Jean Luc Godard: Reinventando el cine contra el discurso hegemónico
por Gustavo Suarez
Radicalidad estética, compromiso político, un sinfín de citas culturales en cada plano y un constante diálogo. Entre los distintos lenguajes del mundo audiovisual es la constante en la filmografía del suizo que allá por fines de los 50 revolucionó junto a sus camaradas de la nouvelle vague una cierta forma de ver y hacer cine.
Samuel Fuller, Marilyn Monroe, el cine italiano, Virginia Woolf, todos y cada uno de ellos forman parte de un imaginario que por sobre toda las cosas pensó el arte como una forma de resistencia frente al orden, la moral y las buenas costumbres.
Su primer filme, "sin aliento", es, sin lugar a dudas, una ópera prima contundente, plagada de homenajes al policial negro y a un determinado cine americano. París nunca había sido fotografiada de manera tan magistral como por Raúl Coutard. Es la historia de un amor fou entre un evadido de la justicia y una americana inolvidable en el rostro de Jean Seberg, y es también la historia de una traición.
Luego de este filme, Jean Paul Belmondo iría en camino de convertirse en icono de su cine. Es por esos años que Godard se encuentra con Anna Karina, con quien vivirá un apasionado romance. Filmes como Alphaville, Pierrot le fau, Una mujer es una mujer, y sobre todo ese homenaje a la prostituta que vende su cuerpo pero no su alma, Vivir su vida, es la constatación que Godard no filmaba a Anna Karina sino que la acariciaba con la cámara.
Para hablar de la obra godardiana podemos citar tres momentos definidos: el primero corresponde a una manera más clásica de filmar, con influencias de Ford, Fuller, y la novela policial americana. Un segundo vinculado a su etapa política militante con el grupo Dziga vertov, junto a Jean Pierre Gorin y Juliet Bertó. Y el tercero en que comienza a reflexionar sobre las posibilidades del lenguaje digital y televisivo, así como una exacerbación del montaje anárquico y el choque entre sonido e imágenes.
La mítica revista Cahiers du cinema es parte fundamental de esta historia ya que desde sus páginas nació la escuela cinematográfica más importante del cine contemporáneo y es allí donde Godard, Rivette, Truffaut, Rohmer y Chabrol bajo el ala de Andre Bazin le mostraron a las jóvenes generaciones de cineastas el camino para su emancipación de la industria cultural.
Cuenta una anécdota que un día el gran Luis Buñel, muy poco propenso a la crítica cinematográfica le agradeció a Bazin el hecho de haberlo ayudado a encontrar en uno de sus filmes un sinfín de significados que él ignoraba. Y es que los Cahiers conjugaban un profundo conocimiento del cine, la semiología, la filosofía y la situación política.
Eran los años del mayo francés y una situación radical por doquier; el free cinema británico, el cinema nuovo brasileño y la generación del 60 en Argentina no hubieran sido posibles sin el espejo que significaba lo que estaba pasando con el cine en pleno corazón de Europa.
Nada quedó en pie después de los nouvelle, ni el cine de qualite, ni la estética tradicional ni el mismísimo festival de Cannes al que interrumpieron intempestivamente.
Es por esos años que Godard influenciado por la situación política decide que su cámara se convierta en un fusil y crea el Dziga-vertov, grupo cinematográfico de choque, heredero del cine soviético de propaganda.
Ya desde el nombre las cosas quedan en claro, Dziga-vertov y no Einseinstein al que consideraban un cineasta burgués. Títulos como Pravda, Lutta de clases y tantos ortos forman parte del legado de este colectivo, militantes en su gran mayoría maoístas que utilizan al cine como pizarrón para educar a las masas. El mismo Godard que filmó en Viet Nam, Palestina, y que de alguna manera había preanunciado las jornadas del 68 con La Chinoise pasó a un ataque furibundo contra la revista que lo vio nacer. Para él no había camino de retorno.
Ya entrado los 80, Save qui pet la vie toma como referencia a Caín y Abel para hacer la contraposición entre cine y video, tema de gran parte de su cine en esta época con obras complejas, herméticas, deformes en un sentido, como son Nouvelle vague, con Alain Delon, Prenom Carmen, con Tom Waits desde la banda de sonido y poco y nada de Bizet y la que sería su obra más polémica, Yo te saludo María, censurada, atacada, con la aparición de los personajes nefastos de siempre intentando controlar nuestras mentes.
En los noventa cuando comienza a planificar la que sería hoy su obra más emblemática: las Historie(s) du cinema, previo paso por la Alemania post muro en Allemagne neuf zero o el compromiso de los intelectuales ante la guerra de los Balcanes en Forever Mozart, el viejo Jean Luc lo hace de nuevo, mientras gran parte del cine se dedica a servir de pantalla a la farsa actual, él sigue incomodando a los poderosos de siempre, desde el cine y desde la vida.
Su obra monumental dividida en cuatro capítulos y que en mucho podría decirse que se parece a JLG-JLG, su autorretrato, no es la historia del cine contada por Godard, son historias emotivas, de memoria, de belleza, de riesgo, contada por el artista y el cinéfilo más que por el crítico.
Aquí me gustaría hacer un paréntesis. Mucho se ha hablado del video y los nuevos lenguajes frente a la imposibilidad de filmar en el formato cine, esa postura llorosa fue mantenida durante demasiado tiempo. También el hecho de que la imaginación y la radiacalidad son cuestiones de edad. Ahora bien, mientras los noveles cineastas reproducen a pie juntillas los dictados de la estética MTV, cineastas de casi ochenta años, en su gran mayoría producen una segunda revolución en la percepción de los medios audiovisuales, Chris Marquer, Agnes Varda, Resnais, anuncian que el lenguaje audiovisual posee mil y una maneras de abordarlo si se lo utiliza como un instrumento de reflexión y no como juguete para chicos aburridos.
Las historias de Godard nos hablan de cine y su analogía con el material bélico, del cine italiano, de los productores de riesgo como Irving Thalberg, del genocidio y la complicidad de muchos intelectuales, de muerte, de vida.
Para quién esto escribe hablar de Godard es hablar de parte de su existencia, de su gusto por el séptimo arte, de horas placer pasadas frente a una pantalla. Como olvidar los ojos de Jean Seberg, el final de Pierrot, le fau, a Isabelle Hupert, tan bella y talentosa como siempre, a esa virgen María tan real y deseable, a la máquina inteligente de Alphaville, ese travelling majestuoso y cargado de significado en Toud va bien, a Brigitte Bardot en El desprecio, y así tantos y tantos planos que cambiaron mi visión sobre el mundo.
Con su obra no hay términos medios, se la desprecia o se al admira, nunca se lo ignora. La existencia del arte está para eso.
Y por sobre todas las cosas, Godard es un artista y con mayúsculas.