Magisterio de la Iglesia
San Jerónimo
COMENTARIO AL EVANGELIO
DE SAN MARCOS - 10
X. Mc 13, 32-33; 14, 3-6
Esta lectura evangélica exige una amplia explicación. Antes de acercarnos a los sacramentos, debemos remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de quienes van a recibirlos. Los que van a recibir el bautismo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Y del Hijo, sin embargo, se nos dice ahora: Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre(1). Si igualmente somos bautizados en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo, debemos creer en el único nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Dios. Y siendo un solo Dios, ¿cómo hay diversos grados de conocimiento en una misma divinidad? ¿Qué es más, ser Dios o conocerlo todo? Si el Hijo es Dios, ¿cómo es que ignora algo? Del Señor y Salvador se dice: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.»(2) Si todas las cosas fueron hechas por Él, también, consiguientemente, fue hecho por Él el día del juicio, que ha de venir. ¿Puede, acaso, ignorar lo que hizo? ¿Puede el artífice desconocer su obra? En los escritos del apóstol leemos de Cristo: «En quien se [hallan] escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.»(3) Fijaos en lo que dice: «todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia». No es que se [hallen] unos si y otros no, sino que se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, aunque escondidos. Por tanto, lo que se halla en Él, no le falta, aun aquello que está escondido para nosotros. Ahora bien, si en Cristo los tesoros de la sabiduría y de la ciencia están escondidos, debemos investigar por qué están escondidos. Si nosotros, los hombres, conociéramos el día del juicio, por ejemplo, que este día llegará dentro de dos mil años, y supiéramos con toda seguridad que ha de ser así, seríamos desde entonces más negligentes, pues diríamos: ¿en qué me afecta a mi el día del juicio, si ha de llegar dentro de dos mil años? Por tanto, esto que dice el Evangelio de que el Hijo desconoce el día del juicio, lo dice en provecho nuestro, para que así nosotros no sepamos cuándo llegará ese día. Fijaos, además, en lo que sigue. Estad alerta, vigilad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo(4). No dice «no sabemos», sino «no sabéis». Parece que hasta ahora hemos estado forzando la Escritura, sin explicar su sentido. Después de la Resurrección, los apóstoles preguntan al Señor y Salvador: «Señor, ¿cuándo vas a restablecer el reino de Israel?»(5). Oh apóstoles —debería decirles Jesús—, vosotros me oísteis antes de la Resurrección: «Cuanto a ese día y a esa hora no la conozco», y lo que no conozco, ¿me lo preguntáis otra vez? Pero los apóstoles no creen que el Salvador no lo conozca. Fijaos en el misterio. El que antes de la pasión no lo conoce, lo conoce después de la Resurrección. Efectivamente, ¿qué dice a los apóstoles después de la Resurrección, cuando le preguntan sobre los tiempos y los momentos en que va a restablecer el reino de Israel? «No os toca a vosotros, dice, conocer los tiempos ni los momentos, que el Padre ha fijado en virtud de su poder.»(6) No dice aquí «no lo sé», sino «no os toca a vosotros conocer», no [va] en beneficio vuestro conocer el día del juicio. Por tanto, vigilad, porque no sabéis cuando volverá el dueño de la casa. Muchas otras cosas podrían decirse. Hemos dicho concretamente esto sobre el Evangelio, para que nadie se escandalice en su interior de que ignorase algo aquel en quien ha de creer. Por otra parte, en esta misma lectura del Evangelio se dice: Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso, cuando estaba recostado a la mesa, vino una mujer, trayendo un vaso de alabastro lleno de ungüento (de nardo) auténtico de gran valor(7). Esta mujer os atañe especialmente a vosotros, que vais a recibir el bautismo. Ella ha roto su vaso de alabastro, para que Cristo os haga a vosotros cristos, es decir, ungidos. Esto es lo que se dice en el Cantar de los Cantares: «Es tu nombre ungüento derramado, por eso te aman las doncellas, tras de ti corremos al olor de tus ungüentos»(8). Mientras el ungüento estaba encerrado, o sea, mientras Dios era conocido tan solo en Judea y sólo en Israel era grande su nombre(9), las doncellas no seguían a Jesús. Mas, cuando se difundió el ungüento a toda la tierra, las doncellas, es decir, las almas de los creyentes, siguieron al Salvador . «Hallándose en Betania, en casa de Simón el leproso.» Betania significa en nuestra lengua casa de la obediencia. ¿Y cómo es que en Betania, esto es, en la casa de la obediencia, está la casa de Simón el leproso? O, ¿qué hace el Señor en casa del leproso? Vino a casa del leproso por este motivo: para limpiar al leproso. Se le dice leproso, no porque lo es, sino porque lo fue. Y lo fue antes de recibir al Señor; mas, después que recibió al Señor y fue roto en su casa el vaso de ungüento, le lepra desapareció. Mantiene, no obstante, su antiguo nombre, para que se manifieste el poder del Salvador. Así también en los apóstoles se mantienen sus antiguos nombres, para que se manifieste el poder de aquel que los llamó y los convirtió de lo que eran en lo que son. De Mateo el publicano, por ejemplo, hizo un apóstol, y después del apostolado se le llama publicano, no porque lo siga siendo, sino porque de publicano fue hecho apóstol. Permanece, pues, el nombre antiguo, para que aparezca el poder del Salvador. Y así es como este Simón el leproso es llamado con su antiguo nombre, para mostrar que fue curado por el Señor(10). «Vino una mujer trayendo un vaso de alabastro de ungüento.» Los fariseos, escribas y sacerdotes están en el templo y no tienen ungüento, mientras que esta mujer está fuera del templo y trae ungüento de nardo, además auténtico, porque del más auténtico nardo había sido confeccionado. Por ello, vosotros los fieles sois llamados nardos auténticos, porque la Iglesia, congregada de todas las gentes, ofrece sus dones al Salvador, esto es la fe de los creyentes(11). Rompió el vaso de alabastro, para que todos reciban el ungüento. Rompió el vaso de alabastro, que antes era mantenido cerrado en Judea. Rompió el alabastro. Del mismo modo como el grano de trigo, si no muere en la tierra, no produce fruto abundante, así también el alabastro, si no se rompe, no podemos ungir(12). Y lo derramó sobre su cabeza(13). Esta mujer, que rompe el vaso de alabastro y derrama el ungüento sobre su cabeza, no es la misma de quien se dice en otro Evangelio que lavó los pies del Señor(14). Aquélla, como meretriz y pecadora, sólo tiene entre sus manos los pies del Señor, ésta, como santa, tiene su cabeza. Aquélla, como meretriz, riega con sus lágrimas los pies del Salvador y los seca con sus cabellos. Parece, ciertamente, que con sus lágrimas lava los pies del Salvador, pero más bien lava sus pecados(15). Los sacerdotes y fariseos no dan un beso al Salvador, ésta, sin embargo, besa sus pies. Así también haced vosotros, que vais a recibir el bautismo, porque todos somos pecadores y «nadie está sin pecado, aunque su vida dure un solo día»(16), y «algo perverso pensó contra sus ángeles»(17). Tomad primero los pies del Salvador, lavadlos con vuestras lágrimas, secadlos con vuestros cabellos. Una vez hayáis hecho esto, pasaréis después a su cabeza. Cuando descendáis a la fuente de la vida con el Salvador(18), entonces aprenderéis cómo llega el ungüento a su cabeza. Pues si la cabeza del varón es Cristo(19), vuestra cabeza (Cristo) será ungida, cuando seáis ungidos vosotros después del bautismo. Había algunos, que estaban indignados(20). No dice todos, sino algunos, también hoy se indignan los judíos, cuando nosotros ungimos la cabeza de Jesús. Y en otro lugar(21) se dice que Judas el traidor se indignó. El nombre de Judas representa al vocablo «judíos». También hoy, por tanto, Judas se indigna, porque la Iglesia unge la cabeza de Jesús. ¿Qué es lo que dice? ¿Para qué este derroche?(22). A él le parece que el ungüento se pierde, al romperse el vaso, y, sin embargo, nos aprovecha a nosotros, porque así llega a todo el mundo. ¿Por qué te indignas, Judas, de que haya sido roto el [alabastro]? Dios, que te hizo a ti y a todas las gentes, se difunde por medio de este valiosísimo ungüento. Tú querías tener el ungüento encerrado, para que no llegara a los demás. Es cierto lo que en otro lugar se dice de vosotros: «Los que tienen la llave de la ciencia y ellos mismos no entran; y a los que quieren entrar, no les dejan.»(23) Vosotros tenéis el alabastro, ¿qué digo?, lo teníais en el templo y lo teníais cerrado. Mas, vino una mujer, lo llevó a Betania y en casa del leproso unge la cabeza de Jesús. ¿Y qué dicen los que se indignan? Pudo venderse, dice, en trescientos denarios(24). Porque éste, que fue ungido con aquel ungüento, fue crucificado. En el Génesis(25) leemos que el arca, hecha por Noé, tenia trescientos treinta codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto. Fijaos en el simbolismo de los números. El número cincuenta indica la penitencia, ya que en el salmo cincuenta hizo penitencia el Rey David(26). El número trescientos, por otra parte, representa el misterio de la cruz. La letra T es el signo del número trescientos. De ahí que se diga en el libro de Ezequiel: «Y escribirás una TAU en la frente de los que gimen; y quien la llevare escrita no será pasado a cuchillo.»(27) Pues el que lleva en su frente la señal de la cruz no puede ser herido por el diablo. Y nada puede borrar esta señal fuera del pecado. Hemos hablado del arca y de los números cincuenta y trescientos. Hablemos ahora del treinta, ya que el arca tenia treinta codos de altura y acababa en uno(28). Fijaos en esto. Primero hacemos penitencia en el cincuenta, después por medio de la penitencia llegamos al misterio de la cruz: llegamos al misterio de la cruz por medio de la palabra perfecta que es Cristo. Y, según Lucas, cuando Jesús recibió el bautismo «tenia treinta años»(29). Los treinta codos referidos venían a acabar en uno. Y también los cincuenta y los trescientos, amén de los treinta, en uno venían a acabar, es decir, en una sola fe en Dios. ¿Por qué hemos dicho todo esto? Por lo que ahora se dice aquí: «Pudo venderse en trescientos denarios.»(30) y el Señor y Salvador fue vendido después por treinta monedas de plata. Causa admiración que no pudiera ser vendido por trescientos denarios pues lo fue por treinta. Está escrito en el Levítico, y está escrito en el Éxodo que los sacerdotes comiencen a serlo a los treinta años. Antes de los treinta años no se les permite entrar en el templo de Dios y, de modo semejante, en las bestias de carga y animales el tercer año constituye la edad perfecta. En el Génesis se dice, finalmente, que cuando Abrahán hizo los sacrificios(31), eligió un ternero, un cabrito, y un cordero de tres años, para mostrar la edad perfecta de los animales; así también, la edad perfecta de los hombres son los treinta años. ¿No pudo, acaso, nuestro Señor recibir el bautismo a los veinticinco años? ¿No pudo, acaso, hacerlo a los veintiséis, o a los veintiocho? Si, mas esperaba la edad perfecta del hombre, para darnos a nosotros ejemplo. Por ello, también está escrito al principio del libro de Ezequiel: «Y sucedió el año trigésimo, hallándome en cautividad.»(32) Hemos dicho todo esto, para explicar el simbolismo del número treinta. Se indignan los judíos, se indignan los contrarios a la fe, de que el frasco de ungüento fuese roto. Pero nuestro Señor dice: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Una buena obra es la que ha hecho conmigo.»(33) Precisamente porque aquélla mujer hizo una obra buena, hemos dicho estas pocas cosas sobre el Evangelio. Oportunamente se ha leído también el salmo catorce y conviene que hablemos del salmo. (34) |
NOTAS (3) (16)
Job 14, 4 ss.
(volver) (17) Job 4, 18.
(volver) (18) Es decir, cuando recibáis el bautismo. (volver) (19) 1 Cor 11, 3.
(volver)
(20)
Mc 14, 4.
(volver)