Magisterio de la Iglesia

San Ambrosio

SOBRE LA AMISTAD
(Los deberes de los ministros, lll, 124-135) 

   Sólo es digna de alabanza la amistad que favorece las buenas costumbres. La amistad debe preferirse a las riquezas, a los honores, al poder, pero no a la virtud; más bien, debe ella regirse según las reglas de la rectitud moral. Así fue la amistad de Jonatán con David: por el cariño que le tenía, no hizo caso ni de la ira de su padre ni del peligro a que exponía su propia vida (cfr. 1 Sam 20, 29 ss). Así fue la de Abimelech: por cumplir los deberes de la hospitalidad, prefirió afrontar la muerte antes que traicionar al amigo que huía (cfr. 1 Sam 21, 6).

   También la Escritura, tratando de la amistad, afirma que la virtud no debe ofenderse nunca por amor del amigo: nada se ha de anteponer a la virtud (...). Si descubres algún defecto en el amigo, corrígele en secreto; si no te escucha, repréndele abiertamente. Las correcciones, en efecto, hacen bien y son de más provecho que una amistad muda. Si el amigo se siente ofendido, corrígelo igualmente; insiste sin temor, aunque el sabor amargo de la corrección le disguste. Está escrito en el libro de los Proverbios: las heridas de un amigo son más tolerables que los besos de los aduladores (Prv 27, 6). Corrige, pues, al amigo que yerra, pero no abandones al amigo inocente. La amistad ha de ser constante y perseverante en sus afectos: no cambiemos de amigos como hacen los niños, que se dejan llevar por la ola fácil de los sentimientos.

   Abre tu corazón al amigo para que te sea fiel y te comunique la alegría de la vida. Un amigo fiel, en efecto, es medicina de vida y de inmortalidad (Sir 6, 16). Respétale como a otro yo, y no tengas miedo de ganártelo con tus favores, porque la amistad no admite la soberbia. Por esto dice el Sabio: no te avergüences de defender al amigo (Sir 22, 31). No le abandones en el momento de la necesidad, no le olvides, no le niegues tu afecto, porque la amistad es el soporte de la vida. Llevemos los unos las cargas de los otros, como enseñó el Apóstol a aquellos que están unidos formando un solo cuerpo por la caridad (cfr. Gal 6, 2). Si la prosperidad de uno aprovecha a todos sus amigos, ¿por qué en la adversidad no va a encontrar la ayuda de todos sus amigos? Ayudémosle con nuestros consejos, unamos nuestros esfuerzos a los suyos, participemos de sus aflicciones.

   Cuando sea necesario, soportemos incluso grandes sacrificios por lealtad hacia el amigo. Quizá haya que afrontar enemistades para defender la causa del amigo inocente, y muy a menudo recibirás insultos cuando trates de responder y rebatir a aquellos que le atacan y le acusan. No te preocupes por eso, que la voz del justo dice: aunque vengan sobre mi males a causa del amigo, los soportaré (Sir 22, 31). En la adversidad se prueban los amigos verdaderos, pues en la prosperidad todos parecen fieles. Y así como en las desventuras es necesaria la paciencia y la compasión con el amigo, en su triunfo conviene ser exigente, reprimir y corregir la arrogancia del que quizá se llena de soberbia. ¡Qué bien se expresó en sus allicciones el santo Job! Dijo: tened piedad de mí, amigos míos, tened piedad de mí (Job 19, 21). No se trataba de una simple súplica, sino de una reprensión. Mientras los amigos argumentaban injustamente contra él, Job clama: tened piedad de mí, amigos. Como si dijese: ésta es la hora de usar misericordia y, en cambio, afligís y contradecís a un hombre de quien deberíais compadeceros.

   Hijos míos, sed fieles a la amistad verdadera con vuestros hermanos, porque nada hay más hermoso en las relaciones humanas. Ciertamente consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar los propios secretos y manifestar las penas del alma; alivia mucho poseer un hombre fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles. ¡Qué hermosa es la amistad de los tres muchachos hebreos! Ni siquiera la llama del horno fue capaz de separar sus corazones. Bien a propósito escribió el santo David: Saúl y Jonatán, hermosos y queridfsimos, inseparables durante la vida, tampoco se separaron en la muerte (2 Sam 1, 23).

   Este es un fruto de la amistad: que por cariño al amigo no se destruye la fe. En efecto, no puede ser amigo del hombre quien es infiel a Dios. La amistad es guardiana de la piedad y maestra de igualdad; hace al superior igual al inferior, y coloca a éste al mismo nivel del otro. No puede haber verdadera amistad entre dos personas que tienen diferentes costumbres; por eso, el amor mutuo las debe identificar. No falte al inferior la autoridad para corregir, ni al superior la humildad para aceptar la corrección. Que el uno escuche al otro como a su igual; que el otro reproche y amoneste como un amigo, no con soberbia, sino con afecto sincero.

   La advertencia no ha de ser áspera, ni la corrección ofensiva. Si es cierto que la amistad huye de la adulación, también es verdad que no tiene nada que ver con la insolencia. ¿Qué es el amigo sino un amable compañero con quien te unes íntimamente hasta fundir tu alma con la suya y constituir un solo corazón? En él te abandonas confiadamente como a otro yo, de él nada temes, y nada inconveniente le pides para ti mismo. Y es que la amistad no es mercenaria, sino que resplandece de dignidad y de belleza. Es una virtud, no una compra, porque no proviene del dinero sino del amor. No es ofrecida en subasta al mejor postor, sino que surge del desafío de la mutua benevolencia. Por eso suelen ser mejores las amistades entre los pobres que entre los ricos; y así, mientras que los hombres con recursos frecuentemente se encuentran sin verdaderos amigos, los pobres los tienen en abundancia. No hay verdadera amistad donde existen falsos halagos. Sucede a menudo que se es complaciente con los ricos por adulación, mientras que nadie simula cuando trata con un menesteroso. Así, la amistad que se ofrece al pobre es más sincera, por ser más desinteresada.

   ¿Qué hay de más precio que la amistad, que es común a los ángeles y a los hombres? Por esto el Señor Jesús ordena: granjeaos amigos con las riquezas inicuas, afin de que os reciban en las moradas eternas (Lc 16, 9). Él mismo nos ha cambiado de siervos en amigos, como claramente lo dijo: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os he mandado (Jn 15, 14). Nos ha dejado el modelo que debemos imitar. Por tanto, hemos de compartir la voluntad del amigo, revelarle confidencialmente lo que tenemos en el corazón y no ignorar nada de cuanto él lleva en el suyo. Abrámosle nuestra alma, y él nos abrirá la suya. En efecto, el Señor declara: os he llamado amigos porque os he comunicado todo lo que he oÍdo a mi Padre (Jn 15, 14). El verdadero amigo, pues, no oculta nada al amigo; le descubre todo su ánimo, así como Jesús derramaba en el corazón de los Apóstoles los misterios del Padre. 

AYUNO Y LIMOSNA

   1. Se conservan de San Ambrosio diecisiete sermones de Cuaresma en los que repetidamente trata el santo Doctor del tema del ayuno y de las tentaciones de Cristo. Con el tema del ayuno se enlaza el de la limosna, como puede verse especialmente en el sermón 25 (De sancta Quadragesima IX: PL 17, 676-678). Escogemos los más importantes pensamientos sobre el tema aludido.

   A) Ayuno y limosna "Ayunar es un remedio de males y una fuente de premios, mas no ayunar en Cuaresma es un pecado. El que ayuna en otro tiempo, recibirá indulgencia; pero el que no lo hace durante la Cuaresma, será castigado". El que no pueda ayunar por enfermedad, coma sencillamente y sin ostentación "Y ya que no puede ayunar, debe ser más caritativo para con los pobres, a fin de redimir con sus limosnas los pecados que no puede curar ayunando. Hermanos, es muy bueno ayunar pero mejor aún dar limosna; mas si se puede practicar lo uno y lo otro, son dos grandes bienes. El que puede dar limosna y no ayunar, entienda que la limosna le basta sin el ayuno. Mas no basta el ayuno sin la limosna El ayuno sin la limosna no es obra buena, a no ser que el que ayuna sea tan pobre, que no tenga nada que dar. Así, pues, en este caso, bástele la buena voluntad". Mas ¿quién podrá excusarse de dar limosna, cuando el Señor recompensa un vaso de agua fría? "Además, el Señor, por medio del profeta Isaías, de tal manera exhorta y aconseja la práctica de la limosna, que ningún pobre que se considere, puede excusarse. Pues se expresa de este modo: ¿Sabéis que ayuno quiero yo?... Partir su pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo (Is. 58,ó-7)". Partir el pan, porque, "aun cuando tu pobreza sea tan grande que no tengas más que uno solo sin embargo, pártelo y da de él al pobre. También dice: Introduce en tu casa a los pobres que no tengan alberque, lo cual equivale a afirmar: Si hay alguno tan pobre que no tiene comida que dar al hambriento, prepárele un lecho en uno de los rincones de su casa. ¿Qué respuesta daremos, hermanos, qué excusa alegaremos nosotros, que, poseyendo anchas y espaciosas mansiones, apenas nos dignamos alguna vez recibir en ellas a un peregrino? Y eso que no ignoramos, sino que continuamente estamos confesando que en los peregrinos recibimos a Cristo, como El mismo dijo: Peregriné y me acogisteis... Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt. 25,35.40). Nos resulta enojoso recibir en nuestra casa a Cristo en la persona de los pobres y yo me temo que él haga lo mismo con nosotros en el cielo, y que no nos reciba en su gloria. Lo despreciamos en el mundo y yo me temo que él a su vez nos desprecie en el cielo, según aquella sentencia: Tuve hambre y no me disteis de comer... (Mt. 25,42). Fijémonos, carísimos hermanos, en estas palabras; no las oigamos de manera indiferente ni sólo con los oídos del cuerpo, sino que escuchándolas con fidelidad, hagamos de palabra y con el ejemplo que otros también las oigan y las cumplan También nos dice el Señor por boca del profeta Isaías que hemos de vestir al desnudo (ibid.). Precepto riguroso y muy digno de temerse. Yo, sin embargo, no juzgo a nadie. Acuda cada uno y pregunte a su conciencia .

   B) La mano del pobre es el tesoro de Cristo "No obstante, duéleme en el alma, y yo mismo me reprendo, porque quizá haya acontecido alguna vez que, por negligencia mía, los vestidos que debiera recibir un pobre se los haya comido la polilla, y temo que estos mismos vestidos sean testimonio contra mí en el día del juicio, según aquella terrible sentencia con que conmina el apóstol Santiago, cuando dice Y vosotros, los ricos, llorad a gritos sobre las miserias que os amenazan Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla; vuestro oro y vuestra plata, comidos del orín, y el orínn será testigo contra vosotros y roerá vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado para los últimos días... (Iac. 5,1-4). Aún es tiempo para para que, tanto yo como los perezosos como yo, podamos con el auxilio de Dios enmendarnos, si queremos; aun podemos dar con largueza por nuestros pecados pasados las limosnas que hasta aquí o no hicimos o sólo dimos mezquinamente; aún podemos impetrar la misericordia divina con dolor y llanto con esperanza de reparación. El ayuno sin limosnas es como una lámpara sin aceite. Pues así como la lámpara que se enciende sin él humea y no puede alumbrar, asi también el ayuno sin la limosna mortifica en verdad la carne, pero no ilustra interiormente el alma con la luz de la caridad. Por lo demás, en el ayuno se exige que demos a los pobres nuestras comidas, y que lo que habíamos de comer no lo pongamos en nuestras despensas, sino que lo distribuyamos entre los necesitados; porque la mano del pobre es el tesoro de Cristo. Por lo tanto, socorre al menesteroso para que lo que reciba de ti no se quede en la tierra, sino que sea trasladado al cielo. Pues aunque se consuma la comida que recibe el pobre, sin embargo, el premio de la buena obra se custodia en el cielo... Sé que muchos de vosotros, con el auxilio de Dios dais con frecuencia limosnas a los peregrinos y a los pobres; por lo tanto, sirva lo que os indico para que intensifiquéis lo que ya hacéis; y el que no lo haya hecho, se acostumbre a practicar obra tan meritoria y agradable a Dios

   C) Exhortación Inspirandomelo el mismo Dios, os he aconsejado siempre que al llegar las fiestas... os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio. Pero, cuando hablamos de la limosna, no se conturben los necesitados, puesto que la pobreza cumple con todos los preceptos, y la buena voluntad es juzgada y premiada como las obras". El que socorre al necesitado del propio modo que desearía le socorriesen a él si se encontrase en la misma necesidad' "ha cumplido con los preceptos del Antiguo y del Nuevo Testamento y ha observado aquel precepto del Evangelio: Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas (Mt. 7,12). Guíenos a esta ley de caridad perfecta el piadoso Señor que oye y reina con el Padre y el Espiritu Santo por los siglos de los siglos".

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