Magisterio de la Iglesia
San Basilio el Grande
ATIENDE A TI MISMO
"Atiende a ti mismo, no sea que alguna vez una palabra oculta, se haga iniquidad en tu corazón" (Deut. XV, 9)(1).
Introducción
Dios Nuestro Creador, nos ha dado el uso de la palabra para que descubramos a los demás los designios del corazón; ya que somos de una misma naturaleza, quiere Dios que, comunique cada uno con su prójimo, sacando como de unas alacenas, las intenciones de los escondrijos del corazón. Si contásemos únicamente de alma, pronto nos entenderíamos con los demás por medio de lo que pensamos. Pero como nuestra alma elabora los pensamientos revestida con el traje de la carne, tiene necesidad de palabras y nombres para publicar lo que dentro tiene. Y así, luego que nuestro pensamiento toma una voz significativa llevado por la palabra como en una barca, cruzando el espacio, pasa del que habla al que oye. Si encuentra profunda calina y silencio, entra como en puertos tranquilos e imperturbados en los oídos de los que escuchan. Pero si como enfurecida tempestad, sopla contra el alboroto de los oyentes, naufragará disolviéndose en medio del espacio. Haced, pues calina a la palabra con el silencio. Porque tal vez aparezca conteniendo algo útil que podáis llevar con vosotros.
La palabra de la verdad es difícil de comprender; puede fácilmente escapárseles a los que no estén con atención. Por eso, dispuso el Espíritu Santo que fuese concisa y breve, para que significase con pocas palabras muchas cosas, y pudiese por la brevedad retenerse fácilmente en la memoria. Porque virtud natural de la palabra es el no ocultar con oscuridad las cosas que significan, no estar ociosa y vacía andando ligeramente alrededor de las cosas.
El porqué de la sentencia
Tal es la sentencia que poco ha nos leyeron de los libros de Moisés, de la cual os acordaréis muy bien los diligentes; a no ser que por su brevedad haya pasado ligeramente por vuestros oídos. Dice, pues, así: Atiende a ti mismo, no sea que alguna vez una palabra oculta se haga iniquidad en tu corazón(2).
Somos los hombres inclinados a los pecados del pensamiento. Por eso el que formó uno por uno nuestros corazones, sabiendo que la principal parte del pecado se comete con el apetito de la voluntad, ordenó en nosotros la pureza como la primera en la parte más noble. El sitio donde más fácilmente resbalamos al pecado lo ha favorecido con mayor esmero y vigilancia.
Y así como los médicos más previsores, defienden muy de antemano con medicinas preservativas las partes más débiles de los cuerpos; de la misma manera, el común curandero y verdadero médico de las almas, previno con más poderosos auxilios lo que conoció estar en nosotros más inclinado al pecado. Las acciones del cuerpo necesitan tiempo, oportunidad, trabajos, ayudantes, y los demás gastos. No así los movimientos de la mente, pues se ejecutan instantáneamente, se acaban sin cansancio, se detienen sin hacer nada; todo tiempo es apto para ellos.
Suele ocurrir que algún arrogante y vanaglorioso de su castidad, revestido por afuera con máscaras de pudor, sentándose muchas veces en medio de los que le llaman dichoso por su virtud, acude con su mente, por el oculto movimiento del corazón, al lugar del pecado. Ve con la imaginación lo que desea. Finge compañías indecorosas. Píntase claramente el placer en la escondida oficina de su corazón. Comete el pecado allá dentro sin testigos; desconocido por todos hasta que venga el que ha de descubrir los escondrijos de las tinieblas, y manifestar los deseos de los corazones(3).
Atiende, pues, no sea que alguna vez algún pensamiento oculto se haga iniquidad en tu corazón. Porque el que mire a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio en su corazón(4). Las acciones corporales las interrumpen muchos, mas el que peca con el deseo, ha cometido él pecado con la velocidad de los pensamientos. Por lo cual, contra esto tan resbaladizo, se nos dio pronto precaución. Así lo atestiguan las palabras: No sea que alguna vez una palabra oculta se haga delito en tu corazón.
Atiende a ti mismo para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable
Pero volvamos al comienzo de la sentencia. Atiende a ti mismo. Todos los animales tienen por concesión de Dios, quien todo lo creó, movimientos para mirar por su propia naturaleza. Y encontrarás, si observas diligentemente, que la mayor parte de los brutos, sin que nadie les enseñe tienen odio a los que les dañan. Son atraídos por el contrario, por cierta inclinación natural, a gozar de lo que les es útil. Por eso mismo Dios, nuestro maestro, nos dio este gran precepto para que lo que ellos hacen por naturaleza, eso lo hagamos nosotros con el auxilio de la razón. Lo que ellos hacen inconsiderablemente, quiere Dios que lo hagamos nosotros con atención y con la continua dirección de los pensamientos. Quiere que seamos guardas diligentes de los movimientos que El nos da, huyendo del pecado como huyen los brutos de las comidas venenosas y siguiendo la justicia como siguen ellos las nutritivas hierbas.
Atiende por lo tanto a ti mismo, para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable.
Dos maneras de atender a sí mismo
Dos maneras hay de atender: una, contemplando con los ojos corporales las cosas visibles; otra, elevando la facultad espiritual del alma a la contemplación de las cosas incorpóreas. Si dijésemos que este precepto sólo se refiere a la acción de los ojos, mostraremos de inmediato la imposibilidad de esto. Porque ¿cómo uno se abarcaría a sí todo con el ojo? Pues, ni el ojo usa de su mirada para verse a sí mismo, ni puede ver la parte superior de la cabeza, ni las espaldas, ni el rostro, ni la interior disposición de las entrañas. Por otra parte, sería una impiedad decir que no pueden guardarse los mandamientos del Espíritu Santo.
Resta, pues, que entendamos el precepto en cuanto se refiere a la acción del entendimiento.
Atiende a ti mismo, es decir: examínate a ti mismo por todas partes. Ten despiertos los ojos del alma para vigilarte a ti mismo.
Atraviesas por medio de lazos(5). Yacen ocultas por todas partes, trampas puestas por el enemigo. Examina, pues, todo lo que está a tu alrededor, para que te libres como el gamo de los lazos, y como el ave de la trampa(6). Porque al gamo no se le puede agarrar con lazos por la agudeza de su vista, por donde se lo llama así por la perspicacia de sus ojos. Y el pájaro, cuando está atento, con sus ligeras alas se remonta sobre las celadas de los cazadores.
Pues mira. No te muestres más perezoso que los irracionales en vigilarte a ti mismo. Está, atento, no sea que alguna vez, enredado en los lazos, seas presa del diablo, cazado por él en vida para ser su juguete.
Atiende únicamente a ti mismo, a tu alma
Atiende, pues, a ti mismo; a saber, no a tus cosas, ni a lo que te rodea, sino atiende únicamente a ti mismo. Porque una cosa somos nosotros mismos, y otra nuestras cosas; y otra, todo lo que nos rodea. Nosotros somos el alma y la mente en cuanto que hemos sido hechos a imagen del Creador. Cosa nuestra es el cuerpo y sus sentidos. Lo que nos rodea son las riquezas, artes y lo demás concerniente a la vida.
¿Qué dice, pues, la sentencia? No atiendas a la carne ni busques en manera alguna su bien; la salud, la hermosura, el goce de los placeres, la larga vida. No admires las riquezas, la honra y el poder. No tengas por cosa grande cuanto satisface las necesidades de la vida temporal, no sea que desprecies, por la afición a estas cosas, la vida más excelente que tienes. Atiende a ti mismo; es decir a tu alma. Adórnala, cuídala, hasta que desaparezca, por tu diligencia, toda suciedad que se la haya pegado del mal. Procura borrar toda la deshonra que le haya venido del pecado. Adórnala y embellécela con galas de virtud.
Examínate a ti mismo quien eres. Conoce tu naturaleza: que es mortal tu cuerpo, e inmortal el alma. Conoce que tenemos una vida doble: una, perteneciente a la carne, que pasa velozmente; otra, perteneciente al alma, que no tiene límite.
Reflexiona diligentemente sobre ti mismo para dar a cada uno lo conveniente
Atiende, pues, a ti mismo. No te pegues a las cosas perecederas como si fueran eternas. No desprecies las eternas como si fueran pasajeras. Desprecia la carne, porque pasa; cuida del alma, que es inmortal. Reflexiona con toda diligencia sobre ti mismo, para que aprendas a dar a cada uno lo conveniente: a la carne los alimentos y los vestidos, y al alma las enseñanzas de la piedad, el comportamiento honesto, el ejercicio de la virtud, el dominio de las pasiones. Atiende a ti mismo para que no engordes excesivamente al cuerpo, ni andes solícito por la abundancia de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne y mutuamente se contrarían ambos(7). Atiende a ti mismo, no sea que, condescendiendo con la carne, des mayor poder al que menos vale. Porque así como en los fieles de las balanzas, si cargas mucho un platillo haces necesariamente al que está enfrente, en el lado contrario, más ligero, así también en el cuerpo y en el alma la superioridad del uno comporta necesariamente la debilidad del otro. Y es así, que gozando de bienestar el cuerpo, y pesado por su obesidad, necesariamente el entendimiento está débil y flojo para sus operaciones propias, mientras que, por el contrario, estando bien el alma y levantada a su propia grandeza, por medio de ejercicio del bien, síguese el que la debilite esta complexión del cuerpo.
Precepto útil para todos
Y este mismo precepto es útil para los débiles, y en sumo grado consciente para los fuertes. También los médicos de las enfermedades aconsejan a los pacientes a que atiendan a sí mismos, y nada descuiden de lo perteneciente a su salud. Pues de una manera semejante, la sentencia, el médico de nuestras almas, sana con este pequeño remedio al alma enferma por el pecado. Atiende por lo tanto a ti mismo, para que conforme lo exige tu delito, recibas el remedio de la salud.
¿Es grande y horrible tu pecado? Pues necesitas mucho la confesión, lágrimas amargas, continuadas vigilias, ayunos no interrumpidos.
¿Es ligera y tolerable tu falta? Sea igual también la penitencia. Unicamente atiende a ti mismo, para que conozcas la salud y la enfermedad del alma. Porque muchos teniendo grandes e incurables enfermedades, ni se dan cuenta siquiera, por su excesiva inconsideración, que están enfermos.
Grande es también la utilidad que se sigue de esta sentencia para los robustos en sus obras. Una misma sentencia, sana a los enfermos y perfecciona a los sanos. Cada uno de nosotros, que somos discípulos de esta sentencia, es administrador de algún oficio de los que prescribe el Evangelio(8). Porque en esta gran casa de la Iglesia, no sólo hay ajuares de todas clases, de oro y de plata, de madera y de barro, sino que hay también toda clase de artes. Tiene la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios Vivo lo, cazadores, atletas, soldados. A todos éstos se adapta esta breve sentencia. Comunica a cada uno diligencia en el trabajo, y entusiasmo en la voluntad. Eres cazador enviado por el Señor, que dijo:
He aquí que yo envío muchos cazadores y los cazarán por todos los bosques(10).
Atiende, pues, con diligencia, no se te escape la presa, para que cazando con la palabra de la verdad a los que se han convertido en fieras, por sus servicios, los traigas al Salvador. Eres caminante como lo era aquel que oraba así: Dirige mis pasos(11).
Atiende a ti mismo. No tuerzas el camino, no te separes a la derecha o a la izquierda(12). Vete por el camino real. El arquitecto eche sobre la mente el cimiento de la fe, que es Cristo Jesús(13). El albañil mire como edifica, no con madera, ni heno, ni paja, sino con oro, plata y piedras preciosas. Tú, pastor, atiende, no te pase por alto alguna de las cosas que requiere el oficio pastoril. Y ¿qué cosas son éstas? Encamina al perdido, venda al golpeado, cura al enfermo.
Tú labrador, cava alrededor de la higuera infructuosa y arroja allí lo que ayude para la fecundidad.
Tú que eres soldado, colabora al Evangelio pelea valiente, combate(14) contra todos los espíritus del mal, contra las pasiones de la carne; toma toda la armadura de Dios: no te compliques en los negocios de la vida para que agrades al que te eligió para su milicia.
Tú atleta, atiende a ti mismo. No faltes a las leyes atléticas; porque ninguno es coronado si no luchó legalmente(15). Imita a San Pedro que corría y peleaba y era luchador; y así tú, como un buen combatiente, ten firme la mirada de tu alma. Cubre las partes más peligrosas con el impedimento de tus manos; ten fijos los ojos en el adversario. En tus carreras tiende tu vista a lo que te queda por delante(16). Corre de suerte que ganes el premio(17). Oponte en la lucha a los enemigos invisibles.
Tal quiere la sentencia que seas durante la vida; no cobarde ni perezoso, sino cauto y vigilante gobernador de ti mismo.
No me bastaría el día entero si hubiera de continuar exponiendo, sea las obligaciones de los que coadyuvaban al Evangelio de Cristo, sea la eficacia del precepto y cuán bien se acomoda a todos.
Atiende a ti mismo, previniéndote contra las vanas ilusiones
Atiende a ti mismo. Se sobrio, aconsejado, observador de las cosas presentes, previsor de lo futuro. No pierdas lo ya presente, por tu pereza, ni te prometas el goce de lo que ni es, ni tal vez será, como si estuviese ya en tus manos.
Y ¿no está por naturaleza esta enfermedad en los jóvenes que por la ligereza de su entendimiento creen poseer ya lo que esperan? Porque cuando alguna vez están en reposo, o en el descanso de la noche, se fraguan ellos mismos imágenes que no existen, son arrastrados por la insensibilidad de su mente a todas las cosas. Prométense el esplendor de la vida, brillante boda, feliz descendencia, larga vejez y honores de parte de todos. Después, no pudiendo detener sus esperanzas en ninguna cosa, son arrebatados a las mayores cosas humanas. Poseen casas hermosas y grandes. Las llenan de toda clase de cosas preciosas. Ponen a su alrededor cuanto la vanidad de sus pensamientos les señala de terreno en el mundo. Las riquezas que de allí resultan, las encierran en los cofres de la vanidad.
A todo esto, añaden rebaños, innumerables multitud de domésticos, puestos políticos, dignidades militares, guerras, trofeos, el mismo reino.
Todas estas cosas consideradas en las ficciones vacías de su mente, debido a su excesiva locura, les parece como que ya las gozaran de presente. Parece como que tuvieron ante sus pies lo que tan solo esperan. Tener sueños estando despierto, es una enfermedad propia de un alma débil y perezosa.
Pues bien, la Escritura, para estrujar esta vana soberbia de la inteligencia, y esta vanagloria de nuestros pensamientos, y para reprimir como con un freno de inconstancia de la mente, nos anuncia este grande y sabio precepto: "Atiende a ti mismo, sin prometerte lo que no existe, y dirige las cosas presentes a tu utilidad".
Atiende a ti mismo y no quieras averiguar los males de otros
Creo que el legislador usó también esta amonestación para hacer desaparecer asimismo este vicio de la sociedad. El indagar curiosamente los males ajenos, nos es más fácil a todos, que el indagar diligentemente lo propio. A fin de que esto no suceda, (el legislador nos) dice: "Cesa de averiguar los males ajenos. No entregues a la ociosidad tus pensamientos para que se ocupen de la vida de los demás. Atiende a ti mismo, a saber, vuelve los ojos de tu alma para averiguar tus propias cosas". Pues muchos, como dice el Señor, ven una pajuela en el ojo de su hermano, y no ven la viga que llevan en el suyo(18).
Por lo tanto, no ceses de examinarte a ti mismo. Examina tu vida, si marcha conforme al precepto. No te preocupes de lo que hay por defuera a tu alrededor. No te ocupes de observar y ver si acaso puedes encontrar en alguna parte ocasión de reprender a alguno. No seas como aquel soberbio y arrogante fariseo que estaba de pie llamándose a sí mismo justo, y despreciando al mismo tiempo al publicano. Tú, por el contrario, no ceses de pedirte cuenta a ti mismo. Examínate si has pecado con tu pensamiento, si tu lengua se ha deslizado en algo, adelantándote a la razón, si en las obras de tus ruanos has hecho algo temerario. Y si en tu vida encontrares muchos pecados (y seguramente que siendo hombre los encontrarás), di con él publicano: Oh Dios mío, compadeceos de mí, que soy un pecador(19).
Sentencia útil para todas las circunstancias de la vida
Atiende, pues, a ti mismo. Esta sentencia aun cuando tu vida se deslice prósperamente y goces de espléndida felicidad, será útil como un buen consejero que trae a la memoria las cosas humanas. Y si eres atribulado por las adversidades, irá también a su tiempo junto a tu corazón; de modo que ni la soberbia te levantará a jactancia, ni tampoco caerás por la desesperación en una deshonrosa tristeza.
¿Estás orgulloso por tus riquezas y te jactas de la gloria de tus antepasados? ¿Te engríes de la patria y de la belleza del cuerpo y de los honores que de todos recibes? Atiende a ti mismo que eres mortal, que eres tierra y en tierra te has de convertir(20). Vuelve la vista hacia los que antes de ti estuvieron en semejantes honras. ¿Dónde están los que fueron admirados por su poder político? ¿Dónde los oradores invencibles? ¿Dónde los que reunían públicas, asambleas; los que alimentaban briosos corceles, los generales, los sátrapas, los tiranos? ¿No es todo polvo? ¿No fue todo fábula? ¿No se conserva en unos pocos huesos la memoria de su vida? Revuelve las sepulturas, a ver si puedes distinguir cuál fue el siervo y cuál el señor, quién el pobre y quién el rico. Separa, si puedes, al vasallo del rey, al valiente del cobarde, al hermoso del feo.
Por consiguiente, si te acuerdas de tu naturaleza, jamás te ensoberbecerás. Y te acordarás de ti, si atiendes a ti mismo.
¿Eres de nacimiento humilde y desconocido, pobre nacido de pobres, sin casa, sin ciudad, débil, necesitado del alimento de cada día? ¿Temes a los poderosos y te abajas por lo humilde de tu vida? El pobre, dicen los Proverbios, no sufre la amenaza(21). Pero no te desalientes. Si en la actualidad no tienes nada digno de ser emulado, no depongas por eso tu esperanza. Levanta tu ánimo a los bienes que ya te ha comunicado Dios, y a los que te esperan después por su promesa.
Porque, mira, en primer lugar, eres hombre. Eres el único entre los animales formado por Dios(22). ¿Por ventura al que bien lo piensa no basta esto para consuelo grande? ¿No le basta para su consuelo el haber sido formado por las mismas críanos de Dios que todo lo creó? Por otra parte; ¿no te basta que hecho e imagen de tu Creador, puedas subir, por la práctica de la virtud, a una honra semejante a la de los ángeles? Tienes un alma dotada de inteligencia con la que puedes conocer a Dios. Al averiguar, por medio de la razón, la naturaleza de las cosas, adquieres el sabrosísimo fruto de la sabiduría. Además, todos los animales de la tierra, tanto los domésticos como los de los bosques, los que se crían en las aguas como los volátiles, te sirven a ti y están bajo tu dominio.
¿No fue el hombre quien inventó las artes y edificó las ciudades? ¿No fue él, quien descubrió las cosas necesarias y las placenteras? ¿Los mares, no le han abierto el camino, gracias a su entendimiento? Y el aire y el cielo y los coros de las estrellas, ¿no le muestran su orden? ¿Por qué entonces te desanimas por no tener un caballo de plateadas bridas? En cambio, tienes al Sol que con más constante curso, durante todo el día, está sirviéndote de antorcha.
No tienes el resplandor del oro y de la plata. Pero tienes a la luna que te alumbra con su resplandor.
No te paseas en carrozas recamadas de oro. Pero tienes pies, vehículo propio y hecho para ti. ¿Por qué entonces considerar dichosos a los que tienen los bolsillos llenos mientras necesitan de pies ajenos para andar?
No duermes en cama de marfil. Pero tienes la tierra, que vale mucho más que todos los marfiles. Sobre ella es dulce el descanso, y veloz el sueño, libre de cuidados.
No habitas bajo techo dorado. Pero tienes el cielo radiante, con la majestuosa belleza de los astros.
Pero eso es humano. Tienes cosas mejores aún. Dios mismo habitó por ti en medio de los hombres. Tienes la comunicación del Espíritu Santo. Tienes la destrucción de la muerte y la esperanza de la resurrección. En tu poder están los preceptos divinos que perfeccionan tu vida. En tu poder está el acercarte a Dios por medio de los mandamientos. El reino de los cielos está dispuesto para ti. Coronas de justicias, están preparadas para quien no huye de los trabajos de la virtud.
En todas las ocasiones ten presente este precepto: "Atiende a ti mismo"
Si atiendes a ti mismo, esto y mucho más, encontrarás a tu alrededor. Gozarás de los bienes presentes y no te desanimarás por los que te faltan.
Si en todas las ocasiones tienes presente este precepto, te prestará siempre un auxilio muy grande.
Por ejemplo: ¿Acaso tu ira predomina a la razón y te impulsa a proferir palabras poco decorosas, y a poner por obra acciones crueles y fieras? Pues si atiendes a ti mismo refrenarás la ira como a un potro indómito y brioso, maltratándola, con los golpes de la razón, como con un látigo. Además reprimirás tu lengua y no levantarás tu mano contra quien te irrita.
¿Acaso malos deseos aguijonean tu alma y la arrastran a movimientos lascivos y voluptuosos? Pues si atiendes a ti mismo y recuerdas que ese placer presente te conducirá a un amargo fin, y que ese mismo goce que ahora resulta en nuestro cuerpo por el placer, engendrará el venenoso gusano que para siempre nos atormentará en el infierno, y que el ardor de la carne ha de ser la causa del fuego eterno: entonces, seguramente que pronto se alejarán ahuyentados los placeres y surgirá dentro de tu alma una admirable tranquilidad y paz. Ocurrirá como en el alboroto de las criadas disolutas, que cesa de inmediato con la presencia de la prudente ama de casa.
Atiende, pues, a ti mismo. Y conoce que tu alma, por una parte es racional y capaz de discurrir, y por otra, está inclinada a las pasiones y a la irracionalidad. En cuanto a lo primero, en cuanto racional, le toca, por naturaleza, mandar. A las pasiones corresponde, sujetarse y obedecer a la razón.
No permitas, pues, que la razón se rinda a las pasiones y se haga esclava de ellas. No permitas que éstas se levanten contra la razón y se adueñen del imperio del alma.
El diligente examen de sí mismo conduce al conocimiento de Dios
Por último, el diligente examen de ti mismo, te conducirá, como por la mano, al conocimiento de Dios. Pues, si atiendes a ti mismo, nada te costará investigar mediante la disposición de las cosas creadas, al Hacedor. En ti mismo, como en un "microkosmos" advertirás la gran sabiduría del Criador. Por el alma inmortal que en ti habita, entenderás que Dios es incorpóreo. Entenderás que no está limitado a ningún lugar alguno, sino que ocupa lugar por la unión que tiene con el cuerpo. Creerás que Dios es invisible, al reflexionar sobre tu alma, porque tampoco a ésta se le puede ver con los ojos del cuerpo. Pues ni tiene color, ni figura, ni le conviene ninguna cualidad del cuerpo, sino que tan sólo por sus operaciones se la conoce. Por lo tanto, no pretendas conocer a Dios por tus ojos, sino que trayendo la fe a tu mente, has de tener de El un conocimiento espiritual.
Admira cómo el artífice ha unido la energía de tu alma con el cuerpo; de manera que extendiéndose hasta sus extremidades, hace conspirar hacia un mismo fin a miembros tan distantes entre sí.
Admira la fuerza que el alma comunica al cuerpo. Admira cómo la carne obedece al alma. Admira cómo el cuerpo recibe la vida del alma y ésta recibe en cambio sinsabores del cuerpo. Admira el bagaje de enseñanzas que tiene el alma; cómo al conocimiento de las cosas aprendidas anteriormente no estorban los nuevos conocimientos que adquieres, sino que los recuerdos se conservan distintamente y sin confusión, esculpidos, como en una lámina de bronce, en la parte más noble del alma. Admira finalmente, como, purificada de la torpeza del vicio, se hace, por la virtud, semejante al Criador.
Atiende a ti mismo para que atiendas a Dios
Después de contemplar al alma, observa también, si te parece, la estructura del cuerpo. Admira cómo el mejor artífice le ha fabricado para que sea idónea morada del alma racional.
Además, observa cómo Dios únicamente al hombre, entre todos los animales, le formó derecho, a fin de que sepas, por tu misma postura, que tienes origen divino. Pues todos los cuadrúpedos miran a la tierra y se inclinan hacia su vientre. Pero en el hombre, la mirada está dispuesta de tal manera que vea el cielo, a fin de que no complazca a su vientre ni a los bajos apetitos; sino para que tenga puesta toda su intención en el camino hacia el cielo. Además, colocada, la cabeza en la parte superior, puso en ellas los sentidos. Allí está la vista, el oído, el gusto, el olfato, colocados todos, unos cerca de otros. Y sin embargo sujetos como están a un lugar tan pequeño, cada uno no estorba en nada, la acción del otro. Los ojos ocupan la más alta atalaya, a fin de que ninguna parte del cuerpo les haga sombra, sino que, colocados bajo la defensa de las cejas, extiendan su mirada, derechamente, desde lo más alto y levantado. El oído no está abierto en línea recta, sino que los sonidos que se producen en la atmósfera, los percibe por una tortuosa abertura. Esto está hecho con gran sabiduría. Porque de esta manera se da libre paso a la voz, y cuando entra por las concavidades resuenan sin que dañe al sentido lo que se desliza por defuera.
Observa la naturaleza de la lengua. Mira cuán delicada y flexible es, y sin embargo, suficiente para usar toda clase de palabras, gracias a la variedad de sus movimientos. Los dientes, son medios para la voz, prestando grande ayuda a la lengua; son a la vez los que coadyuvan de las funciones digestivas.
Y de esta manera podrás recorrer y raciocinar convenientemente acerca de todas las cosas. Podrás admirar la respiración del aire por el pulmón, la respiración del calor en el corazón, los órganos de la digestión, los canales de la sangre. Y por medio de todas estas cosas, podrás conocer la investigable sabiduría del Criador. El mismo te lo dice por el profeta: -Admirable se ha hecho tu sabiduría en mi(23).
Atiende, pues, a ti mismo, para que atiendas a Dios, a Quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
NOTAS
(1) Este
es el texto tal como lo tradujeron los Setenta. La Vulgata traduce:
"Cave ne forte subrepar tibi impia cogitatio et dicas in corde tuo...".
(volver)
(2) Deut.,
XV, 9. (volver) (3) 1
Cor., IV, 5.
(volver) (4) Mt,
V, 28.
(volver) (5)
Eclesiástico, IX, 20.
(volver) (6)
Prov., VI, 5.
(volver) (7) Galat., V, 17.
(volver) (8)
II Tim., III, 20. (volver) (9)
I Tim., III, 15.
(volver) (10) Jer., XVI, 16.
(volver)
(11)
Salmo CXVIII, 133. volver)
(12) Deut., V, 32.
(volver) (13)1
Cor.,111, 2. (volver) (14) 1
Tim., IRr 15. (volver) (15)II
Tim., II, 5. (volver) (16)
Hip.,111, 13.
(volver) (17) 1
Cor., IX, 24: (volver) (18) Mt., VII, 3
(volver) (19)
Lc., XVIR,13.
(volver)
(20) Gén., III, 10.
(volver) (21)
Pro,, XIII, 8 (volver)