8 de enero
SAN LORENZO JUSTINIANO,(*)
Obispo y Confesor
San Lorenzo Justiniano fue de la nobilísima familia
Justiniana, muy principal en la república de Venecia. Desde niño mostró
tanto seso, que ya parecía viejo en la tierna edad. A los diez y nueve años,
con una maravillosa visión que tuvo de la divina Sabiduría, se movió a
dejar el mundo, y tomó el hábito de los canónigos regulares en el
monasterio de San Jorge de Alga. Mortificó los apetitos y blanduras de la
carne, como si ésta fuera su principal enemigo, con ayunos, disciplinas,
cilicio y otras penitencias, cosa en él más admirable por ser flaco de
complexión. De este modo trataba su cuerpo; mas las virtudes de su alma
¿quién las podrá en breve expresar? Fue humildísimo, devotísimo y de
grande eficacia en su oración. Diciendo Misa en la noche de Navidad, quedó
elevado y absorto en la visión del Niño Dios recién nacido, y al volver
en sí el ministro que le servía: "¿Qué haremos (le dijo el santo)
de este Niño tan hermoso?". Era superior del monasterio,
cuando Eugenio IV le nombró obispo de Venecia; y no se puede fácilmente
creer cuanto lloró y trabajó por huir de aquélla cátedra episcopal,
donde al fin hubo de sentarse. Siempre vistió el hábito azul de su
religión y más bien que obispo, parecía padre de todos los pobres.
Desvelábase el santo en atender bien a sus necesidades ocultas y remediarlas,
especialmente las de los pobres que de ricos habían caído en miserias: y
de mejor gana daba a los pobres la comida y el vestido o la cama, que no
dineros para comprarlos; examinaba la necesidad de cada uno y tenía
personas virtuosas y prudentes diputadas para ello; pero, no quería que
fuesen muy curiosas, sino que algunas veces se dejasen engañar, juzgando
que es mejor dar alguna vez al que no tiene necesidad, que dejar de dar al
que la tiene. Pidióle un deudo suyo que le ayudase para, casar
honradamente a una hija, y él le respondió que poco, no lo había menester;
y mucho, no se lo podía dar sin hacer agravio, a muchos pobres. Tuvo
insigne don de profecía, penetraba los secretos del corazón y hacía muchos
milagros. Un día, celebrando en la catedral, llevóle el espíritu de Dios
a la celda de una religiosa impedida, y le dio la comunión, sin dejar por
eso de verse presente también en el altar. Nicolás V le consagró por
primer patriarca de Venecia. En fin, después de haber santificado aquella
república, y escrito preciosos libros, llenos de doctrina y de un suavísimo
espíritu del Señor, entendiendo que se acercaba la hora de su partida de
este mundo, se hizo llevar en brazos a la iglesia, y allí, recibidos los
santos sacramentos y dando la última bendición a su amado pueblo, entregó
su espíritu al Señor, quedando el cadáver sesenta y siete días que
tardaron en sepultarlo, sin corrupción y con una fragancia del cielo.
REFLEXIÓN Solía decir este santísimo obispo, que los buenos cristianos se han de guardar hasta de los pecados pequeños: porque son ofensas a Dios que no Se han de cometer por nada del mundo. El que en ellos no repara, carece de fervor, siente hastío de la piedad, es privado de muchas gracias, se halla flaco en las tentaciones, es castigado con penas temporales en esta vida y en el purgatorio, y se pone en peligro de cometer graves pecados y de condenarse. No seas pues tú, de esos cristianos que sólo reparan en enormes culpas; porque éstos, más bien parecen esclavos, que hijos de Dios: el buen hijo evita hasta las leves ofensas contra su padre. ORACIÓN
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* Flos Sanctorum de la Familia Cristiana, del P. Francisco De Paula Moreli, S. J. Editoral Difusión, S. A., 1943.