MEDITACIÓN PARA CADA DÍA
DÍA 30
(1) I Considera, alma mía el misterioso significado de las tres insignias o atributos, con que se dignó revelarse a la devoción de los fieles el Sagrado Corazón de Jesús, o sean, la Cruz, la Corona de Espinas y la herida de lanza. Está enclavada en la Cruz, en el centro de ese sacratísimo Corazón, para significar lo infinito de su amor, que le movió a desearla desde el primer instante de su divina concepción en las virginales entrañas de María; a regalarse con ella teniéndola en pensamiento todos los instantes de su vida y a morir afrentosamente en la misma, dando en ella su Sangre como precio de nuestra redención. Así hemos de considerar aquella alma benditísima, puesta ya en cruz mucho antes que lo fueran las manos y pies del divino Crucificado y en ella ofreciéndose por nosotros y por nuestros pecados al Eterno Padre, con superabundancia tal de satisfacciones y desagravios, que bastara y sobrara para lavar la culpa de mil mundos y de millones de mundos pecadores, que pudieran todavía existir. "Toda la vida de Nuestro Señor (dice La Imitación) cruz fue y martirio" y no sólo durante las tres horas de la tarde del Viernes Santo agonizó el divino Salvador, sino que agonizando estuvo continuamente. La cruz la llevó en el Corazón desgarrado por nuestras culpas, antes que la llevase sobre sus espaldas desgarradas por los azotes y esta su Pasión, invisible a los, ojos del mundo, no lo era a los de su Eterno Padre y de su Madre amantísima, y no le fue menos dolorosa. Medítese unos minutos. II ¡Qué sublime ejemplo, qué prácticas enseñanzas nos da con esa primera de sus insignias el Corazón adorabilímo de nuestro buen Jesús! Así debieran ser como él los corazones de todos los cristianos, o por lo menos, de los que más quieren preciarse de ser sus amigos y devotos. En nuestro corazón hemos de llevar día y noche clavada la Cruz de Cristo nuestro Redentor, por medio de la contemplación amorosa de sus dolores y por el ejercicio constante y habitual de la virtud de la mortificación. No ha de bastarnos venerarla en los altares, o traerla pendiente del cuello, o imprimir en nuestra frente su piadosa señal. Amemos y adoremos en nosotros la cruz viva, la cruz realidad, más que otras cruces simbólicas y figuradas. Cruz viva es la que refrena nuestros apetitos y concupiscencias, abate nuestro amor propio, exige nuestra resignación, nos aflige con ]as austeridades de la penitencia. Cruz viva, aunque incruenta; cruz viva, porque se clava en lo más vivo de nuestro ser, cuales son nuestras vanas aficiones, movimientos desordenados, rarezas e intemperancias. Cruz no de una hora o de un día o de un año, sino de la vida toda, que en ella nos acompaña hasta los postreros momentos de nuestra agonía, ¡Qué pensamiento más consolador puede ofrecérsenos en la hora de la muerte, que l de haber así vivido y agonizado y, disponerse a morir en brazos mismos de la cruz de nuestro amado Salvador y Redentor! ¿Y cuál otra recomendación que esa puede, sean cuales fueren nuestras culpas, abrirnos de par en par las puertas del paraíso? Medítese, y pídase la gracia particular. |
(1) A pedido de algunas iglesias, donde se alarga hasta treinta y tres días el Mes dedicado al Sagrado Corazón, el autor añadió estas tres meditaciones, que también pueden utilizarse como devoto Triduo en cualquier época del año.