Magisterio de la Iglesia
San Efrén de Siria
VIDA
San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació hacia el año 306 en Nisibis, ciudad de Mesopotamia. Convertido al Cristianismo cuando tenía dieciocho años, se entregó enteramente al servicio de Dios, dedicando su vida a la oración y al estudio. Según algunos hagiógrafos, en el 325 acompañó a Santiago—obispo de Nisibis—al Concilio de Nicea.
Durante los años 338 a 350, en que la ciudad se vio repetidas veces amenazada por Sapor II, rey de Persia, San Efrén desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes. En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis; San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación.
San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo v. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida: Sozomeno, que pudo leer directamente los escritos de San Efrén, afirma que compuso unos tres millones de versos; otras fuentes apuntan que compuso más de mil sermones. Nos han llegado también versiones en arameo y copto cuyo texto primitivo se desconoce.
Sobre su autoridad, basta citar el testimonio de un hombre tan parco en palabras y poco inclinado a los elogios como fue San Jerónimo. En su De viris illustribus escribe: «Su fama se ha divulgado tanto entre los griegos que, en algunas iglesias, leen sus escritos en público después de recitar la Sagrada Escritura. Yo mismo he leído la traducción de un libro suyo sobre el Espíritu Santo y he podido comprobar que es una obra maestra».
Poeta de delicadísimos sentimientos hacia Jesucristo y su Santísima Madre, escribió centenares de himnos para uso litúrgico y para uso popular. En unos y otros se aprecia su vivísimo ingenio, la solidez de su doctrina y un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura. Supo exponer de manera inimitable los principales misterios del Cristianismo: la Santísima Trinidad, la Encarnación del Verbo, las prerrogativas de Santa María... Los cantos populares -en los que destaca su gracioso ingenio y la solidez de su doctrina- son especialmente interesantes porque estaban destinados a que los cantase todo el pueblo, que no entendía de enrevesadas controversias teológicas: así se difundía de modo fácil, rápido y agradable la verdadera fe.
También en Occidente se difundieron mucho sus escritos, siendo reconocido sobre todo como cantor de las prerrogativas de la Santísima Virgen. El 5 de mayo de 1920, Benedicto XV lo declaró Doctor de la Iglesia.