Magisterio de la Iglesia

San Anselmo

MONOLOGIUM

PRÓLOGO

   Algunos hermanos me han pedido con frecuencia y con instancias que les ponga por escrito y en forma de meditación ciertas ideas que yo les había comunicado en una conversación familiar sobre el método que se ha de seguir para meditar sobre la esencia divina y otros temas afines a éste. Consultando más bien su deseo que la facilidad de la ejecución o la medida de mis propias fuerzas, me trazaron el plan de mi escrito, pidiéndome que no me apoyase en la autoridad de las Sagradas Escrituras y que expusiera, por medio de un estilo claro y argumentos al alcance de todos, las conclusiones de cada una de nuestras investigaciones; que fuese fiel, en fin, a las reglas de una discusión simple, y que no buscase otra prueba que la que resalta espontáneamente del encadenamiento necesario de los procedimientos de la razón y de la evidencia de la verdad. También han querido que no me desdeñase de responder a las objeciones de los simples y aun de los necios. Por mucho tiempo me rehusé, y midiendo esta empresa con mis fuerzas, no dejé de encontrar numerosas razones para excusarme, porque cuanto mayores eran sus exigencias para que hiciese fácil esa materia, tanto más aumentaban para mí la dificultad con sus deseos. Vencido, finalmente, por la molesta importunidad de sus oraciones y por su piadoso y respetable celo, más que contrariado por la dificultad del tema y la debilidad de mí espíritu, consentí, por el cariño que les tengo, en realizar, tan exactamente como pueda, el plan que me habían trazado. Lo que más me decidió fue la esperanza de que este escrito no sería conocido más que de aquellos que me lo habían pedido, y que muy pronto, cansados de leerle, no tardarían en sepultar en el desprecio y el olvido una obra hecha más para que dejasen de molestarme con sus instancias que para satisfacer competentemente su justa curiosidad. Pero ha ocurrido, no sé cómo, y contra mi esperanza, que han sacado copias del manuscrito para aprendérselo de memoria y conservarlo por tiempo largo no solamente los hermanos, sino también otras personas en gran número. Al examinarlo de nuevo escrupulosamente, no he hallado en él nada que no se ajuste rigurosamente a los escritos de los Santos Padres, y principalmente a San Agustín. Si alguien, pues, encontrase en este opúsculo alguna opinión novedosa, sospechosa o contraria a la verdad, que no me trate en seguida como un innovador o apóstol de la mentira; que lea atentamente el tratado de San Agustín sobre la Trinidad y que juzgue mi escrito según el de este Santo Padre. Cuando digo que se podía considerar a la Trinidad como tres substancias, he seguido la opinión de los griegos, que admiten tres substancias en una esencia, compartiendo la misma fe que nosotros, que confesamos tres personas en una substancia, porque entienden por substancia en Dios lo que entendemos por persona. En cuanto a todo lo que yo digo, lo presento suponiendo un hombre que examina y busca en la soledad de su pensamiento lo que en un principio no había comprendido: tal era el voto de los hermanos y el deseo que yo quería satisfacer. Por lo demás, ruego con instancias a aquel que transcriba esta obra que tenga cuidado en encabezarla con este prólogo, porque tiene su utilidad para la inteligencia de lo que sigue el saber con qué intención y de qué manera ha sido escrita esta disertación. Pienso, además, que el que lea este prólogo no se dejará llevar de un juicio apasionado si encuentra en él algún principio contrario a sus opiniones.

CAPÍTULO I

Que hay algo absolutamente bueno, grande y superior a todo lo que existe

   Si alguien ignora que existe una naturaleza única, superior a todo cuanto existe, que se basta a sí misma en su eterna bienaventuranza y que por su omnipotente bondad da a cada criatura lo que hace que ella sea lo que es y el que sea buena en algún aspecto; si ignora otros muchos puntos que necesariamente creemos sobre Dios y las criaturas, no importa que esta ignorancia venga de falta de instrucción o de falta de fe, pienso que, con tal que sea un poco inteligente, podrá convencerse por la sola razón, al menos en gran parte, de estas cosas.

   Y como puede hacer esto de muchas maneras, le presentaré una que, según creo, le será muy fácil. Como quiera que todos los hombres desean gozar, pero únicamente de las cosas que juzgan buenas, fácilmente puede encaminar alguna vez su espíritu para buscar el ser del cual procede la bondad de las cosas que no desea más que porque las juzga buenas, para que de esa manera, guiado por la razón y ayudado por este ser que busca, llegue a conocer lo que no es razonable ignorar.

   Sin embargo, si en este escrito adelanto alguna cosa que no se halle demostrada por una autoridad mayor, deseo que se piense que, aunque, a causa de las razones que me parecen ciertas, la conclusión sea presentada como necesaria, ésta no deberá, sin embargo, ser considerada como absolutamente necesaria, sino sólo como pudiendo parecerlo en su relación con los principios establecidos.

   Es fácil a un hombre decirse a sí mismo interiormente: Puesto que hay tanta abundancia de bienes, cuya múltiple necesidad nos es conocida por la experiencia de los sentidos y por la intención del espíritu, ¿debo yo creer que existe un ser único, por el cual solamente son buenas todas las cosas que son buenas, o hay que pensar que las que son distintas de El son buenas por algún otro? Es cierto y evidente para todo el que quiere prestar atención que todos los objetos entre los cuales existe una relación de más y menos, o de igualdad, son tales en virtud de una cosa que no es diferente, sino la misma en todos, sin que importe al caso el que ésta se halle en ellos en proporción igual o desigual. Porque todas las cosas que se dicen justas las unas en relación a las otras, que sean más o menos igualmente justas, no pueden ser concebidas como justas más que por la justicia, que no puede ser distinta en los diversos objetos. Por consiguiente, como es cierto que todas las cosas buenas, comparadas entre sí, lo son igual o desigualmente, es menester que sean buenas por algo que se concibe idéntico en todas, aunque las diversas cosas buenas parecen a veces ser buenas por algo distinto; porque un caballo, por ejemplo, parece ser bueno por una cosa en cuanto es animoso, y por otra en cuanto es rápido. Porque, aunque se diga que es bueno por el valor y por la rapidez, no parece, sin embargo, que la rapidez y el valor sean una misma cosa. Pero si un caballo es bueno porque es valiente y rápido, ¿por qué un ladrón valiente y rápido es malo? Por consiguiente, hay que decir más bien que así como un ladrón osado y rápido en su acción es malo porque es dañino, de igual modo un caballo decidido y rápido es bueno porque es útil. De ordinario, en efecto, no se considera buena una cosa más que por razón de su utilidad, como la salud y lo que la favorece, corno la belleza y lo que la fomenta. Pero como lo prueba incontestablemente la razón ya puesta en evidencia, es también necesario que todo lo que es útil u honesto, si es verdaderamente bueno, sea bueno por aquello precisamente por lo cual es bueno todo lo que lo es.

   Ahora bien, ¿quién podría dudar que aquello por lo cual es bueno todo lo que es bueno no sea un gran bien? Este bien es bueno por sí mismo, puesto que todo bien viene por él. Síguese que todos los otros bienes proceden de otro que ellos, y que él sólo es por sí mismo. El bien que viene de otro no es igual al bien que es bueno por sí, ni mayor que él. Solamente, pues, este ser es soberanamente porque es bueno por sí, porque solamente es supremo el que supera de tal modo a los otros, que no tiene ni igual ni superior. Pero lo que es soberanamente bueno es también soberanamente grande. Existe, pues, un ser soberanamente bueno y soberanamente grande, es decir, absolutamente superior a todo lo que existe.

CAPÍTULO II

Del mismo tema

   Como hemos encontrado que hay un ser soberanamente bueno, considerando que todos los objetos buenos son tales por un ser que es bueno de por sí, del mismo modo hay que concluir necesariamente que hay un ser soberanamente grande, si se considera que todo lo que es grande lo es por un ser que es grande por sí mismo, grande, digo, no por la extensión, como un cuerpo, sino tal, que cuanto más grande es, más digno y bueno es, como la sabiduría. Y puesto que no puede haber nada soberanamente grande, más que lo que es soberanamente bueno, es necesario que haya un ser a la vez soberanamente grande y soberanamente bueno, es decir,

CAPÍTULO III

Que hay una naturaleza por la cual es todo lo qué es; que esta naturaleza
subsiste por sí misma y es absolutamente superior a todo lo que existe

   Finalmente, no sólo todo lo que es bueno y grande lo es en virtud de una sola y misma cosa, sino que también todo lo que existe parece existir en virtud de un solo y mismo ser. Porque todo lo que existe viene de algo o de la nada. Pero la nada no puede recibir el ser de la nada, porque ni siquiera se puede imaginar que haya algo sin causa; luego lo que existe no tiene el ser más que en virtud de otra cosa. Así las cosas, o la causa de lo que existe es única o hay varios; si hay varias, o convienen en un principio común que las ha dado el ser, o existen cada una de por sí, o se han creado mutuamente. Ahora bien, sí provienen de un mismo principio, ya no tienen un origen múltiple, sino único. Si existen cada una por sí misma, hay qué suponer la existencia de una fuerza o una naturaleza a la que es propio existir por sí, y de la que tienen su prerrogativa de existir por sí mismas; pero entonces es indudable que existen por aquel mismo y sólo del cual tienen la propiedad de existir por sí mismas. Es, pues, más acertado decir que existen todas por razón de este principio único, más que por razón de varios, los cuales por ningún concepto podrían existir sin él. En cuanto a una existencia por mutua comunicación, no hay ningún principio que permita admitirlo, porque sería contradictorio que una cosa recibiese el ser de aquella a la cual ella se lo da, y las relaciones mismas no se crean a sí mutuamente. El esclavo y el amo son ciertamente tales relativamente el uno al otro, pero los hombres a los cuales aplicamos estas calificaciones diversas y relativas no existen ni uno ni otro en virtud de una creación mutua, y estas relaciones mismas que reinan entre ellos no están producidas por su acción recíproca, porque no existen más que por la naturaleza de los sujetos entre los cuales les concebimos. Por tanto, desde el momento en que la verdad no permite admitir que la causa de todas las cosas es múltiple, es necesario que esta causa sea única, y puesto que todo lo que existe no existe más que en virtud de una causa única, es necesario que esta causa única exista por sí misma. Todo lo demás tiene su origen de otro. Solamente ella existe por sí misma, pero todo lo que existe por otro es menor que la causa que ha producido todos los seres y que existe por sí misma. Por lo cual, lo que existe por sí mismo es mayor que todo lo demás. Hay, pues, un principio superior, y único, a todo lo que existe. Ahora bien, aquel que es superior a todas las cosas, el que comunica el ser, la bondad y la grandeza a todo lo que es bueno y grande, éste es forzosamente, soberanamente bueno, grande y superior a lo que existe. Existe, pues, algún ser que, bien sea llamado esencia, substancia o naturaleza, es perfectamente bueno y grande, es, en fin, superior a todo.

CAPÍTULO IV

El mismo tema

   Sigamos. Si alguien examina atentamente las naturalezas distintas que se ofrecen a él, quiera o no, se da cuenta que no tienen todas el mismo grado de dignidad, sino que se distinguen por su mayor o menor nobleza. El que duda de que el caballo no es por su naturaleza superior a la madera, y el hombre al caballo, no sería digno de ser llamado hombre, Por consiguiente, así como no se puede negar que entre las diversas naturalezas hay algunas mejores que otras, así la razón nos obliga a deducir que hay una tan superior a las otras, que no la hay mayor. Si, en efecto, la distinción de los diversos grados es infinita, de suerte que el más elevado tenga todavía otro por encima, hay que admitir que no habrá límite en el número de las naturalezas, principio tan absurdo que salta a la vista, a menos que sea un insensato. Existe, por tanto, necesariamente una naturaleza cuya superioridad sobre las otras sea tal, que no quede inferior a ninguna; pero esta naturaleza, tal como nosotros acabamos de presentarla, es única o hay varias del mismo género, iguales entre sí. Ahora bien, como no pueden ser iguales por condiciones diferentes, sino por una condición única e idéntica, esta condición única que las hace iguales en grandeza es o ellas mismas u otra cosa distinta de ellas. Pero si no es más que su propia esencia, como ellas no tienen varias esencias, sino una sola, se seguiría que no hay varias naturalezas, sino una sola, porque aquí hay que entender por naturaleza lo mismo que esencia. Si, por el contrario, aquello que hace que muchas naturalezas sean igualmente grandes es distinto de la naturaleza misma, seguramente que ellas son, a su vez, menores que lo que les comunica su grandeza, porque todo lo que es grande por comunicación de otro, es menor que aquello de lo que recibe su grandeza. No son, pues, de tal manera grandes que no tengan nada por encima de ellas. Y si ni por parte de su esencia ni por parte de un elemento extraño es posible que existan esas naturalezas iguales y supremas, queda que no pueden existir de ningún modo.

   Queda, pues, esta naturaleza única, que es superior a todas, hasta el punto de no admitir inferioridad con respecto a ninguna. Pero el ser que llena estas condiciones es soberanamente grande y bueno, está por encima de todo lo que existe. Hay, pues, una naturaleza superior a todo lo creado, y esto no puede ocurrir sin que exista por sí misma y sin que todo lo demás que existe haya recibido de ella su existencia, porque como la razón nos demostraba hace un momento que lo que es por sí mismo, y por lo cual existe todo, es superior a todo lo demás, recíprocamente, o este principio superior existe necesariamente por sí mismo y comunica el ser a todas las cosas, o hay varios principios superiores; pero es evidente que no puede ser esto. Existe, pues, una sola naturaleza, substancia o esencia, que es buena y grande por sí misma, que saca su existencia de su propio seno, y de la cual emanan verdaderamente la bondad, la grandeza, la existencia, que, por consiguiente, es la soberana bondad y grandeza, el ser y la substancia por excelencia; en una palabra, el principio superior a todo.

CAPÍTULO V

Cómo esta naturaleza existe por sí misma y las otras por
ella, de igual manera ella es de sí misma y las otras de ella

   Puesto que estamos de acuerdo sobre las razones descubiertas hasta el presente, conviene que nos preguntemos si esta naturaleza superior y todos los otros seres son necesariamente de ella, como son necesariamente por ella. Ahora bien, se puede decir igualmente de una cosa que es de o por otro, y recíprocamente, que lo que es de una cosa es también por ella. Se dirá, por ejemplo, de un objeto que es de tal materia y por tal obrero, o que es de la mano de tal obrero y por el empleo de tal materia y por tal obrero, o que es de la mano de tal obrero y por el empleo de tal materia, porque, en efecto, la una y la otra han contribuido a darle la existencia, aunque lo que ha recibido de la materia o por la materia sea distinto que lo que ha recibido del obrero o por el obrero. Síguese, por tanto, que, como todas las cosas son lo que son por esa naturaleza suprema, y que ella es por sí misma y las otras por algo distinto de ellas, igualmente es verdad el afirmar que todo lo que existe es de esta misma naturaleza suprema; que ella es, por consiguiente, de sí misma, y las otras cosas de ella.

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CAPÍTULO VIII

Cómo hay que entender que el principio supremo ha hecho todo de la nada

   Ante esta palabra nada, surge la duda, porque todo ser que produce otro es la causa de lo que nace de él, y es menester que toda causa contribuya en algo a la esencia de su efecto. Este principio está de tal modo consagrado por la experiencia, que ni la discusión ni el sofisma pueden arrancarle del espíritu. Por tanto, si alguna cosa ha sido hecha de la nada, esta nada ha sido la causa de lo que ha sido hecho por ella. ¿Y cómo lo que no tenía el ser ha podido contribuir a darlo? Y si la nada no puede dar ningún auxilio, ¿a quién se persuadirá, y cómo, que alguna cosa pueda ser hecha de la nada? Además, o la nada expresa alguna cosa o no. Si expresa alguna cosa, todo lo que ha sido hecho de la nada ha sido hecho de algo. Si, al contrario, la nada es la ausencia de todo, como no se puede comprender que una cosa sea creada por lo que no es absolutamente nada, nada se puede hacer de la nada, como lo proclama altamente la voz del género humano. La consecuencia de todo esto es que todo lo que ha sido hecho está hecho de algo, puesto que necesariamente una cosa está hecha de otra o no está hecha de nada. Que la nada sea, pues, algo o que no lo sea, en cualquier caso es evidente que todo lo que es hecho es hecho de alguna cosa. Si esta conclusión es cierta, se opone a cuanto dejamos dicho anteriormente (c. 7). De ahí que lo que no era nada viene a ser algo, y el ser por excelencia es a su vez esa nada que lo engendra todo. Arrancando de una substancia suprema, había llegado a concluir, por el razonamiento, que todas las cosas habían sido hechas por ella, de tal forma, sin embargo, que fueran hechas de la nada. Por tanto, si aquello por lo cual existen, y que yo pensaba ser nada, es algo, todo lo que yo había creído haber descubierto hasta el presente sobre la esencia suprema no es tampoco nada.

   ¿Qué se debe entonces entender por esta palabra nada? Porque he prometido no dejar pasar en esta meditación ninguna objeción posible, aunque fuese poco juiciosa. Yo creo que hay tres maneras de obtener la solución de esta dificultad, que consiste en que una cosa sea hecha de la nada. La primera se presenta cuando, al decir que una cosa está hecha de la nada, se quiere decir que no está creada. Cuando, por ejemplo, al designar a un hombre que se calla, se pregunta: «¿Qué dice él?», y se responde: «No dice nada», es decir, no habla. Según esta manera de comprender, si se trata de la esencia suprema y de lo que no ha existido o no existe, y si se pregunta de qué ha sido hecho esto, se responderá con razón: «De nada», es decir, no ha sido hecho. En este sentido la expresión no es aplicable 'a ninguna, de las cosas ;creadas.

   La segunda puede emplearse como forma de lenguaje, pero no tendría sentido verdadero. De ella se hace uso cuando se dice que una cosa está hecha de la nada, entendiendo con eso que está hecha de lo que no es verdaderamente y absolutamente nada, como si se supusiese en cierto modo que esta nada es verdaderamente algo, de lo cual otro puede recibir el ser. En este sentido, esta manera de expresarse es falsa e implica siempre lo imposible y la contradicción.

   Finalmente, empleamos la tercera cuando decimos que algo ha sido hecho de la nada, entendiendo que ha sido verdaderamente hecho, pero que no hay nada de lo cual ha sido hecho. Así se dice de un hombre oprimido por la tristeza sin causa, que está triste por nada. Si se entiende en este sentido lo que hemos dicho anteriormente, a saber, que, excepto la esencia suprema, todo lo que viene de ella ha sido hecho de la nada, es decir, no ha sido hecho de algo, nuestra conclusión estará de acuerdo con lo que precede, y en todo lo que siga no se encontrará ninguna contradicción. No hay de hecho ni desacuerdo ni contradicción en decir que las cosas producidas por la substancia creadora están hechas de la nada, en el sentido en el que se dice que un hombre, de pobre que era, ha llegado a ser rico, o que después de una enfermedad ha recobrado la salud, queriendo expresar con ello que aquel que era pobre es ahora rico, lo que no era antes; que el que estaba enfermo ha recobrado la salud, que no tenía. De esta manera es fácil comprender que la esencia creadora ha hecho todo de la nada o que todo ha sido hecho por ella de la nada, es decir, que lo que antes no existía ha recibido el ser. Porque cuando se dice que esta esencia ha hecho estas cosas o que estas cosas han sido hechas, se comprende necesariamente que, efectivamente, ha hecho alguna cosa, y que cuando éstas han sido hechas, realmente han sido hechas algo. Así, cuando vemos una persona elevada por otra, de una posición muy baja, hasta los honores y las riquezas, decimos: éste la ha hecho de la nada lo que es, o aquélla ha sido lo que es, de la nada, por ésta; es decir, este hombre, que antes era mirado como nada, ha llegado a ser algo por el beneficio de este otro.

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