Nació en Roma en el seno de la noble familia Anicia. Recibido en
el clero, desempeñó las obligaciones inferiores del ministerio en las Iglesias
de San Juan y San Pablo. Tenía una fe fermísima y se dedicaba con tesón a la
realización de su ministerio, según nos testimonian las numerosas cartas que
han quedado de él. Su gran santidad le recomendó al amor y estimación de
cuantos le conocían, y muerto el Papa Juan II el 26 de abril del 535, Agapito,
que a la sazón era arcediano, fue electo para ocupar aquella silla, y
consagrado el 4 de mayo. Con la dulzura curó las heridas que habían hecho las
disensiones y el desgraciado cisma de Dioscoro contra Bonifacio II el año 529.
Informado de su elección el emperador Justiniano, le envió una
profesión de su fe, que el Papa recibió como ortodoxa, y en cumplimiento de
sus solicitudes, condenó a los monjes Acemetas de Constantinopla que estaban
infectados de la herejía nestoriana. Habiendo sido depuesto Hilderico, rey de
los vándalos en Africa, por Gilimerico, Justiniano se valió de aquella ocasión
para romper la alianza que el emperador Zenon había hecho con Genserico, y el año
533, el séptimo de su reinado, envió al Africa a Belisario con una armada de
quinientas velas.
Aquel experimentado general hizo con mucha facilidad la conquista
de aquel país, y tomó a Cártago casi sin oposición, Justiniano envió a las
iglesias de Jerusalén los vasos del antiguo templo judaico, que Tito en su
tiempo había llevado a Roma, y que Genserico había conducido de aquí a Cartago.
Después de haber restablecido el gobierno temporal del Africa, el emperador
restituyó sus iglesias a los católicos, y los obispos arrianos que se habían
vuelto a la fe católica pudiesen retener sus sillas. Agapito respondió que en
este punto no podía proceder contra los cánones, y que los obispos arrianos
debían quedar satisfechos y contentos con haber sido admitidos en la Iglesia
Católica, sin pretender además de esto volverse a introducir entre el clero ni
tener dignidad eclesiástica. Habiendo el emperador erigido la ciudad de
Justinianea, cerca del lugar de su nacimiento, suplicó al Papa que hiciese
vicario suyo en llírico al nuevo obispo de esta silla.
Entre tanto como Teodato, rey de los godos de Italia, llegase a
entender que Justiniano hacía grandes preparativos para una expedición contra
aquel reino con ánimo de recobrarlo, obligó al Papa Agapito a hacer un viaje a
Constantinopla para disudirle de semejante proyecto. Al mismo tiempo los abades
de Constantinopla escribieron al Papa informándole de los desórdenes y riesgos
habidos en aquella Iglesia. Muerto Epifanio, Patriarca de aquella ciudad el año
535, por intrigas de la emperatriz Teodora fue llamado a aquella silla Antimo,
obispo de Trebisonda. Él era tenido por católico, pero en realidad era enemigo
solapado del Concilio Calcedonense como la emperatriz misma.
La promoción de Antimo a Constantinopla animó tanto a los Acéfalos,
que Severo, falso patriarca de Antioquía, y otros príncipes de la secta,
marcharon inmediatamente a ella, y llenaron de confusión aquella Iglesia.
Agapito respondió a aquellos abades, que él mismo iba en persona a
Constantinopla, donde podían esperar su llegada. San Gregorio el Magno cuenta
que este buen Papa en su jornada al Oriente, curó a un hombre tullido y mudo
diciendo una Misa por él. San Agapito, pues, llegó a Constantinopla el 2 de
febrero del año 536, y fue recibido con respeto por el emperador. El Papa habló
al príncipe y le instó mucho acerca del negocio que allí le había llevado:
pero Justiniano había ya procedido muy adelante para que fuese fácil volverse
atrás del proyecto contra Italia, por lo cual principió San Agapito a tratar
de los asuntos religiosos.
Rehusó absolutamente admitir a Antimo a su comunión como se
suscribiese públicamente al Concilio Calcedonense, y que no permitiese de modo
alguno su traslación a la silla de Constantinopla. La emperatriz interpuso todo
su poder y todos sus artificios para ganar este punto: el emperador también se
lo suplicó con promesas, y quiso luego exigirlo con amenazas, más el Papa se
mantuvo inflexible, y al fin Antimo tuvo que volverse a Trebisonda temiendo ser
compelido al recibir el Concilio de Calcedonia. Sin embargo el Papa le declaró
excomulgado si no se declaraba católico por medio de la suscripción a aquel sínodo;
cuya firmeza trajo sobre el Papa todo el furor del partido eutiquiano y de la
emperatriz.
Su constancia no obstante inutilizó sus esfuerzos, y Mennas,
sujeto tan recomendable por su sabiduría como por su piedad, fue elegido
patriarca de Constantinopla, y consagrado tal por el Papa. Se pusieron en manos
de San Agapito varias solicitudes relativas a quejas y acusaciones de crímines
y herejías que se imputaban a Severo y a algunos otros obispos del partido de
los Acéfalos, las que preparaba el Papa para ser examinadas en un concilio a
tiempo que cayó enfermo y murió en Constantinopla el 17 de abril del año 536.
Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en la Iglesia de San Pedro en el
Vaticano el 20 de septiembre del mismo año.
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