1 de enero
BEATO JOSÉ MARÍA TOMMASI,*
Cardenal de la Santa Iglesia Romana
(1713 P.C.)

   Con la beatificación del cardenal José María Tommasi, la Iglesia parece haber ratificado el principio de que la santidad no está reñida con la ciencia, ni con el espíritu crítico inteligente, ni con la independencia de juicio. Una gran autoridad moderna, Edmund Bishop, ha llamado al Beato José Tommasi "el príncipe de los liturgistas" y en ese punto, los anglicanos le respetan casi tanto como los católicos. Sin embargo, sus tareas literarias no le impidieron la práctica de la virtud heroica y la más minuciosa observancia de una regla religiosa muy estricta.
   Nació en Alicata de Sicilia, el 12 de septiembre de 1649. Su padre poseía, además de otros títulos, los de duque de Palermo y príncipe de Lampedusa; su madre se llamaba Rosalía de Traino. Las cuatro hermanas mayores de José María tomaron el velo en el monasterio benedictino de Palma, fundado por su padre. Una de ellas, Isabel, que en religión tomó el nombre de María Crucificada y fue la gran confidente del cardenal, será tal vez beatificada algún día. La educación de José María fue esmerada, y desde muy joven se distinguió por sus conocimientos de griego. La música de la Iglesia constituía uno de su grandes intereses. Ya antes de que cumpliese quince años, el superior general de los Teatinos quedó sorprendido ante su extraordinaria habilidad en ese arte. Por la misma época, empezó José María a sentir un claro llamamiento a la vida religiosa, lo cual trajo como consecuencia un amor creciente por la oración y el retiro, así como un despego hacia las cosas del mundo. Pero a la realización de sus planes se oponían muchos obstáculos, a parte del deseo de su padre de verle ocupar un puesto en la corte. La madre de José María había entrado ya al convento en calidad de oblata o terciaria, y su padre estaba decidido a hacer lo propio, dejando en manos del joven la administración de todos sus bienes. Sin embargo, convencido de la vocación de José María, terminó por dejarle partir. La elección del joven recayó sobre la orden de los Teatinos, en la que su tío, Don Carlo, llevaba una vida de extraordinaria santidad. Por fin, su vocación quedó definitivamente confirmada, a causa de un sermón que escuchó y, en 1664, ingresó en el noviciado de Palermo. Como era de constitución delicada, sus superiores le enviaron a descansar a Palma después de su profesión. En dicha ciudad fue la edificación de todos. Más tarde pasó a Mesina para continuar sus estudios de griego; después a Roma y finalmente, a las universidades de Ferrara y Módena. Entre los documentos de su proceso de beatificación se halla una carta del obispo de Pozzuoli, Mons. Cavalcante, en la que habla de la gran virtud, humildad y amor al silencio del joven religioso.
   Pocos años más tarde, María Crucificada profetizó que su hermano sería cardenal. Al tiempo de hacer el vaticinio, le recordó que el caballo no deja de ser caballo porbien enjaezado que esté. En 1673, cuando contaba veinticuatro años, José María fue llamado a Roma. María Crucificada le escrbió una carta para alentarle; en ella le rogaba que no vacilara ante el sacerdocio, pero que hiciera su alma blanda como la cera para recibir el sello indeleble. "Te doy como libro a Cristo crucificado -le decía-, lee en él con frecuencia, porque tu nombre está inscrito ahí". Después de una seria preparación para recibir las sagradas órdenes, José María cantó las tres misas de Navidad en San Silvestre, ciudad en la que habría de vivir durante cuarenta años consecutivos, salvo un corto viaje a Loreto, la existencia común de su orden. En Roma le consideraban ya como un santo. Sin embargo, José María, como todos los elegidos de Dios, pasó por terribles desolaciones y otras amargas pruebas interiores. En 1675 escribía a María Crucificada, rogándole que pidiese por él. En respuesta, su hermana le exhortaba a la paciencia y la humildad en la aceptación de la cruz, que la mano paternal de Dios había puesto sobre sus hombros, y le confesaba que a ella misma no le faltaban pruebas interiores. José María le contestó a su vez, que la época de los martirios sangrientos había pasado ya y que Dios se complacía en los martirios ocultos, sólo de El conocidos. Pero de sus sufrimientos sacaba una lección: era necesario confiar siempre en Dios. En aquellos días, José María atravesaba por un período de escrúpulos tan violentos, que no podía confesar ni predicar.
   La vida de José María, consagrada a la oración y al estudio, era casi de un ermitaño. El terreno de su especialidad era la filosofía griega, la Sagrada Escritura y el Breviario, para lo que necesitaba un conocimiento profundo de las lenguas orientales. Gracias a las oraciones de José María y sus hermanas, su profesor de hebreo, el rabí Moisés de Cave, se convirtió del judaísmo en 1698, a los setenta años y después de haber resistido largo tiempo. El primer libro que publicó José María fue una edición del "Speculum" de San Agustín. En 1600 apareció el "Codices Sacramentorum", formado por cuatro textos de las más antiguas liturgias que José María tuvo la ocasión de conocer. En el siglo XVI los calvinistas robaron esos preciosos textos de la abadía de Fleury. Gracias sobre todo a la solicitud de la reina Cristina de Suecia, fueron de nuevo reunidos en Roma. La obra de Tommasi se hizo famosa, y Mabillon la transcribió en gran parte de su "Liturgia Gallicana". Nuestro beato publicó modestamente SU "Psalterium" bajo el seudónimo de Giuseppe Caro. Se trataba de un libro de alya erudición, en el que hacía la crítica científica de las dos traducciones más importantes de los salmos y abría a los liturgistas un amplio campo de investigaciónes. Igualmente escribió toda una serie de tratados del mismo tipo, en especial acerca del "Antiphonarium", en los que desplegó su erudición y piedad. Su trabajo sobre los salmos atrajo la atención del Papa Inocencio XII, quien le llamó al Vaticano en 1697 y le hizo nombrar teólogo de la Congregación de Disciplina de los Regulares, en 1704. En dicho puesto, nuestro beato trabajó incansablemente en la reforma de las órdenes religiosas y, por su celo y santidad, impresionó a cuantos le rodeaban.
   En su calidad de confesor del cardenal Albani, obligó a su penitente, bajo pecado grave, a aceptar el papado en 1700. Poco después, Clemente Xl insistió en elevar al teatino al cardenalato, diciendo: "Tommasi l'ha fatto a Noi, e Noi lo faremo a lui" (Tommasi lo hizo a Nos, y Nos lo haremos a él). Tommasi se negó a aceptar el cardenalato y pasó un día entero discutiendo con los altos dignatarios de la Iglesia. En una carta de agradecimiento al Papa, manifestaba: "Deseo exponer a Vuestra Santidad todos los obstáculos e impedimentos, mis graves pecados, mis pasiones mal dominadas, mi ignorancia y falta de habilidad y el voto que he contraído de no aceptar ninguna dignidad; todo lo cual me obliga a implorar de Vuestra Santidad la licencia de declinar este honor". La carta fue leída a la Congregación del Santo Oficio, la cual designó al cardenal Ferrari, como representante del Papa, para comunicar a Tommasi que el cardenal Albani había opuesto los mismos argumentos para no aceptar la dignidad pontificia y que, no obstante, él le había constreñido a aceptarla. Convencido finalmente de que tal era la voluntad de Dios, Tommasi se sometió con estas palabras: "En fin, la carga sólo va a durar unos cuantos meses". Acto seguido, fue a recibir el rojo capelo de manos de Su Santidad. En una carta a María Crucificada, en la que le pedía el apoyo de sus oraciones, recordaba a Saúl, que cayó siendo profeta, y a Judas, el apóstol traidor.
   El nuevo cardenal continuó su vida ordinaria. Asistía al coro con sus hermanos y evitaba todo lo posible las manifestaciones de pompa. Entre los miembros de su servidumbre, que iban pobremente vestidos, se contaba un antiguo pordiosero convertido del judaísmo. La comida que se servía en su casa era muy frugal, y él mismo comía tan poco, que su médico hubo de manifestarle su desaprobación. Como cardenal, tomó el título de San Martino ai Monti para recordar que había salido de la casa paterna a fin de abrazar la vida religiosa el día de San Martín y también, porque tal había sido el título de San Carlos Borromeo, su gran modelo. La necesidad de habitar cerca de su iglesia, le obligó a cambiar su convento por el de los Carmelitas, a cuyos oficios asistía frecuentemente, como otro cualquiera de los monjes. Las gentes venían de todos los distritos de Roma a su misa, en la que sólo permitía el canto llano y el acompañamiento del órgano. En el catecismo de los domingos, él se encargaba de instruir personalmente a los más pequeños, enseñándoles a cantar los himnos religiosos. Debido a la extrema laxitud moral de la época, el santo, con la aprobación del Papa y siguiendo en esto el ejemplo de San Carlos Borromeo, impuso la separación de sexos en el interior de la iglesia y la proximidad al altar. Esto levantó una violenta tempestad en su contra, pero él permaneció inflexible.
   El Beato José María vivía absorto en Dios, hasta el punto de perder frecuentemente conciencia del sitio en el que se hallaba. Quienes le ayudaban la misa dieron testimonio de las gracias extraordinarias de que era objeto, y varias veces fue sorprendido en éxtasis ante el Santísimo Sacramento o delante de su crucifijo. Su caridad se manifestaba en las limosnas que repartía con largueza y en la ayuda que prestaba a todos los necesitados. Su amor por las creaturas de Dios no podía sufrir siquiera ver a los pajarillos hambrientos. Los pobres y menesterosos se apretujaban a las puertas de su casa y le asaltaban en cuanto salía de ella, como lo habían hecho en Palestina con su Maestro. Su humildad iba hasta la exageración; su tío, Don Carlo, le reprendió en cierta ocasión por haberse llamado infeliz asnillo, diciéndole que no había que confundir la humildad con la abyección. En una carta a María Crucificada, se calificaba de "tristo", es decir, de granuja, a lo cual ella respondió con gracia, que iba a verse obligada a interrumpir su correspondencia con un hombre de tan baja estofa. También nos es conocida la paciencia con la que soportó su débil salud, sus severas mortificaciones corporales y la sabiduría de los consejos que daba a quienes venían en busca de ayuda. Más de una vez predijo su propia muerte y, cuando el Papa Clemente cayó enfermo en diciembre de 1712, el cardenal observó: "El Papa va a sanar; yo voy a morir". Para ser enterrado, escogió la cripta de su iglesia, a la que acudió por última vez, el día de Santo Tomás, a cantar las Completas con los monjes. Terminados los oficios, puntualizó con el prior los últimos detalles de las limosnas que debían repartirse a los pobres y le recomendó que hiciera provisión de carbón para el invierno, pues se anunciaba especialmente frío.
   Aunque estaba ya muy enfermo, quiso asistir a los oficios de Navidad en San Pedro, y celebró las tres misas en su capilla particular. El frío le hacía sufrir terriblemente; su estómago no soportaba ningún alimento y lo único que podía hacer era permanecer sentado cerca de la chimenea. Dos días después, tuvo que guardar cama. Al oír las lamentaciones de los miembros de su casa y de los pobres que se hallaban en la planta baja, les mandó decir que había tenido cuidado de rogar al Papa que velase por ellos. Cuando su confesor pronunció el nombre de Jesús, volvió del estado de coma en el que había entrado. Cuando sintió llegado el momento, él mismo dio la orden de empezar las oraciones por los agonizantes. Muy poco antes de su muerte, recibió el viático y, reconfortado así por el Señor al que había amado tanto durante su vida, llegó a las puertas del cielo el 1º de enero de 1713 aún antes de que muriera, los enfermos obtenían la salud tocando sus vestiduras, y a su muerte, los milagros se multiplicaron en el sitio en donde reposaba su cadáver. José María Tomassi fue beatificado en 1803.

 

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  • * Vidas de los Santos,de Butler. Vol. I.