Magisterio de la Iglesia

Padres y Doctores

V EL SIGLO QUINTO

Fin de la edad patrística

   La literatura patrística del siglo v es mucho menos rica, ya que no menos abundante, que en las edades precedentes. La decadencia de la cultura se acentúa rápidamente, el imperio se disgrega ante las invasiones bárbaras; se abre una sima entre Oriente y Occidente, el Oriente está dividido por controversias teológicas mezcladas de rivalidades políticas y nacionales que preparan la escisión de la cristiandad y su decaimiento ante el Islam. Sin embargo, no se puede desconocer la importancia dogmática y espiritual de los problemas que se plantean y de las soluciones aportadas.

   Al mismo tiempo que se enfrentan dos grandes patriarcados Alejandría y Constantinopla, se oponen también dos teologías y dos espiritualidades. Más atentos a las realidades históricas del Evangelio, los teólogos de Antioquía se inclinan a una distinción más radical en Cristo entre lo que es del hombre y lo que es de Dios y a no reconocer entre uno y otro más que una unión puramente moral. Nestorio, patriarca de Constantinopla, rehuirá siempre hablar de unión «física» o hipostática en el sentido establecido por San Cirilo y negará, en consecuencia, que María, madre de Cristo, fuese «madre de Dios» (Theotokos). Fue depuesto por el concilio de Efeso (431). La reacción monofisita subsecuente llevó al emperador Marciano a convocar en Calcedonia un nuevo concilio (451), que, reunido en sesión bajo la presidencia de los legados del Papa San León, canonizó la carta de éste a Flaviano de Constantinopla (Tomo a Flaviano) y definió la existencia en Cristo de dos naturalezas distintas y perfectas, unidas sin confusión ni mezcla en una sola persona o hispóstasis, el Dios Verbo, Hijo único de Dios. La teología antioqueno-romana salió vencedora de la teología alejandrina. En Calcedonia, la resistencia del monofisismo sirio y egipcio engendraría interminables disputas, la desmembración de la unidad del Oriente cristiano y la constitución de Iglesias separadas (nestoriana, jacobita) que todavía hoy siguen irreconciliables.

   Dos grandes figuras dominan todas estas disputas: San Cirilo de Alejandría y San León Magno.

   SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA (+ 444), el «sello de los Padres» cierra gloriosamente la edad de oro de la literatura patrística en Oriente. Adversario acérrimo de Nestorio, a quien hizo condenar en Efeso, es el gran teólogo de la unión hipostática. La imprecisión de su vocabulario, en el que se deslizan inconscientemente fórmulas apolinaristas, impidió durante largo tiempo a los teólogos orientales (Teodoreto) incorporarse a su doctrina. Habrá que esperar a Calcedonia para que se logre la uniformidad de vocabulario. Además de ser el defensor del Verbo Encarnado y de la maternidad divina de María, es también un gran teólogo de la Trinidad, un exegeta de valor considerable (su Comentario sobre San Juan es uno de los mejores que existen) y un maestro de la vida espiritual, que concibe al cristiano divinizado por el Verbo Encarnado y por el Espíritu Santo. Los doce Anatematismos contra Nestorio resumen lo esencial de su teología. Provocaron largas controversias y, a pesar de que no obtuvieron la canonización oficial del concilio de Éfeso, fueron sancionados en documentos posteriores del Magisterio.

   El misterioso desconocido que hace pasar sus extraños escritos bajo el nombre de DIONISIO EL AREOPAGITA está vinculado, sin duda a los medios monofisitas siríacos de fines del siglo v. Fuertemente influida por el neoplatonismo (Proclo), su doctrina es una teología de la participación y de la jerarquía (Jerarquía celeste, Jerarquía eclesiástica), es también una teología del conocimiento negativo de Dios y de la pasividad y el éxtasis (Teología sofistica). Esta obra, aceptada universalmente desde el siglo VI como de origen apostólico y traducida al latín por Scoto Eriúgena (850), ejerció una influencia considerable, tanto en Occidente como en Oriente (teología del conocimiento de Dios, de los ángeles, de los sacramentos, del episcopado, de la vida contemplativa).

   El monofisismo tuvo en el siglo VI algunos importantes teólogos SEVERO DE ANTIOQUÍA y JULIÁN DE HALICARNASO, su principal adversario fue LEONCIO DE BIZANCIO, que dio un impulso considerable a la teología de la Encarnación, mostrando que la naturaleza humana de Cristo subsiste en la hipóstasis del Verbo.

   En el siglo VII, SAN MÁXIMO EL CONFESOR (+ 662) es adversario de los monotelitas (rama derivada del monofisismo que defiende darse una sola voluntad en Cristo), y sobre todo, un gran escritor místico (Centurias sobre la caridad).

   Finalmente, SAN JUAN DAMASCENO (+ 749) clausura el período patrístico. Su obra principal La fuente del conocimiento, resume en su tercera parte (De fide orthodoxa) toda la teología griega; fue el manual de teología dogmática de la Iglesia bizantina y eslava; traducida al latín en el siglo XII, fue el medio de transmisión al Occidente de todo lo esencial de la herencia de los Padres.

   En Occidente, SAN LEÓN EL MAGNO, Papa de 440 a 461) es, después de Damaso e Inocencio I y antes de Gelasio, el primero entre los pontífices grandes escritores, teólogo sólido y al mismo tiempo un defensor civitatis (sale al encuentro de Atila el año 425). Sus Sermones son modelo admirable de predicación litúrgica y dogmática, al mismo tiempo que de sobriedad y concisión romanas. Sus cartas constituyen importantes documentos históricos teológicos y disciplinares. Ya hemos hablado de la importancia de su epístola dogmática a Flaviano de Constantinopla (Tomo a Flaviano 449) que expresa en fórmulas decisivas la teología occidental de la Encarnación y servirá de base a la definición de Calcedonia (dos naturalezas perfectas en una sola persona). SAN CESÁREO DE ARLES (+ 542) adapta a las costumbres de una población todavía pagana los sermones y la doctrina de San Agustín. Es uno de los mejores predicadores populares de la antigüedad latina.

   Coetaneo de San Gregorio es el gran Padre español SAN ISIDORO DE SEVILLA (560-636), una de las figuras que mayor influencia ejercieron en todo el medioevo latino. Arzobispo de Sevilla, luchó denodadamente por la unidad del reino godo y por la extirpación total del arrianismo en España, promoviendo para ello concilios nacionales. En los veinte libros de que se compone su obra conocida con el nombre de Etimologias, el santo doctor reunió todo el saber de su tiempo, contribuyendo así poderosamente a transmitir a la posteridad el gran acervo de cultura clásica y patrística en trance de perecer. Esta obra y otras de su incansable pluma, como el escrito histórico De viris illustribus y el teológico-litúrgico De ecclesiasticis officiis, fueron muy leídas durante la Edad Media. San Isidoro de Sevilla merece indiscutiblemente un puesto destacado entre los doctores que cierran la época patrística. Al término de la antigüedad y en la aurora de la Edad Media un gran papa, SAN GREGORIO EL MAGNO (590-604), recoge toda la herencia de la antigüedad cristiana y de una cultura ya en vías de decadencia y sienta las bases de la cristiandad medieval. Sus cartas son el reflejo de su actividad pastoral, mientras que el Líber regulae pastoralis explica su ideal del sacerdote y obispo, sus comentarios sobre Job (Moralia), sus homilías sobre el Evangelio, sobre Ezequiel, donde el alegorismo medieval se cebó sin medida, ofrecen una rica enseñanza moral y espiritual y constituyen una de las fuentes de la espiritualidad medieval (vida contemplativa).

VI LOS DOCTORES DE LA IGLESIA

   Entre los Padres, algunos adquieren un destacado relieve por haber iluminado ampliamente todo el campo de la revelación y abierto nuevos caminos a la teología de los siglos posteriores; el ejemplo más eminente es San Agustín, cuya autoridad excepcional fue reconocida inmediatamente después de su muerte por el Papa Celestino I. La Iglesia reconoce en ellos los intérpretes autorizados de su doctrina.

   Su lista se constituyó lentamente. Desde el siglo VIII, la Iglesia latina reconoce como tal a San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo y San Gregorio, mientras que la Iglesia griega reconocía tres grandes «doctores ecuménicos» en San Basilio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo; la tradición latina posterior añadirá a éstos el nombre de San Atanasio, con lo que se tendrán cuatro doctores griegos como se tenían ya cuatro doctores latinos.

   El título de doctor de la Iglesia recibió de Bonifacio VIII (1298) una primera consagración oficial y litúrgica; al igual que los apóstoles y evangelistas, los cuatro doctores latinos tienen oficio de rito doble con Credo en la misa.

   Esta lista se ha engrosado considerablemente en los tiempos modernos. En 1567, el dominico San Pío V otorga el título de doctor a Santo Tomás de Aquino, y, en 1588, el franciscano Sixto V hace lo propio con San Buenaventura. En nuestros días han recibido el título y oficio de doctor, entre los Padres de la Iglesia, los siguientes: San Atanasio, San Hilario, San Basilio, San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría, San Pedro Crisólogo, San León, San Isidoro de Sevilla, San Juan Damasceno; entre los teólogos de la Edad Media y de los tiempos modernos, después de Santo Tomás y San Buenaventura lo han recibido San Beda (+ 735), San Pedro Damián (1072), San Anselmo (1109), San Bernardo (1153), San Antonio de Padua (1231), San Alberto Magno (1280), San Juan de la Cruz (1591) San Pedro Canisio (1597), San Roberto Belarmino (1621), San Francisco de Sales (1622) y San Alfonso María de Ligorio (1787). Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús y Santa Teresa del Niño Jesús.

   El título de doctor representa, además del oficio litúrgico, la recomendación de su doctrina, sobre todo en orden a la enseñanza

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  • 4. CASIANO (+ c. 430) transmite al Occidente toda la experiencia espiritual del monacato egipcio, y será el gran maestro espiritual de toda la Edad Media latina (Instituciones, Colaciones de los Padres). VICENTE-DE-LERINS en su Commonitorium (434) esboza una teología de la tradición y del progreso dogmático