De origen sirio, tal vez naciera
en Sicilia. Junto con él fueron elegidos otros dos, pero la discordia duró
poco y él pudo gobernar en paz con la aprobación del exarca de Rávena, Juan
Platina.
Consiguió recomponer una división entra la Iglesia de Roma y la
Iglesia armenia. Tuvo un durísimo, enfrentamiento con el nuevo emperador
Justiniano II. El emperador había convocado en su palacio, sin el
consentimiento del Papa, un concilio, que pasó a la historia con el nombre
Quinto-Sexto. Sergio ni siquiera fue invitado, pero sí le entregaron las 102
propuestas elaboradas para que las aprobara y las suscribiera. Naturalmente el Papa
se negó. Entonces Justiniano ordenó que le detuvieran.
La medida imperial fue considerada universalmente sacrílega, por
primera vez, y hubo entonces un levantamiento general: la misma Rávena, la Pentápolis
y las provincias lindantes, con sus ejércitos y todo el pueblo de Roma,
salieron indignados en defensa del Papa. Este asunto fue para Justiniano el
final del poder y de la integridad física -de hecho fue destronado, mutilado y
exiliado- mientras que para el Papa fue el inicio de una poderosa consolidación
de su poder.
Se hacía cada vez más evidente quién era el principal señor de
Italia.
Con él se cerró definitivamente la cuestión de los tres capítulos del
Concilio de Calcedonia, relativa a la herejía eutiquiana. Bautizó a Cedwala,
rey de los Sajones, en San Pedro el sábado Santo de la Pascua del año 689.
Introdujo el tríplice canto del Agnus Dei en la Misa. Sostuvo Venecia en su
intento de independizarse de Constantinopla.
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