Quien ama al padre o la madre más que a mí, no es
de mí, quien ama a su hijo o a su hija más que
a mí, no es digno de mí.
(Mateo,
10, 37). El padre de San
Bonifacio, habiéndose opuesto a dejar entrar a su hijo en religión, cayó
enfermo, y no se sanó hasta que le hubo permitido seguir su vocación. Partió
el santo de Inglaterra y fue a predicar el Evangelio a Alemania, cuyo apóstol
ha sido. Recorrió Frisia, Baviera, Turingia, Hese y Sajonia: por todas partes
convirtió a gran número de paganos y edificó iglesias sobre las ruinas de los
templos de los ídolos. Gregorio III lo hizo arzobispo y primado de toda Alemania. Cultivó esta naciente Iglesia y la regó con sus sudores durante más de treinta años; después de
lo cual, habiendo
elegido a su sucesor con permiso del Sumo Pontífice, fue a recibir en Frisia la
corona del martirio, el 5 de junio del año 754. MEDITACIÓN
ACERCA DEL AMOR DE DIOS
SOBRE TODAS LAS COSAS
I.
Hay que amar a Dios; es una verdad que la razón nos enseña, es un precepto que
Dios nos impone. Él nos ha amado desde toda la eternidad, no cesa de
co1marnos de beneficios; ¿cómo respondemos nosotros a su amor? ¿Por qué, Señor, ordenarme que
lo ame? ¿No
era ya bastante permitírmelo? Sin embargo, lo hacéis objeto de un mandamiento
expreso. Vos me atraéis con la promesa de recompensas eternas, me hacéis
fuerza mediante la amenaza del infierno, y yo, ¡yo no os amo todavía!
II. Si, por lo menos, amases tú a Jesucristo como amas a tus padres, a tus amigos, a tus riquezas y placeres, no darías tanto
motivo de queja contra ti. Pero es que todo haces tratándose de tus padres y
tus amigos; tienes iniciativas, sufres todo para conservar tus riquezas, ¡Y nada
haces por Jesús! Reflexiona en esta verdad, y te avergonzarás por tu poca fe,
y del poco amor que tienes para Dios y para Jesucristo. Prestos estamos a
sufrir por los hombres lo que no queremos sufrir por Dios. (Tertuliano).
III. No basta amar a Dios, no basta amarlo tanto como a los amigos y a los bienes, es preciso amarlo sobre todas las
cosas; estar prontos a sacrificar las más dulces inclinaciones para agradarle,
y antes que desobedecerle. Es menester, además, no amar nada sino por amor a Él;
no deben amarse las riquezas, la salud, sino porque podemos servirnos de ellas
para la gloria de Dios. ¿Tenemos estas disposiciones? Si no las tenemos, en
vano será que pretendamos amar a Dios, nuestros actos desmienten a nuestras
palabras. Muy poco os ama, oh Dios mío, quien con Vos ama algo que no ama
por Vos. (San Agustín).
El amor de Dios
Orad por vuestros padres.
ORACIÓN
Omnipotente Dios, mirad nuestra flaqueza, ved
cómo el peso de nuestras obras nos abruma, y fortificadnos por la gloriosa
intercesión del bienaventurado Bonifacio, vuestro pontífice mártir. Por J. N.
S.
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