El
Foro Social Mundial lo demuestra:
Otro Mundo es Posible
Por
Mario Mazzitelli
Entre
pasado 31 de Enero y
el 5 de Febrero se desarrolló la labor del segundo Foro Social Mundial
(FSM). Se congregaron en Porto Alegre cerca de cincuenta mil personas de
todos los continentes, expresando la “vitalidad del movimiento de
resistencia y lucha contra la globalización excluyente representada por el
neoliberalismo”.
Dentro
de las particularidades en que se desarrollo el Foro, cabe destacar el asesinato
de Celso Daniel, intendente por tres veces de Santo André, en el
estado de San Pablo. Además
de expresar la solidaridad, los asistentes le dieron un carácter político a
este crimen y pidieron por unanimidad el esclarecimiento del hecho, la
identificación tanto de los autores materiales como de los intelectuales, o
sea, los instigadores ideológicos. Este crimen no es contra un hombre en
particular, es contra el Partido Trabalhista (PT) como
potencial ganador de las elecciones de octubre, contra la convivencia pacífica
del pueblo brasileño y contra la democracia.
Una
visión sobre el Foro
La
creación del Foro Social Mundial ha sido una respuesta inteligente al modelo de
globalización que se impone desde los centros imperialistas al conjunto del
planeta.
En
la actualidad, el mundo aparece dirigido por diversas organizaciones
supranacionales que ordenan y orientan la producción, el intercambio, la
inversión, la utilización de los recursos naturales, el papel del Estado, etc.
Las Naciones Unidas (ONU), el Fondo
Monetario Internacional (FMI) el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), La Organización Mundial de Comercio (OMC), el Grupo de “los
siete” (G7) y, entre otros, el Foro Económico Mundial (FEM). Este último,
conocido como “Foro de Dávos”, integrado por grandes financistas e
inversores que junto a sumisos hombres de estado marca rumbos a seguir. El
objetivo de todos estos es mantener alta la tasa de ganancia del capital más
concentrado, en especial el financiero, y subordinar los diversos factores a los
intereses geo-estratégicos de los Estados Unidos y las potencias del
capitalismo desarrollado.
Las
Naciones Unidas jugaron en el pasado un papel más decoroso. Bajo la influencia
de la URSS, China y un conjunto muy grande de países del Tercer Mundo,
se vivió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un proceso ininterrumpido
de descolonización que quizá llegó a su punto culminante con el triunfo del
pueblo de Viet Nam sobre el ejercito invasor. Esta situación creaba una
cobertura a quienes cuestionaban el régimen y a diversos movimientos de
liberación nacional y social. La Lucha, por entonces, se desarrollaba en un
mundo bipolar.
Desde
antes del derrumbe de la URSS, el imperialismo lanzó una ofensiva general
tratando de avanzar en todos los terrenos.
En
el militar, donde el punto más alto fue la llamada Guerra de las Galaxias,
y donde jamás se dejaron de realizar enormes inversiones en el desarrollo de
nuevas armas. Otro terreno fue el financiero: a partir de la inconvertibilidad
del oro en dólares en 1971, pasando por la crisis del petróleo con el
reciclado de los petrodólares y el resurgimiento de las políticas de
endeudamiento como medios de recolonización, así como las prerrogativas
absolutas a la libre circulación del capital financiero. En el campo científico
y tecnológico, con el desarrollo de la informática, las comunicaciones, la
microelectrónica, la biogenética, etc, utilizando este impulso para reafirmar
su hegemonía imperial y no para la liberación del hombre.
En
el propagandístico, donde entre
otras cosas, en la década del 60 reafirmaron el proyecto de llegar a la Luna
con el sólo fin de demostrar ante los pueblos que no habían perdido la
vanguardia en la exploración del espacio cósmico a manos de la URSS. En el
geopolítico, donde no dudaron en invadir, intervenir o aliarse a los sectores
fascistas y reaccionarios de cualquier lugar para fortalecer sus pretensiones y
negocios, incluso violando las instituciones constitucionales y los derechos
humanos.
Y,
finalmente, la ofensiva ideológica, llamada neoliberalismo,
que no es otra cosa que una cáscara, un conjunto ya gastado de ideas
liberales, detrás de las cuales pueden sobrevivir sus intereses. Grandes
corporaciones multinacionales, petroleras y bancos, grupos económicos de
diversas latitudes, fundaciones, universidades y medios de comunicación,
elaboraron un discurso para justificar ante los pueblos uno de los avances
imperiales más grandes sobre sus intereses y la soberanía de los países periféricos.
Allí,
el llamado “Consenso de Washington” puso el acento en el
debilitamiento de los estados nacionales de nuestros países, bajo la excusa del
equilibrio fiscal y el orden de las cuentas públicas ejecutaron su
desmantelamiento y saqueo a través de las privatizaciones. Bajo la bandera de
la competitividad, la apertura indiscriminada de la economía sirvió para ser
inundados por sus productos y destruir o enajenar nuestras industrias. Con el
pretexto de mejorar la eficiencia, la accesibilidad a nuestros recursos
naturales permitió que se quedaran con riquezas naturales no renovables a bajísimo
costo. La liberalización del sistema financiero para que entraran y salieran
sin controles el capital financiero especulativo y usurero. La desregulación o
descontrol económico para que remesaran sin límite las empresas extranjeras y
fugaran el capital las nacionales. El fomento a la inversión extranjera y el
endeudamiento externo prometían un desarrollo que nunca llegó. Y en cambio si
llegó una agudización de la pobreza social, la decadencia y la dependencia.
Todos
estos procesos se aceleraron por la caída de la URSS en 1991.
Por
aquellos años pareció que el viento soplaba en una sola dirección. El mundo
se hacía unipolar. Fue la hora del pensamiento único. A Francis Fukuyama
se le ocurrió hablar del “fin de la historia” y esas palabras muy
agradables en los oídos del imperialismo recorrieron el globo. Fueron
incorporadas por doquier al orden del día y fueron motivo de debates a pesar de
la imbecilidad de tal afirmación. Si con un capitalismo liberalizado al extremo
habíamos llegado al mas alto grado de desarrollo de la civilización humana,
según ellos, ya nada podríamos cambiar: Moría la utopía, dejaban de tener
sentido los planteos revolucionarios. El socialismo y las grandes reformas
sociales pasaban a formar parte del museo de la historia, sin perspectiva
de ningún retoño...
El
ventarrón neoliberal sopló con mucha fuerza. Retrocedieron las fuerzas
revolucionarias, progresistas, nacionalistas y populistas en casi todos los países.
Algunos resistieron. Otros,
por caso grandes movimientos nacionales, llegaron al más oprobioso grado de
sumisión, subordinación y humillación frente al imperialismo. Se sumaron al
carro de los ganadores, como si este nos llevara a buen puerto. Hoy comprobamos
que nada hay mas alejado de la
realidad que este planteo.
La
sociedad global se fragmentó como nunca entre ricos y pobres. El 20% más rico
de la humanidad consume mas del 87% de todos los bienes, servicios y energía
producidos en el mundo. Un puñado de familias multimillonarias, que apenas
alcanzaría a ocupar las butacas del teatro Colón, poseen mas dinero que los
2.000 millones de seres humanos más pobres. En el seno de las naciones, la
sociedad también se fragmentó concentrándose en un polo toda la riqueza y
dejando a millones en el desempleo, con salarios de hambre, precarizadas las
condiciones laborales, marginados de la vivienda, la salud, la educación, la
cultura, el progreso y el futuro.
En
este “nuevo orden” las diversas luchas parciales comenzaron a
unificarse. El movimiento contra esta globalización reconoce la enorme
diversidad de la lucha. En distintas geografías, con diversos desarrollos
nacionales o regionales, en desiguales etapas de la lucha, con motivaciones de
lo más variadas: derechos humanos, derechos laborales y sociales, en defensa
del medio ambiente, por los derechos de la mujer, el movimiento de los sin
tierra, la lucha de los estudiantes, por la salud pública, contra la segregación
racial, contra las oligarquías
locales y el imperialismo, por reivindicaciones nacionales. Así como múltiples
son las interpretaciones sobre el momento político y sobre cómo dar una
respuesta.
El
Foro Social Mundial articula prácticamente todo el movimiento anticapitalista.
Ese movimiento que se manifestó en diciembre de 1999 en Seattle, contra la
Organización Mundial de Comercio (OMC), o en Washington contra el FMI y el BM,
o en Dávos, Québec, Niza y Génova que acicatea al poder y que necesita
unificarse para defenderse y poder pasar a la ofensiva.
Río
Grande do Sul
y Porto Alegre son una nueva forma de gobierno del pueblo en un contexto
internacional poco favorable. El presupuesto participativo es la piedra angular
del proyecto. No debería ser idealizado, pero es un gran avance. A Brasil
seguramente le tocará quedar a la cabeza de un nuevo despertar de los pueblos
si en octubre logra ubicar en la presidencia de la nación a este obrero metalúrgico
de sobrenombre “Lula”
El
PT y todos sus aliados saben que por delante no tienen una tarea sencilla ni rápida.
Quedar
en la vanguardia parece mas una circunstancia impuesta por la historia que una
decidida voluntad militante. Las expectativas pueden ser desmedidas y así
consecuentemente la desilusión y la sensación de fracaso o traición. El PT
parece sólo estar dispuesto a mover su peón mas avanzado. Rodearlo,
protegerlo, preservarlo, para esperar el juego del enemigo y volver a mover. A
esa tarea de protección también está destinado el Foro. Y esto
parece sumamente saludable e inteligente. El Foro parece querer
incorporarse a la política de Brasil en la misma proporción que esta se
incorpora en cada uno de los participantes. El Foro debiera ser un escudo
internacionalista dispuesto a defender la experiencia de un pueblo que avanza a
paso lento pero firme, así como la de cualquier otro que emprenda un camino de
profundo cambio.
Se observan en Porto Alegre los frutos de una nueva identidad político-cultural
que mucho tienen que ver con el socialismo. Quizás una situación parecida
se viva en San Pablo o en Río de Janeiro, gobernado por Garotinho,
candidato a presidente por el Partido Socialista Brasileño (PSB), pero
muy distinta a de ser la situación en estados atrasados, bastiones todavía de
la derecha. La solidaridad del Foro con la lucha del pueblo brasileño
constituye desde mi punto de vista el ingrediente más interesante de este
gigantesco encuentro de militantes que creemos que “un mundo mejor es
posible”
Otro elemento interesante es el de posibilitar el desarrollo de un
tejido, de una red internacional, que vincula a miles de luchadores y
organizaciones políticas y sociales, gremiales y estudiantiles, campesinas,
ecologistas, etc., capaces de conformar un poder de nuevo tipo popular,
transformador, progresista, revolucionario, socialista. No solo cuestionador del
orden vigente, sino portador de un nuevo proyecto.
Un aspecto que no debería soslayarse es el educativo. Hemos aprendido
que no es trasladable la experiencia que hace un pueblo en circunstancias históricas,
económicas, políticas y emotivas particulares. Pero es fuente de aprendizaje
que ayuda a acelerar los tiempos y a evitar errores en otros lugares.
Y no deberíamos tampoco menoscabar la repercusión moral en los pueblos
que lucha por una vida mejor, por una sociedad más justa y libre al saber que
en todos los rincones de la tierra hay alguien con sus mismos problemas, sus
mismas ilusiones y compartiendo la lucha. Esta es otra forma de la globalización.
Rechazo
al ALCA
Una
de las cuestiones centrales del Foro fue el rechazo al ALCA (Área del Libre
Comercio de las Américas). Más que un área de integración, el ALCA es
visualizado como una imposición política de los Estados Unidos al conjunto de
los pueblos latinoamericanos.
Ninguna otra cosa se puede esperar de un acuerdo que se desarrolla en el más
profundo de los secretos, sin que los pueblos ni las organizaciones políticas o
sociales tengan la más mínima información. Es indudable que nuestros
gobiernos no pueden presentarle a sus pueblos convenios que van a destruir buena
parte de las pocas industrias que aún quedan en pié, van a restarle a los
estados la capacidad de delinear políticas sociales
en defensa de los trabajadores, los pobres y los marginados en nombre del
mercado. Van a avanzar sobre el medio ambiente las empresas multinacionales sin
que nuestros gobiernos puedan actuar, dada la jurisdicción internacional de
cualquier conflicto y viéndose obligados a indemnizar a los monopolios
extranjeros cada vez que estos crean afectados sus intereses. Está claro que el
rol de nuestras naciones se reducirá a proveer materias primas a bajo costo y
mano de obra barata, siendo nuestros países receptores de las mercancías
provenientes de la potente y desarrollada industria estadounidense. Aumentará
el desempleo, la pobreza, la precarización laboral y es altamente inoportuno
comprometer en igualdad de condiciones naciones tan dispares en su potencial
económico, su desarrollo científico y técnico, su ingreso per cápita y su
influencia geopolítica
Baste
comparar la magnitud del Producto Bruto Interno norteamericano de
aproximadamente 7,5 billones de dólares, representando el 75,7 por ciento del
total del PBI americano, con el de Brasil que representa el 6,8 por ciento, o el
de México del 3,9 por ciento, o el de Argentina, de solo
2,8 puntos de porcentual.
La
inmensa mayoría de las organizaciones americanas presentes realizaron actos y
movilizaciones para defender la soberanía de las naciones y retrasar el proceso
de integración hasta tanto la unidad latinoamericana o sudamericana esté en
condiciones de sentarse a la Mesa de negociación con los EE.UU. en
términos equitativos.
Las
organizaciones provenientes de las naciones que integran el MERCOSUR observan
con preocupación cómo los EE UU. actúan para dividir a nuestras naciones
imponiéndoles condiciones que hacen difícil la convivencia, por caso, la
pretendida dolarización de la economía argentina abortando la perspectiva de
una moneda común del MERCOSUR que sea capaz de extenderse en un tiempo
prudencial al conjunto de América del Sur.
El
Foro y la Argentina
La crisis de nuestro país, conocida en todo el mundo, llevó a que los
delegados argentinos fuéramos permanentemente consultados sobre que es lo que
está pasando en nuestro país. El hecho de ser la delegación argentina la más
numerosa después de la brasileña,
permitió que todos los delegados que quisieran tener una versión de los
acontecimiento de boca de los propios argentinos pudieran encontrar una
respuesta.
Lo
que no resultó tan claro fueron las diversas versiones que se dieron sobre los
mismos hechos. Cabría destacar que algunas delegaciones de partidos de
izquierda llevaron la idea que en Argentina se desarrollaba una revolución
social, que dicha revolución había hecho caer al Gobierno de De la Rúa, que
bajo la influencia de la revolución Rodríguez Sá debió pronunciar un
discurso de fuerte contenido popular donde repudió la deuda, que la revolución
también se lo llevó a él, y que ahora venía por Duhalde. Esta visión
repetida decenas de veces dejaba sin explicar la cuestión del poder, por qué
Duhalde retiene el gobierno, cuál es la dirección revolucionaria y por qué no
se aplican las medidas que casi en forma unánime surgen de las asambleas
populares.
En
la otra punta del dial, reflejando un pensamiento de derecha, y quizás sin
prever que éramos muchos los argentinos presentes, el Jefe de Gobierno porteño
Aníbal Ibarra sostuvo que “en
la situación en que está hoy Argentina es necesaria la ayuda financiera del
Fondo Monetario Internacional”. El
jefe de gobierno parece olvidar que hace 25 años que el FMI “ayuda” a la
Argentina. Que prácticamente no hubo gobierno desde la dictadura que no se
subordinara a sus directivas. Que el FMI no es una organización que busca el
bien común de las naciones, sino más bien el auditor y controlador del
funcionamiento de la economía mundial en relación a los intereses de los países
centrales. Olvida también que todos nuestros ministros de economía viajan a Washington
a recibir instrucciones y que las condiciones catastróficas en las que está el
país, han contado con el “aporte invalorable” de los desprestigiados técnicos
del FMI.
Otras
versiones, quizá con un punto de vista en mayor consonancia con la realidad,
fueron expresadas por muchos delegados de organizaciones sociales, políticas y
de derechos humanos, que no vieron en los acontecimientos una revolución y
tampoco la necesidad de poner al país de rodillas ante el Fondo Monetario
Internacional. Desde esta mirada, la explicación fue más o menos la siguiente:
El
descontento popular se manifestó en las elecciones del 14 de Octubre, se agudizó
con la profundización y aceleramiento de la crisis y la creación del
“corralito”. Para mediados de diciembre de 2001, millones de argentinos no
tenían en sus bolsillos un solo peso, ni en sus casas alimentos con los que
sostener la vida. Las condiciones del estallido estaban creadas y el 19 una masa
de argentinos desesperados produjo los saqueos. La respuesta represiva y
autoritaria que pretendió dar De la Rúa fue el detonante de los cacerolazos en
la noche del 19, y la jornada de lucha de resistencia del día 20 con sus
muertos y heridos, el punto de quiebre de un gobierno incapaz de dar respuesta a
las más elementales necesidades populares.
Las
movilizaciones y los cacerolazos, los cortes de ruta, las concentraciones y las
asambleas populares, marcan un nuevo estadio en la lucha del pueblo y la
reconstitución de un tejido político-social que fue desecho durante los años
de la dictadura.
En este nuevo estadio, ningún gobierno podrá dar la espalda a las
aspiraciones y necesidades populares. Y seguramente esta lucha marque el inicio
de una renovación profunda en toda la dirección política del país. Esto es
lo que crea una visión optimista sobre el futuro de la Argentina y es, en términos
generales, la imagen que se llevaron la inmensa mayoría de los delegados a sus
naciones. Siempre en el marco de una profunda admiración por esta histórica
acción del pueblo argentino contra las políticas neoliberales.
“Podrán
cortar todas las flores, pero no podrán impedir la llegada de la primavera”. Pablo
Neruda.
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