Magisterio de la Iglesia

San Clemente Romano

   Los primeros sucesores de San Pedro en la sede de Roma fueron, según testimonia la Tradición, Lino (hasta el año 80) y Anacleto, también llamado Cleto (80-92) «Después de ellos, cuenta San Ireneo, en tercer lugar desde los Apóstoles, accedió al episcopado Clemente, que no sólo vio a los propios Apóstoles, sino que con ellos conversó y pudo valorar detenidamente tanto la predicación como la tradición apostólica». Fue San Clemente, por tanto, el cuarto de los Papas. Como parece querer indicar San Ireneo, este santo Vicario de Cristo fue un eslabón muy importante en la cadena de la continuidad, por su conocimiento y por su fidelidad a la doctrina recibida de los Apóstoles. Nada dicen los más antiguos escritores eclesiásticos sobre su muerte, aunque el Martyrium Sancti Clementis, redactado entre los siglos IV y VI, refiere que murió mártir en el Mar Negro, entre los años 99 y 101. Poco antes debió de redactar su Carta a los Corintios, que es uno de los escritos mejor testimoniados en la antigüedad cristiana, pues fue muy célebre y citado en los primeros siglos.

   El motivo fue una disputa surgida entre los fieles de Corinto, en la que se llegó incluso a deponer a varios presbíteros. La carta pretende llamar a la paz a los cristianos de Corinto; y quiere inducir a la penitencia y al arrepentimiento de aquellos desconsiderados que injustamente se habían rebelado contra la legitima autoridad, fundada sobre la tradición de los Apóstoles. Además, constituye un documento de capital importancia para el conocimiento de la Teología y de la Liturgia romana.

   Grave debía de ser la situación creada en aquella antigua iglesia a la que San Pablo dedicó sus mayores cuidados y reprensiones paternales con motivo de otros desórdenes, que años después parecían volver a reproducirse. El tono de la carta combina la dulzura y energía de un padre; pero es preciso subrayar que San Clemente no escribe como si fuera una voz autorizada cualquiera, sino como quien es consciente de tener una especial responsabilidad en la Iglesia. Incluso comienza disculpándose por no haber intervenido con la prontitud debida, a causa de «las repentinas y sucesivas desgracias y contratiempos» que habían afectado a la Iglesia de Roma: muy probablemente se refiere a la cruel persecución de Domiciano. Se trata de un testimonio antiquísimo sobre la primacía de Roma como Cabeza de la Iglesia universal. (J.A.LOARTE).

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   Según la tradición, san Clemente fue el tercer sucesor de san Pedro en Roma, después de Lino y Cleto. Ocupó la sede romana en los últimos años del siglo primero. De él se conserva una carta a la Iglesia de Corinto, en la que exhorta a aquella comunidad, amenazada de graves disensiones internas, a mantenerse en la unidad y la caridad. Nos han llegado, además, bajo el nombre de Clemente otros escritos: una segunda carta a los Corintios, dos cartas a las Vírgenes, y diversos escritos homiléticos y narrativos (Homilías y Recognitiones clementinas), que pretenden presentar la predicación y las andanzas de Clemente. Pero todos estos escritos, de carácter y valor muy desigual, no pueden considerarse como auténticos y pertenecen a diversas épocas posteriores.

   La primera carta a los Corintios es de gran interés como documento que nos permite conocer directamente la Iglesia romana primitiva. Vemos cómo la Iglesia aparece como modelada todavía en buena parte sobre la sinagoga de la diáspora y sobre las instituciones del Antiguo Testamento, que constituye todavía la base ideológica de aquellos cristianos recién convertidos del judaísmo. En cambio, los escritos del Nuevo Testamento no parecen haber adquirido aún el carácter de autoridad primaria y definitiva. Se afirma ya por primera vez el principio de la sucesión apostólica como garantía de fidelidad a la doctrina de Cristo.

   Se proclama el principio paulino de la salvación por la fe y no por los méritos propios, pero al mismo tiempo se insiste en la necesidad de practicar obras de santidad y de obedecer a los mandamientos de Dios, con formulas de corte veterotestamentario. Los capítulos finales reproducen las formas de oración que se usaban en aquellas comunidades, sin duda calcadas en buena parte sobre las que se usaban en la sinagoga. Es curiosa la oración por los gobernantes. (J. VIVES)

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