Teresa Verzeri nació en Bérgamo de Lombardía, el
31 de julio de 1801. Era una de las hijas de Antonio Verzeri y de su esposa
Elena, perteneciente a la familia de los condes de Pedroça-Grumelli. Los
Verzeri profesaban gran devoción a San Jerónimo. Uno de sus hijos, que fue
más tarde obispo de Frescia, se llamaba Jerónimo y Teresa tenía como segundo
nombre Eustoquio, en recuerdo de la hija de Santa Paula. Como es bien sabido,
estas dos santas habían sido muy amigas de San Jerónimo y habían ejercido,
por turno, el superiorato del convento de mujeres que éste había fundado en
Jerusalén. En el caso de Teresa, el nombre Eustoquio resultó profético.
Se
cuenta que Teresa decidió hacerse religiosa a los diez años de edad, el día
de su primera comunión. Tales inspiraciones no son raras a esa edad, pero la
firme resolución de Teresa no hizo más que crecer hasta el día de su
confirmación. En esto le ayudó mucho al canónigo José Bengalio, de la
catedral de Bérgamo. Es difícil determinar si el canónigo tenía ideas claras
sobre Teresa o si estaba tratando de probar su vocación, pues tres veces la
hizo entrar y volver a salir del convento de las benedictinas de Santa Grata. La
obediencia ciega de Teresa al canónigo le valió no pocas críticas y burlas,
pero la beata las soportó con paciencia y alegría. Fue sin duda una época de
rudo aprendizaje.
Después de haber salido por tercera vez del
convento, Teresa se consagró enteramente a la instrucción religiosa de las niñas
en una pequeña casa llamada Gromo, que pronto se convirtió en la semilla de la
nueva congregación religiosa que había de fundar. Antonia, su hermana y otras
dos jóvenes, llamadas Virginia Simoni y Catalina Manghenoni, se le unieron al
poco tiempo. Las cuatro hicieron la profesión de votos simples ante el canónigo
Benaglio, quien las destinó a la enseñanza de la juventud. La vida de la nueva
comunidad era muy austera, con largos períodos de silencio y ayuno. Teresa tuvo
que hacer frente a muchas dificultades espirituales, dudas y tentaciones. La
congregación empezó pronto a crecer, pues ingresaron en ella numerosas jóvenes
de buena familia, entre las que se contaban tres hermanas de Teresa, llamadas
María, Judit y Catalina, además de su propia madre que había quedado viuda.
El canónigo Benaglio se encargaba de la dirección espiritual de la comunidad y
ayudó a redactar las reglas y constituciones que comprendían diferentes obras
de caridad: escuelas para los niños pobres, visitas a las mujeres enfermas,
centros religiosos y de recreación para las jóvenes que se hallaban en peligro
y sobre todo, retiros para mujeres, según el espíritu de San Ignacio de
Loyola.
El obispo de Bérgamo, Mons. Carlos
Gritti-Morlacchi, favoreció al principio a la nueva congregación, pero después
se dedicó a obstaculizar su crecimiento. Mayor prueba fue para Teresa su
propia indecisión y humildad. ¿La llamaba Dios realmente a fundar una nueva
congregación, dado que ya existían otros institutos similares, como el del
Sagrado Corazón, fundado por Santa Magdalena Sofía Barat? Teresa fue a Turín,
donde la madre Barat había empezado a organizar, desde 1832, los retiros para
mujeres y se sintió muy inclinada a unir su congregación con la de la santa.
Pero pronto comprendió que la voluntad de Dios era diferente, pues había campo
más que suficiente para las dos congregaciones, por similares que fuesen. Así
pues, la beata tuvo que superar ésta y otras dificultades y soportar con
paciencia numerosas desilusiones, antes de conseguir que se estableciera sólidamente
su instituto. Finalmente, en 1841, Teresa y sus compañeras pudieron hacer la
profesión solemne en manos del mismo prefecto de la congregación de obispos y
religiosos, el cardenal Constantino Patrizi. Unos cuantos días más tarde, fue
publicado el decreto aprobatorio de la Santa Sede y la congregación fue
definitivamente confirmada en 1847. Con esta ocasión, se autorizó a la
fundadora a abrir una casa en Roma.
Entre los que ayudaron a Teresa Verzeri en
las dificultades, se contaba el Beato Luis Pavoni, de Brescia, quien se encargó
de imprimir las constituciones de la nueva congregación, en un momento en que
esto significaba exponerse a muchas molestias; pero el beato hizo caso omiso de
las murmuraciones y hablillas. Además, intercedió ante Mons. Speranza para que
apoyase en Roma la causa de las Hijas del Sagrado Corazón. Cuando Teresa compró
un antiguo monasterio en Brescia, el Beato Luis proyectó los cambios que era
necesario hacer al edificio y se encargó de vigilar personalmente la obra. Para
ayudar a Teresa, hizo varios viajes a Bérgamo y a Trento, y se comprometió a
asegurar la misa diaria en la casa madre. Nada era demasiado difícil para el
Beato Luis, cuando se trataba de ayudar a las religiosas. La gran estima mutua
que se profesaban el Beato Luis y la Beata Teresa ha continuado entre sus
congregaciones respectivas, en el siglo que ha transcurrido desde su muerte.
La beata vivió todavía cuatro años después de
la fundación de la casa de Roma. Durante ellos creció en gracia y santidad y
su congregación con ella. El cólera que azotó el norte de Italia, arrebató a
la beata el 3 de marzo de 1852. La multitud que asistió a sus funerales fue el
mejor testimonio de la reputación de santidad de que gozaba y que no ha hecho
sino aumentar con el tiempo. Teresa fue beatificada en 1946.
Ver el breve de beatificación, en Acta
Apostolicae Sedis, vol. XXXIX, n. I (1947). No existen biografías de la
beata más que en italiano; parece que se han publicado varios volúmenes de su
correspondencia: cí. Un apostolo della gioventu derelitta (Beato Luis
Pavoni), pp. 209.211 (1928).
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