San Fantino el joven, nació en una
localidad de Calabria muy cerca de Sicilia, en el 927. Sus padres fueron
Jorge y Vriena, de muy buena posición y dotados de grandes virtudes. Según
relatos de esa época, el pequeño fue ofrecido al Señor en la iglesia de
San Fantino el Viejo y a los ocho años le fue confiado a San Elias Speleota
en la gruta de Melicucá para que lo preparara para la vida monástica. Después
de haber seguido durante cinco años las enseñanzas de San Elías, recibe
de sus manos el hábito de novicio, y permanece en Melicucá veinte años,
hasta la muerte del santo, ejerciendo primero humildes tareas y luego la
custodia de la iglesia.
Trasferido a la región de Mercurion transcurren dieciocho
años de vida eremítica dedicándose a la plegaria y a la penitencia y
luchando contra las frecuentes insidias del demonio. Después del largo
tiempo pasado en la soledad, volvió a la vida cenobítica y fundó un
monasterio femenino en el cual fueron acogidas su madre y su hermana
Catalina. A esta fundación, siguió la de los monasterios masculinos, en
uno de los cuales entraron su padre y sus hermanos Lucas y Cosme.
Sintiendo el vivo deseo de volver a la vida eremítica dejó
la dirección del monasterio más grande a su hermano Lucas y se retiró a
un lugar solitario y salvaje. Desde su nueva morada, de tanto en tanto iba
a visitar a sus nuevos discípulos, los monjes Juan, Zacarías, Nicodemo y
Nilo, y pasaba parte del tiempo transcribiendo códices.
Retomada la vida cenobítica, el Santo siguió viviendo en el
espíritu de penitencia.
Por su intervención se produjeron algunos hechos prodigiosos.
Una osa que desbastaba los alrededores del monasterio, con una sola señal
de la mano del santo, se alejó definitivamente.
Como la gente afluía en masa y no le permitía gozar de la
soledad, se retiró al santuario de San Miguel en Gargano.
Una noche, después de recitar el oficio, tuvo una terrible
visión que no quiso comunicar a sus monjes porque eran "cosas absolutamente
indescriptibles". Después, "quitándose el sayo, anduvo casi
desnudo por el monte", donde "permaneció sin beber, y sin comer
durante veinte días seguidos". Continuando su vida de soledad y
penitencia, "se nutre durante cuatro años, solamente con las
hierbas de la selva ". Cuando los monjes lo encontraron y lo llevaron
a la fuerza al monasterio quería regresar "allá en donde se
hallaba, prefiriendo las fieras a los hombres".
En el monasterio, San Fantino fue visitado por San Nilo, que
le contó una visión de ángeles resplandecientes y de demonios, que lo
llenó "de temor y horror". Finalmente, transportado a "una
región resplandeciente de luces", sintió "un himno inefable,
incesante, del cual no podía saciarse" y vio aparecer "un fuego
extraordinario", que lo llenó "de
divino furor". Seguía la vista del infierno, "lleno de humo maloliente,
privado de luz", poblado de condenados que "suspiraban desde
lo profundo con infinitos lamentos". Transportado después "a un
lugar esplendoroso y eterno" tuvo la visión de los santos y el
encuentro con sus padres. Vuelto en sí, el Santo experimentó "un
total desapego de las cosas del mundo".
De la vida de San Nilo se recaban numerosos detalles de la de
San Fantino.
Un particular afecto, inspirado en la santidad y en la caridad fraterna, del
cual era correspondido con filial amor, ligaba a San Fantino con San Nilo.
Parecía verse en ellos la misma unión de espíritus que había unido a
los Apóstoles Pedro y Pablo y a los santos Basilio y Jorge.
Habiendo sentido San Fantino, que San Nilo estaba afectado
por un grave mal a la garganta, fue a visitarlo a su gruta y lo persuadió
a seguirlo al monasterio para prodigarle los cuidados necesarios. En otra
ocasión, estando San Nilo, sufriendo mucho por las persecuciones a las
que lo sometía el demonio y que le habían causado la parálisis del lado
derecho del cuerpo,
fue invitado por San Fantino a leer durante la vigilia nocturna que precedía la
fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo el elogio en verso escrito en su
honor por San Juan Damasceno. Durante la lectura el mal se fue pasando
poco a poco hasta desaparecer.
Un día San Fantino le contó a San Nilo una visión suya.
Había visto los monasterios convertidos en establos para animales y
entregados a las llamas y los libros arrojados al agua quedando
inservibles. El Santo tuvo la visión de la futura suerte de los
monasterios que serían destruidos no solamente por las incursiones de los
sarracenos, sino también por "el general decaimiento de la virtud y
el relajamiento de la disciplina".
Respondiendo a una inspiración que lo impulsaba a abandonar la
Calabria, a la edad de sesenta años con sus discípulos Vital y Nicéforo,
se embarcó de para Grecia. Durante el viaje llegó a faltar el agua para
los pasajeros, el Santo hizo llenar todos los recipientes con agua de mar
y después de su bendición quedó transformada en agua potable.
Llegado a Corinto, viajó a Atenas para visitar el templo de
la Madre de Dios. Luego fue a Larisa, donde visitó largamente el sepulcro
del mártir San Aquiles. Yendo a Tesalónica, se quedó cuatro meses en el
monasterio del santo mártir Mena. Dejando después ese cenobio se fue a
vivir fuera de la ciudad.
En Tesalónica, después de haber recitado "la extraordinaria
plegaria de Felipe de Agira", curó milagrosamente a un enfermo de
nombre Antipa. Un día, mientras se acercaba al templo de la santa mártir Anisia,
se encuentra con los santos monjes del Athos, Atanasio
y Pablo, que iluminaban "la soledad como un faro" y glorifica a Dios
por aquel encuentro.
San Fantino en Tesalonica hizo algunos prodigios y grandes
obras de caridad. Curó a una mujer poniéndole barro sobre los ojos
enfermos. Un hombre afligido por cefaleas y mal de muelas, obtiene de
improviso la curación. Un moribundo recobró totalmente la salud después
de besar la túnica del santo.
San Fantino murió alrededor del año 1000, después de haber
abrazado y bendecido a los monjes que lo asistían. Fue sepultado can gran
solemnidad. En la biografía del santo se narran una serie de milagros
obtenidos por su intersección después de su muerte.
Una imagen de San Fantino con hábito monacal es venerada en
San Lorenzo, en la diócesis de Reggio-Bova y en Lubrichi, en la diócesis
Oppido
Mamertina Palmi.
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