La inocente virgen y esforzada mártir de Cristo, santa
Serapia, llamada también Serafina y Serafia, nació en Antioquía de Siria, de padres cristianos, los
cuales dejando su patria para escapar de la persecución de Adriano, se fueron a
Italia y acabaron santamente sus días en Roma.
Quedó pues huérfana de padre y madre, Serapia a la edad de quince años no cumplidos, y
sin tener otro amparo que el de su esposo Cristo Jesús, a quien había ofrecido la flor de su virginidad. A pesar de
que algunos nobles mancebos prendados de su hermosura la pidieron por esposa, prefiriendo ella la humildad de
la cruz a los regalos y gloria del mundo, entró a servir
en la casa de una dama romana, joven y viuda, por nombre Sabina, cuyo genio áspero y
antojadizo le dio sobradas ocasiones de padecer por Cristo muchas injurias y malos
tratos. Maravillóse
Sabina de la extraña paciencia de su sierva, y deseosa de saber la causa, entendió
que la fe cristiana que Serapia profesaba era la que tanto aliento le infundía, para
llevar con tan gran sosiego y gozo los insultos. Trocado con esta noticia su corazón,
quiso abrazar la misma fe y se hizo bautizar.
Al poco tiempo por consejo de Serapia se retiraron ambas con algunas otras
doncellas cristianas a una de las posesiones que tenía la señora en Umbría,
donde vivieron más como religiosas en el retiro del claustro, que como seglares en
el mundo. Llegó a oidos del prefecto de la ciudad, llamado Berilo, lo que pasaba en
la casa de Sabina, y que quien todo
lo dirigía era Serapia, y envió allá ministros para que la apresaran. No permitió Sabina que fuera sola, sino que ella misma la acompañó. Viendo el juez ante
su tribunal a tan noble dama, no creyendo fuese cristiana, por respeto de su nobleza,
mandó que soltasen a Serapia, y permitió que las dos
volvieran a su casa. Pasados tres días, acordóse Berilo de Serapia y con
maligna y liviana intención mandó otra vez prenderla. A las pocas demandas y
respuestas de Berilo con Serapia, dijo ésta que conservándose casta y pura era templo de Dios; y entendiendo por estas palabras el
impío juez que era cristiana, la entregó
a los mozos lascivos para que la deshonrasen, pero la santa, al verse
sola con ellos, suplicó a Jesucristo que la guardase, y al punto cayeron
muertos los mozos como si hubieran sido heridos por un rayo del cielo, y ella
perseveró toda la noche en oración. A la mañana espantóse el presidente al
saber lo que había pasado, mas atribuyéndolo a artes de magia diabólica,
mandó que abrasasen los costados de la santa con hachas encendidas, las
cuales en tocándola se apagaron, cayendo muertos los verdugos; hízola después
azotar como a cristiana y hechicera, y sintióse luego un gran terremoto.
Finalmente el prefecto, corrido, ordenó cortarle la cabeza, en cuyo martirio
entregó la santa virgen y mártir gloriosa su purísima alma al Creador. Dio
a su sagrado cuerpo honrosa sepultura Sabina, en cuyo piadoso oficio,
sorprendida por los ministros, mereció también sellar la fe con su sangre
después de padecer cruelísimos tormentos.
REFLEXIÓN
Con los ejemplos que de sus virtudes dio la
gloriosa virgen santa Serapia logró que Sabina, su señora, abrazase la
fe de Jesucristo, alcanzase la palma del martirio y con ella un trono de
eterna gloria. Seamos pues mansos y sufridos, que no poco se edifican de esto
los mundanos que viven como gentiles.
ORACIÓN
Rogámoste, Señor, que nos alcance el perdón de
nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir Serapia, la cual fue
agradable a tus divinos ojos tanto por el mérito de su castidad, como por la
manifestación de tu divina virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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