Pío, primero de este nombre, glorioso pontífice y
mártir de Cristo, fue natural de la ciudad de Aquileya e, hijo de Rufino, el
cual después de haberle instruido en la fe cristiana, le envió a Roma para que
saliese bien enseñado en las letras humanas y divinas. Es opinión de muchos
que el Papa Higinio le consagró después obispo, y repartió con él la solicitud
pastoral de toda la Iglesia. Habiendo aquel santo pontífice alcanzado la gloriosa
palma del martirio, vacó la Sede apostólica solo tres días, porque era muy
crecido en Roma el número de los santos, (que así se llamaban los fieles), los
cuales después de emplear aquellos tres días en ayunos, vigilias y oraciones,
eligieron por voz común a san Pío, y le nombraron vicario de nuestro Señor en
la tierra. Ordenó muchas cosas de gran utilidad para la santa Iglesia. Señaló
las penitencias que habían de hacer los sacerdotes que fuesen negligentes en
administrar el santísimo Sacramento; mandó que fuesen inviolables las
heredades de las iglesias, y que no se consagrasen las vírgenes que profesan
perpetua continencia hasta tener veinticinco años. Hizo un decreta por el cual
mandaba que la santa Pascua se celebrase siempre en domingo como lo habían
instituido los Apóstoles; consagró en Roma las Termas Novacianas a honor de
santa Potenciana; anatematizó a los infernales heresiarcas Valentín y Marción,
y escribió varias epístolas, en las cuales resplandece la santidad y celo de
este venerable pontífice. En una de ellas que escribió a Justo (a lo que
parece obispo de Viena), le dice: «Ten, cuidado de los cuerpos de los santos mártires,
como de "miembros de Cristo, que así le tuvieron los apóstoles del
cuerpo de san Esteban. Visita a los santos que están en las cárceles, para que
ninguno se entibie en la fe. Los clérigos y diáconos te respeten y
reverencien, no como a mayor sino como a ministro de Jesucristo. Todo el pueblo
descanse, y sea amparado y defendido con tu santidad. Quiero que sepas,
compañero dulcísimo, que Dios me ha revelado que tengo que acabar presto los
días de mi peregrinación; sólo te ruego que estés firme en la unión de la
Iglesia, y que no te olvides de mí. Todo el senado y compañía de los
sacerdotes y ministros de Cristo que está en Roma, te saluda, y yo saludo a
todo el colegio de los hermanos en el Señor, que están contigo. Todo esto es
de san Pío, el cual después de haber acrecentado mucho la Iglesia de Dios con
su celestial espíritu y gobierno, fue delatado y cargado de cadenas, y muerto
por la fe de nuestro Señor Jesucristo, como tantos otros pontífices de los
primeros siglos de la Iglesia.
REFLEXIÓN
Para que veas la reverencia que has de tener al santísimo
Sacramento, lee las graves penas que puso san Pío a los sacerdotes que por su
negligencia derramasen alguna parte del vino consagrado: «Si cayere, dice, la
sangre de Cristo en el suelo, hagan penitencia por espacio de cuarenta días; si
en los corporales, por tres: si penetró hasta el primer mantel, por cuatro; por
nueve si llegó al segundo; y por veinte si caló hasta el tercero. En cualquier
parte donde cayere, séquese todo lo que hubiese mojado; si esto no se pudiese,
lávese con cuidado o ráigase; y recogiendo todo lo lavado o raído, quémese y
échense las cenizas en la piscina. Considera pues con qué devoción y pureza
de alma y cuerpo, se ha de recibir este divino sacramento, que con tanto cuidado
se ha de tratar.
ORACIÓN
Atiende, oh Dios todopoderoso, a nuestra
flaqueza, y alívianos del peso de nuestros pecados, por la intercesión de tu
bienaventurado mártir y Pontífice Pío. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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