28 de enero
SAN JULIÁN, (*)
Obispo de Cuenca
San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de
Cuenca, nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo
ilustró su nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y
dignidad; porque mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra
y el báculo pastoral, y dijo: Julián ha de ser su nombre. Y en efecto,
habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del cielo los años de
su niñez y de su mocedad, fue elevado al sacerdocio, y a la dignidad de
Arcediano de Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca. Celebraba
la Misa con tanto fervor y tan dulces lágrimas, que hacía llorar de
devoción a cuantos la oían. Predicaba con tan grande unción y gracia la
divina palabra, que los oyentes decían: Nunca habló así otro hombre. No
tenía en su palacio más que un solo capellán, que fue el santo Lesmes,
el cual hacía los oficios de paje limosnero, mayordomo y secretario del
santo obispo. En sus correrías apostólicas convirtió a innumerables
moros, y corrigió en muchas poblaciones los siniestros resabios que en
ellas había dejado la morisma. Todas sus rentas eran para los pobres, y
para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego le compraban los
fieles, y las guardaban como joyas de su santo obispo. Recompensóle el Señor
la caridad que usaba con los menesterosos, apareciéndosele una vez Jesucristo
entre los pobres y honrándole con el nombre de amigo suyo. Un día
halló colmado de trigo el ayolí que estaba vacío, y en otra ocasión vio
entrar por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se
dirigió al palacio del caritativo prelado. Finalmente, a los ochenta años
de edad, entendiendo que llegaba el fin de sus días, revistióse de sus
vestiduras pontificales para recibir los últimos Sacramentos, pero luego
se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza, y se tendió en el
duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra. Entonces vio a la Virgen
Santísima, que coronada de rosas y acompañada de un coro resplandeciente
de santas vírgenes, venía a recibir su alma purísima para llevarla a
los cielos. 310 años después de su muerte, se halló el sagrado cuerpo
tan entero como el día que falleció, y las vestiduras pontificales tan
nuevas como si acabasen de labrarse. Estaba vestido de pontifical con mitra
de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y vinajeras, todo
de plata. Tenía al lado un ramo de palma tan verde y fresco como si el
mismo día se hubiera cortado, exhalando una suavidad peregrina y admirable.
Hízose la translación del santo cadáver con una procesión solemnísima,
y Nuestro Señor obró muchos prodigios; pues día hubo de catorce
milagros, como consta por jurídica información.
REFLEXIÓN Aprendamos de este varón de misericordia el espíritu de caridad con nuestros hermanos menesterosos. ¿Hay por ventura cosa más recomendada del Señor que la caridad? Si tienes mucha hacienda, da mucho; si tienes poca, da poco. Lo que das a los pobres, lo das a Cristo: lo que gastas en limosnas, lo trasladas al cielo por la manos de los pobres. Da, pues, lo que es de la tierra, para recibir tesoros del cielo. Da una moneda, para ganar un reino: lo que das al pobre, te lo das a ti mismo. ¡Terrible juicio aguarda al que malgasta lo que necesitan los pobres para su sustento, y grande gloria puede esperar el hombre misericordioso y caritativo! ORACIÓN Suplicámoste, Señor, que excites en tu pueblo cristiano aquel espíritu de caridad, de que llenaste a tu confesor y pontífice, el bienaventurado Julián, para que caminemos hacia ti, imitando los ejemplos de aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. |
* Flos Sanctorum de la Familia Cristiana, del P. Francisco De Paula Moreli, S. J. Editoral Difusión, S. A., 1943.