El drama del fin de los tiempos (Cont. 02)
Padre Emmanuel
IV.
Imperio del Anticristo: Visión del profeta Daniel
Una
noche el profeta Daniel tuvo una visión formidable. Mientras que los cuatro
vientos del cielo se combatían en un vasto mar, vio surgir del medio de las
olas cuatro fieras monstruosas.
Eran
una leona, un oso, un leopardo de cuatro cabezas, y no sé que monstruo de una
fuerza prodigiosa, que tenía dientes y uñas de hierro, y diez coronas en la
frente.
Le
fue revelado al profeta que estas cuatro fieras significaban cuatro imperios que
se levantarían sucesivamente sobre las olas cambiantes de la humanidad.
Ahora
bien, mientras que Daniel consideraba con espanto la cuarta fiera, vio nacer un
pequeño cuerno en medio de los otros diez, que abatía a tres de ellos, y crecía
más que todos los demás; y este cuerno tenía como ojos de hombre, y una boca
que profería grandes discursos; y hacía la guerra a los santos del Altísimo,
y prevalecía contra ellos.
El
profeta pidió el significado de esta visión extraña. Le fue dicho que los
diez cuernos representaban a diez reyes; que el pequeño cuerno era un rey que
acabaría por dominar sobre toda la tierra con un poder inaudito. “Vomitará,
le fue dicho, blasfemias contra Dios, atropellará a los santos del Altísimo,
y se creerá con facultad de mudar las festividades y las leyes, y los santos
serán dejados en sus manos por un tiempo, dos tiempos, y la mitad de un
tiempo” (Dan. 7 25). II
Por
este rey, todos los intérpretes entienden al Anticristo.
¿Cuál
es la bestia en que sale, al tiempo señalado, este cuerno de impiedad? Es la
Revolución, por la que se entiende todo el cuerpo de los impíos, que obedecen
a un motor oculto, que se levanta contra Dios: la Revolución, poder a la vez
satánico y bestial, satánico como animado de un espíritu infernal, bestial
como entregado a todos los instintos de la naturaleza degradada. Tiene dientes y
uñas de hierro: pues forja leyes despóticas, por medio de las cuales
despedaza la libertad humana. Trata de apoderarse de los reyes y de los
gobiernos, que deben pactar con ella. Cuando aparezca el Anticristo, tendrá
diez reyes a su servicio, como si fueran diez cuernos en la frente.
El
Anticristo, nos dice Daniel, aparecerá como un pequeño cuerno; es decir, sus
comienzos serán oscuros. No saldrá de familia real; será un Mahoma, un
Madhi, que se elevará poco a poco por la osadía de sus imposturas, secundadas
por la complicidad total del diablo.
Efectivamente,
el cuerno que lo representa es muy diferente de los demás. Tiene ojos como ojos
de hombre; pues el nuevo rey es un vidente, un falso profeta. Tiene una boca que
profiere palabras grandilocuentes; porque se impone no menos por el brillo de su
palabra y la seducción de sus promesas, que por la fuerza de las armas y las
astucias de la política.
Todo
el mundo tendrá pronto las miradas vueltas hacia el impostor, cuyas hazañas
celebrarán las trompetas de una prensa complaciente. Su popularidad hará
sombra a varios de los soberanos apóstatas, que se repartirán entonces el
imperio de la bestia revolucionaria. De ello se seguirá una lucha gigantesca,
en la cual, según Daniel, el Anticristo abatirá a tres de sus rivales.
En
ese momento todos los pueblos, fanatizados por sus prodigios y sus victorias, lo
aclamarán como el salvador de la humanidad. Y los otros reyes no tendrán más
remedio que sometérsele.
Comenzará
entonces una crisis terrible para la Iglesia de Dios. Pues el cuerno de
impiedad, después de llegar a la cumbre del poder, hará la guerra a los santos
y prevalecerá contra ellos. III
Es
probable que, durante todo este primer período que podrá durar largos años,
el hombre del pecado afectará tener aires de moderación hipócrita.
Judío,
se presentará a los Judíos como el Mesías prometido, como el restaurador de
la ley de Moisés; tratará de aplicar en su favor las misteriosas profecías de
Isaías y de Ezequiel; reconstruirá, según el parecer de varios Padres, el
templo de Jerusalén. Los Judíos, al menos en parte, deslumbrados por sus
falsos milagros y su fasto insolente, lo recibirán a él, el falso Cristo; y
pondrán a su disposición la alta finanza, toda la prensa, y las logias masónicas
del mundo entero.
Es
también muy verosímil que el Anticristo tratará con consideración, para
encumbrarse, a los partidarios de las falsas religiones. Se presentará como
plenamente
respetuoso de la libertad de cultos, una de las máximas y
una de las mentiras
de la bestia revolucionaria. Dirá a los budistas que él mismo es un Buda; a
los musulmanes, que Mahoma es un gran profeta. Incluso no es nada imposible que
el mundo musulmán acepte al falso Mesías de los Judíos como un nuevo Mahoma.
¿Qué
podemos saber? Tal vez llegará a decir, en su hipocresía, y semejante en esto
a Herodes su precursor, que quiere adorar a Jesucristo. Pero no se tratará sino
de una burla amarga. ¡Ay de los cristianos que soporten sin indignación que su
adorable Salvador sea colocado en pie de igualdad con Buda y Mahoma, en no sé
qué panteón de falsos dioses!
Todos
estos artificios, semejantes a las caricias del caballero que quiere subirse a
su montura, ganarán insensiblemente el mundo para el enemigo de Jesucristo;
pero una vez bien asentado sobre los estribos, hará valer los frenos y las
espuelas; y pesará entonces sobre la humanidad la más espantosa de las tiranías. IV
San
Pablo nos da a conocer de un solo trazo de pluma el carácter extremo de esta
tiranía, la más odiosa que existió y que existirá jamás.
El
hombre del pecado, dice, el hijo de la perdición, el impío, “hará frente
y se levantará contra todo el que se llama Dios o tiene carácter religioso,
hasta llegar a invadir el santuario de Dios, y poner en él su trono, ostentándose
a sí mismo como quien es Dios” (II Tes. 2 4).
Daniel
lo había predicho antes que San Pablo. “No atenderá a los dioses de sus
padres, ni a la favorita de sus mujeres, ni hará caso de ningún dios, pues se
creerá superior a todos” (Dan. 11 37).
Así,
pues, cuando el Anticristo haya sometido al mundo, cuando haya colocado en todas
partes sus lugartenientes y sus criaturas, cuando pueda hacer valer en su propio
provecho todos los recursos de una centralización llevada a su colmo: entonces
se quitará la máscara, proclamará que todos los cultos quedan abolidos, se
presentará como el único Dios, y bajo las más espantosas e infamantes penas
intentará forzar a todos los habitantes de la tierra a que adoren su propia
divinidad, con exclusión de toda otra.
A
eso llegará la famosa libertad de cultos, que tanto se predica ahora; la
promiscuidad de los errores exige lógicamente esta conclusión.
Mientras
estaba en la tierra, el adorable Jesús, dulce y humilde de corazón, que era
Dios, no se propuso nunca a la adoración de sus apóstoles; al contrario, llegó
hasta a ponerse de rodillas ante ellos, al lavarles los pies. Mas el Anticristo,
monstruo de impiedad y de orgullo, se hará adorar por la humanidad enloquecida
y seducida; ella habrá escogido este amo, prefiriéndolo al primero.
¡Y
no se piense que la trampa será evidente! No olvidemos, dice San Gregorio,
que el monstruo dispondrá del poder del diablo para hacer prodigios: y así,
mientras que al comienzo los milagros estaban del lado de los mártires, en ese
momento parecerán estar del lado de los verdugos. Habrá un deslumbramiento, un
vértigo. Sólo los verdaderos humildes, afianzados en Dios, se darán cuenta de
la impostura y escaparán a la tentación.
Pero
¿dónde establecerá su culto el Anticristo? San Pablo dice: “en el templo
de Dios”. San Ireneo, casi contemporáneo de los Apóstoles, precisa más,
y dice que en el templo de Jerusalén, que hará reconstruir. Ese será el
centro de la horrible religión. San Juan, por otra parte, nos hace saber que la
imagen del monstruo será propuesta en todas partes a la adoración de los
hombres (Apoc. 13 24).
Entonces
el budismo, mahometismo, protestantismo, etc., serán suprimidos y abolidos.
Pero no hace falta decir que el furor del mundo se dirigirá contra Nuestro Señor
y su Iglesia. El Anticristo hará cesar el culto público; suprimirá, dice
Daniel, el sacrificio perpetuo. No se podrá ya celebrar la Santa Misa más que
en las cavernas y lugares ocultos. Las iglesias profanadas presentarán a las
miradas de todos la abominación de la desolación, a saber, la imagen
del monstruo colocada sobre los altares del verdadero Dios. En la Revolución
francesa hubo un ensayo de todo esto.
Aquí
se dejará sentir la mano de Dios. Abreviará esos días de suma angustia. Esta
persecución, que conmovería a las mismas columnas del cielo, durará sólo un
tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo, a saber, tres años y medio. V. Los predicadores del AntiCristo: Visión de San Juan
Los
Libros Santos, que entran en tantos detalles sobre el hombre del pecado, nos dan
a conocer a un agente misterioso de seducción que le someterá la tierra. Este
agente, a la vez uno y múltiple, es, según San Gregorio, una especie de cuerpo
docente que propagará por todas partes las doctrinas perversas de la Revolución.
El
Anticristo tendrá sus lugartenientes y sus generales; poseerá un ejército
numerosísimo. Apenas se atreve uno a entender, al pie de la letra, la cifra que
San Juan nos da de él al hablar de la sola caballería (Apoc. 9 16)[3].
Pero tendrá sobre todo a su servicio falsos profetas como él, iluminados del
diablo, doctores de mentiras; enemigo personal de Jesucristo, copiará al
divino Maestro, rodeándose de apóstoles a la inversa.
Hablemos,
pues, según San Juan, de estos doctores impíos, a quienes daremos el nombre,
con San Gregorio, de predicadores del Anticristo. II
San
Juan, en el capítulo 13 de su Apocalipsis, describe una visión completamente
semejante a la de Daniel. Ve surgir del mar un monstruo único, que reúne en sí
mismo por una horrible síntesis todas las características de las cuatro
bestias contempladas por el profeta. Este monstruo se asemeja al leopardo; tiene
patas de oso y cabeza de león; y tiene siete cabezas y diez cuernos.
Representa
el imperio del Anticristo, formado por todas las corrupciones de la humanidad.
Representa también al Anticristo mismo, que es el nudo de todo este
conglomerado violento de miembros incoherentes y dispares. Creeríamos ver al
impostor, con el cortejo de cristianos apóstatas, de musulmanes fanatizados, de
judíos iluminados, que lo seguirá por todas partes.
Ahora
bien, mientras San Juan consideraba esta Bestia, vio que una de sus cabezas
estaba como herida de muerte; y que luego su herida mortal fue curada. Y toda la
tierra se maravilló ante la Bestia.
Los
intérpretes ven aquí uno de los falsos prodigios del Anticristo; uno de sus
principales lugartenientes, o tal vez él mismo, parecerá gravemente herido; ya
se lo creerá muerto, cuando de repente, por un artificio diabólico, se
levantará lleno de vida. Esta impostura será celebrada por todos los periódicos,
ese día casualmente muy crédulos; y el entusiasmo se convertirá en delirio.
“Entonces, continúa San Juan, los hombres
adoraron al dragón, porque había dado la potestad a la Bestia, y adoraron a la
Bestia, diciendo: «¿Quién es semejante a la Bestia, y quién es capaz de
pelear con ella?».
Así
el diablo será públicamente adorado, y también el Anticristo; y no será un
doble culto, pues el primero será adorado en el segundo. San Juan nos hace
asistir luego a la persecución contra la Iglesia.
"Y
le fue dada boca que hablase grandes cosas y blasfemias, y le fue dada potestad
de actuar durante cuarenta y dos meses”.
Es
el mismo vaticinio que Daniel, y designa el tiempo de la persecución cuando
llegue a su paroxismo. Cuarenta y dos meses son justo tres años y medio.
“Y
abrió su boca para lanzar blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre y
de su tabernáculo, de los que tienen su morada en el cielo. Y le fue dado hacer
la guerra contra los santos, y vencerlos; y le fue dada potestad sobre toda
tribu, y pueblo, y lengua, y nación. Y la adorarán todos los que habitan sobre
la tierra, cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida del Cordero, que
ha sido degollado desde la creación del mundo. Quien tenga oído, oiga. Quien
lleva al cautiverio, al cautiverio irá; quien a espada matare, a espada también
se le matará irremisiblemente. Aquí esta la paciencia y la fe de los santos”
(Apoc. 13 3-11).
Así
describe el apóstol amado la terrible persecución. A todas las amenazas se les
añadirán todas las seducciones; de ello resultará un fanatismo delirante que
echará al mundo entero a los pies de la Bestia. Pero todos los asaltos del
infierno fracasarán ante “la paciencia y la fe de los santos”. III
San
Juan nos pinta a continuación el gran agente de seducción que doblegará los
espíritus de los hombres al culto de la Bestia.
“Y
vi, prosigue, otra Bestia que subía
de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los del Cordero, y hablaba como
dragón. Y la potestad de la primera Bestia la ejecuta toda en su presencia. Y
hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a la Bestia primera, cuya
herida de muerte había sido curada. Y hace grandes prodigios, de modo que aun
fuego hace bajar del cielo a la tierra a vista de los hombres. Y seduce a los
que habitan sobre la tierra a causa de los prodigios que le ha sido dado obrar
en presencia de la Bestia, diciendo a los que habitan sobre la tierra que
hicieran una imagen de la Bestia que lleva la herida de la espada y revivió. Y
le fue dado dar espíritu a la imagen de la Bestia, de suerte que aun hablase la
imagen de la Bestia, y que hiciese que cuantos no adorasen la imagen de la
Bestia fueran muertos. Y hace que a todos, los pequeños y los grandes, los
ricos y los pobres, los libres y los siervos, se les ponga una marca sobre su
mano derecha o sobre su frente, y que nadie pueda comprar o vender, sino quien
lleve la marca, que es el nombre de la Bestia o el número de su nombre. Aquí
está la sabiduría. Quien tenga inteligencia, calcule el número de la Bestia,
pues es número humano. Y su número es 666” (Apoc. 13 11-18).
Esta
es la segunda parte de la profecía de San Juan. San Gregorio interpreta este
misterioso pasaje en el sentido de que, como hemos dicho, el Anticristo tendrá
su colegio de predicadores y de apóstoles a la inversa. Y estos doctores de
mentira serán algo así como nuestros sabios modernos, pero aumentados con
poderes de magos o de espiritistas.
Tendrán
la apariencia del Cordero. Simularán las máximas evangélicas de paz, de
concordia, de libertad, de fraternidad humana; pero bajo estas apariencias
propagarán el ateísmo más desvergonzado.
Tendrán
la apariencia del Cordero. Se presentarán como agentes de persuasión,
respetuosos hacia todas las conciencias; pero luego harán morir en los
tormentos a quienes se nieguen a escucharlos.
“Sus
auditores, dice con energía San
Gregorio, serán todos los réprobos; su táctica, sigue diciendo,
consistirá en proclamar que el género humano, durante las edades de fe, estaba
sumergido en las tinieblas; y saludarán el advenimiento del Anticristo como
la aparición del día y el despertar del mundo” (Moralia in Job, lib.
XXXIII).
Estos
predicadores serán apoyados por falsos prodigios. Instruidos por el diablo y su
satélite de secretos naturales todavía desconocidos, los misioneros del
Anticristo espantarán y seducirán a las muchedumbres por toda clase de
sortilegios; harán descender fuego del cielo, y hablar las imágenes del
Anticristo que habrán levantado.
Pero
eso no es todo. Obligarán a todos los hombres, bajo pena de muerte, a adorar
estas imágenes parlantes. Los obligarán a llevar, en la mano derecha o en la
frente, el número del monstruo. Y todo el que no tenga este número, no podrá
ni comprar ni vender.
Aquí
se muestra el espantoso refinamiento de la persecución suprema. El que no lleve
la marca del monstruo se encontrará, por este solo hecho, fuera de la ley,
fuera de la sociedad, merecedor de muerte.
Pero
¿acaso no vemos desde ahora cómo se esboza un intento de esta tiranía?
¿Qué
son todos esos maestros de la enseñanza sin Dios, sino los precursores del
Anticristo? La Revolución quiere tener su cuerpo docente, encargado
oficialmente de descristianizar la juventud, y de imprimir en la frente de
todos, pequeños y grandes, pobres y ricos, la marca del Dios-Estado. La enseñanza
obligatoria y laica no tiene otro fin. Ya se preparan leyes para prohibir la
entrada en las carreras públicas a todo el que no haya recibido la firma de las
escuelas del Estado. El día en que pasen estas leyes abominables, se habrá
puesto fin a la libertad humana. Entraremos entonces en una tiranía sombría,
sofocante, infernal. El Anticristo podrá venir.
Como
la conciencia pública, queremos esperarlo, es aún demasiado cristiana para
soportar semejante tortura, se buscan todos los medios posibles para
adormecerla.
Por
otra parte, que los creyentes se consuelen. Todos estos extremos servirán, en
los planes de Dios, para hacer brillar la paciencia y la fe de los santos. Es lo
que veremos en el capítulo siguiente. VI.
LA IGLESIA DURANTE LA TORMENTA I
San
Gregorio Magno, en sus luminosos comentarios sobre Job, abre las más profundas
perspectivas sobre toda la historia de la Iglesia. Es que él mismo estaba
visiblemente animado de este espíritu profético derramado en todas las
Escrituras.
Contempla
a la Iglesia, al fin de los tiempos, bajo la figura de Job humillado y
sufriente, expuesto a las insinuaciones pérfidas de su mujer y a las críticas
amargas de sus amigos; él, delante de quien en otros tiempos se levantaban los
ancianos, y los príncipes guardaban silencio.
La
Iglesia, dice muchas veces el gran Papa, hacia el término de su peregrinación,
será privada de todo poder temporal; incluso se tratará de quitarle todo punto
de apoyo sobre la tierra.
Pero
va más lejos, y declara que será despojada del brillo mismo que proviene de
los dones sobrenaturales.
“Se
retirará, dice, el poder de los
milagros, será quitada la gracia de las curaciones, desaparecerá la profecía,
disminuirá el don de una larga abstinencia, se callarán las enseñanzas de la
doctrina, cesarán los prodigios milagrosos. Eso no quiere decir que no habrá
nada de todo eso; pero todas estas señales ya no brillarán abiertamente y de
mil maneras, como en las primeras edades. Será incluso la ocasión propicia
para realizar un maravilloso discernimiento. En ese estado humillado de la
Iglesia crecerá la recompensa de los buenos, que se aferrarán a ella únicamente
con miras a los bienes celestiales; por lo que a los malvados se refiere, no
viendo en ella ningún atractivo temporal, no tendrán ya nada que disimular, y
se mostrarán tal como son” (Moralia in Job, lib. XXXV).
¡Qué
palabra terrible: se callarán las enseñanzas de la doctrina! San
Gregorio proclama en otras partes que la Iglesia prefiere morir a callarse. Por
lo tanto, ella hablará: pero su enseñanza será obstaculizada, su voz será
ahogada; ella hablará: pero muchos de los que deberían gritar sobre los techos
no se atreverán a hacerlo por temor a los hombres.
Y
eso será la ocasión de un discernimiento temible.
San
Gregorio vuelve frecuentemente sobre esta verdad, de que hay en la Iglesia tres
categorías de personas: los hipócritas o falsos cristianos, los débiles y los
fuertes. Ahora bien, en esos momentos de angustia, los hipócritas se quitarán
la máscara, y manifestarán abiertamente su apostasía secreta; los débiles,
desgraciadamente, perecerán en gran número, y el corazón de la Iglesia
sangrará de ello; finalmente, muchos de los mismos fuertes, demasiado confiados
en su fuerza, caerán como las estrellas del cielo.
A
pesar de todas estas tristezas punzantes, la Iglesia no perderá ni la valentía
ni la confianza. Será sostenida por la promesa del Salvador, consignada en
las Escrituras, de que esos días serán abreviados a causa de los
elegidos. Sabienddo que los elegidos serán salvados a pesar de
todo, se entregará, en lo más recio de la tormenta, a la salvación de las
almas con una energía infatigable. II
En
efecto, a pesar del espantoso escándalo de esos tiempos de perdición, no hay
que pensar que los pequeños y los débiles se perderán necesariamente.
El camino de salvación seguirá estando abierto, y la salvación será posible
para todos. La Iglesia tendrá medios de preservación proporcionados a la
magnitud del peligro. Y sólo perecerán aquellos de entre los pequeños que,
por haber abandonado las alas de su madre, serán presa del ave rapaz.
¿Cuáles
serán esos medios de preservación? Las Escrituras no nos dan ninguna indicación
sobre este punto; mas nosotros podemos formular sin temeridad algunas
conjeturas.
La
Iglesia se acordará del aviso dado por Nuestro Señor para los tiempos de la
toma y destrucción de Jerusalén, y aplicable, según el parecer de los intérpretes,
a la última persecución.
“Cuando
viereis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta
Daniel, estar en el lugar santo (¡el que lee, entienda!), entonces los que estén
en la Judea huyan a los montes... Rogad que vuestra fuga no sea en invierno ni
en sábado, porque habrá entonces tribulación grande, cual no la hubo desde el
comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si no se acortaran aquellos días,
no se salvaría hombre viviente; mas en atención a los elegidos serán
acortados aquellos días” (Mt. 24
15, 20-22).
En
conformidad con estas instrucciones del Salvador, la Iglesia salvará a los
pequeños de su rebaño por medio de la fuga; Ella les preparará refugios
inaccesibles, donde los colmillos de la Bestia no los alcanzarán.
Uno
puede preguntarse cómo habrá entonces refugios inaccesibles, cuando la tierra
se encontrará repleta y surcada de vías de comunicación. Hay que contestar
que Dios proveerá por sí mismo a la seguridad de los fugitivos. San Juan nos
hace entrever la acción de la Providencia.
En
el capítulo 12 del Apocalipsis, nos presenta a una Mujer revestida del sol y
coronada de estrellas; es la Iglesia. Esta Mujer sufre los dolores del parto;
porque la Iglesia da a luz a Dios en las almas, en medio de grandes
sufrimientos. Ante ella se aposta un gran dragón rojo, imagen del diablo y de
sus continuas emboscadas. Pero la Mujer huye al desierto, “a un lugar
preparado por Dios mismo, para que allí la sustenten durante mil doscientos
sesenta días” (Apoc. 12 6). Estos 1260 días, que son tres años y
medio, indican el tiempo de la persecución del Anticristo, como queda
manifiesto por los demás pasajes del Apocalipsis. Por lo tanto, durante este
tiempo la Iglesia, en la persona de los débiles, huirá al desierto, a la
soledad; y Dios mismo se cuidará en mantenerla escondida y alimentarla.
El
fin del mismo capítulo contiene detalles sobre esta huida. Se le dieron a la
Mujer dos grandes alas de águila, para transportarla al desierto. El dragón
trata de perseguirla, y su boca vomita en pos de ella agua como río; pero la
tierra socorre a la Mujer, y absorbe el río. Estas palabras enigmáticas
designan alguna gran maravilla que Dios realizará en favor de su Iglesia; la
rabia del dragón vendrá a morir a sus pies.
Sin
embargo, mientras los débiles orarán con seguridad en una soledad misteriosa,
los fuertes y los valientes entablarán una lucha formidable, en presencia del
mundo entero, con el dragón desencadenado. III
En
efecto, está fuera de toda duda que habrá, en los últimos tiempos, santos de
una virtud heroica. Al comienzo, Dios dio a su Iglesia los Apóstoles, que
abatieron el imperio idólatra, y la fundaron y cimentaron en su propia sangre.
Al final le dará también hijos y defensores, probablemente ni menos santos ni
menores.
San
Agustín exclama, al pensar en ellos: “En comparación con los santos y
fieles que habrá entonces, ¿qué somos nosotros? Pues, para ponerlos a prueba
el diablo, a quien nosotros debemos combatir al precio de mil peligros, estará
desencadenado, cuando ahora está atado. Y sin embargo, añade, es de
creer que ya en el día de hoy Cristo tiene soldados lo bastante prudentes y
fuertes, para poder despistar con sabiduría, si es preciso, todas sus
emboscadas, y soportar con paciencia los asaltos de su enemigo, incluso
cuando está desencadenado” (De Civitate Dei, lib. XX, 8).
San
Agustín se pregunta luego: ¿Habrá aún conversiones, en esos tiempos de
perdición? ¿Se bautizará aún a los niños, a pesar de las prohibiciones del
monstruo? ¿Los santos tendrán entonces el poder de arrancar almas de las
fauces del dragón furioso? El gran Doctor contesta afirmativamente a todas
estas preguntas. Sin lugar a dudas, las conversiones serán más raras, pero por
eso mismo resultarán más sorprendentes. Sin lugar a dudas, y por regla
general, es preciso que Satán esté atado para que se lo pueda despojar (Mt. 11
29); pero, en esos días, Dios se complacerá en mostrar que su gracia es más
fuerte que el fuerte mismo, en su desencadenamiento más furioso.
Cada
cual puede observar cuán consoladoras son estas verdades.
Mas
¿quiénes serán los santos de los últimos tiempos? Nos gusta pensar que entre
ellos habrá soldados. El Anticristo será un conquistador, y mandará a ejércitos;
pero encontrará ante él Legiones Tebanas, héroes de esta raza gloriosa e
indomable que tiene a los Macabeos por antecesores, y que cuenta entre sus líneas
a los Cruzados, los campesinos de la Vandea y del Tirol, y finalmente los Zuavos
pontificios. A esos soldados los podrá aplastar bajo el peso de sus huestes
numerosísimas, pero no los hará huir.
Pero
el Anticristo será sobre todo un impostor; por consiguiente, encontrará como
principales adversarios a los apóstoles armados del crucifijo. Como la última
persecución revestirá el aspecto de una seducción, éstos unirán a la
paciencia de los mártires la ciencia de los doctores. Nuestro Señor se los
hizo ver un día a Santa Teresa, con espadas luminosas en las manos.
A
la cabeza de estas falanges intrépidas, aparecerán dos enviados
extraordinarios de Dios, dos gigantes en santidad, dos sobrevivientes de las
edades antiguas: acabamos de nombrar a Henoc y Elías, de los que hablaremos en
el artículo siguiente. |
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