Magisterio de la Iglesia
San Basilio el Grande
C) La ambición y la humildad
Entre las obras de San Basilio figuran veintitrés discursos «a Simone magistro ac sacri palatii quaestore, ex eius scriptis olim in unum congestae". En realidad, son una selección de pensamientos, copiados literalmente y unidos por materias que forman distintos sermones. Usamos los discursos 17 y 20 e indicamos los lugares de las obras del santo Doctor de donde han sido elegidos los párrafos correspondientes. Los textos seleccionados se relacionan con las tentaciones de soberbia y ambición.
"Es muy difícil que quien no se resigna nunca a ocupar el último puesto ni a ser el menor de todos, pueda resistir los ataques de la ira o sufrir con paciencia los contratiempos. En cambio, el humilde, que, cuando se ve menospreciado, confiesa ser todavía inferior, difícilmente se turbará, y si un día le llaman pobre, sabe muy bien que lo es, porque lo necesita todo, y porque no puede vivir sin la ayuda diaria de Dios". Si le echan en cara su humilde origen, se acuerda del barro. "Lo mismo de difícil es no aplanarse en la desgracia como no ensoberbecerse en la prosperidad, porque los hombres fatuos, si se ven honrados y observados, se engríen más todavía" (cf. Hom. 7, ex comm. in Ps. 61). "Dícese ambicioso aquel que habla u obra movido por ese miserable y vacío honor de este mundo, dando, por ejemplo, limosnas para ser alabado. Como quiera que este tal busca su propia utilidad, no podemos decir de él ni que es misericordioso ni que hace el bien a sus semejantes". Tal fue el delito de Ananías, al que no se le dió tiempo siquiera para arrepentirse (Act. 5,1-10). "El Señor, que resiste a los soberbios y exalta a los humildes, ha dado su palabra de que derribará por tierra la virtud de los fatuamente hinchados. Por lo tanto, todo el que se dedica a confundir la soberbia de estos tales, en realidad los libra y borra la semejanza que tenían con el demonio, padre de todo fasto y soberbia, persuadiéndoles a que sean verdaderos discípulos del que se nos propuso como modelo de mansedumbre y humildad" (ibid., Ex comm. in Eph.). "Y si alguna vez observas que tu hermano ha incurrido en algún delito, no detengas en eso tu pensamiento; examina despacio todo lo bueno que ha hecho y hace, y a buen seguro comprobarás que es mejor que tú. Las personas deben juzgarse no por un detalle, sino por el conjunto, como hace el mismo Dios". Así juzgó al rey Josafat, a quien perdonó un grave delito por otras buenas obras (2 Par. 17,1-6). No te juzgues nunca superior a nadie, no sea que, absuelto por tu propia sentencia, vengas a ser castigado por otra muy justa del cielo. Si crees haber hecho algo bueno, da gracias a Dios, pero no te creas superior a nadie..., no te ocurra lo que al demonio, que quiso subir por encima del hombre, y Dios lo derribó de tal forma que ahora lo podemos pisotear' (cf. Hom. 17, Ex cont. de humilitate).