¡Qué hermosa estás Señora, con tu celeste manto!
Más bella que las flores que mueren en tu altar.
¡Qué dulce tu semblante, qué místico el encanto
Que en torno de tu imagen miramos irradiar!
Tu fúlgida corona de estrellas constelada,
Del Orbe te proclama divina Emperatriz, La Reina de este pueblo, Señora muy amada,
La Virgen del Milagro, celeste flor de lys.
Excelsa Soberana de todas las naciones, Jamás imperio alguno mayor
que el tuyo fue, Pues reinas sobre un trono de ardientes corazones Y brillan en tu aureola los rayos de
la fe. Al culto de este pueblo te tuvo destinada
Dulcísima María, la voluntad de Dios, Por eso en esas horas de angustia, Inmaculada,
Tu fuiste aquel iris que el cielo nos envió.
Felices los que vieron tu imagen prodigiosa Cuando desde su nicho intacta descendió,
Aquellos que encontraron, Señora generosa, Depuesta la corona que en prenda se ofreció.
Felices los que entonces miraron tu semblante Cubierto de una
dulce serena palidez, Aquellos que te hallaron rogando suplicante Del Dios Sacramentado postrada ante
los pies. Tu corazón inmenso de Madre Bondadosa Su amor para los
hombres de nuevo demostró, Y en esa larga noche de angustia pavorosa, Por ti fue que el divino milagro
floreció. Jesús oyó tu ruego, sencillo y fervoroso,
Tal vez como en las bodas humildes de Canaán, Y respondió con otro milagro prodigioso,
Tan grande como aquellos del vino y el del pan.
Y el alma de este pueblo vibrando conmovida, Librada del castigo, del llanto y del dolor,
Al verse por tu gracia salvada y redimida, Te consagró su Reina, la dueña de su amor.
Te proclamó Abogada, Patrona, Capitana, Señora y Protectora de esta ínclita
ciudad, Y un trono de realeza, con pompa soberana, Alzó bajo las bóvedas de magna Catedral.
Ciñó sobre tu frente, de pálida
azucena,
La fúlgida corona, magnífica, imperial,
Si de oro y pedrería labraron tu diadema,
También es de oro y perlas la túnica real.
Y versos y oraciones proclaman tu
belleza,
De flores se tapizan las gradas de tu altar,
Y en cánticos gozosos ensalzan tu pureza
Las Hijas de María, ¡Oh Madre Celestial! |