Magisterio de la Iglesia
San Jerónimo
CARTA
A SU ÍNTIMO AMIGO
y COMPAÑERO HELIODORO
Heliodoro estaba entre los 3 compañeros, que junto con Jerónimo en 373 dejaron Italia y Aquileya con rumbo al Oriente. En penoso viaje atravesaron Tracia, el Ponto, Bitinia, Galacia y Cilicia, y llegaron al cabo del verano de 373 a Antioquía. Heliodoro parece haber acompañado a Jerónimo hasta los anacoretas del desierto siríaco. Pero luego no se sintió con suficiente fuerza y ánimo para esta vida de heroica abnegación, y optó, pese a su entrañable amistad con Jerónimo, por el regreso a la patria, no sin pesar de renunciar a un ideal tan alto, demasiado alto para su capacidad de sacrificio. De los otros compañeros, Evagrio se había quedado en Antioquía; Inocencio e Hilas habían sucumbido bajo las insidias del clima. Jerónimo quedó solo. Es conmovedor ver cómo este espíritu tan comunicativo, ofreciéndose exclusiva mente a su celoso Dios en la soledad del yermo, estaba con toda su alma en me dio de sus amigos. No dejó su propósito por un amigo, pero cuán feliz hubiera sido, si ese volviese a su lado. Ha dejado todo: ambiciones a una espléndida carrera, patrimonio y patria; una cosa no quiso dejar en toda su vida: su espiritual y afectuosa comunicación con amigos de elevados sentimientos. A esto debemos esta carta que en verdad es una carta de seducción espiritual, una preciosa exposición del ideal monástico, pintado con ardor y arte. La carta no consiguió su fin inmediato, pues Heliodoro fue elegido obispo, uno de los muchos obispos del ambiente espiritual de Jerónimo. Pero este tratado sobre la vida monástica fue leído en todas partes del Occidente, y ejerció, junto a las otras grandes Epístolas que tratan el mismo tema -a Rústico, a Paulino, a Pamaquio-, honda y duradera influencia sobre el desarrollo del ideal ascético y monástico en todos los siglos. La fecha de la carta es anterior al año 379, según Wright, del año 374. 1. Vuestro corazón sabe lo mucho que los dos nos amamos en Cristo y recuerda bien con cuánto amor y empeño he luchado para que viviésemos juntos en el desierto. También esta carta, mojada con mis lágrimas, atestigua la tristeza y el hondo dolor con que he acompañado vuestra partida. Vos, empero, como niño delicado, sólo suavizasteis el rechazo de mis ruegos con afectuosas palabras, mientras que, des- concertado, no sabía entonces qué hacer. ¿Callarme? Mas, ¿cómo podría simular moderación cuando ardientemente deseaba? ¿Rogaros con más insistencia? Pero vos no queríais oírme, porque no amabais de la misma manera. Al amor así menospreciado sólo queda un recurso y es buscar ausente al que no consiguió retener cuando estaba presente. Pues, como vos mismo al despediros me pedisteis que yo, después de llegado a este yermo, os escribiera algunas cartas de invitación (a seguir mi ejemplo) y yo lo había prometido, con ésta os convido. ¡Daos prisa en venir! ¡No os acordéis de las necesidades pasadas! El desierto quiere gente desnuda. ¡No os asusten los recuerdos de las dificultades de la peregrinación anterior! Ya que creéis en Cristo, creed en su palabra: " ¡Buscad primero el reino de Dios y todas las demás cosas se os darán por añadidura!" (Mat. 6, 33) No tenéis que traer alforja, ni báculo, ni otra cosa; porque harto rico es el que es pobre en compañía de Cristo (Mat. 10, 9-10). 2. Mas, ¿qué hago? Paréceme que inadvertidamente vuelvo otra vez a rogaros. Ya ha pasado el tiempo de los ruegos y de las blanduras: ¡el amor ofendido ha de enojarse! Quizás escuchéis al que os riñe, después de haberlo menospreciado cuando rogaba. Pues, ¿qué hacéis en la casa paterna, soldado (1) delicado? ¿Dónde está el baluarte? ¿Dónde están vuestras trincheras? ¿Qué es del invierno, pasado en el campo debajo de las tiendas? ¡Oíd: que desde el cielo suena una trompeta! Ya sale sobre las nubes el Emperador armado para conquistar el mundo entero. ¡Mirad, que una espada de dos filos, saliendo de la boca del Rey (Apoc. 1, 16) corta todo cuanto topa! Pues vos, ¿cómo no salís del aposento al frente y de la sombra al sol? (2) El cuerpo, acostumbrado a la túnica, no soporta el peso de la cota. La cabeza, cubierta de gorra liviana, muy mal sufre el yelmo. A la mano, blanda por ociosidad, irrita la empuñadura de la espada. ¡Oíd, pues, el edicto de vuestro Rey: "Quien no está conmigo, está contra mí; y quien no recoge conmigo, desparrama." (Luc. 11, 23) ¡Acordaos de aquel primer día de vuestra milicia cuando, sepultado juntamente con Cristo en el bautismo (Col. 2, 12), hicisteis juramento por su nombre (3), de no perdonar a vuestro padre ni a vuestra madre (si se tratare de su servicio). ¡Mirad que el adversario procura ahogar a Cristo en vuestro pecho! ¡Mirad que las huestes contrarias hacen esfuerzos por quitaros el premio que recibisteis de Dios al entrar en las filas de Cristo! Por eso, aunque el sobrinillo esté colgado de vuestro cuello, aunque vuestra madre, desgreñada y rotas las vestiduras os muestre los pechos con que os alimentó (4), y aunque vuestro padre se tienda en el suelo sobre el umbral de la puerta, ¡pasad por encima de todo y seguid adelante! ¡Con ojos enjuntos volad hasta el estandarte de la Cruz! Aquí el cariño exige ser cruel. Vendrá después, vendrá aquel día en que habéis de volver a vuestra patria y entrar, coronado como un héroe, por la ciudad de Jerusalén Celestial (Apoc. 21). Entonces gozaréis con San Pablo del privilegio de ser ciudadano del Cielo. Entonces pediréis también para vuestros padres la misma ciudadanía y aun rogaréis por mí que os incité a que os vencieseis. No penséis que yo desconozco los lazos que, diréis, os tienen detenido. Yo tampoco tengo el pecho de hierro, ni las entrañas duras, ni me dieron a mí leche de tigres de Hircania (5) como a nacido de pedernales. Yo también he pasado como vos por todas esas pruebas. Ya lo sé que os asirá vuestra hermana viuda, con sus brazos blancos y amorosos (6). Y aquellos esclavillos que nacieron en vuestra casa y se criaron en vuestra compañía, dirán: "¡Ay, señor! ¿A quién nos dejáis que sirvamos?" Ya que en tiempos pasados os traía en sus brazos y ya es vieja y vuestro ayo, que es como segundo padre después de la piedad natural, ahora también darán voces y dirán: "¡ Esperad un poco, que nos muramos! Y habiéndonos sepultado, idos adonde quisiereis." Por ventura se os pondrá delante vuestra madre, gimiendo envejecida, arada la frente con arrugas y os evocará las palabras tiernas y balbucientes que os decía, cuando erais niño. Digan, si quieren, también aquel verso del poeta: "En ti estriba toda la casa inclinada." (7) Todo esto rompe fácilmente el amor de Dios y el temor del infierno. Quizá me diréis que la Sagrada Escritura nos manda obedecer a nuestros padres. Pero cualquiera que los ama más que a Cristo, pierde su alma (Mat. 10, 37). He aquí al enemigo con la espada desenvainada para acabarme: ¿y yo pensaría en las lágrimas de mi madre? ¿Acaso he de desertar del ejército de Cristo por mi padre al cual, para no faltar a la causa de Cristo, no debería dar sepultura, la que, por voluntad de Cristo, tengo que dar a cualquiera? ¡Considerad cómo San Pedro, aconsejando al Señor que no fuera a padecer, le fue como tropezón y escándalo! (Mat. 16, 22) A su vez, San Pablo respondió a los hermanos cuando querían retenerlo de su viaje a Jerusalén: "¿Qué hacéis llorando y turbando mi corazón? No solamente estoy dispuesto a ser aprisionado en Jerusalén por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, sino también a morir." (Hech. 21, 12) A estas maniobras de piedad que amenazan nuestra fe, hemos de resistir y rechazarlas con el baluarte del Evangelio. Pues Jesucristo dijo: "Cualquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre." (Mat. 12, 50) Si creen en Cristo, favorézcanme yendo a pelear por su Nombre. Si no creen, como gente muerta entierren a sus muertos (Luc. 9, 60). 4. Diréisme, acaso, que esto vale para el martirio. Digo que andáis muy equivocado, hermano mío, pensando que el cristiano está jamás sin persecución. Hasta digo que entonces el combate es más peligroso, cuando no os percatáis del ataque. He aquí que nuestro adversario anda dando vueltas alrededor (IPedro 5) como un león, que brama buscando algo que tragarse. ¡Y vos pensáis que todo está pacífico y seguro! Pónese en acecho con los ricos, en sitios escondidos para matar al inocente. Sus ojos miran al pobre, preparando sus trampas ocultas. Como un león en su cueva acecha para echar sus garras sobre el pobre (Salmo 9, 8). Y vos dormís a gusto en la sombra de un árbol frondoso (8), estando en peligro de que os trague. Por un lado me acomete el vicio de la lujuria; por otro procura la avaricia introducirse en mi casa y mi vientre quiere ser mi Dios en lugar de Cristo. El apetito deshonesto me empuja a ahuyentar al Espíritu Santo que mora en mí y a violar su templo. En fin, digo que me persigue un enemigo que tiene mil nombres y mil ardides para hacer daño. ¿Y yo desventurado, me creería vencedor, mientras estoy preso y vencido? No quisiera, hermano muy querido, que, ponderado el peso de los pecados, pensásemos ser los mencionados menores que el pecado de idolatría. Considerad la frase del Apóstol que dice: "Porque tened esto bien entendido: que ningún fornicador o impúdico, o avariento, lo cual viene a ser idolatría, será heredero del reino de Cristo y de Dios." (Ef. 5, 5). Y aunque generalmente es contra Dios todo lo que es del demonio y todo cuanto es del diablo es idolatría, pues a él pertenecen todos los ídolos, muy especial y expresamente el Apóstol define su pensamiento en otro lugar, diciendo: "Mortificad, pues, lo que hay de terreno en vuestros miembros, la fornicación, la impureza, las pasiones deshonestas, la concupiscencia desordenada y la avaricia, que viene a ser una idolatría. Por tales cosas se descarga la ira de Dios sobre los incrédulos." (Col. 3, 5) 5. Mirad, hermano, que la idolatría no consiste solamente en echar con los dedillos incienso en el fuego del altar, o en derramar allí un trago de vino de la copa. ¡Niegue que la avaricia es idolatría el que puede llamar justicia el vender al Señor por treinta monedas de plata! No confiese que el engañar al prójimo es idolatría, el que es semejante a los que en los "Hechos de los Apóstoles" (Hechos 5, 1-11) perecieron con un castigo instantáneo, por haber guardado parte del precio de su patrimonio. Notad, hermano, que no os está permitido conservar como propio nada de vuestros bienes, si queréis ser perfecto, conforme a lo que dice el Señor: "Cualquiera que no renunciare a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo." (Luc. 14, 33) |
NOTAS 2)
Cfr. Tertul. ad mart. 3. (volver) (3) La
palabra "sacramentum" significaba "juramento militar".
(volver) (4) Cfr.
Hor. Carro. I, 3, 18 (volver) (5) Vir.
Aen. n, 366. (volver) (6) Cfr.
Virg. Aen. 11, 677; cfr. Persius m, 18. (volver) (7) Virg.
Aen. XII, 59. (volver) (8) Virg.
Geórg. 470. (volver)
(1) La vida
cristiana en la figura del servicio militar es una imagen muy antigua, usada ya
por San Pablo, San Clemente de Roma, San Ignacio de Antioquía, etc. Además,
Heliodoro era militar antes de abrazar la vida religiosa..
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