se mudan» (102, 27). De modo semejante a como se dice que el hombre perece, según aquello: «El justo perece, y no hay quien haga caso» (Is 57, 1), aunque se esté esperando la resurrección. Así, esperamos también como una resurrección de los cielos. «El sol se cambiará en tinieblas y la luna en sangre» (J 13, 4; Hech 2, 20; cf. Mt 24, 29). Sépanlo los que se han convertido de los maniqueos y no hagan dioses a los astros ni tampoco piensen impíamente que Cristo habrá de perder su luz algún día. Escucha de nuevo al Señor, que dice: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35), pues las criaturas no son del mismo valor ni tienen el mismo destino que las palabras del Señor.

Hablaremos de lo que ha de venir y de sus signos

   4. Pasarán, por tanto, las cosas visibles y llegarán las que se esperan mejores que éstas, pero que nadie busque con curiosidad cuál será el momento. Pues dice: «No os toca a vosotros conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad» (Hech 1, 7). Ni te atrevas a determinar cuándo sucederán estas cosas ni te quedes perezosamente adormecido. Pues también dice: «Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 44; cf. 42). Pero ya que era conveniente que conociésemos las señales de la consumación y puesto que es a Cristo a quien esperamos y para que no muriésemos decepcionados y fuésemos llevados a engaño por el Anticristo de la mentira, los apóstoles, impulsados por una moción divina y de acuerdo con los sabios designios de Dios, se acercan al verdadero Maestro y le dicen: «Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (Mt 24, 3). Esperamos que vengas una segunda vez, pero «Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Cor 11, 14). Ponnos, por tanto, a nosotros a buen recaudo, para que no adoremos a otro en tu lugar. Y él, abriendo su boca divina y bienaventurada dice: «Mirad que no os engañe nadie» (Mt 24, 4). También vosotros, los que ahora oís, miradlo ahora a él como si lo estuvieseis viendo con los ojos de la mente y escuchadlo como quien os está diciendo las mismas cosas: «mirad que nadie os engañe». Estas palabras os advierten a todos a que dirijáis vuestra mente a lo que se va a decir. Pues no se trata de una historia de cosas pasadas, sino de las que han de suceder, y es una profecía de lo que con certeza sucederá. Y no es que nosotros profeticemos, pues somos indignos de ello, sino que proclamamos en esta asamblea lo que está escrito y explicamos sus señales. Tú verás qué cosas de ésas ya han tenido lugar y cuáles quedan todavía por llegar. De ese modo puedes prevenirte.

Primera señal: los falsos mesías

   5. «Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "yo soy el Cristo" y engañarán a muchos» (Mt 24, 4-5). Estas cosas se han dado ya en parte. Pues esto ya lo dijo Simón Mago, y Menandro y otros cabezas de herejes(5) enemigos de Dios. Pero también otros lo dirán en nuestra época y después de nosotros.

Guerras y desastres naturales

   6. Segunda señal: «Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras» (Mt 24, 56). ¿Se trata, o no, de la guerra en la época actual de los persas contra los romanos por Mesopotamia? ¿Se levanta o no, «nación contra nación y reino contra reino» (Mt 24, 7)(6). «Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares» (Lc 21,11). Esto ya ha sucedido. Y, a su vez: «Habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo» (iba). «Velad, pues» dice, «porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42).

La traición y el odio como señales del fin

   7. Pero de la venida del Señor buscamos un signo propio nuestro, de la Iglesia: es decir, propio de la Iglesia, puesto que lo buscamos los que somos de la Iglesia. Pero dice el Salvador: «Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente» (Mt 24, 10). Si llegas a oír que los obispos están contra los obispos, los clérigos contra los clérigos(7), y que los pueblos llegan a enfrentarse unos contra otros, no te perturbes: ya lo predijo anteriormente la Escritura. No pongas tu atención en lo que ahora sucede, sino en lo que está escrito. Y aunque yo, que te estoy instruyendo, perezca, eso no quiere decir que tú hayas de ir a la muerte conmigo, sino que es preciso que el oyente llegue a ser mejor que el maestro y que el que llega el último pase a ser el primero (cf. Mt 20, 16), siendo así que el Señor recibe también a aquellos que llegan a la hora undécima (Mt 20, 6-7). Y si entre los apóstoles se dio la traición, ¿te asombras de que también entre los obispos se dé un odio entre hermanos? Y esta señal no sólo es entre los jefes, sino entre las masas. Pues dice: «Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará» (Mt 24, 12). ¿Es que acaso alguno de los presentes se gloriará de que su amistad con el prójimo es sincera y sin simulación? ¿No es muy frecuente que los labios se besen, sonría el rostro y se vea la hilaridad en los ojos, mientras en el interior se maquina el engaño y planea el mal el que habla en son de paz? (cf. Sal 28, 3).

Antes del fin, el Evangelio habrá sido predicado a todas las naciones

   8. Tienes también esta señal: «Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin» (Mt 24, 14). Y casi todo el orbe está ya lleno de la doctrina de Cristo(8).

La apostasía y el Anticristo

   9. Y, ¿qué sucederá después? Dice en lo que sigue: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación anunciada por el profeta Daniel(9), erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda)» (Mt 24, 15). Y, a su vez: «Entonces, si alguno os dice: "Mirad, el Cristo está aquí o allí", no le creáis» (Mt 24, 23). El odio fraterno abre paso después al Anticristo. El diablo prepara las divisiones entre los pueblos para, cuando llegue, ser acogido más favorablemente. Que no suceda que nadie de los presentes o cualesquiera siervos(10) que estén en cualquier parte se sume al enemigo. Escribiendo el apóstol Pablo acerca de esto, dio un signo claro al decir:

   Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo, lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios, ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve con vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida.

   La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades, que seducirán a los que se han de condenar (2 Tes 2, 3b- 1 Da)(11).

   Hasta aquí Pablo. Ciertamente, ahora se da la defección, pues los hombres se han apartado de la recta fe: unos afirman que el Hijo es Padre y otros que ha sido llevado a la existencia desde la nada. Y en otras épocas los herejes eran claramente perceptibles, pero ahora está la Iglesia llena de herejes ocultos. Los hombres se han apartado de la verdad y sienten el afán de novedades (cf. 2 Tim 4, 3-4):

   ¿Se trata de palabras artificiosamente compuestas para persuadir? Todos escuchan dulcemente: ¿son acaso palabras para la conversión del espíritu? Todos de hecho se apartan. Muchos se han apartado de las rectas doctrinas y son más propensos a elegir el mal que a aplicarse al bien. Se trata, por consiguiente, de la apostasía, y ya hay que esperar al enemigo. En parte ya comenzó a enviar sus precursores para venir él luego dispuesto a recoger el botín. Cuida, pues, de ti mismo, oh hombre, y pon a seguro tu alma. Te conjura a ti ahora la Iglesia (2 Tim 4, 1 ) en presencia del Dios vivo (cf. 1 Tim 6, 13) y te anuncia con antelación, antes de que suceda, lo que se refiere al Anticristo. No sabemos si estas cosas han de suceder en tu tiempo o han de ser posteriores a ti, pero lo mejor es que, sabiéndolas, te prevengas.

No dejarse engañar

   10. Pero Cristo, el Hijo unigénito de Dios, no vendrá ya de la tierra. Si viniere alguien diciendo que ha aparecido en el desierto, no salgas (cf. Mt 24, 26). Y si dicen: «Mirad, el Cristo está aquí o allí», no lo creas (cf. Mt 24, 23). No mires después a la tierra y a las profundidades, pues el Señor descenderá desde los cielos (cf. Hech 1, 1) y no él solo, como antes, sino con una gran compañía, rodeado de una muchedumbre de innumerables ángeles (cf. Jud. 14). Tampoco de modo imperceptible como el rocío sobre el retoño (Sal 72), sino resplandeciente como un relámpago. Pues él mismo dijo: «Como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del Hombre» (Mt 24, 27). Y además: «Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloría (12). El enviará a sus ángeles con sonora trompeta» (Mt 24, 30-31), etc.

El Anticristo, producto del diablo

   11. Pero ya anteriormente, cuando estaba previsto que se encarnase y cuando se esperaba que Dios naciese de la Virgen, el diablo había retorcido previamente la realidad falseándola y sembrando astutamente, entre los adoradores de ídolos como falsos dioses, fábulas sobre paternidades y engendramientos. De este modo, si la falsedad ganaba terreno, la razón, según él (el diablo) pensaba, no encontraría la fe. Pues bien, cuando el verdadero Cristo venga por segunda vez, el enemigo(13), aprovechándose de la expectación de los sencillos, sobre todo de los circuncisos, hará surgir un gran hombre, muy experto en las artes perversas de las hechicerías y los encantamientos(14) y que usurpará la autoridad del Imperio romano dándose a sí mismo falsamente el nombre de Cristo. De ese modo engañará, mediante este nombre de Cristo, a los judíos que esperan al Ungido (es decir, Mesías y Cristo)(15). También arrastrará a los gentiles con sus prodigios de magia y con sus engaños.

La llegada del Anticristo

   12. El Anticristo mencionado llegará cuando se hayan completado los días del imperio Romano(16) y esté ya muy próximo el fin del mundo. Diez reyes de los Romanos se levantarán a la vez en lugares quizá diversos, pero reinando todos a la vez. Después de estos, el undécimo será el Anticristo(17), que usurpará el poderío romano apoyándose en las artes de la magia. Humillará a los tres que reinaron antes de él (cf. Dan. 7, 24), pero a los siete restantes los tendrá sujetos a su dominio. En un principio simulará, como si fuese instruido y prudente, clemencia, moderación y humanidad, pero engañará a los judíos a través de señales y prodigios falsos provenientes de engaños mediante la magia como si él hubiese sido esperado como el Cristo. Después se caracterizará por la crueldad y el crimen, de manera que superará en maldad a todos los injustos e impíos que le precedieron. Dirigirá su ánimo sanguinario, de inflexible dureza, inmisericorde y cambiante, contra todos, pero especialmente contra nosotros los cristianos. Pero después de tres años y tres meses en que habrá realizado sus planes, será quitado de en medio por la segunda venida gloriosa, desde los cielos, del Hijo unigénito de Dios, nuestro Señor y Salvador Jesús, el Cristo verdadero, el cual, haciendo perecer con el aliento de su boca al Anticristo, lo entregará al fuego eterno.

Más detalles sobre la llegada del Anticristo

   13. Pero esto lo enseñamos, no imaginándonoslo, sino desde las Escrituras que la Iglesia lee, y sobre todo basándonos en la profecía de Daniel que hemos leído antes, tal como el arcángel Gabriel la interpretó con estas palabras: «La cuarta bestia será un cuarto reino que habrá en la tierra, diferente de todos los reinos». Los autores eclesiásticos nos han transmitido que se trata del Imperio romano. Pues el primero de los reinos ilustres fue el imperio de los asirios; el siguiente, el de los medos y los persas; el tercero, después de éstos, el imperio de los macedonios; el cuarto es el actual de los romanos. En lo que sigue, Gabriel hace esta interpretación: «Y los diez cuernos: de este reino saldrán diez reyes, y saldrá después de ellos otro que superará a todos los anteriores a él en males (Dan 7, 24 LXX). No sólo se refiere a aquellos diez, sino a todos los que le precedieron. «Y derribará a tres reyes» (ibid.): de aquellos diez de antes, como es evidente. Pero si humilla, de aquellos diez, a tres, él reinará como el octavo. Y dice: «proferirá palabras contra el Altísimo» (Dan 7, 25): será un hombre blasfemo, que no hará caso de las leyes, y que no habrá recibido de sus padres el reino, sino que se habrá adueñado del poder con las artes de la magia.

Utilizará a Satanás como instrumento de mentira

   14. Pero, ¿quién es éste o quién es el que realiza sus obras? Haznos de intérprete, Pablo. Su llegada, afirma, «estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos» (2 Tes 2, 9). Con esto se refiere a que utilizará a Satanás como instrumento que actuará personalmente y por sí mismo. Pues, sabedor de que no habrá demora en su juicio, ya no presentará batalla por medio de sus ministros, como de costumbre, sino más abiertamente por sí mismo: «con todas las señales y prodigios engañosos». Pues el que es «padre de la mentira» (Jn 8, 44) hará ostentación de las obras de mentira mediante apariencias fingidas, de manera que las muchedumbres crean que ven que un muerto ha resucitado sin que sea verdad, o a los cojos andar y a los ciegos recibir la vista, cuando en realidad no se da ninguna de estas curaciones.

Dominará sobre el Templo

   15. Y dice a su vez: «El Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto (2 Tes 2, 4; cf. Dan 11, 36 y, de nuevo, Apoc 13, 1-8)(18), hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios» (2 Tes, ibid.). Pero ¿de qué templo se trata, puesto que aquél de los judíos ya fue destruido? ¡Desde luego no se refiere a este templo en el que estamos! ¿Por qué decimos todo esto? No se trata en realidad de que experimentemos complacencia en nosotros mismos. Pero si él(19) ha de venir a los judíos como si fuera el Mesías y quiere ser adorado por los judíos para engañarlos más, hará gala de un grandísimo interés por el templo. Irá extendiendo la impresión de que es del linaje de David, el cual preparó el templo que Salomón había de construir. Pero entonces vendrá el Anticristo, y en el templo de los judíos no quedará piedra sobre piedra según el anuncio del Salvador (Mt 24, 2)(20), cuando hayan caído por hacerse viejos o al echarlos a tierra con el pretexto de nuevas construcciones, o al ser removidas todas las piedras por cualquier otra causa —y no me refiero a las piedras de fuera, sino a las de la estancia interior, donde estaban los querubines—, entonces vendrá aquel «con todas las señales y los portentos de la mentira». Se pondrá en contra de todos los ídolos y, en los comienzos simulará humanidad, pero después dará muestras de fiereza sobre todo contra los santos de Dios. Pues dice: «Yo contemplaba cómo este cuerno hacía la guerra a los santos» (Dan 7, 21). Y también en otro lugar: «Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones» (Dan 12, 1). Es una fiera terrible, un gran dragón para los hombres invencible, dispuesto a devorarlos(21). De él podemos decir muchas cosas basándonos en las Escrituras, aunque, ajustándonos a lo dicho, tendremos bastante de momento.

La persecución tendrá una duración y un límite

   16. Por ello, conociendo el Señor la fuerza de este adversario, concedió la venia a los piadosos diciendo: «Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes» (Mt 24, 16). Pero si alguien se cree de una enorme fortaleza, como para luchar contra Satanás, manténgase firme (pues yo no desespero del vigor de la Iglesia) y diga: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?...» (Rm 8, 35 ss.). Pero los que somos miedosos, pongámonos a seguro y, llenos de confianza, dispongámonos a la lucha. «Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla» (Mt 24, 21; Cf. Dan 12, 1). Pero gracias sean dadas a Dios, que ha limitado a pocos días la magnitud de esa aflicción. Dice, en efecto: «En atención a los elegidos se abreviarán aquellos días» (Mt 24, 22). Entretanto reinará el Anticristo tres años y medio. Y esto no lo decimos tomándolo de los apócrifos, sino de Daniel. Pues dice: «Y los santos serán entregados en sus manos por un tiempo y tiempos y medio tiempo» (Dan 7, 25; Apoc 12, 14-22). Y un «tiempo» es un año, en el cual su venida se acercará sensiblemente. Pero «tiempos» son los dos años restantes de la impiedad. Todos ellos, reunidos, son tres años y el «medio tiempo» son seis meses(22). A su vez dice Daniel esto mismo en otro lugar: «Oí... jurar... por aquel que vive eternamente: «Un tiempo, tiempos y medio tiempo» (Dan 12,7)(23). Quizá también algunos(24) han interpretado en este sentido lo que sigue: «Mil doscientos noventa días». Y también esto: «Dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco días» (Dan 12, 11-12). Por eso conviene ocultarse y huir, pues tal vez no terminaremos las ciudades de Israel hasta que venga el Hijo del hombre (cf. Mt 10, 23).

Dios permitirá la persecución final

   17. ¿Quién será el bienaventurado que entonces sufrirá piadosamente el martirio por Cristo? Pues yo diría que los mártires de esa época estarán por encima de todos los mártires. Porque los mártires de tiempos anteriores sólo han luchado con hombres. Pero quienes vivan en la época del Anticristo saldrán a la lucha con el mismo Satanás en persona. Los reyes que entonces fueron perseguidores, entregaban a la muerte, pero no simulaban que ellos resucitasen a los muertos ni hacían ostentación de señales y prodigios aparentes. Pero éste (el Anticristo) provocará a la vez el terror y el engaño «capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos» (Mt 24, 24). Que a nadie de los que entonces vivan le venga a la mente este pensamiento: ¿Es que Cristo hizo algo más que éste? ¿Con qué poder hace (el Anticristo) estas cosas? Ciertamente, si Dios no hubiera querido, no lo habría permitido. El Apóstol te previene y avisa: «Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira» (2 Tes 2, 1 1 ) (nótese que pone «envía» en lugar de «permite»), no para que encuentren excusa, sino «para que sean condenados» (2, 12). ¿Cómo es que es así? «Todos cuantos no creyeron en la verdad», esto es, en el Cristo verdadero, sino que «prefirieron la iniquidad», es decir, el Anticristo. Estas cosas, sin embargo, las permite Dios, tanto en las persecuciones que aparecen en las diversas épocas como en aquel tiempo venidero. Y no porque no las pueda impedir, sino queriendo coronar —según su costumbre, a través del sufrimiento— a sus propios combatientes, del mismo modo que a sus profetas y apóstoles. De este modo, tras el esfuerzo de un breve tiempo, poseerán como herencia eterna el reino de los cielos. Como dice Daniel: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo, todos los que se encuentren inscritos en el Libro» (Dan 12, 1)(25). Está claro que se refiere al Libro de la vida. «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra, se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad» (12, 2-3).

Ultimas advertencias sobre el Anticristo

   18. Protégete, pues, hombre, a ti mismo. Sabes ya los signos del Anticristo. No los recuerdes sólo para ti, sino comunícalos también, sin envidia, a todos (cf.Sab 7, 13). Si tienes un hijo según la carne, instrúyelo ya y adviértele. Y si engendraste a alguien por la catequesis(26), haz que sea cauto y que no tome a un falso Mesías por verdadero. «Porque el misterio de la impiedad ya está actuando» (2 Tes 2, 7). Me aterrorizan las guerras entre las naciones, me aterrorizan las escisiones de las Iglesias, me aterroriza el odio mutuo entre hermanos. Y estas cosas se mencionan, pero que no se hagan realidad en nuestros tiempos, aunque, entre tanto, seamos cautos. Y con todo esto es suficiente acerca del Anticristo.

La espera de la venida definitiva del Señor

   19. Pero levantemos la vista y esperemos al Señor, que ha de venir en las nubes desde los cielos. Entonces sonarán las trompetas de los ángeles. Los que hayan muerto en Cristo resucitarán primero, los piadosos que estén con vida serán tomados en las nubes y recibirán el premio a sus trabajos. Así serán también honrados en lo humano, ya que lucharon por encima de las fuerzas humanas. Como dice el apóstol Pablo, al escribir: «El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor» ( I Tes 4, 16-17).

Señales de la venidas28

   20. El Eclesiastés contempla esta venida del Señor y la consumación del mundo diciendo: «Alégrate, mozo, en tu juventud» (Ecl 1 1, 9). Y en lo que sigue: «Aparta el mal humor de tu pecho y aleja el sufrimiento de tu carne» (11, 10). «Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, mientras no vengan los días malos... mientras no se nublen el sol y la luz, la luna y las estrellas, y retornen las nubes tras la lluvia» ( 12, 1-2): mientras no se eche a perder el cordón de plata (se refiere al conjunto de los astros, cuyo aspecto es semejante a la plata) y se deshaga la flor de oro (con ello se hace referencia al sol por su aspecto áureo; las plantas son conocidas por sus flores, de las que salen radialmente sus pétalos). A la voz de las aves se levantarán y echarán la vista desde lo alto; se verá el pánico por los caminos. ¿Qué es lo que verán? Y entonces «verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo» (Mt 24, 30). «Y se lamentará el país, cada familia aparte» (Zac 12, 12). ¿Y qué es lo que sucederá con la venida del Señor?: «Florecerá el almendro, estará grávida la langosta y perderá su sabor la alcaparra» (Ecl 12, 15). Pero, como dicen los intérpretes, un almendro que florece señala que el invierno ya ha pasado. Lo que sucederá es que en aquel tiempo, tras el invierno, florecerán nuestros cuerpos como flor celestial. «Estará grávida la langosta» (revistiéndose de plumas) «y perderá su sabor la alcaparra» (es decir, los inicuos, semejantes a las espinas, serán dispersados)(27).

Todo está predicho en la Escritura

   21. Ves cómo todo anuncia la venida del Señor y te das cuenta de cómo han conocido el sonido del pájaro. Veremos qué voz: «El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo» (1 Tes 4, 16). El ángel lo proclamará y dirá a todos: «¡Salid al encuentro del Señor!»(28). Y el descenso del Señor causará terror, David dice: «Viene nuestro Dios y no se callará. Delante de él, un fuego que devora, en torno a él, violenta tempestad», etc. (Sal 50, 3). Viene hasta el Padre, según lo que se ha leído de la Escritura, el Hijo del hombre entre las nubes del cielo (cf. Mt 24, 30; Dan 7, 13), mientras un río de fuego, por el que los hombres son probados, fluye ante él (cf. Dan 7, 10). Si alguien tiene obras de oro, cobrará mayor brillo, pero si son como la paja y desprovistas de fuerza, serán abrasadas por el fuego (cf. 1 Cor 3, 12-15)(29). Y el Padre se sentará, «su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana» (Dan 7,9). Estas cosas están dichas al modo humano. ¿Por qué razón? Porque es rey de aquellos que no se han manchado con el pecado. Pues dice: «Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán» (Is 1, 18), lo cual es como un signo de los pecados perdonados como si no hubiesen sido cometidos. Vendrá el Señor desde los cielos en las nubes, él, que ascendió entre las nubes (cf. Hech 1, 9-10) y el mismo que dijo: «Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria» (Mt 24, 30).

La última venida y la aparición de la cruz

   22. Pero ¿cuál es la señal de su venida, no sea que alguna potestad contraria se atreva a imitarlo? «Entonces -dice- aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre» (Mt 24, 30). Pero el signo verdadero y propio de Cristo es la cruz. El signo de una cruz luminosa precede al rey, mostrando al que anteriormente fue crucificado, para que, viéndolo quienes lo atormentaron y los judíos que con sus insidias lo acosaron, se lamenten unos contra otros (cf. Zac 12, 10, 12) diciendo: éste es el que fue abofeteado, aquel en cuyo rostro escupieron y a quien encadenaron, el que fue despreciado al ser crucificado. Dirán: «¿A dónde huiremos del rostro de tu cólera?». Pero, rodeados por los ejércitos angélicos, nunca podrán escapar. El signo de la cruz será el terror de los enemigos. Pero será la alegría para los amigos que en él creyeron, o bien lo anunciaron o padecieron por él. ¿Quién tendrá la dicha de ser contado entonces entre los amigos de Cristo? No despreciará a sus propios siervos un rey tan glorioso, que está acompañado por una corte de ángeles y estará sentado en el trono junto al Padre. Y para que los elegidos no sean confundidos con los enemigos, «enviará a sus ángeles con sonora trompeta y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos» (Mt 24, 31). Si no abandonó a Lot.(30), que era uno solo, ¿cómo abandonará a numerosos justos? «Venid, benditos de mi Padre» (Mt 25, 312), dirá a aquellos que entonces serán transportados en carros de nubes y serán reunidos por los ángeles.

Será una liberación que no abandonará a nadie

   23. Pero dirá alguno de los que están aquí: «No estoy preparado o quizá en aquel tiempo me encuentre enfermo en el lecho» o, tal vez, «yo, mujer seré cogida en la cama». «¿Seremos, pues, desechados?(31). Ten confianza, pues el juez no tiene acepción de personas. No juzgará según la gloria humana y «no juzgará por las apariencias» (Is 11, 3). No prefiere los eruditos a los incultos ni los ricos a los pobres. Aunque estés en el campo (cf. Mt 24, 40), te tomarán los ángeles. No pienses que acogerá a los terratenientes y te dejará a ti, que eres labrador. Incluso aunque seas siervo o pobre, no sientas preocupación. El que tomó «condición de siervo» (Flp 2, 7) no despreciará a los siervos. Aunque estés enfermo en el lecho, está escrito: «Estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado» (Lc 17, 34). Aunque, forzado por la necesidad, te encuentres postrado en cama, seas hombre o mujer, y aunque tengas hijos o estés sentado junto a la muela (cf. 17, 35) no pasará de largo junto a ti el que «abre a los cautivos la puerta de la dicha» (Sal 68, 7). El que llevó a José desde la servidumbre y la cárcel al reino(32), te conducirá también a ti, rescatado de tus aflicciones, al reino de los cielos. Sólo tienes que confiar, actuar y luchar con ardor(33). Nada habrá sido para ti en vano. Se ha tenido en cuenta toda tu oración y tu recitación de los salmos, todas tus limosnas y todo tu ayuno, la pureza y la castidad de tu amor conyugal o la continencia que has asumido por Dios. En estos balances ocupan el primer lugar la virginidad y la integridades(34) y resplandecerá, en ese caso, como ángel. Pero del mismo modo que las cosas alegres las oíste con gozo, oye también pacientemente lo contrario. Pues también se han tenido en cuenta tus robos y tu vida libertina. Se te han contado el juramento en falso, la blasfemia, el uso de los filtros mágicos, el hurto, el homicidio. Todas estas cosas te serán tenidas en cuenta si las vuelves a cometer tras el bautismo. Pues se borran las que se cometieron antes de él.

La muchedumbre de los testigos en el momento final

   24. Dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles» (Mt 25, 31). Date cuenta, oh hombre, de cómo entras en un juicio con muchísimos testigos. Se encontrará entonces presente todo el género humano. Piensa, por ejemplo, cuán numerosa es la nación romana. Piensa también en la muchedumbre de los pueblos bárbaros y en la que había hace cien años. Calcula cuántos habrán muerto desde hace mil años. Estoy pensando en mi interior en los que han existido desde Adán hasta el presente. Es una multitud ingente: sin embargo, es todavía pequeña en comparación con los ángeles. Estos son aquellas noventa y nueve ovejas (Lc 15, 4), unidas al resto del género humano. Pues el número de habitantes se ha de calcular según las dimensiones de los distintos lugares. Toda la tierra no es más que como un punto en medio del cielo, y el cielo que la rodea contiene una muchedumbre de habitantes de acuerdo con sus dimensiones. Y los cielos de los cielos abarcan un número superior a todo cálculo. Está escrito: «Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él» (Dan 7, 10; cf. Apoc 5, 11)(35). Y no porque la muchedumbre esté limitada a ese número, sino porque el profeta no ha sido capaz de expresar una multitud más amplia. Estará presente, pues, entonces Dios, padre de todos, con quien estará sentado Jesucristo, y a la vez estará presente el Espíritu Santo. A todos, con lo que hicimos, nos convocará la trompeta angélica. Por todo esto, ¿no conviene que actuemos ya con solicitud y con temor? Y no creas, oh hombre, que —incluso sin contar con el suplicio— es pequeño castigo el ser condenado ante tantos testigos. ¿Acaso no preferimos morir mil veces antes que ser condenados por los amigos?

El juicio final

   25. Sintamos, pues, pavor, hermanos, de modo que no nos condene Dios, el cual, para condenar, no tiene necesidad de pesquisas ni listas de agravios. No digas: era de noche cuando me di al libertinaje o cuando practiqué la magia o cuando hice cualquier otra cosa, y no había allí hombre alguno. Por tu conciencia serás juzgado entre «juicios contrapuestos de condenación o alabanza... en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres» (Ro». 2, 15- 16). El terrible rostro del juez te forzará a decir la verdad o, más bien, te declarará convicto aunque no la confieses: pues serás resucitado teniendo a tu alrededor tus pecados o tus obras justas. Y esto lo declarará el juez mismos(36) (Cristo es el que juzga: «Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo» (Jn 5, 22), no privándose de una potestad, sino juzgando a través del Hijo. Pues el Hijo juzga por voluntad del Padre, ya que no es uno el deseo del Padre y otro el del Hijo, sino que son uno e idéntico en ambos) ¿Qué dice, pues, el juez de si también tendrán, o no, que comparecer tus obras? «Serán congregadas delante de él todas las naciones» (Mt 25, 32). Pues conviene que ante Cristo «toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10; cf. Rom 14, 11)(37), «Separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos» (Mt 25, 32). ¿Cómo hace el pastor la separación? ¿Acaso buscando en el libro quién es oveja y quién cabrito? ¿O no juzga, más bien, por lo que ve? ¿No señala la lana quién es la oveja y, en cambio, una piel áspera delata al cabrito? Así también tú, si has sido purificado de tus pecados, tus acciones serán después como pura lana (cf. Is 1, 18); tu vestido permanecerá impoluto y siempre dirás: «Me he quitado mi túnica ¿cómo ponérmela de nuevo?» (Cant 5, 3). Por tu vestido serás reconocido como oveja. Pero si se te encuentra velludo, a ejemplo de Esaú, que, con pelo áspero y de pensamiento retorcido, perdió por un alimento los derechos de primogénito y vendió su prerrogativa (Gén 25, 29-34; cf. Hebr 12, 16), serás colocado a la izquierda (cf. Mt 25, 33). Pero lejos de ninguno de los presentes apartarse de la gracia o que por sus malas acciones sea puesto a la parte izquierda, con los pecadores.

   26. Es un juicio tremendo y hay verdaderamente lugar para el temor por las cosas que se anuncian como que han de seguir. Lo que se presenta es el reino de los cielos, pero está preparado un fuego eterno (Mt 25, 41). Alguno dirá: «¿Cómo escaparemos del fuego? ¿Cómo entraremos en el Reino?». Responde: «Tuve hambre, y me disteis de comer» (Mt 25, 35). Aprended el camino, pues no se trata ahora de una alegría, sino de que llevemos a la práctica lo que se dice. «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (35-36). Si esto haces, reinarás, pero, si lo pasas por alto, serás condenado. Comienza, pues, ahora ya a realizar estas cosas y persevera en la fe, no sea que, a ejemplo de las vírgenes necias, seas excluido por falta de aceite (25, 10-12). No te confíes simplemente porque tienes la lámpara, sino tenla también encendida (Mt 5, 16). Brille la luz tuya de las buenas obras ante los hombres, de modo que no sea blasfemado Cristo a causa tuya (cf. Rm 2, 24). Vístete el vestido de la incorrupción(38), brillando por tus buenas obras (cf. 1 Tim 2, 10) y administra debidamente cualquier cosa que hubieres recibido del Señor para administrar (cf. Mt 25, 14-30). ¿Se te ha confiado dinero? Adminístralo bien. ¿Se te ha otorgado una palabra de ciencia? Repártela cuidadosamente. ¿Eres capaz de llevar las almas de los oyentes a la fe? (cf. Hech 2, 42). Hazlo diligentemente. Muchas son las posibilidades de administrar bien. Tanto como para que ninguno de nosotros sea arrojado a la condenación, sino que corramos con confianza al encuentro de Cristo, rey eterno, que reina por los siglos. Pues reina por los siglos el que juzga a los vivos y a los muertos después de que murió por los vivos y por los muertos. Y, como dice Pablo: «Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos» (Rm 14, 9).

Su reino no tendrá fin

   27. Y si oyes a alguien que el reino de Cristo habrá de tener un final, lanza una maldición contra esta herejía. Pues se trata de la segunda cabeza del dragón (cf. Apoc 12, 3), que recientemente se desarrolló en Galacia. Hubo quien se atrevió a decirte que, tras el fin del mundo, el que habría de reinar no sería Cristo, pero tampoco se atrevía a declarar que el Verbo habría salido del Padre(40) y que a él habría de volver de nuevo, vomitando así (el mencionado) tales blasfemias para su propia perdición. Pues no oyó al Señor que dice: «El Hijo se queda para siempre» (Jn 8, 35)(41). No oyó a Gabriel, que dice: «Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 33). Observa lo que se dice: Ahora los herejes enseñan en contra de Cristo, mientras que el arcángel Gabriel enseñó la permanencia perpetua del Salvador. ¿A quién, pues, debes mostrar más fe? ¿No es a Gabriel? Escucha este testimonio de Daniel.

   «Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dn 7, 13-14).

   Esto es lo que debes aceptar y creer. Arroja lejos de ti lo herético. Pues has oído cosas muy claras acerca de que nunca tendrá fin el reino de Cristo.

   Todo, en el Antiguo Testamento, apuntaba al Reino del Hijo

   28. Tienes también algo semejante en la interpretación de la piedra que se ha separado del monte sin la intervención de mano alguna (Dan 2, 34), que es Cristo según la carne: «Y este reino no pasará a otro pueblo» (8, 44). Y David, en una ocasión, dice: «Tu trono, oh Dios, permanece para siempre» (Sal 45, 7 LXX)(42). Y, en otro lugar: «Desde antiguo fundaste tú la tierra... ellos perecen, más tú quedas... Pero tú siempre el mismo, no tienen fin tus años» (Sal 102, 26-27, 28). Todo lo cual lo interpretó Pablo aplicándolo al Hijo (cf. Hebr 1, 8-10)(43).

Todos sus enemigos serán puestos a sus pies

   29. ¿Quieres saber cómo llegaron a semejante demencia quienes enseñan lo contrario a esto? Torcidamente leyeron lo que el Apóstol rectamente dejó escrito: «Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies» ( I Cor 15, 25; cf. Sal 110, 1), a lo que dicen: cuando sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies, ya no reinará más. Esto lo afirman de modo perverso y necio. Pues el que ya es rey antes de haber derrotado a sus enemigos ¿no lo será mucho más después de haberlos vencido?(44).

Para integrarse todo con Cristo en el plan del Padre

   30. Está escrito aquello de: «Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá(45) a Aquel que todo se lo sometió» (I Cor 15, 28). Se han atrevido a decir también que esto significa que el Hijo ha decidido marcharse al Padre, pero (decís que) vosotros, los más impíos de todos, ¿permaneceréis como obras de Cristo eternamente, pero él, por quien vosotros fuisteis hechos junto con todo lo demás, desaparecerá totalmente? Esto es sin duda blasfemo. ¿Cómo le serán sometidas todas las cosas, destruidas o todavía íntegras? ¿O se dará el caso de que se conserven las cosas sometidas al Hijo, pero perecerá el Hijo, que se debe al Padre? Realmente aquel se someterá a éste46, no como si entonces empezase a ceder ante el Padre —pues desde la eternidad hace «siempre lo que le agrada a él» (Jn 8, 29)— sino porque también entonces obedecerá. No será esto prestando una obediencia forzada, sino con la espontánea voluntad de someterse. Pues no es un criado, que se somete por la fuerza, sino que es Hijo que realiza las cosas porque así lo siente y por amor.

Vencidos los enemigos, no acabará el Reino de Cristo

   31. Pero preguntémosles el alcance que tiene el «hasta cuando» y el «hasta que». Utilizando estas expresiones(46), intentará como desde muy cerca, destruir el error. Al decir aquello de «hasta que ponga a sus enemigos bajo sus pies» se atrevieron a decir que ello significa su fin, que el reino eterno de Cristo tiene en realidad límites y no temieron poner con sus palabras limitaciones a su infinita potestad. Algo del mismo estilo se puede leer en el Apóstol: «Pero reinó la muerte desde Adán hasta Moisés» (Rm 5, 14). ¿Acaso los hombres morían hasta entonces y nadie murió ya después de Moisés? ¿No hubo ya muerte después de la Ley? Ves que la palabra «hasta» no significa que el tiempo se acabe. Lo que Pablo quiere indicar es que, aunque Moisés fue un hombre justo y admirable, no obstante, la sentencia de muerte pronunciada contra Adán le alcanzó a él y a quienes le siguieron. Ello sucedió aunque no pecasen de un modo semejante a Adán al incumplir la prohibición de comer del árbol.

«Hasta» (1 Con 15,25) no significa que el Reino de Cristo tenga un final

   32. Oye, además, otra frase semejante: «Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones» (2 Cor 3, 15). ¿Es que acaso el «hasta el día de hoy» se extenderá sólo hasta Pablo, y no más bien hasta el momento actual y hasta la consumación última? Pero Pablo dice a los Corintios: «Hasta vosotros hemos llegado con el Evangelio de Cristo»... y «esperamos, mediante el progreso de vuestra fe... extendiendo el Evangelio más allá de vosotros» (2 Cor 10, 14-15, 16). Claramente ves que el hasta no designa un tope, sino que se refiere a algo que después continúa. ¿Cómo debes entender, pues, aquello de «hasta que ponga a los enemigos»? En el mismo sentido como se expresa el mismo Pablo en otro lugar: «Exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy» (Hebr 3, 13), es decir, siempre y continuamente. Pues, así como no se debe hablar de un comienzo de los días de Cristo (cf. Hebr 7, 3)(47) no soportes tampoco que se hable del fin de su reino. Pues «reino eterno es su reino» (Dan 3, 100 LXX)(48), como está escrito.

Conclusión

   33. Y otras muchas cosas podrían decirse, basándose en la Sagrada Escritura, sobre el reino de Cristo que nunca por los siglos tendrá fin. Sobre ello tengo suficientes testimonios, pero, por lo avanzado del día, me doy por contento con lo dicho. Pero tú, que estás escuchando, adora sólo a aquel rey y evita todo error herético. Si la gracia de Dios lo permite, todo lo demás que atañe a la fe se os explicará en su momento. Y el Dios de todas las cosas os guarde, acordándoos de las señales de la consumación del mundo y sin dejaros vencer por el Anticristo. Oíste los signos del que ha de venir en su plenitud. Oíste las pruebas del verdadero Mesías, que ha de venir manifiestamente de los cielos. Huye del Mentiroso, espera al que es el Verdadero. Has sido instruido en el camino en el que, al ser juzgado, serás encontrado a su derecha (cf. Mt 25, 34). «Guarda el depósito» (I Tim 6, 20)(49) acerca de Cristo, realizando con decoro buenas obras, para que obtengas el Reino de los cielos, manteniéndote en pie con confianza ante el juez. Por quien y con quien sea gloria a Dios con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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NOTAS

  • [1] El argumento de la catequesis es, pues, evidente; los cristianos esperan una segunda y definitiva venida de Cristo. Esta venida última es para el cristiano un motivo de seguridad y esperanza. El tema queda, sin embargo, siempre descentrado cuando, al interpretar de un modo inadecuadamente literal el lenguaje apocalíptico acerca de las señales precursoras del fin del mundo, se intenta -como ha sucedido a veces- explicar que en cualquier presente de la Iglesia y de la humanidad se están dando esas señales precursoras. Igualmente se hace más que problemática la identificación del «Anticristo» con el Imperio romano, y en general toda excesiva concreción de las circunstancias del fin de la historia. El deseo y la esperanza de que el Señor venga (cf. Apoc 22, 20), sentimiento esencial del cristiano, no pueden convertirse en un examen de la página de sucesos más atento a comprobar lo mal que los hombres hacen las cosas que al anhelo de una renovación última en Cristo de todo lo creado. 
  • [2] Más exacto parecería traducir con interrogante: «Esto has hecho tú ¿y he de callarme?».
  • [3] El contexto de este pasaje se extiende hasta I Cor 3, 15; «139b Y la calidad de la obra de cada uno la probará el fuego. 14Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. 15Mas aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. El no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego». Aunque no se refiere directamente al purgatorio, todo el pasaje de I Cor y los párrafos de la catequesis de Cirilo en los que estamos se mueven dentro del ámbito judicial, y en I Cor 3, 15 se ha querido ver con frecuencia una alusión al tema del purgatorio.
  • [4] «Este mundo presente» (ho kósmos houtos) parece hacer referencia al mundo en su actual situación, pero excluye una «desaparición» total del mundo y del universo, Cf. PG 33, 874, nota 8, que de manera imprecisa relaciona la cuestión con el teólogo Orígenes. 
  • [5] Todo el episodio de Simón Mago, la admiración que despertaba su posterior conversión inicial y su actua ción ambigua están descritos en Hech. 8, 9-25. Por otra parte, históricamente son más importantes otras pretensiones nacionalistas o mesiánicas de otros personajes judíos. Hech 5, 36-37 menciona los casos de Teudas y Judas el Galileo, citados también por el historiador Flavio Josefo. Ambos parecen haber actuado en los comienzos del siglo 1. Más importante es la rebelión encabezada por BarKoshebá, entre los años 132-135, que también adquirió tintes pretendidamente mesiánicos.
  • [6] De acuerdo con lo dicho en la nota 1, y a la vista de la experiencia histórica, el cristiano actual sería muy cauto a la hora de identificar ninguna guerra con la guerra del final de la historia humana.
  • [7] Dentro de lo compleja que ha sido siempre la historia doctrinal de la Iglesia, ya en la época de Cirilo existía una experiencia abundante de dicha complejidad. Las luchas habían llegado a su punto culminante en la controversia arriana. Puesto que en el arrianismo es la interpretación de la realidad de la persona de Cristo lo que estuvo en juego, es posible que, teológicamente, nunca haya existido un momento de mayor gravedad en la Iglesia, quizá ni siquiera en las escisiones posteriores de Oriente y de Occidente. 
  • [8] En la práctica, la predicación del Evangelio a todas las naciones es, como señal del fin de los tiempos, mucho más difícil de concretar de lo que puede parecer a primera vista. Es evidente que el «universo mundo», la oikouméne que Cirilo contempla y que en la época del Imperio romano se admite como tal, es mucho más limitada que lo que han dado a conocer los descubrimientos geográficos de la historia posterior. Por otra parte, los cambios de época en la civilización siempre dejan el mundo como por «explorar» y cambiar de nuevo. Por eso es necesario, una y otra vez, en distintas épocas de la historia, proceder siempre a una nueva evangelización. 
  • [9] Cf. Dan 11, 31: «De su parte surgirán fuerzas armadas, profanarán el santuario-ciudadela, abolirán el sacrificio perpetuo y pondrán allí la abominación de la desolación». Cf. 12, 11. Vid. supra, cat. 4, núm. 15. Debe tenerse en cuenta que lo que es en Mateo el discurso escatológico de Jesús combina literariamente el anuncio de la ruina de Jerusalén -que, por obra del ejército romano, tuvo lugar el año 70- con el anuncio del fin de la historia humana. La Biblia de Jerusalén lo explica perfectamente en una nota general al comienzo de Mt 24. 
  • [10]  Siervos del Señor. 
  • [11] En la tradición cristiana, influida por Daniel, este adversario recibirá el nombre de Anticristo, cf, I Jn 2,18; 4,3; 2 Jn 7». Todo este lenguaje, apocalíptico y misterioso, aparece con toda su fuerza en pasajes posteriores del Nuevo Testamento, como Apoc 13 (también inspirado en Dn 7) y 17, 10-14. Este pasaje, unos doscientos cincuenta años anterior, como todo el Apocalipsis, a las catequesis de Cirilo, expresa, en toda su crudeza, la oposición entre la Iglesia y el mundo del Imperio romano del siglo I. Los «diez reyes» mencionados en 17, 12 son interpretados posteriormente por Cirilo con una presunta y excesiva precisión. Sin embargo, de todo esto hay algo cierto y esencial, la oposición que para el cristiano siempre existirá entre la Iglesia y el espíritu del mundo, el cual también, como «la abominación de la desolación», siempre tenderá a introducirse en aquélla.
  • [12] El estilo apocalíptico parece estar inspirado en Dn 7, 13-14:

    «13 Yo seguía contemplando en las visiones de la noche:
    y he aquí que en las nubes del cielo venía
    como un Hijo de hombre.
    Se dirigió hacia el Anciano
    y fue llevado a su presencia.
    14 A él se le dio imperio, honor y reino
    y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron.
    Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará,
    y su reino no será destruido jamás».

    El velado lenguaje de Daniel da a entender en la expresión «Hijo de hombre» -más allá de su sentido literalmente primario: simplemente «hombre- una concepción supereminente de éste y que se ha de manifestar en los últimos tiempos. Es decir, es la imagen del hombre que se ha de manifestar en la parusía de Cristo, en el instante de su última venida. Sin embargo, desde Jesucristo, y de un modo análogo a como ocurría por otra parte con los cantos del Siervo de Isaías, se manifiesta la que habrá de ser la realidad de la última condición humana, escatológica. Pero ello se cumple en primer lugar en Jesús, a quien se le ha de dar «imperio, honor y reino, y todos los pueblos naciones y lenguas» le habrán de servir.

  • [13] De nuevo, el diablo. 

  • [14] Sobre esto irá dando la catequesis detalles en los núm. 12 y 14. 

  • [15] Recuérdese una vez más que «Mesías» y «Cristo» significan «Ungido».

  • [16] La insistencia en afirmar que el fin del mundo vendrá tras la caída del Imperio, históricamente errónea, puede interpretarse a través de lo dicho anteriormente en nota 12. Tal vez el afán de precisión se debe a una cierta admiración por muchos de los Padres de la solidez de la civilización romana. Esto es más comprensible a partir del cese de las persecuciones en el segundo decenio del siglo IV. Muy a gusto en la cultura y en la civilización clásicas parecieron encontrarse a menudo hombres de la talla de Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niseno, en Oriente y, en Occidete, Ambrosio y Agustín. 

  • [17] El texto se mantiene todavía en una interpretación literal de Apoc 17, 12 (y su contexto): «Los diez cuernos que has visto son diez reyes (cf Dan 7, 24 ss.) que no han recibido aún el reino; pero recibirán con la Bestia la potestad real, sólo por una hora». En Apoc 17, 9-10, se decía mencionando las siete cabezas de la Bestia: «Son también siete reyes: cinco han caído, uno es y el otro no ha llegado aún». «Siete emperadores romanos, el sexto de los cuales reina actualmente. Siete es una cifra simbólica de totalidad. Juan no se pronuncia sobre el número y la cronología de los emperadores». Lo único que es cierto es que Cristo -en el ambiente creado por la catequesis- es, por su venida definitiva, que espera el fiel, la única esperanza segura en medio de la hostilidad del mundo pagano en la época de las persecuciones. Toda esa temática es básica en la interpretación del Apocalipsis.

  • [18] «...sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto». Cirilo añade aquí entre paréntesis, como en nota: «comoquiera que habrá de odiar incluso a los ídolos». 

  • [19] El Anticristo. 

  • [20] Algunos Padres (cf. PG 33, 889-890, nota 3) interpretaron la palabra de Jesús en Mt 24, 2 sobre la futura ruina total del templo como si sólo fuese a cumplirse plenamente en el fin del mundo. Así se entenderían las presentes afirmaciones de la catequesis Históricamente, tras la destrucción del año 70, se produjo un nuevo expolio de las ruinas en la época de Juliano el Apóstata. 

  • [21] Es muy interesante el contexto, ya mencionado, de Apoc 12, 14, que abarca todo el cap. 12, sobre la Mujer, figura de la Iglesia (y de María) y el Dragón. Todo el capitulo expresa la difícil situación de la primitiva Iglesia en medio del Imperio. A Apoc 12, 15 («Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente»)

  • [22] Sobre los «tiempos» como años, cf, Dan 4, 13; Apoc 11, 2-3. Cf. los «tres años y seis meses» en que se cifra la duración de la sequía en tiempos de Elías (Lc 4, 25 en referencia a I Re). Es como una especie de duración estándar que se atribuye a los tiempos de dificultad o de persecución. 

  • [23] El ambiente de persecución queda reflejado en el resto del versículo: «...y todas estas cosas se cumplirán cuando termine el quebrantamiento de la fuerza del Pueblo santo». Dan 12, 7 es en gran parte retomado y aplicado a la Iglesia por Apoc 10, 5-7.  

  • [24] Expresamente puede hablarse de Hipólito, Jerónimo y Teodoreto (cf. PG 33,894, nota 5). 

  • [25] Se vuelve a sugerir la idea de una elección. Cf., aunque en medio de abundantes expresiones figuradas, Ex 32,32-33, Sal 69, 29; Lc 10,20 Apoc 20, 12.  

  • [26] Nueva alusión clara a que, entre los oyentes, no sólo se encuentran catecúmenos, sino también bautizados que pueden estar ejerciendo el oficio de catequistas. 

  • [27] Cirilo realiza aquí una combinación de algunos fragmentos de un poema del Eclesiastés con su propia capacidad literaria y otros versículos de Mt y Zac para exponer las señales cósmicas de la venida del Señor. En todo esto, el hecho seguro que el cristiano aguarda es la consumación final de la historia. Las circunstancias cósmicas externas pueden ser unas u otras y, lógicamente, no pertenecen a la sustancia del mensaje. Todas las explicaciones entre paréntesis se encuentran de ese modo en el texto de la catequesis. 

  • [28] Posiblemente hay aquí, de la parábola de las diez vírgenes, una alusión a Mt 25,6: «¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!». 

  • [29] Cf. anteriormente, núm. 2, nota 4.

  • [30] El sobrino de Abraham. Tras la destrucción de Sodoma y Gomorra, ciudades en las que Lot ha pasado por momentos dificiles (cf, por ejemplo, Gén 19, 4 ss.) el v. 29 menciona que Dios «puso a Lot a salvo de la catástrofe, cuando arrasó las ciudades en que Lot habitaba» 

  • [31] En estas frases, probable alusión a Lc 17, 34.35. 

  • [32] La acción de Dios en José ha sido evocada en la cat. 8, núm. 4. 

  • [33] Quedarse sólo en la literalidad de las imágenes empleadas por los evangelios para describir el día final seria empobrecer el mensaje cristiano acerca de la consumación definitiva. No se trata, en efecto, de ofrecer ninguna especie de reportaje anticipado acerca de cómo se habrán de desarrollar los acontecimientos del final de la historia humana, sino de expresar un motivo de esperanza cierta en la liberación definitiva.. Por eso, en el Nuevo Testamento se emplea a menudo la palabra redención (etimológica y semánticamente «rescate») para expresar la actuación de Dios con los justos al final de la historia humana. Cf., especialmente, Rom 8, 18-25. Vid. Ef 4, 30. 

  • [34] «Integridad» es, en el lenguaje ascético clásico, sinónimo de virginidad. 

  • [35] Apoc 5, 11, inspirado en Daniel, se enmarca dentro de la gran liturgia en torno al Cordero degollado y triunfante, al que han sido entregados los destinos del mundo y al que se asociarán «los que vienen de la gran tribulación» y «han lavado sus túnicas y las han blanqueado con la sangre del Cordero» (7, 14). Sobre todo esto, en el lenguaje que le es característico, cf Apoc 4-16. La descripción de la Jerusalén celeste, en Apoc 21-22.

  • [36] Rompiendo un poco el hilo de la redacción, el texto de la catequesis añade en este momento, entre paréntesis y como si fuese una nota el texto que sigue. 

  • [37] Flp 2, 10, en el contexto de 2, 6-11, quizá tiene inmediatamente un origen litúrgico, aunque con raíz bíblica en Is 45, 23. 

  • [38] Es una exhortación frecuente a los catecúmenos. Cf. PG 33,907, nota 1, que remite a las Constituciones apostólicas, a Gregorio Nacianceno y a Juan Crisóstomo.

  • [39] Es tal vez una referencia al obispo Marcelo de Ancira, que participó en Nicea y murió a edad muy avanzada hacia el año 374. Diversos escritores eclesiásticos, sínodos y obispos lo acusaron o exculparon de subordinacionismo, sin que en Marcelo o en sus discípulos aparezcan con claridad las distinciones de personas en Dios en el sentido que después ha llegado a ser clásico. Lo de «su Reino no tendrá fin» fue añadido precisamente, en contra de los discípulos de Marcelo, en el Símbolo nicenoconstantinopolitano del 381. Cf los párrafos 29-32, con sus notas.

  • [40] El Hijo, engendrado por el Padre antes de todos los siglos. El recto equilibrio conceptual a la hora de exponer lo que puede decirse sobre la vida intratrinitaria de Dios fue una de las máximas preocupaciones teológicas de la Iglesia del siglo IV, especialmente entre los Padres de habla griega.

  • [41] La cita de Juan es muy interesante en su contexto, que abarca al menos 8, 31-36, en que Jesús, en su discusión con los judíos -aunque aquí parece hablar propiamente «a los judíos que hablan creído en él» (8, 31)- vincula su propia persona (en relación con el Padre) con su misión liberadora (31b-32).

  • [42] Esta versión de los LXX, que también es acorde con el texto hebreo, refuerza la interpretación mesiánica del salmo ya aludida. 

  • [43] No es ninguna dificultad el hecho de que otra vez, como ha sido frecuente en la tradición eclesiástica, se atribuya a Pablo la autoría de Hebr. En cuanto al contenido, es importante la concentración cristocéntrica que, en su interpretación, realiza Hebr 1 5-14 refiriéndose a Sal 2, 7; 2 Sam 7, 14; Dt 32, 43; Sal 97, 7, 104, 4; 45 ,7-8; 102, 26-28 y 110, 1. Con ello una vez más se afirma, adecuadamente, que la palabra de la Escritura en el Antiguo Testamento apunta en último término hacia Jesucristo, el Primogénito enviado al mundo (cf. Hebr 1, 6 y Col 1, 15 ss.) 

  • [44] En realidad, la resurrección, ascensión y parusía de Cristo (con el envío constante a la Iglesia, entre ascensión y parusía, del Espiritu) hacen entender de un modo nuevo la historia humana, cuyo sentido es: Cristo, Hijo de Dios, pero que ha estado en el origen de toda la creación (en el fondo, Jn 1, 1-3 y Col 1, 15-20 son complementarios) se ha sentado tras su muerte, resurrección y ascensión, en el trono junto al Padre. Lo que resta, «cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas» (I Cor 15, 28), es que también el Hijo se someta «a Aquel que todo se lo sometió» (cf. ibid.). El objetivo de la historia es, pues, Cristo y, por Cristo, al Padre. Vid. todo lo que es I Cor 15, 23-28. Pero de todo esto se ha de hablar posteriormente. Cirilo aborda la cuestión ya en el próximo párrafo 30. 

  • [45] «Se someterá» es traducción exacta de «hypotaguésetai». Cuando, en la frase anterior, se ha traducido «el Hijo, que se debe al Padre» una traducción más literal seria «el Hijo, sometido al Padre» o, mejor, «colocado bajo el Padre» («hypotassómenos to Patri»). No debe ser esto expresión de lo que en ocasiones se ha llamado «subordinacionismo» como si el Hijo fuese un ser inferior al Padre, sino que indica que el Hijo sólo se integra «en su puesto» dentro de los designios divinos. 

  • [46] Tomadas, según se ha visto, de I Cor 15, 25 y Sal 110, 1. 

  • [47] El «Nacido del Padre antes de todos los siglos» 

  • [48] Según la distribución de otras versiones, Dan 3, 33, en cualquier caso, parece que tras el Cántico de los tres jóvenes. 

  • [49] La idea de «depósito» es característica de las epístolas de Pablo a Timoteo y Tito. La exhortación a «guardar el depósito» expresada con unas y otras palabras (ch I Tim 1, 4-6; 2 Tim 1, 12-14; 2, 2; 3, 14; Tít. 2, 1) y que es en principio de origen jurídico (puesto que el «depositario» es simplemente quien guarda y hace llegar integro a sus destinatarios lo que se le ha confiado la hace Pablo precisamente cuando siente interés de que se mantenga la obra que ha realizado a través de su predicación. Cuando Cirilo de Jerusalén cita I Tim 6, 20 en un sentido semejante, manifiesta la preocupación que siempre han expresado la Iglesia y la tradición cristiana de que el cristianismo se mantenga integro y sin adulteraciones. Es el motivo por el que uno de los criterios más importantes para una renovación cristiana y eclesial es siempre la vuelta a las fuentes.