UN APORTE AL ANÁLISIS MULTICULTURAL

(en contra del etnocentrismo semiótico)

Trabajo presentado en el XI congreso nacional de literatura argentina en la ciudad de Trelew el día 7 de noviembre de 2001

Guadalupe Arqueros

Facultad de Humanidades

Universidad Nacional del Nordeste

 

 

Desde la década del 60 son conocidos los estudios de Julia Kristeva en torno al estatuto científico de la Semiótica, la intertextualidad y otros temas relacionados con la expansión de categorías y riqueza de análisis. El presente trabajo pretende retomar la crítica que la autora hace a la noción de signo de Saussure y de la tradición subsiguiente [1] intentando definir el análisis que propone, su utilidad en el campo de la semiótica y el enfoque multiculturalista. Para lograr esto tomaremos como referencia principal su libro Semiótica I y II [2], y completaremos la crítica con una entrevista realizada a Derrida. [3]

El ideologema del signo

El concepto de signo lleva escrito en sí una distinción ontológica eminentemente positivista. La díada significante-significado se remonta a los principios filosóficos de la escuela de Megara y a los estoicos materialistas, quienes distinguen dos partes en la dialéctica: una que trata de los objetos significados (ta semainomena) y otra de los objetos significantes (ta semainonta). Esta última postula una categoría de cosas significadas llamadas lekta que se caracterizan por tres particularidades: no existen fuera del discurso, pueden ser verdaderas o falsas y son incorpóreas; el lekton traduce a términos semióticos el eidos platónico. El intelectualismo platónico en el triángulo objeto-lekton-habla da lugar predominante a los dos últimos elementos: lekton-habla, y concentra allí sus operaciones. Se inicia de este modo el binarismo del signo, ya que el lekton es lo que queda después de la representación racional, siendo esta lo que puede traducirse en discurso. En esta conceptualización de lekton se realiza una primera reducción: el lekton no es gesto, ni teatral ni multisémico es una achicamiento del volumen al significado mental y luego discursivo del símbolo. Este movimiento esta inscripto en los comienzos de nuestra concepción de signo y se retomará en distintas épocas.

Progresivamente fue reduciéndose el espacio de este lekton, y se dió la resignificación del símbolo al signo.

En el s. XIII aproximadamente, la semiótica del símbolo en la sociedad europea era una práctica cosmogónica que se remitía a los universales irreductibles que estaban representados en los símbolos, aunque en franca separación con ellos. El símbolo es siempre marca y asume lo simbolizado, cumpliendo una dimensión vertical de restricción (universales-marca), la función del símbolo en su dimensión horizontal (digamos la articulación de las unidades significativas) es de oposición y exclusión.

En el período que va del s. XIII al XV el signo va asimilando al símbolo, porque el fondo trascendente que evocaba éste parece hacer agua. El signo propone una conexión impensable en la etapa anterior, una ambivalencia tensa que sugiere identificación de los elementos que vincula; es la época de Port-Royal, las Gramáticas Generales y la necesidad de precisar conceptos para las nuevas ciencias.

El signo es dualista; jerárquico y jerarquizante; nos remite a entidades menos vastas, mas concretas que las del símbolo (digamos universales reificados) que transforman esa realidad antes diáfana en inmediatamente perceptible y objetiva: comienza la civilización del signo.

  • En su función horizontal, las unidades de la práctica semiótica del signo se articulan como un encadenamiento metonímico de desviaciones que significa una creación progresiva de metáforas. [4]
  • El encadenamiento articulativo y el lenguaje mismo comienzan a volverse inmanentes.

    Como vimos, el gesto constitutivo del signo es de despacialización es decir una reducción de volumen a superficie, de una práctica a una cadena sonora: la dimensión oculta se sustituye por el sentido, o el significado (concepto de Saussure). El pensamiento del signo (racionalismo, positivismo) considera al lenguaje de la comunicación como prioritariamente argumentativo, esto es en tanto lógicamente construido e internamente regulado. Una vez aislado como objeto el referente es puesto entre paréntesis y olvidado, para Saussure el signo es principalmente significante y significado. El espacio exterior se desvanece, y el signo deja de ser práctica vital para pasar a ser órden y elemento de un sistema. Radica aquí otra diferencia con el símbolo que en cambio es parte constitutiva y asume lo simbolizado; la referencialidad y correspondencia están presentes en su configuración natural.

    Desde otro punto de reflexión, surge la opinión de un autor como Derrida. quien realiza una lectura propia de Saussure. Nos cuenta que el lingüista tuvo un primer intento de volverse contra la tradición metafísica del concepto de signo marcando que de ninguna manera el significante lingüístico es en su esencia meramente fónico, y por otro lado quitándole "substancia" al significado. Sin embargo no encontrando término más propio (Saussure) usa signo ateniéndose a las connotaciones históricas que trae consigo, y entendiendo que no menos que de ningún otro puede hacerse de este, un uso absolutamente nuevo. Nuestra lengua y sus componentes no son ni inocentes ni casuales, reflejan la metafísica occidental y la ciencia positivista; son portadores de presuposiciones de todos los órdenes, nuestra lengua es logocéntrica y etnocéntrica, diría Derrida.

    Esto se puede rastrear claramente en el trabajo de Saussure. La distinción entre significante y significado (signans signatum) nos recuerda en última instancia la diferencia entre lo sensible y lo inteligible [5]. En la adopción del término hay una toma de posición, dejando abierta en esta diferenciación la posibilidad (aunque negada por él) de que exista algún tipo de significado trascendental que escape a cualquier significante.

    Por estas razones históricas y de toma de posiciones, es que Kristeva afirma que el ideologema [6] del signo lingüístico de Saussure esta marcado por el etnocentrismo y la visión de la racionalidad occidental, agregamos modernidad occidental.

    En esta parte del mundo las prácticas lingüístico-culturales están solventadas por otros ideologemas. La frontera entre magia y realidad es en muchos casos difusa y el lenguaje es herramienta simbólica de canto y baile ritual. Los signos son equívocos, conectados a sus referentes por contigüidad y semejanza; dennotando siempre una visión holística del universo, caracterizada no tanto por la abstracción si no por la concreción.

    Los ritos religiosos de América Latina (norte de Brasil, noroeste y nordeste argentino, etc.) presentan estos componentes simbólicos; y sus prácticas evocan un lenguaje que configura realidades por medio de símbolos. Este es el papel central del lenguaje secreto de la invocación a los dioses y a los muertos. Esta realidad simbólica no es naturalmente formalizable y mucho menos axiomática.

    No es posible estudiar nuestra semiosfera (el término es de Lotman) usando un lenguaje ajeno, inscripto en otras antropologias. Esto lo vio la Escuela de Tartu con sus estudios sobre fenómenos culturales; sin embargo se aplicaban también a otras realidades, en contextos configurados por practicas textuales distintas.

    Nuestro aporte puede ser diferente, ya que nuestros crisoles de costumbres son singulares porque nuestras tradiciones lo son.

     

    El semanálisis

    El proyecto de Saussure:

  • la ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. (…) debería ser parte de la psicología social (…) nosotros la llamaremos semiología. Ella nos enseñará en que consisten los signos y cuales son las leyes que los gobiernan. [7]
  • La semiótica se construirá como una ciencia de los discursos y para alcanzar este rango científico Saussure le dio a su principal categoría, el signo, la naturaleza requerida: es una entidad puramente formal y arbitraria en la que el referente no esta en juego. Estas características posibilitan la axiomatización que muchos autores explotarán [8]. Toda una ciencia semiótica se ha configurado a la sombra de estas categorías lingüísticas.

    La historia de la semiótica necesita un constante examen crítico de la noción de signo, de su recorrido histórico y de los supuestos epistémicos en los que se apoya, para renovarse de todas las concepciones etnocéntricas, logocéntricas de la metafísica occidental, platónica y positivista [9]. Es tarea constante buscar nuevas notaciones que contengan las características de los objetos de las ciencias sociales.

    Por otro lado, es urgente desentrelazar y conocer la configuración de los intentos significativos, es por eso que Kristeva prefiere hablar de semanálisis (que es crítica y ajuste de su propio método).

  • El semanálisis se diseña como la articulación que permite la constitución quebrada, estratificada, diferenciada de una gnoseología materialista, es decir de una teoría científica de los sistemas significativos en la historia, y de la historia como sistema significativo…[10]
  • El objetivo no es lograr la fundamentación de un sistema de saber, ni una enciclopedia general de las estructuras semióticas, mucho menos un metalenguaje último, de la cultura. El semanálisis evita la vuelta del lenguaje sobre sí mismo proponiendo un "exterior" que la semiótica analiza como el referente perdido, intentando contextualizar los discursos y retomar la profundidad y riqueza como unidad de análisis válida para los textos inmersos en prácticas culturales efectivas.

    La propuesta del trabajo consiste en encontrar nuevos modos de abordar análisis semióticos acordes a las realidades nada estables ni uniformes que nos ofrece el campo de los discursos de la literatura argentina, latinoamericana y mas que nada sus contextos de elaboración. Haciendo confluir variables para rescatar la pluridimensionalidad significativa. Este análisis resulta sustentado por la práctica y la productividad no sólo textual sino cultural y social; y se sitúa con respecto a la linearidad sígnica en un afuera que restituye al signo sus carencias. La búsqueda de nuevas categorías no es un campo nuevo en la semiótica, pero en nuestro caso será rica en tanto se logre desde los lugares comunes de una producción localizada en América Latina, que no por hacer prevalecer los aspectos generalizables caiga en un análisis pobre, formalizado, etnocéntrico y europerizante.

     

     

     

    NOTAS

    [1] Podríamos incluir aquí, como hacen los analistas soviéticos a Frege y a Peirce.

    [2] Kristeva, Julia. Semiótica I y II, trad. José Martín Arancibia, Espiral, Madrid,1981

    [3] Derrida, Jacques. Posiciones,

    [4] Kristeva, J. Op. Cit. tomo I pág.154

    [5] Que en realidad es una diferenciación que ya hacían los estoicos

    [6] Recordemos que ideologema es para Kristeva la función que une las prácticas translingüísticas de una sociedad condensando el modo dominante de pensamiento. Confr. Kristeva, J. Op. Cit.

    [7] De Saussure, Ferdinand. Curso de Lingüística General, trad. Amado Alonso, Losada, 1973

    [8] Autores como Boole, de Morgan, el mismo Peirce, Peano, Frege, Russel, etc. unieron sus análisis axiomáticos a la semiótica.

    [9] "No podemos rechazar esos conceptos, ni tenemos por otra parte medios para hacerlo. Sin duda hay que transformar los conceptos, desde el interior de la semiología, desplazarlos volverlos contra sus presupuestos, reinscribirlos en otras cadenas, modificar poco a poco el terreno de trabajo y producir así nuevas configuraciones; no creo en la ruptura decisiva, en la unidad de un corte epistemológico, (…) Los cortes se inscriben siempre, fatalmente, en un viejo tejido que hay que continuar destejiendo interminablemente…" Derrida, J. Posiciones

    [10] Kristeva, J. Op. Cit. tomo I pág.27

     

     


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