Magisterio de la Iglesia
San Cirilo de Jerusalén
CATEQUESIS XXII
(MISTAGÓGICA IV)
EL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR
Sobre el cuerpo y la sangre del Señor. La lectura es de la Primera carta de Pablo a los Corintios: « Yo recibí del Señor lo que os he transmitidos (I Cor11,23),etc.(1). |
Institución de la Eucaristía
1. Incluso esta sola enseñanza de Pablo sería suficiente para daros una fe cierta en los divinos misterios. De ellos habéis sido considerados dignos y hechos partícipes del cuerpo y de la sangre del Señor. De él se dice que «la noche en que fue entregado» (I Cor 11, 23), nuestro Señor Jesucristo «tomó pan, y después de dar gracias, lo partió» (1 Cor 11, 23-24) «y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "tomad, comed, éste es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre"» (Mt 26, 26-28). Así pues, si es él el que ha exclamado y ha dicho acerca del pan: «Este es mi cuerpo», ¿quién se atreverá después a dudar? Y si él es el que ha afirmado y dicho: «Esta es mi sangre», ¿quién podrá dudar jamás diciendo que no se trata de su sangre?
Fe en el cuerpo y la sangre del Señor
2. En una ocasión, en Cana de Galilea, cambió el agua en vino (Jn 2, 1-10), que es afín a la sangre. ¿Y ahora creeremos que no es digno de fe al cambiar el vino en sangre? Invitado a unas bodas humanas, realizó aquel prodigio admirable. ¿No confesaremos mucho más que a los hijos del tálamo nupcial les dio para su disfrute su propio cuerpo y sangre?(2).
Apariencias de pan y vino, pero realidad del cuerpo y sangre de Cristo
3. Por ello, tomémoslo, con convicción plena, como el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues en la figura de pan se te da el cuerpo, y en la figura de vino se te da la sangre, para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros miembros su cuerpo y su sangre. Así, según el bienaventurado Pedro, nos hacemos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4).
El «escándalo» del Pan de vida
4. En cierta ocasión, discutiendo Jesús con los judíos, decía: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53). Pero como aquellos no entendiesen en sentido espiritual lo que se estaba diciendo, se retiraron ofendidos (cf. 6, 60) creyendo que les invitaba a comer carnes(3).
La Eucaristía, pan de la nueva Alianza para salud del hombre
5. Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la proposición; pero, puesto que se referían a una alianza caduca, tuvieron un final. Pero, en la nueva Alianza, el pan es celestial y la bebida saludable, y santifican el alma y el cuerpo. Pues, como el pan le va bien al cuerpo, así también el Verbo(4) le va bien al alma.
La certeza del don del cuerpo y la sangre de Cristo
6. Por lo cual no debes considerar el pan y el vino (de la Eucaristía) como elementos sin mayor significación. Pues, según la afirmación del Señor, son el cuerpo y la sangre de Cristo. Aunque ya te lo sugieren los sentidos, la fe te otorga certidumbre y firmeza. No calibres las cosas por el placer, sino estate seguro por la fe, más allá de toda duda, de que has sido agraciado con el don del cuerpo y de la sangre de Cristo.
La mesa que ha preparado el Señor
7. La fuerza de todo esto te la explica el profeta David cuando exclama: «Tú preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos» (Sal. 22, 23-5). Lo cual quiere decir: antes de tu venida, los demonios habían preparado a los hombres una mesa contaminada, sucísima, que rezuma el poder del diablo. Pero, una vez que llegaste, Señor, «has preparado una mesa ante mí». Y cuando el hombre dice a Dios: «has preparado ante mí una mesa», ¿qué otra cosa significa que la mística e inteligible mesa que Dios nos ha preparado «frente a los enemigos», los contrarios, es decir, frente a los demonios? Y así es, en efecto, pues aquella mesa mantenía la comunión con los demonios, pero ésta la mantiene con Dios. «Unges con óleo mi cabeza»(5). Con óleo ungió tu cabeza en la frente mediante el sello(6) que tienes de Dios, para que Dios te santifique y te hagas imagen de lo que el sello expresa(7). «Mi copa rebosa». Se trata del cáliz que Jesús tomó en las manos y, dando gracias, dijo: «Esa es mi sangre..., que es derramada por los muchos para perdón de los pecados» (Mt 26, 28).
Las nuevas vestiduras de la justicia
8. Por ello Salomón, en el Eclesiastés, queriendo señalar esta gracia dijo: «Ven, come con alegría tu pan» (Ecl 9, 7). Se refiere el pan espiritual; dice «ven», porque llama a la salvación y da la felicidad. «Y bebe de buen grado tu vino» (ibid.), que se refiere al vino espiritual. «Y no falte ungüento sobre tu cabeza» (Ecl 9, 8b): ¿Ves cómo también se designa así al crisma espiritual? «En toda sazón sean tus ropas blancas, ... que Dios está ya contento con tus obras» (ibid., 8a y 7b). Pues, antes de que tuvieses acceso a la gracia, tus obras eran «vanidad de vanidades» (Ecl 1, 2)(8). Pero, una vez que te despojaste de tus viejas vestiduras y te pusiste las que están espiritualmente limpias, debes estar siempre vestido con éstas. No te decimos que es necesario que siempre vayas vestido de blanco, sino que te revistas de lo que es blanco, puro y espiritual y que digas, de acuerdo con el bienaventurado Isaías: «Con gozo me gozaré en Yahvé, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto...» (Is 61, 10).
Compendio sobre el cuerpo y la sangre de Cristo
9. Puedes quedarte con la idea y tener la fe certísima en que lo que se ve como pan no es pan, aunque tenga ese sabor, sino el cuerpo de Cristo, y que lo que se ve como vino no es vino, aunque a eso sepa, sino la sangre de Cristo. Y no olvides lo dicho antiguamente por David en los Salmos: «... para sacar de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre, para que lustre su rostro con aceite y el pan conforte el corazón del hombre» (Sal 104,14-15). Conforta tu corazón tomando aquel pan como espiritual y pon alegre el rostro de tu alma. Cubriéndolo con la pureza de tu conciencia y reflejando «como en un espejo la gloria del Señor», camines «cada vez con mayor gloria» (2 Cor 3, 18) en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sean el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
NOTAS
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