4 de enero
      SAN TITO, (*)
Obispo de Creta

   El glorioso san Tito había nacido gentil y parece haber sido convertido por el apóstol san Pablo. Apenas recibió san Tito la luz de la fe y el conocimiento de los misterios y sacramentos de Jesucristo, comenzó a brillar con tales resplandores de santidad a los ojos de la Iglesia naciente, que mereció ser contado entre los discípulos más predilectos del grande Apóstol. Llámale el mismo san Pablo, su hermano en Cristo y compañero en sus trabajos; alaba con encarecimiento sus virtudes apostólicas, y en su «Llegada a Troa» dice que su corazón no descansaba, porque no había encontrado allí a su queridísimo hermano Tito; mas al fin, aquel Dios que es consolador, de los humildes, le había llenado de consolación con la venida de su deseado compañero. En el año 51 fue con san Pablo al Concilio que se celebró en Jerusalén con ocasión y sobre el asunto de los ritos mosaicos. Envióle san Pablo a Corinto para que apaciguase algunas disensiones que había en aquella Cristiandad; lo cual hizo san Tito con tan grande espíritu, que los delincuentes dieron cumplida satisfacción; y con tal desinterés, que no pudieron obtener de él que recibiese ninguno de los presentes que le hacían, ni aun para el sustento necesario. Otra vez volvió a Corinto para recoger las limosnas destinadas al socorro de la Iglesia de los hebreos, y con esta ocasión, despertó en el corazón de todos aquellos fieles, vivos deseos de ver a san Pablo, que los había engendrado en nuestro Señor Jesucristo. Volviendo el apóstol de Roma al oriente después de su primera prisión, se detuvo en la isla de Creta; para predicar en ella el Evangelio de Jesucristo: pero reclamando su presencia las necesidades de otras iglesias, ordenó obispo de aquélla isla a su muy amado discípulo Tito, para que llevase adelante la obra que con tan buen suceso había el apóstol comenzado. Mandóle que ordenase presbíteros en todas las ciudades de la isla, y le escribió una carta que comprende las reglas de la vida episcopal en que le exhortaba a gobernar la grey del Señor que el Espíritu Santo le había encomendado, con grande celo y entereza y al mismo tiempo con suavidad y dulzura. Muchos fueron los trabajos y fatigas que padeció por mar y por tierra para sembrar la semilla del Evangelio entre gentes de diversas lenguas y muy apartadas unas de otras. Gobernó, pues, san Tito aquella cristiandad conforme a la instrucción que le dio su maestro en su carta canónica; resplandeciendo como antorcha entre las tinieblas y errores de la idolatría hasta que, lleno de merecimientos, durmió en la paz del Señor a los noventa y cuatro años de edad, y fue sepultado en la misma iglesia en que había sido consagrado obispo por el apóstol san Pablo. Su sagrada cabeza fue llevada a Venecia y actualmente se venera en la basílica ducal de San Marcos.

  REFLEXIÓN

   Mucho amaba el Apóstol de las gentes a su hijo espiritual el glorioso san Tito, porque le apreciaba por sus esclarecidas virtudes; y el amor de Cristo era el que unía los corazones. La amistad de los santos es pura, cordial, entrañable, sincera, firme y ordenada al bien; la amistad de los malos es falsa, interesada, inconstante y llena de intenciones torcidas y fines malignos. La amistad de los buenos se parece a la de los ángeles; la amistad de los malos es como la de los demonios, que sin amarse, se unen siempre para obrar el mal.

ORACIÓN      

   ¡Oh Dios! que adornaste con apostólicas virtudes al bienaventurado confesor y pontífice san Tito, concédenos por sus méritos e intercesión, que viviendo en santidad y piedad en este mundo, merezcamos llegar a la patria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

    

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