Magisterio de la Iglesia

San Ireneo

LA TEOLOGÍA DE SAN IRENEO

LA FE

Sumario de la fe de la Iglesia.

   La Iglesia, aunque está esparcida por todo el orbe hasta los limites de la tierra, ha recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo, de la tierra, del mar y de cuanto en ellos se contiene; y en un solo Cristo Jesús, hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación; y en el Espíritu Santo, quien por medio de los profetas anunció los planes (de Dios), los advenimientos, el nacimiento de una Virgen, la pasión, la resurrección de entre los muertos, la ascensión en la carne a los cielos del amado Cristo Jesús, Señor nuestro, así como su parusía desde los cielos con la gloria del Padre, a fin de recapitular todas las cosas y restaurar toda carne de todo hombre, de suerte que para Cristo Jesús, Señor nuestro, Dios, salvador y rey, según el beneplácito del Padre invisible, se doble toda rodilla de los seres celestiales, terrestres e infernales, y toda lengua le confiese (cf. Flp 2, 10) y se haga un juicio justo y universal. A los espíritus del mal, y a los ángeles transgresores y apóstatas, y a los hombres impíos, injustos, inicuos y blasfemos, los enviará al fuego eterno; mientras que a los que hubieren permanecido en su amor desde el comienzo, y a los que hubieren hecho penitencia, les dará el don de la inmortalidad dándoles como gracia la vida, y les envolverá en gloria eterna
(57).

Hay que atenerse a la regla de fe, aun cuando no todo lo comprendamos

   Tenemos como norma de fe la misma verdad y el testimonio claro que nos viene de Dios, y no hemos de renunciar a este conocimiento firme y verdadero de Dios por ceder a especulaciones cuyas conclusiones son siempre fluctuantes. Más bien hemos de resolver las dificultades a la luz del principio de que realmente conviene dedicarse a investigar el misterio y los designios del Dios verdadero, pero procurando crecer en el amor de aquel que por nosotros hizo y hace tan grandes cosas; y nunca hay que abandonar aquel convencimiento por el cual se explica clarísimamente que sólo éste es el verdadero Dios y Padre, el que creó este mundo; el que modeló al hombre, dándole, al crearlo, la capacidad de multiplicarse; el que llamó al ser desde las cosas más pequeñas hasta las mayores; el que al feto concebido en el útero lo saca a la luz del sol, y el que hace crecer el trigo en la espiga madurándolo para el granero. Uno y el mismo Artífice es el que hizo el útero y creó el sol: uno y el mismo Señor es el que hizo brotar el tallo, el que hizo crecer el trigo y multiplicarlo y el que dispuso el granero...

Misterio y aceptación 

   Ahora bien, aunque no encontremos la explicación de todas las cosas de la Escritura que debieran ser explicadas, no por ello hemos de recurrir a otro Dios distinto del que hay en realidad. Esto sería la máxima impiedad. Aquellas cosas las hemos de dejar a Dios, que es quien nos hizo, y hemos de estar convencidos que las Escrituras son perfectas, puesto que son palabra del Verbo de Dios y de su Espíritu; somos nosotros los que nos encontramos muy inferiores y muy alejados del Verbo de Dios y de su Espíritu, y por esto no alcanzamos a tener conocimiento de sus misterios. Nada tiene de extraño que esto nos suceda en lo que se refiere a las cosas espirituales y celestiales, y en lo que es objeto de revelación, puesto que aun en las cosas que están a nuestro nivel—me refiero a las cosas de esta creación que podemos tocar y ver y que tenemos con nosotros—muchas cosas escapan a nuestro conocimiento, y las hemos de dejar a Dios, quien con razón ha de estar por encima de todas las cosas. ...Así pues, si entre las cosas creadas hay algunas que quedan reservadas al conocimiento de Dios, y otras que están al alcance de nuestro conocimiento, ¿qué tiene de particular que en lo que se refiere a la investigación de las Escrituras—las cuales son todas espirituales— haya cosas que ciertamente podamos resolver con la gracia de Dios, mientras que otras haya que dejarlas como reservadas a Dios, y no sólo en este mundo, sino aun para el futuro? Así es siempre Dios el que enseña, y el hombre está continuamente aprendiendo de Dios. Así lo dijo el Apóstol: que todo lo demás seria destruido, pero permanecerían la fe, la esperanza y la caridad (1 Cor 13, 13): la fe en nuestro maestro permanece siempre inconmovible, asegurándonos que hay un solo Dios verdadero, y que hemos de amar a Dios siempre y en verdad, porque sólo él es nuestro Padre, y que hemos de esperar recibir siempre más de él, y aprender de él, porque es bueno, y tiene riquezas interminables, y un reino sin limites, y una sabiduría inmensas (58).

Necesidad de la fe

   Hemos de guardar inflexible la regla de fe, y cumplir los mandamientos de Dios: creer en Dios, temiéndole porque es Señor, y amándole porque es Padre. Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos se obtiene con la fe, pues «si no creéis —dice Isaías—no comprenderéis» (Is 7, 9). La verdad proporciona la fe, ya que la fe tiene por objeto lo que realmente existe, de suerte que creeremos en las cosas tal como son, y creyendo en las cosas tal como son, guardaremos siempre firme nuestra convicción acerca de ellas. Y estando la fe íntimamente ligada a nuestra salvación, hemos de cuidarla con gran esmero, a fin de que tengamos una inteligencia verdadera de lo que existe. Esto es lo que nos procura la fe, tal como en tradición la hemos recibido de los presbíteros, discípulos de los apóstoles. En primer lugar, ella nos recomienda acordarnos de que hemos recibido el bautismo para remisión de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado y muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios; acordarnos también de que este bautismo es el sello de la vida eterna y el nuevo nacimiento en Dios, de suerte que ya no somos de hombres mortales, sino del Dios eterno; asimismo nos hemos de acordar de que el Ser eterno es Dios, que está por encima de todas las cosas creadas, a quien todo le está sometido; todo lo que le está sometido ha sido creado por él, de suerte que Dios no tiene dominio ni señorío sobre lo que sería de otro, sino sobre lo que es suyo, y todo, es de Dios. Por esto es Dios todopoderoso, y todo viene de Dios, ya que las cosas de aquí abajo tienen de alguna gran causa el principio de su existencia, y el principio de todas las cosas es Dios. Dios no ha sido creado por nadie, pero todas las cosas han sido creadas por él...
(59)

La fe de Abraham y nuestra fe

   En Abraham estaba prefigurada nuestra fe: él fue el patriarca y, por así decirlo, el profeta de nuestra fe, como lo enseña clarísimamente el Apóstol en la epístola a los Gálatas (3, 5-9)... El Apóstol lo llama no sólo profeta de la fe, sino padre de aquellos de entre los gentiles que creen en Cristo Jesús. La razón es que su fe y la nuestra son una misma y única fe: él, en virtud de la promesa de Dios, creyó en las cosas futuras como si ya se hubieran realizado; y nosotros, de manera semejante, en virtud de la promesa de Dios, contemplamos como en un espejo por la fe aquella herencia que tendremos en el reino
(60).

Grandeza de Dios y de sus obras, y pequeñez de la inteligencia humana

   Muchas y variadas son las cosas creadas, y en todas sus disposiciones bien dispuestas y en mutua armonía, aunque bajo aspectos particulares sean contrarias y en desacuerdo. Es como la cítara que mediante la diversidad de sus sonidos produce una melodía armoniosa compuesta de muchos sonidos contrarios. El amante de la Verdad no debe dejarse engañar por la diversidad de los distintos sonidos, ni debe colegir que uno proviene de un artífice y otro de otro, como si uno hubiera dispuesto los sonidos más agudos, otro los más graves y otro los medios, sino que uno solo, que quiso dar muestra de sabiduría en el conjunto de la obra entera, así como de justicia, de bondad y de benevolencia. [Los que oyen esta melodía han de alabar y glorificar a su artífice, admirando en unos casos los tonos agudos, considerando en otros los graves, oyendo en otros los tonos intermedios y observando en otros la idea de conjunto.] Hay que atender al fin de cada uno de los elementos, buscando sus causas, sin traspasar jamás la regla (de fe), ni apartarse del artífice, ni abandonar la fe en el Dios único que hizo todas las cosas o blasfemar de nuestro Creador.

   Mas si alguno no llega a encontrar la causa de todas las cosas que quisiera, piense que es hombre, que es infinitamente más pequeño que Dios, y que ha recibido la gracia de una manera parcial; que todavía no es igual o semejante a su Creador, y que no puede tener de todas las cosas la experiencia o el conocimiento que tiene Dios. Cuanto es menor que aquel que no fue hecho y que permanece siempre el mismo, el que sólo hoy fue hecho y tomó de otro el principio de su existencia será tanto menor que el que lo hizo en lo que se refiere a la ciencia y a la capacidad de investigar las causas de todas las cosas. Porque, oh hombre, no eres increado, no coexistías con Dios desde la eternidad, como su propio Verbo, sino que habiendo recibido hace un momento el principio de tu existencia por su extraordinaria bondad, poco a poco vas aprendiendo del Verbo los designios del Dios que te hizo.

   Por tanto guarda la mesura que corresponde a tu inteligencia, y no quieras, ignorante del bien, ir más allá del mismo Dios, porque no se puede ir más allá. No busques qué hay por encima del Creador, porque no lo encontrarás. El que te hizo es incomprensible. No excogites otro Padre por encima de él, como si ya hubieras tomado la medida de todo su ser, y hubieras recorrido toda su grandeza, y hubieras considerado toda su profundidad, su altura y longitud. No lo podrás excogitar, sino que yendo contra la naturaleza te convertirás en un insensato y, si te empeñas en ello, caerás en la locura, creyéndote a ti mismo más alto y más perfecto que tu Creador, y conocedor de todos sus reinos.

   Así pues, vivir como hombres simples y de poca ciencia y acercarse a Dios por la caridad es cosa mejor y más provechosa que tenerse por muy sabio y muy experimentado y encontrarse blasfemando del propio Dios, fabricándose otro Dios y Padre. Por esto exclama san Pablo: «La ciencia hincha, pero la caridad es constructiva» (/1Co/08/01). No que condenara la verdadera ciencia acerca de Dios, lo que hubiera sido acusarse en primer lugar a sí mismo: sino que sabía que algunos, so pretexto de saber, se envanecían y se apartaban del amor de Dios. Porque éstos opinaban que eran perfectos cuando introducían un demiurgo imperfecto, les arranca de las cejas el orgullo fundado en esta ciencia diciendo: «La ciencia hincha, pero la caridad es constructiva.» No hay otra hinchazón mayor que la del que piensa que es mejor y más perfecto que el que le creó, y le modeló, y le dio el soplo de la vida y le otorgó el mismo ser. Como dije, está en mejor condición el que no sabe nada, ni siquiera una sola de las razones por las que fue creada cualquier cosa de las que han sido creadas, pero que tiene fe en Dios y persevera en su amor, que los que hinchados con este género de ciencia se apartan del amor que da la vida al hombre. No hay que querer saber otra cosa sino Jesucristo, el Hijo de Dios, que fue crucificado por nosotros antes que con cuestiones sutiles y charlatanerías, llegar a caer en la impiedad
(61). 

Sentido en que puede darse una profundización de la fe

Fe y Tradición 

   La Iglesia, habiendo recibido este mensaje y esta fe que hemos dicho, aunque esparcida por todo el mundo, lo guarda cuidadosamente, como si habitara en una sola casa; y cree en estas cosas como si tuviera una sola alma y un mismo corazón, predicando y enseñando estas cosas al unísono y transmitiendo la tradición como si tuviera una sola voz. Porque aunque las lenguas a lo ancho del mundo son distintas, pero una es la fuerza de la tradición, siempre la misma. Las iglesias establecidas en Germania no tienen otra fe diferente ni otra tradición, ni las que están en Iberia o las que están entre los Celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto, ni las de Libia, ni las que están establecidas en el centro del mundo (léase Jerusalén). Sino que así como el sol, que es creatura de Dios es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren venir al conocimiento de la verdad. Y así, ni aunque haya entre los jefes de las iglesias alguno capaz de hablar muy bien enseñará otra cosa no habiendo nadie que esté por encima del Maestro, ni el que es incapaz de hablar disminuirá en nada la tradición, porque siendo una y la misma fe, ni el que es capaz de hablar mucho sobre ella la aumentará en nada, ni el que es capaz de hablar poco la disminuirá.

   El que algunos según su inteligencia puedan saber más o menos, no está en que puedan cambiar el mismo objeto (de la fe), excogitando otro Dios distinto del artífice y creador y mantenedor del universo como si aquél no bastara; o asimismo excogitando otro Cristo, u otro Unigénito. La diferencia está en que logren investigar lo que fue dicho en parábolas relacionándola con el contenido de la fe; en mostrar por sus pasos la acción y la economía de Dios para con la humanidad; declarando cómo Dios fue magnánimo en la apostasía de los ángeles transgresores así como en la desobediencia de los hombres; por qué uno y el mismo Dios hizo lo temporal y lo eterno, lo celestial y lo terreno; por qué, siendo Dios invisible, se apareció a los profetas no bajo una forma única, sino presentándose unas veces de una manera y otras de otra. Que expliquen por qué Dios ha hecho muchos pactos con la humanidad, y enseñen cuál es el carácter de cada pacto; y que investiguen por qué Dios lo incluyó todo en la infidelidad a fin de tener misericordia de todos (cf. Rom 11, 32); que reconozcan con acción de gracias por qué el Verbo de Dios se hizo carne y padeció, y anuncien por qué en los últimos tiempos tendrá lugar la parusía del Hijo de Dios, es decir en el fin se manifestará el principio. Que desplieguen lo que contienen las Escrituras acerca del fin y de las cosas futuras, sin pasar por alto por qué a los gentiles desesperados los hizo Dios coherederos y participantes de un mismo cuerpo y unos mismos beneficios con los santos. Que expliquen cómo esta insignificante carne mortal será revestida de inmortalidad, y lo corruptible, de incorruptibilidad (1 Cor 15, 54). Que anuncien cómo el que no era pueblo ha venido a ser pueblo, y la que no era amada, amada, y cómo son más numerosos los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido (cf. Os 2, 23; Rom 9, 25; Is 54, 1; Gál 4, 27). Porque sobre estas cosas y otras semejantes exclamaba el Apóstol: «¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos!» (Rm 9, 33)
(62).

Principios de interpretación de la Escritura

   Las parábolas no deben utilizarse para explicar cosas dudosas. El que explica una parábola debe fundarse en lo cierto, y entonces todos aceptarán por igual una misma explicación de la parábola, de suerte que el cuerpo de la verdad se conserve íntegro y con uniforme disposición de sus miembros, sin violencia alguna. Pero las cosas que no han sido declaradas abiertamente ni son evidentes, no hay que utilizarlas para interpretar las parábolas, inventando cada uno lo que le parezca. Si así se hace, no habrá ninguna norma de verdad, sino que cuantos sean los que explican las parábolas, tantas serán las verdades contradictorias que aparecerán fundando dogmas contrarios, como acontece en las elucubraciones de los filósofos gentiles. Con este modo de proceder, uno siempre está investigando y nunca llega a alcanzar nada, pues no se somete a la disciplina de la investigación. El que no tiene su lámpara preparada, cuando viene el Esposo no resplandece con ningún rayo de claridad luminosa (cf. Mt 25, 5), y entonces recurre a los que sacan de las tinieblas explicaciones de las parábolas, dejando a aquel que le concede gratuitamente la entrada en su casa por medio de lo que ha sido predicado de manera clara: y así, queda excluido de la cámara nupcial
(63).

La verdad está en la Iglesia, que conserva la fe y, sobre todo, el amor

   El hombre espiritual «no será juzgado por nadie» (/1Co/02/15/Ireneo), porque él tiene firmeza en todas las cosas: tiene una fe integra en el Dios único todopoderoso, del que proceden todas las cosas; tiene una confianza sólida en el Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien proceden todas las cosas, así como en su plan salvador, por el que el Hijo de Dios se hizo hombre; y la tal confianza la otorga en el Espíritu de Dios, que es quien da el conocimiento de la verdad y manifiesta la voluntad del Padre, el designio salvador del Padre y del Hijo para con los hombres en las sucesivas generaciones. Por «conocimiento de la verdad» entendemos la enseñanza de los apóstoles y el orden establecido en la Iglesia desde un principio en todo el mundo, con el sello distintivo del cuerpo de Cristo que es la sucesión de los obispos, a los que los apóstoles confiaron las diversas Iglesias locales; la preservación sin manipulaciones de las Escrituras hasta nosotros; el estudio total de las mismas, sin adiciones ni sustracciones, con una lectura no falseada y una exposición fundada en las Escrituras, sin audacias y sin blasfemias y finalmente, el don del amor, que es el principal, más valioso que el conocimiento, más honorable que la profecía, puesto que sobrepuja a todos los demás carismas
(64).

Valor de la religión natural

La ley natural

La ley natural, por la que el hombre puede ser justificado, que era la que antes de la promulgación de la ley guardaban los que eran justificados por la fe y eran agradables a Dios, no la abolió el Señor, sino que la complementó y la cumplió, como está claro en sus palabras... (65).

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