De la familia real de Nortumbia,
desterrado con los suyos cuando era niño en tierra de los escotos que
había evangelizado el irlandés Columba, abrazó el cristianismo, y
después de derrotar a los bretones cerca de Hexham, recobró su reino y
lo puso bajo el siglo de la cruz.
Con la ayuda de san Aidán, hizo un gran esfuerzo por
cristianizar la heptarquía anglosajona, que parece ser acabó
reconociendo su autoridad, y el cronista nortumbrio Beda cuenta y no
acaba de sus afanes caritativos ("prodigiosamente humilde, humano y
generoso para con los pobres") y de su fervor. Casó con la hija
del primer rey cristiano de Wessex, y aquello fue como el alborear de
una gran era.
Su reinado duró sólo ocho años. Tuvo que enfrentarse con
Penda, rey pagano de los mercios, y en la batalla de Maserfelth Oswaldo
murió, según la tradición encomendando a Dios las almas de los que
morían con él. El vencedor hincó su cabeza en un poste y allí
permaneció un año entero.
Venerado como santo y mártir por el pueblo, se le
atribuyeron numerosos milagros («en el lugar donde murió luchando por
su patria, todavía hoy», dice Beda, «muchos enfermos se curan, y llevándose
el polvo de allí lo mezclan con agua que hace sanar a quienes la beben»).
Su culto se extendió por la Europa central, el sur de Alemania y el
norte de Italia.
«Su piedad cristiana le valió un reino que no tiene fin»,
insiste su apologista, y no lo ponemos en duda.
|