25 de septiembre
SAN CLEOFÁS,
Discípulo de Nuestro Señor
(Siglo I)

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   Dos veces aparece este nombre en los Evangelios. Una en San Lucas cuando habla de los dos discípulos que marchaban a Emaús y la otra en San Juan cuando habla de una “María, la mujer de Cleofás” que estaba presente en el Calvario, acompañando a la Virgen, la tarde en que fue crucificado y moría Jesús. Sin que pueda establecerse con certeza que estos dos personajes fueran marido y mujer, ya que varones llamados Cleofás debía haber bastantes en Jerusalén, sí parece que el esposo de esa María del Calvario debía ser un cristiano bastante conocido entre los discípulos, cuando San Juan escribe su evangelio y también que ambos estuvieron muy cerca de los acontecimientos que hoy narramos.

   Es la alborada del domingo. Las santas mujeres quieren envolver en lienzos el cuerpo y poner perfumes preciosos, a la usanza judía, en el cadáver que no pudo prepararse con finura el viernes por la tarde cuando lo pusieron en el sepulcro. En aquel momento hubo tanto... tanto dolor y tan poco tiempo que la noche se echaba encima y solo pudieron improvisar. Hoy, pensaban, con la luminosidad del día, podremos demostrar con obras el amor que le tuvimos sin miedo a que sea un obstáculo el tiempo; sí, hoy será distinto.

   El sepulcro está vacío, no tiene cuerpo dentro. Unos ángeles avisan que está vivo el muerto. Las mujeres, locas de alegría, nerviosas, corren y transmiten la nueva a los discípulos. Pedro y los demás no pueden creer ese inusitado acaecimiento.

   La distancia de Jerusalén a Emaús es de algo más de diez kilómetros. Hacia Emaús caminan ese mismo día dos discípulos del Maestro. Uno de ellos responde al nombre de Cleofás. Van comentando entre ellos los acontecimientos del fracaso de Jesús en los días pasados. Como los hombres también lloran, aún mantienen sus ojos la hinchazón y rojez de abundantes lágrimas derramadas a moco tendido no hace mucho tiempo, quizá cuando se despidieron de sus compañeros. Las pisadas son pesadas porque llevan la amargura en el pecho.

   Se les unió un caminante como compañero de camino. Ellos temían “ofuscada la mirada”. Al preguntar qué les pasa, Cleofás con tono enojado casi le regañó por no estar al día de lo que ha pasado en la Ciudad Santa. Cuando resumen los hechos tan trágicos e impresionantes, el viajero les recordó que ya estaba previsto por los profetas.

   Al acercarse a la aldea, el caminante hace intención de proseguir. Cleofás y su amigo le insistieron: “Quédate con nosotros, que el día ya declina”. El caminante accedió, entró con ellos en la casa, se sentó a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió en trozos, y se lo dio. En este instante le reconocieron.

  

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