Magisterio de la Iglesia
San Atanasio de Alejandría
SAN ATANASIO
Atanasio representa, en muchos aspectos, la consolidación de las
principales líneas del pensamiento teológico, todavía fluctuante
durante los siglos anteriores. Atanasio no fue tal vez un gran genio
especulativo, que abriera nuevas perspectivas a la teología: fue más
bien el hombre que en un momento crítico crucial -el de la marea
arriana- supo captar certeramente cuáles eran las más radicales
exigencias de la revelación cristiana y, sobre todo, supo luchar con un
denuedo increíble para lograr que tales exigencias fuesen reconocidas y
aceptadas en un encarecido ambiente en el que la confusión ideológica
y las intrigas políticas parecían hacer imposible tal reconocimiento.
Toda la teología de Atanasio casi puede reducirse a un esfuerzo por
defender la verdadera divinidad del Verbo, no menos que su verdadera
función salvadora. Por lo menos ya desde Justino, el intento de
explicar la revelación en términos del pensamiento helénico iba
llevando a concepciones de tipo subordinacionista, en las que, aunque se
quería mantener la naturaleza divina del Verbo, éste aparecía con un
carácter mediador que tendía a hacer de él más bien un ser
intermediario en alguna manera subordinado o inferior al Dios supremo.
Arrio representa el desarrollo extremo de esta linea de pensamiento
cuando afirma claramente la inferioridad del Verbo como criatura, aunque
se ponga su creación «antes de los tiempos». Atanasio defenderá
ardorosamente que la mediación reveladora y salvadora del Verbo no
implica distinción sustancial con respecto al Padre, sino que el Verbo
es de la misma esencia y sustancia del Padre y constituye con él una
misma y única divinidad, aunque como Verbo engendrado se distinga de él
verdaderamente. Esta doctrina es defendida por Atanasio por fidelidad a
la revelación, sin que intente propiamente una explicación o
justificación del cómo o el porqué del misterio trinitario. La teología
del Espíritu Santo, aunque todavía poco desarrollada de una manera
explícita, es concebida por Atanasio de manera paralela a la teología
del Verbo.
La temática trinitaria lleva a Atanasio a ocuparse también de la
soteriología: en este punto, sin olvidar el aspecto de satisfacción
vicaria, Atanasio desarrolla sobre todo una sateriología de "asunción",
por la que la eficacia salvífica de la encarnación del Verbo está
primordialmente en el mismo hecho de que éste, al asumir la carne
humana, la diviniza, liberándola así de la sujeción al pecado, a la
muerte y a la corrupción.
La vida de Atanasio es una verdadera odisea de sufrimientos en defensa
de la fe trinitaria. Nacido en Alejandría en 295, aparece como diácono
del obispo alejandrino en el concilio de Nicea, en 325. Poco después
pasa a ocupar la sede de Alejandría, por muerte de su obispo, de la que
había de ser desterrado cinco veces, para volver otras tantas, según
soplaban los vientos del poder de sus enemigos arrianizantes o del favor
y desfavor de los emperadores en los que aquellos buscaban apoyo. Murió
lleno de gloria y en plena posesión de su sede el año 373.
Es la gran figura de la Iglesia en el siglo IV, junto con San Basilio el
Grande, San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa, en Oriente, San
Hilario y San Ambrosio en Occidente. Por su incansable defensa del
símbolo de fe promulgado en el Concilio de Nicea, se le denomina Padre
de la ortodoxia y columna de la fe.
Nacido
en Alejandría de Egipto, en el año 295, en esa ciudad recibió su
formación filosófica y teológica. Fue ordenado diácono a los 24 años,
y acompañó al obispo Alejandro, Patriarca de Alejandría, al Concilio
de Nicea (año 325) en calidad de secretario. En ese Concilio, el
primero de los ecuménicos, la Iglesia condenó la herejía de Arrio,
que negaba la consustancialidad del Padre y del Hijo, afirmando por el
contrario que el Verbo -aunque superior a las criaturas- es inferior
al Padre. A pesar de esta condena, los secuaces de Arrio, amparados
muchas veces por la autoridad imperial, siguieron difundiendo sus
doctrinas, sobre todo en Oriente.
Es
entonces cuando cobra enorme importancia San Atanasio, que -elegido
para sustituir a Alejandro en la sede de Alejandría- es consagrado
obispo en el año 328. Desde ese momento, se convierte en el gran adalid
del Credo de Nicea, el brillante escritor que expone teológicamente y
defiende contra las diversas herejías- apoyado en el estudio de la
Escritura y en la Tradición- la fe verdadera en la Santísima
Trinidad. Esta defensa le costó seis destierros, pero de todos ellos
regresó invicto a Alejandría, donde el clero y el pueblo le acogían
triunfalmente. Sus últimos años transcurrieron en paz. Falleció en el
373, ocho años antes de que el Concilio I de Constantinopla, segundo
ecuménico, reafirmara solemnemente la fe de Nicea y diera término a la
herejía arriana.
La
producción literaria de San Atanasio es amplísima. La mayor parte está
relacionada con la defensa de la divinidad del Verbo, proclamada en
Nicea; es el caso de los escritos apologéticos y dogmáticos contra los
paganos y contra los arrianos, así como el libro La Encarnación del
Verbo. También elaboró escritos exegéticos y ascéticos (es famosa su
Vida de San Antonio, el primer eremita), varias cartas dogmáticas
enviadas a diversos Obispos, y las Cartas Festales, dirigidas a sus
fieles con ocasión de la fiesta de la Pascua. Una de ellas, la
correspondiente al año 367, es particularmente interesante porque
contiene la primera lista completa de los 27 libros del Nuevo Testamento
considerados como canónicos (es decir, inspirados por el Espíritu
Santo).
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