Magisterio de la Iglesia
San Atanasio de Alejandría
CARTA DE NUESTRO SANTO PADRE ATANASIO, ARZOBISPO, A MARCELINO SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LOS SALMOS
Querido Marcelino, admiro tu fervor
cristiano. Sobrellevas perfectamente tu actual situación, y, aunque
mucho te haga sufrir, no descuidas en absoluto la ascesis. Pregunté al
portador de tu carta por el género de vida que llevas ahora que estás
enfermo; me ha informado que si bien dedicas tu tiempo a toda la
Escritura santa, tienes, sin embargo, con mayor frecuencia el libro de
los Salmos entre las manos, tratando de comprender el sentido que cada
uno esconde. Te felicito, pues tengo idéntica pasión por los Salmos,
como la tengo por la Escritura entera. Hallándome en una ocasión
(invadido) por semejantes sentimientos, tuve un encuentro con un anciano
estudioso y quiero transcribirte la conversación que sobre los Salmos,
- ¡Salterio en mano! - sostuvo conmigo. Lo que aquel viejo maestro me
transmitió es agradable y, al mismo tiempo instructivo. He aquí lo que
me dijo:
Toda nuestra Escritura hijo mío, tanto del Antiguo como del Nuevo (Testamento), está, tal como está escrito, inspirada por Dios y es útil para enseñar (2 Tm.3,16). Pero el libro de los Salmos, si se reflexiona atentamente, posee algo que merece una especial atención. Cada uno de los libros, en efecto, nos ofrece y nos entrega su propia enseñanza: El Pentateuco, por ejemplo, relata el comienzo del mundo y la vida de los Patriarcas, la salida de Israel de Egipto como también la entrega de la legislación. El Triteuco relata la distribución de la tierra, las hazañas de los jueces, como también la genealogía de David. Los libros de los Reyes y de las Crónicas relatan los hechos de los reyes. Esdras describe la liberación del cautiverio, el retorno del pueblo, la reconstrucción del templo y de la ciudad. Los (libros de los) profetas predicen la venida del Salvador, recuerdan los mandamientos, advierten y exhortan a los pecadores, como también profetizan acerca de las naciones. El libro de los Salmos, es como un jardín en el que no sólo crecen todas estas plantas, -¡y además melodiosamente cantadas!-, sino que nos muestra lo que le es privativo, ya que al cantar (salmos) añade lo suyo propio. Canta los acontecimientos del Génesis en el salmo 18: Los cielos pregonan la gloria de Dios, y el firmamento proclama la obra de sus manos (Sal 18,1), y en el salmo 23: La tierra y todo lo que contiene es del Señor; el mundo y todo lo que lo habita Él lo fundó sobre los mares (Sal 23,1-2). Los temas del Éxodo, Números y Deuteronomio los canta hermosamente en los salmos 77 y 113: Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob, de un pueblo bárbaro, Judá fue su santuario e Israel su dominio (Sal 113,1-2). Similares temas canta en el salmo 104: Envió a Moisés su siervo, y a Aarón, su elegido. Les confió sus palabras y sus maravillas en la tierra de Cam. Envió la oscuridad y oscureció; pero se rebelaron contra sus palabras. Transformó sus aguas en sangre, y dio muerte a sus peces. Su tierra produjo ranas, hasta en las habitaciones del rey. Habló y se llenó de tábanos y de mosquitos todo su territorio (Sal 104,26-31). Es fácil descubrir que todo este salmo como también el 105 fueron escritos en referencia a todos estos acontecimientos. Las cosas que se refieren al sacerdocio y al tabernáculo las proclama en aquello del salmo 28: al salir del tabernáculo, diciendo: Ofrezcan al Señor, hijos de Dios, ofrézcanle gloria y honor (Sal 28,1). Los hechos concernientes a Josué y a los jueces los refiere brevemente el salmo 106 con las palabras: Fundaron ciudades para habitar en ellas, sembraron campos y plantaron viñas (Sal 106, 36-37). Pues fue bajo Josué que se les entregó la tierra prometida. Al repetir reiteradamente en el mismo salmo, Entonces gritaron al Señor en su tribulación, y él los libró de todas sus angustias (Sal 106,6), se está indicando el libro de los Jueces. Ya que cuando ellos gritaban les suscitaba jueces a su debido tiempo para librar a su pueblo de aquellos que lo afligían. Lo referente a los reyes se canta en el salmo 19 al decir: Algunos se glorían en carros, otros en caballos, pero nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios. Ellos fueron detenidos y cayeron; pero nosotros nos levantamos y mantenemos en pie. ¡Señor, salva al Rey y escúchanos cuando te invocamos! (Sal 19,8-10). Y lo que se refiere a Esdras lo canta en el salmo 125 (uno de los salmos graduales): Cuando el Señor cambió la cautividad de Sión, quedamos consolados (Sal 125,1); y nuevamente en el 121: Me alegré cuando me dijeron, vayamos a la casa del Señor. Nuestros pies recorrieron tus palacios, Jerusalén; Jerusalén está edificada cual ciudad completamente poblada. Pues allí suben las tribus, las tribus del Señor, como testimonio para Israel (Sal 121, 1-4). Prácticamente cada salmo remite a los profetas. Sobre la venida del Salvador, y de que aquel que debía venir, sería Dios, así se expresa el salmo 49: El Señor nuestro Dios vendrá manifiestamente, y no se callará (Sal 49,2-3); y el salmo 117: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Nosotros los hemos bendecido desde la casa del Señor; el Señor (es) Dios y él se nos manifestó (Sal 117, 26-27). Él es el Verbo del Padre, como lo canta el 106: Él envió su Verbo y los curó, los salvó de sus corrupciones (Sal 106,20). El Dios que viene es él mismo el Verbo enviado. Sabiendo que este Verbo es el Hijo de Dios, hace decir al Padre en el salmo 44: Mi corazón ha proferido un Verbo bueno (Sal 44,1), y también en el salmo 109: De mí seno antes de la aurora yo te he engendrado (Sal 109,3). ¿Quién puede decirse engendrado por el Padre, sino su Verbo y su Sabiduría?. Sabiendo que es a él al que el Padre decía: Que sea la luz, y el firmamento y todas las cosas, el libro de los Salmos también contiene palabras similares: El Verbo del Señor afianzó los cielos y por el Espíritu de su boca toda su potencia (Sal 32,6). (El salmista) no ignoraba que el que debía venir fuese también el Ungido, ya que propiamente de él habla (como sujeto principal) el salmo 44: Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos; es cetro de rectitud el cetro de tu Reino. Has amado la justicia y odiado la iniquidad: por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría en preferencia a tus compañeros (Sal 44,7-8). Para que nadie se imagine que él viene sólo en apariencia, aclara que es este mismo el que se hará hombre y que es por él por quien todo fue creado, y por ello afirma en el salmo 86: La madre Sión dirá : un hombre, un hombre fue engendrado en ella, el Altísimo en persona la ha fundado (Sal 86,5). Lo que equivale a afirmar: El Verbo era Dios, todo fue hecho por él, y, El Verbo se hizo carne. Conociendo, igualmente, el nacimiento virginal, el Salmista no se calló, sino que lo expresó claramente en el salmo 44, al decir: Escucha, hija mía, y mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, porque el rey está prendado de tu belleza (Sal 44, 11-12). Nuevamente, esto equivale a lo dicho por Gabriel, ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! (Lc 1,28). Después de haber afirmado que él es el Ungido, muestra a renglón seguido su nacimiento humano de la Virgen, al decir: Escucha, hija mía. Gabriel la llama por su nombre, María, porque es un extraño, - en cuanto a parentesco se refiere -; pero David, el salmista, ya que ella es de su familia, la llama con toda razón su hija. Habiendo afirmado que se haría hombre, los salmos muestran lógicamente que él es pasible según la carne. El salmo 2 prevé la conjura de los judíos: ¿Por qué se rebelaron los paganos? ¿Por qué concibieron vanos proyectos? Los reyes de la tierra se prepararon, los jefes se conjuraron contra el Señor y contra su Ungido (Sal 2, 1-2). En el salmo 21 el Salvador mismo da a conocer su género de muerte: ...me aprisionas en el polvo de la muerte, me rodea un tropel de mastines; la asamblea de los perversos me circunda. Taladraron mis manos y mis pies. Han contado todos mis huesos. Ellos me miraron vigilantes, se dividieron mi ropa y echaron a suerte mí túnica (Sal 21,17-19). Taladrar sus manos y sus pies, ¿qué otra cosa es, sino indicar su crucifixión? Después de enseñar todo esto, añade que el Señor padeció por causa nuestra, y no, por la suya. Y, con sus propios labios, afirma nuevamente en el salmo 87: Pesadamente reposa sobre mí tu ira (Sal 87,17), y en el salmo 68: He devuelto lo que no había arrebatado (Sal 68,5). Pues si bien no debía pagar las cuentas de crimen alguno, él murió, - pero sufriendo por causa nuestra, tomando sobre si la cólera que nos estaba destinada, por nuestros pecados, como lo dice en Isaías, Él cargó nuestras flaquezas; lo que se hace evidente cuando afirmamos en el salmo 137: El Señor los recompensará por mi causa, y el Espíritu dice en el salmo 71, que él salvará a los hijos del pobre, y quebrantará a los que acusan en falso... pues él rescatará al pobre del opresor, y redimirá al indigente que no tiene protector (Sal 71, 4.12). Por eso predice también su ascensión a los cielos, diciendo en el salmo 23: Príncipes, levanten sus portones y abran sus puertas eternas y entrará el rey de la gloria (Sal 23,7.9). En el 46: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al sonido de trompeta(s) (Sal 46,6). También su sentarse (a la derecha de Dios) lo anuncia en el salmo 109: Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como tarima para tus pies (Sal 109,1). Hasta la destrucción del diablo se anuncia a voces en el salmo 9: Te sientas en tu trono cual juez que juzga justamente. Reprendiste a los pueblos y pereció el impío (Sal 9,5-6). Tampoco calló que recibiría plena potestad de juzgar, de parte del Padre, y que vendría con autoridad sobre todo, al afirmar en el 71: ¡Oh Dios, concede tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey, para que juzgue a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud (Sal 71,1-2). Y en el salmo 49 dice: Convocará al cielo en lo alto, y a la tierra, para juzgar a su pueblo...Y los cielos proclamarán su justicia, pues Dios es juez (Sal 49,4.6). Y en el 81 leemos: Dios está en pie en la asamblea de los dioses, y rodeado de dioses, (los) juzga (Sal 81,1). Sobre la vocación de los paganos mucho se habla en nuestro libro, pero sobre todo en el salmo 46: Pueblos todos, aplaudan, aclamen a Dios con voces jubilosas (Sal 46,2). De manera similar en el 71: Delante suyo se postran los etíopes, y sus enemigos lamerán el polvo; los reyes de Tarsis, y las islas, ofrecen sus dones. Los reyes de Arabia y de Sabá le ofrecerán regalos. Y lo adorarán todos los reyes de la tierra; todos los pueblos le servirán (Sal 71,9-11). Todo esto lo cantan los Salmos y se anuncia en cada uno de los otros Libros. No siendo un ignorante, (el anciano) agregaba: en cada libro de la Escritura se significan realidades idénticas, sobre todo en relación con el Salvador, pues todos están íntimamente relacionados y sinfónicamente concordes en el Espíritu. Por eso, del mismo modo que es posible descubrir en el Salterio el contenido de los otros Libros, también se encuentra con frecuencia el contenido del primero en los restantes. Así, por ejemplo, Moisés compuso un himno e Isaías canta y Habacuc suplica con un cántico. Más aún, en todos los libros es posible hallar profecías, leyes y relatos. El mismo Espíritu lo abarca todo, y de acuerdo al don asignado a cada cual, proclama la gracia peculiar, repartiéndola en plenitud, sea como capacidad de profetizar, o de legislar, o de relatar lo sucedido, o el don de los Salmos. Si bien el Espíritu es uno e indivisible, de él provienen todos los dones particulares y en cada don está totalmente presente, aunque cada uno lo percibe según las revelaciones y dones recibidos y en la medida y forma de las necesidades, de modo que en la medida en que cada uno se deja guiar por el Espíritu se hace servidor del Verbo. Es por eso, como lo dije más arriba, que cuando Moisés está legislando, algunas veces también profetiza y otras canta; y los Profetas al profetizar algunas veces proclaman mandatos, como aquel: Lávense, purifíquense. Limpia tu corazón de toda inmundicia, Oh Jerusalén (Is 1,16; Jr 4,14), y otras veces relatan historias como lo hace Daniel con los acontecimientos concernientes a Susana, o Isaías cuando relata lo de Rabsaces y Senaquerib. El rasgo característico del libro de los Salmos, como ya dijimos, es el del canto, y por ello modula melodiosamente lo que en otros libros se narra con detalle. Pero algunas veces hasta legisla: Abandona la ira y deja la cólera (Sal 36,8), y Apártate del mal, obra el bien; anhela la paz y corre tras ella (Sal 33,15). Y otras veces relata el camino de Israel y profetiza acerca del Salvador, como lo dijimos más arriba. La gracia del Espíritu es común (a todos los libros), estando la misma acorde a la tarea encomendada y según el Espíritu la concede. Los más y los menos no provocan distinción alguna siempre que cada cual efectúe y lleve a cabo su propia misión. Pero aun siendo así, el libro de los Salmos tiene, en este mismo terreno, un don y gracia peculiares, una propiedad de particular relieve. Pues junto a las cualidades, que le son comunes y similares con los restantes Libros, tiene además una maravillosa peculiaridad: contiene exactamente descritos y representados todos los movimientos del alma, sus cambios y mudanzas. De modo que una persona sin experiencia, al irlos estudiando y ponderando puede irse modelando a su imagen. Pues los otros libros sólo exponen la ley y cómo ella estipula lo que se deba, o no, cumplir. Escuchando las profecías sólo se sabe de la venida del Salvador. Prestando atención a las descripciones históricas sólo se llega a averiguar los hechos de los reyes y de los santos. El libro de los Salmos, además de dichas enseñanzas, permite reconocer al lector las mociones de su propia alma y se las enseña, por el modo como algo lo afecta o lo turba; de acuerdo a este libro puede uno tener una idea aproximada de lo que debe decir. Por eso no se contenta con escuchar simplemente, sino que sabe cómo hablar y cómo actuar para curar su mal. Es cierto que también los otros libros tienen palabras que prohiben el mal, pero este también describe cómo apartarse de él. Por ejemplo, hacer penitencia es un precepto, hacer penitencia significa dejar de pecar; aquí se indica no sólo cómo hacer penitencia y lo que es necesario decir para arrepentirse. Así mismo Pablo dijo: La tribulación produce en el alma la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no queda defraudada (Rm.5,3-5). Los Salmos describen y muestran, además, cómo soportar las tribulaciones, lo que debe hacer el afligido, lo que debe decir una vez pasada la tribulación, cómo cada uno es puesto a prueba, cuales son los pensamientos del que espera en el Señor. Lo de dar gracias en toda circunstancia es también un precepto. Los Salmos indican lo que debe decir aquel que da gracias. Sabiendo, por otra parte, que los que pretenden vivir piadosamente serán perseguidos, aprendemos de los Salmos cómo clamar cuando huimos en medio de la persecución, y qué palabras dirigir a Dios una vez escapados de ella. Somos invitados a bendecir al Señor, encontramos las expresiones adecuadas para manifestarle nuestra confesión. Los Salmos expresan cómo debemos alabar al Señor, qué palabras le rinden homenaje de modo adecuado. Para toda ocasión y sobre todo argumento encontraremos entonces poemas divinos adecuados a nuestras emociones y sensibilidad. 1. Todavía esto de asombroso y maravilloso tienen los Salmos: al leer los demás libros, aquello que dicen los santos y el objeto de sus discursos, los lectores lo relacionan con el argumento del libro, los oyentes se sienten extraños al relato, de modo que las acciones recordadas suscitan mera admiración o el simple deseo de emularlas. El que en cambio abre el libro de los Salmos recorre, con la admiración y el asombro acostumbrados, las profecías sobre el Salvador contenidas ya en los restantes libros, pero lee los salmos como si fueran personales. El auditor, igual que el autor, entran en clima de compunción, apropiándose las palabras de los cánticos como si fueran suyas. Para ser más claro, no vacilaría, al igual que el bienaventurado Apóstol, en retomar lo dicho. Los discursos pronunciados en nombre de los patriarcas, son numerosos; Moisés hablaba y Dios respondía; Elías y Eliseo, establecidos sobre la montaña del Carmelo, invocaban sin cesar al Señor, diciendo: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy! (1 Re 17,1; 2 Re 3,4). Las palabras de los restantes santos profetas tienen por objeto al Salvador, y un cierto número se refieren a los paganos y a Israel. Sin embargo, ninguna persona pronunciaría las palabras de los patriarcas como si fueran suyas, ni osaría imitar y pronunciar las mismas palabras que Moisés, ni las de Abrahán acerca de su esclava e Ismael o las referentes al gran Isaac; por necesario o útil que fuera, nadie se animaría a decirlas como propias. Aunque uno se compadeciera de los que sufren y deseara lo mejor, jamás diría con Moisés: ¡Muéstrate a mí! (Ex 33,13), o tampoco: Si les perdonas su pecado, perdónaselo; si no se lo perdonas, bórrame del libro que tú has escrito (Ex 33,12). Aun en el caso de los profetas, nadie emplearía personalmente sus oráculos para alabar o reprender a aquellos que se asemejan por sus acciones a los que ellos reprendían o alababan; nadie diría: ¡Vive el Señor, en cuya presencia estoy hoy! Quien toma en sus manos esos libros, ve claramente que dichas palabras deben leerse no como personales, sino como pertenecientes a los santos y a los objetos de los cuales hablan. Los Salmos, ¡cosa extraña!, salvo lo que concierne al Salvador y las profecías sobre los paganos, son para el lector palabras personales, cada uno las canta como escritas para él y no las toma ni las recorre como escritas por otro ni tampoco referentes a otro. Sus disposiciones (de ánimo) son las de alguien que habla de sí mismo. Lo que dicen, el orante lo eleva hacia Dios como si fuera él quien hablara y actuara. No experimenta temor alguno ante estas palabras, como ante las de los patriarcas, de Moisés o de los otros profetas, sino que más bien, considerándolas como personales y escritas referidas a él, encuentra el coraje para proferirlas y cantarlas. Sea que uno cumpla o quebrante los mandamientos, los Salmos se aplican a ambos. Es necesario, en cualquier caso, sea como transgresor, sea como cumplidor, verse como obligado a pronunciar las palabras escritas sobre cada cual. 2. [Las palabras de los Salmos] me parece que son para quien las canta, como un espejo en el que se reflejan las emociones de su alma para que así, bajo su efecto, pueda recitarlos. Hasta quien sólo los escucha, percibe el canto como referido a él: o bien, convencido por su conciencia y compungido se arrepiente; o bien, oyendo hablar de la esperanza en Dios y del auxilio concedido a los creyentes, se alegra de que le haya sido otorgado y prorrumpir en acciones de gracias a Dios. Así, por ejemplo, ¿canta alguno el salmo tercero? Reflexionando sobre sus propias tribulaciones, se apropiará de las palabras del salmo. Así mismo, leerá al 11SS y al 16SS de acuerdo a su confianza y oración; el recitado del 50SS será expresión de su propia penitencia; el 53SS, 55SS, 100SS y el 41SS expresan sus sentimientos sobre la persecución de la que él es objeto; son sus palabras las que le cantan al Señor. Así pues, cada salmo sin entrar en mayores detalles, podemos decir que está compuesto y es proferido por el Espíritu, de modo que en esas mismas palabras, como ya lo dije antes, podamos captar los movimientos de nuestra alma y nos las hace decir como provenientes de nosotros, como palabras nuestras, para que trayendo a la memoria nuestras emociones pasadas, reformemos nuestra vida espiritual. Lo que los salmos dicen puede servirnos de ejemplo y de patrón de medida. 3. Esto también es don del Salvador: hecho hombre por nosotros, ofreció por nosotros su cuerpo a la muerte, para librarnos a todos de la muerte. Queriendo mostrarnos su manera celestial y perfecta de vivir la plasmó en sí mismo para que no seamos ya fácilmente engañados por el enemigo, ya que tenemos una prenda segura en la victoria que en favor nuestro obtuvo sobre el diablo. Es por esta razón que no sólo enseñó, sino que practicó su enseñanza, de modo que cada uno lo escuche cuando habla y mirándolo, como se observa un modelo, acepte de él el ejemplo, como cuando dice: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29). No podrá hallarse enseñanza más perfecta de la virtud que la realizada por el Salvador en su propia persona: paciencia, amor a la humanidad, bondad, fortaleza, misericordia, justicia, todo lo encontraremos en él y nada tienes ya que esperar, en cuanto a virtudes, al mirar detenidamente su vida. Pablo lo decía claramente: Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1). Los legisladores, entre los griegos, tienen gracia únicamente para legislar; el Señor, cual verdadero Señor del universo, preocupado por su obra, no solamente legisla, sino que se da como modelo para que aquellos que lo desean, sepan cómo actuar. Aun antes de su venida entre nosotros, lo puso de manifiesto en los Salmos, de manera que al igual que nos proveyó de la imagen acabada del hombre terrenal y del celestial en su propia persona, también en los Salmos, aquel que lo desea, puede aprender y conocer las disposiciones del alma, encontrando como curarlas y rectificarlas. 4. Hablando con mayor precisión, puntualicemos entonces que si bien toda la Escritura divina es maestra de virtud y de fe auténtica, el libro de los Salmos ofrece, además un perfecto modelo de vida espiritual. Al igual que quien se presenta ante un rey asume las correctas actitudes corporales y verbales, no sea que apenas abra la boca, sea arrojado fuera por su falta de compostura, también a aquel que corre hacia la meta de las virtudes y desea conocer la conducta del Salvador durante su vida mortal, el sagrado Libro lo conduce primero, a través de la lectura, a la consideración de los movimientos del alma, y a partir de allí va representando sucesivamente el resto, enseñando a los lectores gracias a dichas expresiones. En este libro llama la atención que algunos salmos contengan narraciones históricas, otros admoniciones morales, otros profecías, otros súplicas y otros, todavía, confesión.
5. Estando, entonces, los salmos dispuestos y ordenados de esta manera, les es posible a los lectores, - como ya lo dije antes -, descubrir en cada uno de ellos los movimientos y la constitución de su alma, del mismo modo que descubren el género y la enseñanza que cada uno les transmiten. Igualmente se puede aprender de ellos las palabras a decir para agradar al Señor, o con cuáles palabras expresar el deseo de corregirse y arrepentirse o de darle gracias. Todo esto impide, al que recita literalmente estas expresiones, caer en la impiedad. Ya que no sólo tendremos que dar razón de nuestras obras al Juez (supremo), sino hasta de toda palabra inútil (Mt 12,36). Si quieres bendecir a alguno, aprendes cómo hacerlo y en nombre de quién, en los salmos 1; 31; 40; 11; 118 y 127. Si deseas censurar las conjuras de los judíos contra el Salvador, ahí tienes al segundo de nuestros poemas. Si los tuyos te persiguen, y muchos se levantan contra ti, recita el tercero. Si estando afligido invocaste al Señor, y porque te escuchó quieres darle gracias, entona el cuarto, o el 74, o el 114. Si atisbas que los malhechores te preparan trampas y quieres que muy de mañana tu oración llegue a sus oídos, recita el quinto. Si la amenaza de castigo del Señor te intranquiliza, puedes recitar el 6 o el 37. Si algunos se reúnen para tramar algo contra ti, como lo hizo Ajitófel contra David, y llega a tus oídos, canta el salmo 7 y confía en el Señor, él te defenderá. 6. Si, observando la extensión universal de la gracia del Salvador y la salvación del género humano, quieres conversar con Dios, canta el salmo 8. ¿Quieres entonar el cántico de la vendimia, para dar gracias al Señor? Tienes nuevamente a tu disposición el 8 y también el 83. En honor a la victoria sobre los enemigos y la liberación de la criatura, sin gloriarte tú, sino reconociendo que estos hechos magníficos son obra del Hijo de Dios, recita el ya mencionado salmo 9. Si alguien quiere confundirte o asustarte, ten confianza en el Señor y repite el salmo 10. Al observar la soberbia de tantos y como el mal crece, al punto que ya no hay acciones santas entre los hombres, busca refugio en el Señor y dí el salmo 11. ¿Prolongan los enemigos sus ataques? No desesperes como si Dios te olvidara, sino invócalo cantando el salmo 12. No te asocies en modo alguno con los que blasfeman impíamente contra la Providencia, más bien suplica al Señor recitando los salmos 13 y 52. El que quiera aprender quién es el ciudadano del reino de los cielos debe decir el salmo 14. 7. Necesitas orar porque tus adversarios asedian tu alma, canta los salmos 16; 85; 87 y 140. Si quieres saber cómo rezaba Moisés, ahí tienes el salmo 89. ¿Fuiste liberado de tus enemigos y perseguidores? Canta el salmo 17. ¿Te maravillan el orden de la creación y la providente gracia que en ella resplandece, como también los preceptos santos de la Ley? Canta entonces el 18 y el 23. Viendo sufrir a los atribulados, consuélalos orando y recitándoles las palabras del salmo 19. Ves que el Señor te conduce y pastorea, guiándote por el camino recto, ¡alégrate de ello y salmodia el 22! ¿Te sumergen los enemigos? Eleva tu alma hasta Dios salmodiando el 24 y verás que los inicuos quedan malogrados . ¿Te asechan los enemigos, teniendo sus manos totalmente manchadas de sangre, y no buscan más que perderte y confundirte? Entonces, no confíes tu justicia a un hombre, - ¡toda justicia humana es sospechosa! -, pídele al Señor que te haga justicia, ya que él es el único Juez, recitando el 25; 34 o 42. Cuando te asaltan violentamente los enemigos y se congregan como un ejército y te desprecian como si aún no estuvieras ungido, y por eso te hacen la guerra, no tiembles, canta más bien el salmo 26. La naturaleza humana es débil, y si [a pesar de ello] los perseguidores se hacen tan desvergonzados e insisten, no les hagas caso, suplica en cambio al Señor con el salmo 27. Si quieres aprender cómo ofrecer sacrificios al Señor con acción de gracias, recita entonces con inteligencia espiritual el salmo 28. Si dedicas y consagras tu casa, esto es, tu alma que hospeda al Señor, como también la casa corpórea en la que moras físicamente, recita con acción de gracias el 29 y entre los salmos graduales el 126. 8. Si ves que eres despreciado y perseguido por amigos y conocidos a causa de la verdad, no pierdas el ánimo por eso, ni temas a los que se te oponen, sino apártate de ellos y contemplando el futuro, salmodia el trigésimo. Si al ver a los bautizados y rescatados de su vida corruptible, ponderas y admiras la misericordia de Dios, canta en favor suyo tus alabanzas con el salmo 31. Si deseas salmodiar en compañía de muchos, reúne a los hombres justos y probos, y recita el 32. Si caíste víctima de tus enemigos y sagazmente pudiste evitar sus asechanzas, reúne a los hombres mansos y recita en su presencia el salmo 33. Si ves el celo para cometer el mal que impera entre los transgresores a la Ley, no pienses que la maldad es algo natural en ellos, como lo afirman los herejes, sino recita el 35 y te convencerás de que a ellos les corresponde la responsabilidad por el pecado. Si ves a los malvados cometer muchas iniquidades, y envalentonarse contra los humildes, y quieres exhortar a alguien que ni se junte con los inicuos ni les tenga envidia, pues su porvenir quedará truncado, entonces di para ti mismo y para los otros el 36. 9. Si, por otra parte, queriendo prestar atención a tu propia persona, y viendo que el enemigo se dispone a atacarte, - pues le agrada provocar a este tipo de personas -, quisieras fortalecerte contra él, canta el salmo 38. Si teniendo que soportar ataques de los perseguidores quieres aprender las ventajas de la paciencia, recita entonces el 39. Cuando viendo multitud de pobres y mendigos, quieres mostrarte misericordioso con ellos, serás capaz de serlo gracias a la recitación del salmo 40, ya que con él alabarás a los que ya actuaron compasivamente, y exhortarás a los demás a que obren de igual manera. Si ansiando buscar a Dios, escuchas las burlas de los adversarios, no te turbes, sino que considerando la recompensa eterna de tal nostalgia, consuela tu alma con la esperanza en Dios, y, superados los pesares que te acongojan en esta vida, entona el salmo 41. Si no quieres dejar de recordar los innumerables beneficios que el Señor otorgó a tus padres, como el éxodo de Egipto y la estancia en el desierto, y qué bueno es Dios y cuán ingratos los hombres, tienes al 43; 77; 88; 104; 105; 106 y 113. Si habiéndote refugiado en Dios, poderoso defensor en el peligro, quieres darle gracias y narrar sus misericordias para contigo, tienes el 45. 10. ¡Pecaste, sientes vergüenza, buscas hacer penitencia y alcanzar misericordia! Encontrarás palabras de arrepentimiento y confesión en el salmo 50. Aun si debes soportar calumnias por parte de un rey inicuo, y ves cómo se envalentona el calumniador, aléjate de allí y usa las expresiones que encuentras en el 51. Si te atacan, te acosan y quieren traicionarte, entregándote a la justicia, como lo hicieron zifeos y filisteos con David, no pierdas el valor, ten ánimo, confía en el Señor y alábalo con las palabras de los salmos 53 y 55. La persecución te sobreviene, cae sobre ti y sin saberlo penetra inesperadamente en la cueva en la que te escondías, ni entonces temas, pues aun en ese aprieto encontrarás palabras de consuelo y de memorial indeleble en los salmos 56 y 141. Si quien te persigue da la orden de vigilar tu casa, y tú, a pesar de todo, logras escapar, da gracias a Dios, e inscribe el agradecimiento en tu corazón, como sobre una estela indeleble, en memorial de que no pereciste y entona el salmo 58. Si los enemigos que te afligen profieren insultos, y los que aparentaban ser amigos lanzan acusaciones en contra tuya, y esto perturba tu oración por un breve tiempo, reconfórtate alabando a Dios y recitando las palabras del 54. Contra los hipócritas y los que se glorían desfachatadamente, recita, - para vergüenza suya -, el salmo 57. Contra los que arremeten salvajemente contra ti y quieren arrebatarte el alma, contrapón tu confianza y adhesión al Señor; cuanto más se envalentonen ellos, tanto más descansa en él, recitando el 61. Si perseguido, huyes al desierto, nada temas por estar allí solo, pues tienes a Dios junto a ti, a quien, muy de madrugada, puedes cantarle el 62. Si te aterran los enemigos y no cesan en su conjura contra ti, buscándote sin descanso, aunque sean muchos no te aflijas, ya que sus ataques serán como heridas causadas por flechas arrojadas por niños, entona, entonces (confiado), los salmos 63; 64; 69 y 70. 11. Si deseas alabar a Dios recita el 64, y cuando quieras catequizar a alguno acerca de la resurrección, entona el 65. ¡Imploras la misericordia del Señor!, alábalo salmodiando el 66. Si ves que los malvados prosperan gozando de paz y los justos, en cambio, viven en aflicción, para no tropezar ni escandalizarte recita también tú el 72. Cuando la ira de Dios se inflama contra el pueblo, tienes palabras sabias para su consuelo en el 73. Si andas necesitado de confesión, salmodia el 9; 74; 91; 104; 105; 106; 107; 110; 117; 125 y 137. Quieres confundir y avergonzar a paganos y herejes, demostrando que ni uno solo de ellos posee el conocimiento de Dios, sino únicamente la Iglesia católica, puedes, si así lo piensas, cantar y recitar inteligentemente las palabras del 75. Si tus enemigos te persiguen y te cortan toda posibilidad de huída, aunque estés muy afligido y grandemente confundido, no desesperes, sino clama, y si tu grito es escuchado, da gracias a Dios recitando el 76. Pero si los enemigos persisten e invaden y profanan el templo de Dios, matando a los santos y arrojando sus cadáveres a las aves del cielo, no te dejes intimidar ni temas su crueldad, sino compadece con los que padecen y ora a Dios con el salmo 78. 12. Si deseas alabar al Señor en día de fiesta, convoca los siervos de Dios y recita los salmos 80 y 94. Y si nuevamente los enemigos todos, se reúnen, asaltándote por todas partes, profiriendo amenazas hacia la casa de Dios y aliándose contra la piedad, no te amilane su multitud o su poder, ya que tienes un ancla de esperanza en las palabras del salmo 82. Si viendo la casa del Señor y sus tabernáculos eternos, sientes nostalgia por ellos como la tenía el Apóstol, recita el salmo 83. Cuando habiendo cesado la ira y terminada la cautividad, quisieras dar gracias a Dios, tienes al 84 y al 125. Si quieres saber la diferencia que media entre la Iglesia católica y los cismáticos, y avergonzar a estos últimos, puedes pronunciar las palabras del 86. Si quieres exhortarte a ti y a otros, a rendir culto verdadero a Dios, demostrando que la esperanza en Dios no queda confundida, sino que, todo lo contrario, el alma queda fortalecida, alaba a Dios recitando el 90. ¿Deseas salmodiar el Sábado? Tienes el 91. 13. ¿Quieres dar gracias en el día del Señor? Tienes el 23; o, ¿deseas hacerlo en el segundo día de la semana?: recita el 47. ¿Quieres glorificar a Dios en el día de preparación?: tienes la alabanza del 92. Porque entonces, cuando ocurrió la crucifixión, fue edificada la casa aunque los enemigos trataron de rodearla, es conveniente cantar como cántico triunfal lo que se enuncia en el 92. Si te sobrevino la cautividad, y la casa fue derribada y vuelta a edificar, canta lo que se contiene en el 95. La tierra se ha librado de los guerreros y ha aparecido la paz: reina el Señor y tú quieres hacerlo objeto de tus alabanzas, ahí tienes el 96. ¿Quieres salmodiar el cuarto día de la semana?. Hazlo con el 93; pues en un día como ese fue el Señor entregado y comenzó a asumir y ejecutar el juicio contrario a la muerte, triunfando confiadamente sobre ella. Si lees el Evangelio, verás que en el cuarto día de la semana los judíos se reunieron en Consejo contra el Señor, y también verás que con todo valor comenzó a procurarnos justicia contra el diablo: salmodia, respecto a todo esto, con las palabras del 93. Si, además, observas la providencia y el poder universal del Señor, y quieres instruir a algunos en la obediencia y en la fe, exhórtalos ante todo a confesar laudativamente: salmodia el 99. Si has reconocido el poder de su juicio, es decir que Dios juzga atemperando la justicia con su misericordia, y quieres acercártele, tienes para este propósito las palabras del centésimo entre los salmos. 14. Nuestra naturaleza es débil, si las angustias de la vida te han asimilado a un mendigo, y sintiéndote exhausto buscas consuelo, entona el 101. Es conveniente que siempre y en todo lugar demos gracias a Dios; si deseas bendecirlo, espuela tu alma recitando el 102 y el 103. ¿Quieres alabar a Dios y saber, cómo, por qué motivos, y con qué palabras hacerlo? Tienes el 104; 106; 134; 145; 146; 147; 148 y 150. ¿Prestas fe a lo que ha dicho el Señor y tienes fe en las palabras que tú mismo dices cuando rezas? Profiere el 115. ¿Sientes que vas progresando gradualmente en tus obras, de modo que puedes hacer tuyas las palabras: olvidando lo que queda detrás mío, me lanzo hacia lo que est delante (Flp 3,13)?: puedes entonces entonar para cada uno de los peldaños de tu adelanto uno de los quince salmos graduales. 15. ¿Has sido conducido al cautiverio por pensamientos extraños y te hallas nostálgicamente tironeado por ellos? ¿Te embarga el arrepentimiento, deseas no caer en el futuro y, sin embargo, sigues cautivo de ellos? ¡Siéntate, llora, y, como lo hizo antaño el pueblo, pronuncia las palabras del 136! ¿Eres tentado y así sondeado y probado? Si superada la tentación quieres dar gracias, utiliza el salmo 138. ¿Te hallas nuevamente acosado por los enemigos y quieres ser liberado? Pronuncia las palabras del 139. ¿Deseas suplicar y orar? Salmodia el 5 y el 142. Si se ha alzado el tiránico enemigo contra el pueblo y contra ti, al modo de Goliat contra David, no tiembles, ten fe, y como David, salmodia el 143,. Si maravillado por los beneficios que Dios otorgó a todos y también a ti, quieres bendecirlo, repite las palabras que David dijo en el 144. ¿Quieres cantar y alabar al Señor? Lo que debas entonar est en los salmos 92 y 97. ¿Aun siendo pequeño, has sido preferido a tus hermanos y colocado sobre ellos? No te gloríes ni te envalentones contra ellos, sino que atribuyendo la gloria a Dios que te eligió, salmodia el 151, que es un poema genuinamente davídico. Supongamos que deseas entonar los salmos en los que resuena la alabanza a Dios, es decir que van encabezados por el Aleluya, puedes usar: el 104; 105; 106; 111; 112; 113; 114; 115; 116; 117; 118; 134; 135; 145; 146; 147; 148; 149 y el 150. 16. Si al salmodiar quieres destacar lo que se refiere al Salvador, encontrarás referencias prácticamente en cada salmo: así, por ejemplo, tienes el 44 y el 100, que proclaman tanto su generación eterna del Padre como su venida en la carne; el 21 y el 68 que preanuncian la cruz divina, como también todos los padecimientos y persecuciones que soportó por nosotros; el 2 y el 108 que pregonan la maldad y las persecuciones de los judíos y la traición de Judas Iscariote; el 20, 49 y 71 proclaman su reinado y su potestad de juzgar, como también su manifestación a nosotros en la carne y la vocación de los paganos. El 15 anuncia su resurrección de entre los muertos; el 23 y 46 anuncian su ascensión a los cielos. Al leer el 92, 95, 97 o 98, caes en la cuenta y contemplas los beneficios que el Salvador nos otorgó gracias a sus padecimientos. 17. Esta es la característica que posee el libro de los salmos, para utilidad de los hombres: una parte de los salmos han sido escritos para purificación de los movimientos del alma; otra parte para anunciarnos proféticamente la venida en la carne de nuestro Señor Jesucristo, como arriba dijimos. Pero en modo alguno debemos pasar por alto la razón por la que los salmos se modulan armoniosamente y con canto. Algunos simplotes entre nosotros, si bien creen en la inspiración divina de las palabras, sostienen que los salmos se cantan por lo agradable de los sonidos y para placer del oído. Esto no es exacto. La Escritura para nada buscó el encanto o la seducción, sino la utilidad del alma; esta forma fue elegida sobre todo por dos razones. En primer lugar, convenía que la Escritura no alabara a Dios únicamente en una secuencia de palabras rápida y continua, sino también con voz lenta y pausada. En secuencia ininterrumpida se leen la Ley, los Profetas, los libros históricos y el Nuevo Testamento; la voz pausada es empleada para los Salmos, odas y cánticos. Así se obtiene que los hombres expresen su amor a Dios con todas sus fuerzas y con todas sus posibilidades. La segunda razón estriba en que, al igual que una buena flauta unifica y armoniza perfectamente todos los sonidos, del mismo modo requiere la razón que los diversos movimientos del alma, como pensamiento, deseo, cólera, sean el origen de los distintas actividades del cuerpo, de modo que el obrar del hombre no sea desarmonico, conflictuado consigo mismo, pensando muy bien y obrando muy mal. Por ejemplo, Pilato que dijo: ningún delito encuentro yo en él para condenarlo a muerte (Jn 18,38), pero obró según el querer de los judíos; o, que deseando obrar mal, estén imposibilitados de realizarlo, como los ancianos con Susana; o que aun absteniéndose de adulterar sea ladrón, o, sin ser ladrón sea homicida, o, sin ser asesino sea blasfemo. 18. Para impedir que surja esa desarmonía interior, la razón requiere que el alma, que posee el pensamiento de Cristo (1 Co 2,16), como dice el Apóstol, haga que éste le sirva de director, que domine en él sus pasiones, ordenando los miembros del cuerpo para que obedezcan la razón. Como plectro para la armonía, en ese salterio que es el hombre, el Espíritu debe ser fielmente obedecido, los miembros y sus movimientos deben ser dóciles obedeciendo la voluntad de Dios. Esta tranquilidad perfecta, esta calma interior, tienen su imagen y modelo en la lectura modulada de los Salmos. Nosotros damos a conocer los movimientos del alma a través de nuestras palabras; por eso el Señor, deseando que la melodía de las palabras fuera el símbolo de la armonía espiritual en el alma, ha hecho cantar los Salmos melodiosa, modulada y musicalmente. Precisamente este es el anhelo del alma, vibrar en armonía, como está escrito: alguno de ustedes es feliz, ¡que cante! (St 5,13). Así, salmodiando, se aplaca lo que en ella haya de confuso, áspero o desordenado y el canto cura hasta la tristeza: ¿por qué estás triste alma mía, por qué te me turbas? (Sal 41, 6.12 y 42,5); reconocer su error confesando: casi resbalaron mis pisadas (Sal 72,2); y en el temor fortalecer la esperanza: el Señor está conmigo: no temo; ¿qué podrá hacerme el hombre? (Sal 117,6). 19. Los que no leen de esta manera los cánticos divinos, no salmodian sabiamente, sino que buscando su deleite, merecen reproche, ya que la alabanza no es hermosa en boca del pecador (Si 15,9). Pero cuando se cantan de la manera que arriba mencionamos, de modo que las palabras se vayan profiriendo al ritmo del alma y en armonía con el Espíritu, entonces cantan al unísono la boca y la mente; al cantar así son útiles a sí mismos y a los oyentes bien dispuestos. El bienaventurado David, por ejemplo, cantando para Saúl, complacía a Dios y alejaba de Saúl la turbación y la locura, devolviéndole tranquilidad a su alma. De idéntica manera los sacerdotes al salmodiar, aportaban la calma al alma de las multitudes, induciéndolas a cantar unánimes con los coros celestiales. El hecho de que los Salmos se reciten melodiosamente, no es en absoluto indicio de buscar sonidos placenteros, sino reflejo de la armoniosa composición del alma. La lectura mesurada es símbolo de la índole ordenada y tranquila del espíritu. Alabar a Dios con platillos sonoros, con la cítara y el salterio de diez cuerdas, es, a su vez, símbolo e indicación de que los miembros del cuerpo están armoniosamente unidos al modo que lo están las cuerdas; de que los pensamientos del alma actúan cual címbalos, recibiendo todo el conjunto movimiento y vida a impulsos del espíritu, ya que vivirán, como está escrito, si con el Espíritu hacen morir las obras del cuerpo (Rm 8,13). Quien salmodia de esta manera armoniza su alma llevándola del desacuerdo al acorde, de modo que hallándose en natural acuerdo nada la turbe, al contrario con la imaginación pacificada desea ardientemente los bienes futuros. Bien dispuesta por la armonía de las palabras, olvida sus pasiones, para centrada gozosa y armoniosamente en Cristo concebir los mejores pensamientos. 20. Es por tanto necesario, hijo mío, que todo el que lee este libro lo haga con pureza de corazón, aceptando que se debe a la divina inspiración, y, beneficiándose por eso mismo de él, como de los frutos del jardín del paraíso, empleándolos según las circunstancias y la utilidad de cada uno de ellos. Estimo, en efecto, que en las palabras de este libro se contienen y describen todas las disposiciones, todos los afectos y todos los pensamientos de la vida humana y que fuera de estos no hay otros. ¿Hay necesidad de arrepentimiento o confesión; les han sorprendido la aflicción o la tentación; se es perseguido o se ha escapado a emboscadas; está uno triste, en dificultades o tiene alguno de los sentimientos arriba mencionados; o vive prósperamente, habiendo triunfado sobre tus enemigos, deseando alabar, dar gracias o bendecir al Señor? Para cualquiera de estas circunstancias hallará la enseñanza adecuada en los Salmos divinos. Que elija aquellos relacionados con cada uno de esos argumentos, recitándolos como si él los profiriera, y adecuando los propios sentimientos a los en ellos expresados. 21. En modo alguno se busque adornarlos con palabras seductoras, modificar sus expresiones o cambiarlas totalmente; lea y cántese lo que está escrito, sin artificios, para que los santos varones que nos los legaron, reconozcan el tesoro de su propiedad, recen con nosotros, o más bien, lo haga el Espíritu Santo que habló a través de ellos, y al constatar que nuestros discursos son eco perfecto del suyo, venga en nuestra ayuda. Pues en tanto en cuanto la vida de los santos es mejor que la del resto, por tanto mejores y más poderosas se tendrán, con toda verdad, sus palabras que las que agreguemos nosotros. Pues con esas palabras agradaron a Dios y al proferirlas ellos lograron, como lo dice el Apóstol, conquistar reinos, hicieron justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones; apagaron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada, curaron de sus enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros, las mujeres recobraron resucitados a sus muertos (Hb 11, 33-35). 22. Todo el que ahora lee esas mismas palabras [de los Salmos], tenga confianza, que por ellas Dios vendrá instantáneamente en nuestra ayuda. Si está afligido, su lectura procurará un gran consuelo; si es tentado o perseguido, al cantarlas saldrá fortalecido y como más protegido por el Señor, que ya había protegido antes al autor, y hará que huyan el diablo y sus demonios. Si ha pecado volverá en sí y dejará de hacerlo; si no ha pecado, se estimará dichoso al saber que corre en procura de los verdaderos bienes; en la lucha, los Salmos darán las fuerzas para no apartarse jamás de la verdad; al contrario, convencerá a los impostores que trataban de inducirle al error. No es un mero hombre la garantía de todo esto, sino la misma Escritura divina. Dios ordenó a Moisés escribir el gran Cántico enseñándoselo al pueblo; al que él constituyera como jefe le ordenó trancribir el Deuteronomio, guardándolo entre sus manos y meditando continuamente sus palabras, pues sus discursos son suficientes para traer a la memoria el recuerdo de la virtud y aportar ayuda a los que los meditan sinceramente. Cuando Josué, hijo de Nuná penetró en la tierra prometida, viendo los campamentos enemigos y a los reyes amorreos reunidos todos en son de guerra, en lugar de armas o espadas, empuñó el libro del Deuteronomio, lo leyó ante todo el pueblo, recordando las palabras de la Ley, y habiendo armado al pueblo salió vencedor sobre los enemigos. El rey Josías, después del descubrimiento del libro y su lectura pública, no albergaba ya temor alguno de sus enemigos. Cuando el pueblo salía a la guerra, el arca conteniendo las tablas de la Ley iba delante del ejército, siendo protección más que suficiente, siempre que no hubiera entre los portadores o en el seno del pueblo prevalencia de pecado o hipocresía. Pues se necesita que la fe vaya acompañada por la sinceridad para que la Ley dé respuesta a la oración. 23. Al menos yo, dijo el anciano, escuché de boca de hombres sabios, que antiguamente, en tiempos de Israel, bastaba con la lectura de la Escritura para poner en fuga los demonios y destruir las trampas tendidas por ellos a los hombres. Por eso, me decía [mi interlocutor], son del todo condenables aquellos que abandonando estos libros componen otros con expresiones elegantes, haciéndose llamar exorcistas, ¡como les ocurrió a los hijos del judío Esceva, cuando intentaron exorcisara de esa manera!. Los demonios se divierten y burlan cuando los escuchan; por el contrario tiemblan ante las palabras de los santos y ni oírlas pueden. Pues en las palabras de la Escritura está el Señor y al no poder soportarlo gritan: ¡Te ruego que no me atormentes antes de tiempo! (Lc 8,28). Con sola la presencia del Señor se consumían. Del mismo modo Pablo daba órdenes a los espíritus impuros y los demonios se sometían a los discípulos. Y la mano del Señor cayó sobre Eliseo el profeta, de modo que profetizó a los tres reyes acerca del agua, cuando por orden suya el salmista cantaba al son del salterio. Incluso ahora, si uno está preocupado por los que sufren, lea los Salmos y les ayudará muchísimo, demostrando igualmente que su fe es firme y veraz; al verla Dios conceder la completa salud a los necesitados. Sabiéndolo el santo dijo en el salmo 118: meditaré sobre tus decretos, no olvidaré tus palabras; y también: tus decretos eran mis cantos, en el lugar de mi peregrinación. En ellas encontraron salvación al decir: si tu ley no fuese mi meditación, ya habría perecido en mi humillación. También Pablo buscaba confirmar a su discípulo, al decir: medita estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos (1 Tm 4,15). Practícalo igualmente tú, lee con sabiduría los Salmos y podrás, bajo la guía del Espíritu, comprender el significado de cada uno. Imitarás la vida que llevaron los varones santos, quienes entusiasmados por el Espíritu de Dios esto dijeron. |