Magisterio de la Iglesia
Secunda Clementis
Homilía anónima del
siglo II
Considerada durante siglos
como segunda epístola del Papa San Clemente a los Corintios, este
escrito no es ni una epístola ni fue redactado por Clemente Romano. Se
trata de una homilía compuesta a mediados del siglo II por un autor
desconocido, que tiene el mérito de ser el primer ejemplo de homilía
que ha llegado a nuestras manos. El hecho de considerarla entre los
escritos del santo Pontífice romano se debe a que, en la tradición
manuscrita, se copió siempre después de la epístola de San Clemente a
los Corintios.
Este escrito trata de la obra de la salvación realizada por Cristo y comunicada a los hombres en el Bautismo, y de la respuesta que se espera del cristiano: una respuesta adecuada a la misericordia divina, renunciando a lo que no es compatible con la vocación cristiana y peleando para cumplir con obras la Voluntad de Dios. Al Reino de Dios, ya presente en este mundo, se entra por la conversión. La culminación de ese Reino tendrá lugar cuando se realice la resurrección de los muertos y el juicio divino. Mientras el hombre está en vida, es siempre tiempo de convertirse a Dios. LOARTE * * * * * Cumplir la Voluntad de Dios (Secunda Clementis, 11, 1—IV, 5; VIl, 1—lX, 11)Alégrate, estéril, la que no das a luz; rompe a gritar, la que no sufres dolores de parto, porque son más numerosos los hijos de la solitaria que los de la que tiene marido (ls 54, 1; Gal 4, 27). Al decir: alégrate, estéril, la que no das a luz, mencionaba a nosotros: pues nuestra Iglesia era estéril antes de que le fueran dados hijos. Al decir: grita, la que no sufres de parto, dice que presentemos sencillamente nuestras oraciones ante Dios para que no desfallezcamos como las que sufren dolores de parto. Al decir: porque son más los hijos de la solitaria que los de la que tiene marido, [daba a entender que] nuestro pueblo parecía un desierto lejos de Dios, pero ahora, al creer, hemos llegado a ser más numerosos que los que creían tener Dios. Otra Escritura dice que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13). Esto significa que es necesario salvar a los que se pierden. Pues lo grande y admirable no es sostener lo que está en pie, sino lo que se cae. Cristo quiso salvar lo que se perdía y salvó a muchos, pues vino y nos llamó cuando ya nos estábamos perdiendo. Habiendo tenido con nosotros tal misericordia, ante todo porque nosotros, los que vivimos, no ofrecemos sacrificios a dioses muertos, ni los adoramos, sino que hemos conocido al Padre de la verdad, ¿qué conocimiento nos conducirá a Él, sino el no negar a Aquél por medio del cual le hemos conocido? Él mismo dice: al que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre (cfr. Mt 10, 32; Lc 12, 8). Ésta es nuestra recompensa, si confesamos a Aquél por medio del cual hemos sido salvados. ¿Y cómo podemos confesarle? Haciendo lo que dice, no desobedeciendo sus preceptos y honrándolo no sólo con los labios, sino con todo el corazón y con toda la mente. Dice también en Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mi (Is 29, 13). Por tanto, no nos limitemos a llamarlo Señor, pues esto no nos salvará. Dice, en efecto: no todo el que me diga: «Señor, Señor», se salvará, sino el que obre la justicia (cfr. Mt 7, 21). Así pues, hermanos, confesémosle con las obras, amándonos mutuamente, no cometiendo adulterio y sin murmurar ni envidiarse los unos a los otros, sino siendo continentes, misericordiosos y buenos. Debemos compadecernos mutuamente y no ser avaros. Confesémosle con estas obras y no con las contrarias. No es necesario temer demasiado a los hombres, sino a Dios. Por ello, si vosotros obráis tales cosas, el Señor dijo: aunque estéis reunidos conmigo en mi seno, si no cumples mis mandamientos, os rechazaré y os diré: «Apartaos de mí, no os conozco, ni sé de dónde sois, obradores de iniquidad» (cfr. Lc 13, 25-27; Mt 7, 23) (...). Hermanos, luchemos sabiendo que el combate está en nuestras manos y que muchos navegan en los combates corruptibles, pero no todos son coronados a no ser que se hayan esforzado mucho y hayan luchado bien. Así pues, luchemos para que todos seamos coronados. Corramos al camino recto, al combate incorruptible; naveguemos muchos hacia él y combatamos para ser también coronados. Y si todos no podemos ser coronados, lleguemos siquiera a estar cerca de la corona. Necesitamos saber que el combatiente en una lucha corruptible, si viola las reglas del combate, tras ser azotado es excluido y expulsado del estadio. ¿Qué os parece? "Qué sufrirá quien viole las reglas del combate de la incorruptibilidad? Pues de los que no guardan el sello(1) se dice que su gusano no morirá, su fuego no se extinguirá y serán un espectáculo para toda carne (Is 66, 24). Por tanto, mientras estemos en la tierra, arrepintámonos. Somos barro en las manos del Artífice. Como el alfarero, cuando modela un vaso y éste se tuerce o se rompe en sus manos, lo vuelve a modelar de nuevo, pero, si ya lo ha echado al horno de fuego, ya no lo puede arreglar, así también nosotros: mientras estemos en este mundo, arrepintámonos de todo corazón de todas las maldades que cometimos en la carne, para ser salvados por el Señor mientras hay tiempo de conversión. Después de salir de este mundo, ya no le podremos confesar ni convertirnos. Hermanos, alcanzaremos la vida eterna haciendo la Voluntad del Padre, guardando pura la carne y observando los mandamientos del Señor. Pues dice el Señor en el Evangelio: si no guardasteis lo pequeño, ¿quién os dará lo grande? Pues os digo que el fiel en lo pequeño es también fiel en lo mucho (cfr. Lc 16, 10-12). Viene pues, a decir: guardad pura la carne e inmaculado el sello para recibir la vida eterna. No diga ninguno de vosotros que esta carne no es juzgada ni resucita. Sabed: ¿cómo fuisteis salvados, cómo volvisteis a ver, si no fue cuando estabais en esta carne? Así pues, es necesario que guardemos la carne como templo de Dios. Pues de la misma manera que fuisteis llamados en la carne, iréis [al Reino de Dios] en la carne. Si Cristo, el Señor, el que nos salvó, siendo primeramente Espíritu(2) se hizo carne y nos llamó de esta manera, así también nosotros recibiremos la recompensa en la carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros para que todos lleguemos al Reino de Dios. Mientras tengamos tiempo de ser curados, entreguémonos al Dios que nos sana, dándole lo que merece: el arrepentimiento de sincero corazón. Él conoce de antemano todas las cosas y sabe lo que hay en nuestro corazón. Tributémosle, pues, alabanza no sólo con la boca, sino también con el corazón, para que nos acoja como a hijos. Pues el Señor dijo también: mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre (cfr. Mt 12 50;Lc8,21;Mc3,35). |
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